Por: Omar Aguilar. Revista Correo. 15/06/2018
50 días después, las cosas están más que claras. La lucha en contra de las medidas del INSS era solo un pretexto para una escalada de violencia fríamente calculada, preparada con mucha antelación y con un objetivo claro: borrar los avances del país en materia económica y social logrados por el gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional, evitar que Nicaragua siguiese siendo el segundo país más seguro de Latinoamérica, el país más atractivo a la inversión, el país con mejores avances en la región, el país con las mejores carreteras, los hospitales más modernos y con una ruta de salida de la pobreza acertada y muy bien estructurada.
Un país de izquierda con tales éxitos, es sin duda un mal ejemplo para una región dominada por gobiernos derechistas, impopulares y sin la más mínima pizca de justicia social.
Un país de izquierda con esos logros (y alcanzados en un tiempo tan corto), no es grato para una oposición nacional fragmentada, casi inexistente y con muchas facturas pendientes de pagar. Tampoco es grato para un imperio, que no quiere ejemplos positivos que puedan replicarse en países aquejados por la pobreza o sumidos en climas de violencia y terror social.
Como hacerlo, si por la vía normal y democrática que son las elecciones no es posible, cuando lo que hay es una oposición sin liderazgo, plagada de conflictos internos, fragmentada, sin una propuesta concreta de desarrollo, con endebles ideales y un pensamiento político que data de tiempos inmemoriales.
50 días después, está claro que los estudiantes solo fueron un instrumento y dejaron de ser los protagonistas de la película, para dar paso a los llamados actores auto-convocados y que no son más que pandillas y vándalos azuzados por políticos trasnochados, que dirigen tras bastidores y desde hoteles de lujo.
Las llamadas marchas pacíficas, han dado paso a grupos que siembran el terror, que dejan estelas de destrucción y muerte, que incendian los bienes públicos y privados al más fiel estilo neronista.
50 días después, está claro que este es un guion seguido al pie de la letra, una receta cumplida paso a paso.
Hay que matar, hay que destruir, hay sembrar el caos y echar la culpa a los sandinistas, al gobierno y a todo el que se ponga enfrente, llámese OEA, ONU e incluso Donald Trump. El agredido debe ser convertido en agresor; el aterrorizado en terrorista; el asesinado en asesino, el inocente en culpable.
Los vándalos son los nuevos héroes, los delincuentes son presos políticos. Los viejos políticos han renovado sus ansias de poder y los que están llamados a pregonar la paz, pregonan la guerra, escudados en su investidura, sin miramientos, sin la menor vergüenza.
50 días después, está claro también que este gobierno sandinista es firme en su vocación de paz, que es un gobierno políticamente maduro, guiado por un estadista de primera y que cuenta con el respaldo de cientos de miles de sandinistas; que actúan con prudencia, pero que mantienen intacta su moral, sus ideales y su valentía.
LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ.
Fotografía: PanAm Post