Por: Marcelo Falak. 15/08/2020
“No podemos tener amor sin amantes ni sumisión sin señores y siervos”. (E. P. Thompson).
La secuencia en la que Donald Trump jugó sus cartas permitió, al final, entender’ su estrategia. Primero, el viernes, sugirió que rechazaría la compra de la filial estadounidense de la red social del momento, la china TikTok, por parte de Microsoft y sugirió que se decantaría por la simple prohibición de la actividad de aquella en el país. Segundo, mandó el domingo a su secretario del Tesoro, Steve Mnuchin, a reflotar esa posibilidad como una alternativa condicionada y con un plazo perentorio de 45 días. Tercero, el asesor comercial Peter Navarro, uno de los hombres que mejor interpreta al presidente, puso ayer finalmente el pliego de condiciones sobre la mesa de la compañía fundada por Bill Gates: la contraprestación por quedarse con las operaciones de TikTok en el país, en Canadá, en Australia y en Nueva Zelanda a precio muy conveniente gracias a la presión de la Casa Blanca sería una desinversión en China. “¿Microsoft va a comprometerse? ¿Debería desinvertir en sus operaciones en China, tal vez?”, se preguntó, intrigante, Navarro en una entrevista con CNN. La plataforma de mensajería y videollamadas Skype y el buscador Bing serían las compañías sujetas a limitación. La política internacional cruda se ríe de las ensoñaciones de los convencidos del libre mercado.
El conflicto, queda claro, excede la supuesta filtración de datos personales de los usuarios estadounidenses al Ejército chino y se enmarca en el juego más grande, el de la puja geopolítica por la hegemonía entre una potencia establecida –que algunos se apresuran demasiado a calificar como decadente– y una que emerge con ímpetu.
El presidente republicano no descubre la pólvora al hablar de la posibilidad de que una red social lucre con la base de datos de sus usuarios; eso, incluso en mayor medida que la publicidad, hace a la monetización del negocio de las redes sociales. Su inquietud, sin embargo, no se vincula con la protección del derecho a la privacidad. De hecho, la ofensiva contra los abusos de los monopolios de Internet es impulsada, no solamente pero sí de modo primordial, por los demócratas del Congreso, que acaban de dar el paso inédito de interrogar a los ceos del llamado “grupo GAFA”: Google, Amazon, Facebook y Apple. La inquietud pasa por la posibilidad de que esa información, que involucra por ahora a nada menos que 26,5 millones de estadounidenses, caiga en manos del nuevo enemigo.
De hecho, a Microsoft, posible compradora de la red social de microvideos, no se le pide que, como empresa privada, deje de aprovechar esa información sino que se cerciore de que la misma no salga de las fronteras del país. La segunda empresa del mundo por capitalización bursátil –1,55 billones de dólares–, conducida por Satya Nadella desde 2014, asume así un riesgo doble: por un lado, en lo local, sale de la zona de confort que le dio su compra de Linkedin en 2016 –arriesgada en su momento y, por ahora, de escasa rentabilidad– y, al hacer pie en redes sociales, entra el radar de las autoridades regulatorias; por el otro, queda en medio de la puja entre las dos principales potencias de la actualidad.
Los puntos de roce entre Estados Unidos, mayor economía mundial con un PBI de 21 billones de dólares, y China, la segunda y en veloz ascenso, con uno de 14 billones, son numerosos y pesados.
La guerra comercial que dio tanto que hablar desde la llegada de Trump al gobierno en enero de 2017 quedó mayormente saldada a comienzos de año, con la aceptación china a flexibilizar las regulaciones para las empresas estadounidenses, dar mayores garantías a la propiedad intelectual e incrementar las importaciones de productos agrícolas norteamericanos en 200.000 millones de dólares antes de fines de 2021. El acuerdo, sin embargo, no desactivó otros focos de conflicto.
La pandemia del nuevo coronavirus abrió un nuevo campo de batalla, en el que se mezclan las acusaciones estadounidenses de falta de información con otras vinculadas a una supuesta influencia del rival en la Organización Mundial de la Salud.
Persiste, otra vez con lo comercial en primer plano y los supuestos lazos con el Ejército chino como trasfondo, la presión desatada a nivel global por Estados Unidos para desalojar a la empresa Huawei de las licitaciones para la construcción de redes de 5G, la que ya tuvo éxito en el Reino Unido y prosigue con fuerza en la Unión Europea y hasta en Brasil. Para Trump, las alianzas son avenidas de mano única.
Se suman a eso acusaciones de espionaje, que motivaron el cierre del consulado chino en Houston y en represalia, del estadounidense en Chengdu. Asimismo, se reeditan periódicamente los roces entre buques militares en el mar del Sur de China y crecen las denuncias norteamericanas –en realidad, occidentales– de violaciones a los derechos humanos en Hong Kong, donde las garantías brindadas a los residentes antes del traspaso de la soberanía por parte del Reino Unido en 1997 se convirtieron en papel mojado a partir de la reciente entrada en vigor de una ley de Seguridad Nacional. El Gobierno de Xi Jinping asume que el tamaño y el poder de su país ya lo liberan de aceptar condicionamientos.
Mientras, Pekín incide cada vez más en la economía mundial con su gigantesca demanda de materias primas, la que se reactiva ahora que la pandemia cedió allí y deja espacio a una veloz recuperación productiva. De la mano de eso y de una enorme disponibilidad de capital para ofrecer inversiones con financiamiento llave en mano, influye en países conflictivos para Washington, desde Corea del Norte a Irán, pasando por una Venezuela a cuyo gobierno chavista sirve, junto con Rusia, como prestamista de última instancia y dador de una precaria estabilidad.
En tanto, con las mismas herramientas se mete en el resto del “patio trasero” de Washington, al punto que ya es el mayor socio de Brasil, Argentina y Chile, entre otros.
Muchos hablan de una nueva “guerra fría”, pero las diferencias entre la real, protagonizada tras la Segunda Guerra Mundial entre Estados Unidos y la Unión Soviética, difiere mucho de la situación actual. Si bien China no constituye una amenaza militar del orden de la vieja URSS a los intereses estadounidenses ni pretende perseguir sus fines en base a la promoción de revoluciones y regímenes adictos en todo el mundo, acaso su desafío sea mayor en lo profundo. Con el diario del lunes, se sabe que la URSS nunca constituyó un rival económico real para el capitalismo estadounidense. China sí lo es.
El giro realista de Richard Nixon, quien inició el acercamiento a la China comunista a principios de la década de 1970 –consolidado en 1979 por Jimmy Carter con el establecimiento de relaciones diplomáticas– se inscribió plenamente en la lógica de la Guerra Fría: la invitación a Pekín a jugar en las grandes ligas de la política internacional buscó a contrapesar el poder de la URSS. Hoy la lógica es completamente diferente: tras la caída del bloque soviético, el convidado de piedra de entonces busca hacerse de un lugar propio, montado a su impactante take off.
Sin embargo, dista de quedar claro que, mientras China es una potencia emergente, Estados Unidos sea una en decadencia. Al contrario, este último país sigue detentando un poder militar sin parangón en la historia y es dueño de recursos materiales, científicas y humanos sin paralelo. Así, los roces de hoy seguramente no vayan a tener resolución en el mediano plazo y el mundo deba acostumbrarse a una competencia que por momentos será mejor manejada y en otros, peor.
En el medio, los países de América del Sur seguirán disponiendo de oportunidades comerciales y de inversión nuevas, pero deberán acostumbrarse a lidiar con el peligro cada vez que desde el norte se los intime a elegir: con ellos o con nosotros.
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Fotografía: Marcelo Falak.