Por Güris J. Fry. ECO’s Rock. 4 de mayo de 2019
Brazil (Terry Gilliam, 1985)
Como en casi toda obra de Gilliam, en esta su tercera entrega como realizador medianamente liberado del colectivo de los Monthy Python, todo resulta un juego de extremos e intensidades exacerbadas. Transporta todos sus elementos a los limites permitidos; desde los espacios físicos (escenografías, maquetaciones) hasta su mando dentro de la dirección actoral. Desde los códigos genéricos hasta el contrapuntistíco uso de la pieza musical que le da nombre a esta cinta pasando, claro, por los vestuarios, personalidades y artilugios que rodean el universo presentado. Odiada o no, atacada o sumamente defendida, la mano de Terry Gilliam es indudablemente poseedora de una imaginación portentosa e inigualable donde convergen influencias de distintos ambientes, así como el origen de una parte sustancial del quimérico mundo de ensoñaciones que nos rodean en los diversos medios de la actualidad. Y en Brazil, sin duda, encontramos uno de sus puntos más altos y envalentonados.
Enclavada en una extraña línea entre la Ciencia Ficción y la Fantasía, el tratamiento libremente abraza la 1984 de Orwell bajo un extraño sentido del humor que, sinceramente no es para todos, y cuya trama es una travesía que se resume a una serie de enredos y vertientes que bien pueden converger en un estado de ironía pura: por una lado tenemos el error humano dentro de una sociedad autoritaria cuyo proceder es –a su entendimiento– siempre perfecto, mientras por el otro nos asentamos en el ilusorio romance de nuestro protagonista; quien se ha enamorado de una artificiosa figura femenina–supuestamente inexistente– pero que ha de lograr conocer y tener la posibilidad de encarnarla en el peor momento posible: al obtener más responsabilidades después de un no deseado ascenso en su trabajo debido al cuidado intensivo de su madre (una mujer adicta a la cirugía estética) y todas las influencias de esta dentro del sistema que gobierna el catártico mundo que se nos presenta. Un mundo, dicho sea de paso, tan lleno de papeleo burocrático como de largas e infinitas tuberías cuya utilidad es absurdamente vital.
Alocada y hasta cierto punto dotada de una acidulce crítica social, Brazil se mantiene como un interesante filme a pesar de su irregular guión debido a que los temas que roza aún competen seriamente a nuestros tiempos. En su metraje nos topamos con la frustración laboral, la imposibilidad de lograr nuestros más indispensables y humanos deseos así como la facilidad por lograr los más banales e inservibles. Su recorrido es laberíntico, los distópicos pasadizos por los que debe caminar nuestro personaje principal lo acercan tanto como lo alejan de sus metas. Sus anhelos se le escapan de las manos teniéndolos a centímetros de distancia dotando de esta forma de una cierta oscuridad –contraste– al sardónicamente colorido espejismo que es en si la película.
El Terry Gilliam de Brazil es quizá el más recordado por el manejo tan inventivo, profético y presentido de sus manías. El balance que logra dentro de sus departamentos es notablemente balanceado en pos de la narración que impera dentro del entramado que presenta. La fotografía de Roger Pratt y el montaje de Julian Doyle se mantienen al pie de los conflictos sin sobresalir de más. El Diseño de Producción de Norman Garwood, en cambio, junto a la Dirección de Arte de John Beard y Keith Pain despuntan para otorgar una atmósfera tan extraña como avivada que sorprende a cada escena y que se cohesiona junto a todos los demás elementos bajo la partitura de Micheal Kamen, que suma a los claroscuros en los que hemos de habitar durante la extensión de la cinta.
Al final, lo que Brazil devela es que todo sistema político (en este caso mayormente los occidentales) sólo sirve para que aquel que se doblega ante ellos y los toma como prioridad –previo a la familia, el amor o los sueños individuales– sin hacerse algún cuestionamiento alguno sobre su naturaleza o intenciones. Son estos seres, pues, propiedad de ese ente inerte que les hace sentir parte de algo mayúsculo que en realidad no existe y que los recompensa con un aura material brillante cuyo costo es siempre el desgarramiento total de la experiencia que es la vida misma. El sistema, claro, resulta ser un muy buen aceitado engranaje, un mecanismo que se hace costumbre tras un habito impuesto que obtiene alarmantemente una idealizada maquina insensible e ignorante que en su conjunto bien podemos llamar sociedad. Una sociedad manipulable hasta la medula que se nos refleja en las coincidencias habituales. ¿O quizá en la pura y real verdad?
Brazil de Terry Gilliam.
Calificación: 3 de 5 (Buena a Secas)
Fuente:
https://www.facebook.com/permalink.php?story_fbid=2299253337019707&id=1598949577050090&__tn__=K-R
Fotografía: Alternative MOvie Posters