Por: Carlos Herrera de la Fuente. 20/03/2025.
Las siguientes tesis son el resultado de una lectura crítica del libro Filosofías del sur. Descolonización y transmodernidad de Enrique Dussel (Akal, 2015), cuyo contenido tiene como objetivo el cuestionamiento al “eurocentrismo” de la civilización actual y la defensa de los “valores universales” de las distintas culturas y tradiciones del orbe, con la finalidad de contribuir a la formación de una era “transmoderna” en la que todas estas culturas participen equitativamente. Las tesis pretenden demostrar que, a pesar de su apariencia progresiva, dicha postura coincide con la tendencia neoliberal del capitalismo transnacional contemporáneo.
1. El mayor valor de la filosofía no reside en sus llamados “valores universales” (siempre cambiantes, siempre cuestionables), sino en su actitud libre frente a esos valores: en su crítica incansable y activa. Esa actitud es una actitud individual, no colectiva ni tradicional (aunque históricamente condicionada). En ello radica la verdadera importancia de figuras señeras como Sócrates, Diógenes o Zenón de Citio. (Sócrates fue condenado a muerte por atreverse a cuestionar las «verdades» tradicionales de su época.)
2. En sí mismos, los valores tradicionales y sus máximas éticas son vacíos y absurdos, y no merecen el nombre de pensamiento filosófico. El hebreo-bíblico “No matarás” o el quechua “No mentir, no robar, no ser ocioso”, aplicados a determinados contextos históricos, son falsos y perversos. ¿Qué hacer ante un sociópata racista y asesino que pone en práctica el principio de exterminio de una etnia? ¿Qué hacer frente a una situación en la que decir la “verdad” significa delatar a nuestros aliados en la lucha contra la tiranía? En ese caso, sólo lo contrario es lo ético: hay que matar, hay que mentir. Como lo enseñó Hegel frente al imperativo categórico kantiano, no hay valores universales inamovibles, sino valores cuya verdad se comprueba en la marcha histórica de los eventos.
3. La filosofía surgida en Europa, en el mundo griego (sin ignorar las manifestaciones filosóficas aisladas de otras regiones, en particular, de la India y China), no es una tradición entre otras tradiciones (egipcia, babilónica, hebrea, inca, bantú, etc.), sino un posicionamiento crítico frente a la tradición y sus valores, un rechazo de la tradición en su generalidad, incluidas las tradiciones helénica y occidental. La filosofía nacida en Europa, si es filosofía, es necesariamente metaeuropea.
4. Frente a la tradición, la filosofía no puede más que asumir una posición antitradicional. Esto es inevitable porque el pensamiento filosófico nace del cuestionamiento individual a las verdades impuestas o heredadas. Ese pensamiento, por supuesto, surge en un contexto histórico determinado donde le son inculcados ciertos principios y conceptos. Su labor filosófica no es respetarlos como si se tratara de Abraham ante el mandato de Dios, sino cuestionarlos hasta sus mismas raíces y decidir qué es lo que vale la pena de ese bagaje cultural y qué no. Deus non providebit.
5. La llamada “tradición filosófica” es una contradictio in terminis. O bien de una propuesta filosófica original surge una tradición que termina esclerosando el pensamiento de donde nació y, por lo tanto, traicionando su espíritu primigenio, o bien de la tradición surge un cuestionamiento filosófico fiel al espíritu de la reflexión crítica que motiva la filosofía. En los hechos, los dos casos se suceden históricamente, pero siempre como una lucha dialéctica entre contrarios. En el momento que la filosofía se constituya como una tradición entre otras tradiciones, la filosofía habrá muerto.
6. Como lo afirmaba Sartre: la filosofía sólo se hace efectiva a través de las distintas filosofías. Fuera de ellas, la filosofía no es. Ello es así porque la filosofía es un acto crítico-individual que, si bien puede contribuir al desarrollo colectivo, sólo lo logra en la medida que despierta en cada miembro de la colectividad el espíritu adecuado de crítica y cuestionamiento de las ideas propuestas. El acto filosófico por excelencia es el de no aceptar a priori las «verdades» pretendidamente evidentes.
7. Ninguna tradición es valiosa por sí misma; ninguna, digna de admiración por el sólo hecho de existir o de haber existido. Todas las tradiciones, incluyendo la europea, deben pasar por la criba de la crítica. La filosofía nacida en Europa no es europea. En los hechos, Europa no es más que una ficción homogeneizadora que desatiende los conflictos históricos y las diferencias sociales, económicas, políticas y culturales entre sus distintas naciones y regiones (Europa no existe: Pierre Gaussens dixit). Si el europeísmo existió o existe es tan sólo para trascender los particularismos y regionalismos que obstaculizan el avance del pensamiento y la sociedad moderna. Su curso natural desemboca en una sociedad internacionalista, más allá de Europa. No se trata de exigir la convivencia respetuosa entre las diversas tradiciones del orbe, como lo quiere Dussel, sino de exigir que las sociedades salgan de su prisión tradicional y exploren las posibilidades de una convivencia internacional donde, en principio, los “valores éticos” y las “verdades” son cuestionados y debatidos colectivamente para la solución común de los problemas.
