Por: Adolfo del Ángel Rodríguez. 07/10/2020
Una canción de Miguel Ríos que vio la luz en 1984, resulta muy actual el día de hoy. Un año emblemático también debido a la novela distópica de George Orwell. Al parecer, ambas referencias representan muy bien lo que se vive actualmente: niños eléctricos y el Gran Hermano que nos vigila. Aunque la canción habla más bien del urbanismo y de la creciente competencia que representa el progreso en ese ámbito, habla de lo que en ese entonces representaba lo urbano: las luces, a diferencia de la aldea, de lo rural, en donde el compartir es lo más importante, en donde el otro importa y su bienestar también.
Hay en la canción especialmente dos estrofas que llaman la atención: el primero que dice: “eléctricos/niños eléctricos de ciudad,/ sufriendo el apagón familiar, /electrochoque colegial,/acumulando están,/convulsión, confusión”, el cual resulta revelador en el contexto en el que se encontraba entonces la sociedad, cuando ambos padres comenzaban a integrarse a la vida laboral, situación que se daba en las ciudades, y que ahora resulta de los más familiar en cualquier lugar. El otro de los párrafos tiene que ver con “Niños suicidas, /que no resisten la tensión, /hay niños en guerras /con juguetes para matar”, lo que nos lleva a reflexionar esta incursión en los aparatos electrónicos en los que, curiosamente, tienen tanta demanda los juegos de guerra o de disparos, aunque sea solo para jugar al tiro al blanco, además del consabido “estrés”, que no es
otra cosa más que el cúmulo de las exigencias de una sociedad que tiene en la globalización un estándar qué cumplir.
Esto se asocia con la “1984”, la novela de Orwell que nos dice que el Gran Hermano nos vigila, lo que ocurre en la realidad, pues por lo menos hay un dispositivo en casa desde hace tiempo, lo que ha crecido exponencialmente debido a la pandemia y a la necesidad de hacer todo, o casi todo, a distancia, como tomar clases o hacer home office, por lo que el Gran Hermano ha logrado colarse a terrenos inesperados, permeando lugares que, en condiciones normales, no habría sido posible.
Quizá en la canción, las atrocidades de la modernidad solo tienen lugar en la ciudad, como símbolo de lo moderno, pero ahora, tras la globalización, lo moderno no solo se traduce en la transformación material del entorno sino en la transformación de las necesidades y de las formas de pensar, pues no es de gratis que ahora las empresas más ricas sean las que venden software, pues es a través de ellas y de los dispositivos que logren colarse a los lugares más recónditos es como se construyen nuevas realidades.
En la situación actual, podemos vislumbrar dos aristas: una es el regreso un poco al núcleo familiar, es decir, que los padres atiendan las necesidades educativas de sus hijos; oportunidad que no deben desperdiciar para propiciar un acercamiento a los pequeños en edad escolar, así como convertir el hogar en zonas de aprendizaje. La otra arista es, como lo hemos mencionado, la presencia de demasiados dispositivos electrónicos, como tabletas o teléfonos celulares, por lo que debe también abordarse el tema de la discriminación de información y tener en cuenta las edades de los niños para acceder a las redes sociales y contenidos que nada tendrían que ver con su formación.
Por ello, para que no nos suceda lo que dice otra estrofa de la misma canción: “niños hambrientos, /de muchas cosas a la vez, /juegan sucios sobre el asfalto /solos que peligroso es crecer. /Tanta fragilidad, indefensión, /para sobrevivir esta dura jungla”, es necesario que les dotemos de las herramientas necesarias para enfrentar la realidad inmediata, ya que la ansiedad que causan los dispositivos es tremenda, ya que crean necesidades banales, como comprar software para poder acceder a nuevos niveles de juego o en adoptar nuevas modas, dejando de lado lo primordial y lo importante, como la satisfacción de las necesidades básicas, así como la utilidad de conocimientos prácticos y de la necesidad de convivir y de cuidar de los otros.
Fotografía: Intercompras.