8. Sólo el liberalismo quiere el respeto irrestricto de las tradiciones y su “convivencia pacífica” y serena, porque en el fondo exige que nadie cuestione la “verdad universal” que lo rige: la de la propiedad privada capitalista que, en la actualidad, muy bien puede convivir con turbantes, kimonos y ponchos.
9. Cuando Dussel reclama para la actualidad una alternativa “transmoderna” en la que convivan y se respeten los “valores universales” de las tradiciones existentes, o bien no sabe lo que dice, o bien tergiversa adrede el significado de los conceptos que emplea. Para cualquier tradición sus valores particulares se vuelven, por el simple hecho de ser enunciados o transcritos en un pergamino, verdades universales. Pero las “verdades universales”, si en realidad lo son, no pueden quedarse en enunciados abstractos, sino que deben ponerse a prueba, prácticamente, en la esfera pública, en la convivencia crítica global. Al hacerlo, sin embargo, aceptan ser cuestionadas en cuanto “verdades universales”, perdiendo así su estatus original. En el debate, en la discusión, se puede demostrar que todo principio es acotado y, por lo tanto, no tiene por qué ser respetado por sí mismo, ni siquiera tolerado. En su exposición pública y colectiva, internacional, los supuestos “principios universales” se muestran como lo que en verdad son: nociones particulares de una época y una tradición específica. Paradójicamente, por una inversión dialéctica, al exponerse y transgredirse, la tradición se aniquila, pierde su particularismo y, de esa manera, gana la verdadera universalidad: la del cuestionamiento histórico de sus verdades limitadas. Lo que Dussel propone no es la verdadera convivencia universalista-internacionalista, sino la “convivencia” tolerante de los diversos particularismos bajo la égida “democrático-neoliberal-multiculturalista” de la actualidad.
10. La convivencia moderna radical, más allá del principio de la propiedad privada capitalista, no puede aceptar ninguna norma preestablecida, provenga ésta del dios del dinero o de la Trimurti.
11. Para que la psicología de nuestros “filósofos decolonialistas” pueda defender, a capa y espada, los particularismos tradicionalistas de las diversas culturas, tiene primero que crearse una versión de dichas culturas a la altura de sus horizontes maniqueos y pueriles. Ellos mismos reproducen el cliché del buen salvaje. Ya Aimé Césaire, en su Discurso sobre el colonialismo, había contribuido a esta tergiversación: “Por mi parte –dice–, yo hago la apología sistemática de las civilizaciones paraeuropeas. […] Eran sociedades comunitarias, nunca de todos para algunos pocos. Eran sociedades no sólo antecapitalistas, como se ha dicho, sino también anticapitalistas. Eran sociedades democráticas, siempre. Eran sociedades cooperativas, sociedades fraternales”. ¿Era comunitario el Estado azteca con sus jerarquías militares y religiosas y su expansión imperial? ¿Se puede considerar como “siempre democrática” la división de castas en la India, la cual, por cierto, convive muy bien con el capitalismo contemporáneo? ¿Es fraternal la ablación del clítoris que practican varios pueblos –musulmanes en su mayoría– de África y Asia? Si se quiere hablar de los valores universales de las diversas culturas y tradiciones del orbe, se tiene que hablar, al mismo tiempo, de sus horrores universales.
12. A diferencia de lo que dicen Adorno y Horkheimer, el mito no es, en principio, Ilustración. Ilustración no es sólo el “intento de constituir a los humanos en señores” de su propio destino a partir del dominio ficticio (mítico) o real (moderno) de la naturaleza (externa e interna). Ilustración es también la puesta a debate, en libertad, de todos los principios aceptados por la tradición, incluyendo los que se han venido convirtiendo en “verdades absolutas” de la propia ilustración. Mito es continuidad inconsciente de los actos sociales; Ilustración, crítica activa de verdades, procesos y eventos teóricos y prácticos que deberán devenir en constitución de un mundo humanizado.
13. La crítica y la transformación del mundo pasa por el cuestionamiento radical de todos los dogmas establecidos por las tradiciones. Para transformar el mundo es necesario también destruir teóricamente los atavismos que lo aprisionan. La filosofía no ha dicho aún su última palabra.
LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