Por: José Luis Ríos Vera. alai. 20/05/2020
La burguesía mexicana anidada en Concamin, Coparmex, Grupo Monterrey, AMIA, entre otras asociaciones empresariales, presionan al Estado mexicano para que se proclamen distintas actividades y sectores económicos como “esenciales”. Su objetivo es que el gobierno levante cuanto antes la cuarentena en las actividades productivas ligadas a la economía exportadora vinculada al TLCAN (ahora T-MEC), tales como la industria automotriz, aeroespacial, electrónica, entre otras.[1]
A ello se suman las presiones de la Asociación Nacional de Manufactureros de Estados Unidos (NAM), la Cámara de Comercio y la embajada estadounidense para obligar al gobierno mexicano a que “reanude” sus actividades productivas “homologándolas” a los procesos productivos de la transnacionales estadounidenses.
En este cuadro destaca la carta enviada por un grupo de senadores estadounidenses al secretario de Estado, Mike Pompeo, instándole a “presionar” al gobierno mexicano para que redefina las “actividades esenciales” conforme a criterios de clasificación de agencias de EE.UU., es decir, al margen de la soberanía nacional. Esto con el objeto de imponer una “reapertura económica”e impedir interrupciones en la “cadena de suministro y proveeduría” de las empresas estadounidenses en los “sectores de alimentos, medicina, transporte, infraestructura, aeroespacial, automotor y de defensa”.
Uno de los intereses de fondo, es que se pretende hacer prevalecer el proyecto de “integración regional de América del Norte”, custodiar su continuidad, e impedir interrupciones en la cadena de valorización y creación de ganancias, aún en medio de una de las mayores crisis sanitarias de carácter global y sus efectos en la vida de las personas, que a este respecto, continúan siendo devastadoras tanto en Estados Unidos como en México.
A continuación reflexionamos sobre algunos elementos que subyacen a estas presiones que ejercen los grandes capitales y las fuerzas políticas sobre las vilipendiadas soberanía y “democracia”mexicanas.
Cadenas mundiales de valor y la geografía de la explotación del trabajo
El estadio de mundialización del capital, acelerado en la última década de siglo XX, terminó por establecer nuevas cadenas de valor de alcance mundial (CVM) que dieron forma a una nueva etapa de la división internacional del trabajo y sus relaciones asimétricas congénitas. Procesos de reestructuración de fases productivas y fragmentación de eslabones relocalizados en países de cualquier región del mundo fueron llevados a cabo bajo la dirección de la gran empresa trasnacional.
A diferencia de las limitadas bases espaciales de la producción industrial de posguerra basadas en las antiguas relaciones espacio/tiempo, se profundizaron los procesos de segmentación productiva, es decir, las fases y etapas de diseño, investigación, manufactura, ensamblado y comercialización, que encierran una nueva capacidad de flexibilidad y articulación de alcance global. Ello influyó en la conformación de CVM impulsados por procesos de descentralización y deslocalización productiva (de las transnacionales) establecidos en distintas zonas y regiones del globo.
La competencia intercapitalista (global) por la mayor explotación del trabajo y la apropiación de ganancias extraordinarias se constituyó como el medio principal por el cual hemos asistido a la conquista de regiones y países con los menores niveles salariales y las mayores “ventajas” políticas, sociales y naturales que se ofrecen a la empresa moderna transnacional. El papel de Asia, de China, Europa oriental y de América Latina destaca en este cuadro de extraordinaria expoliación.
La internacionalización de los procesos de trabajo se ha caracterizado por el control de los países centrales y el comando de la empresa trasnacional. Estos países concentran el monopolio tecnológico y centralizan los mayores niveles de inversión en ciencia y tecnología como auténtica fuente de la innovación. Al mismo tiempo, los países centrales dislocan hacia los países atrasados y periféricos sus actividades productivas con menor intensidad tecnológica tales como manufactura y ensamblado.
China, Alemania y Estados Unidos lideran las capacidades tecnológicas en materia de solicitudes de patentes. De acuerdo con Cepal (2017), en el periodo 1990-2015, Estados Unidos pasa del 17 al 20% en las solicitudes mundiales de patentes; China asciende de un modo prodigioso del 1% al 38%; Japón desciende del 37 al 11%; Europa cae del 35 al 12% (ver gráfico). En contraste, América Latina y el Caribe experimentó un crónico estancamiento, pues sólo concentra el 2% de estas solicitudes en el periodo, reflejando con ello el grado de dependencia tecnológica que reproduce en la división internacional del trabajo y las cadenas de valor.
El monumental despliegue de la mundialización del capital impactó de modo contradictorio tanto en las economías centrales como también en las economías dependientes. Por ejemplo, los procesos de “deslocalización productiva” de las transnacionales estadounidenses a distintas regiones del mundo impactaron en el desmantelamiento de su infraestructura industrial o desindustrialización, lo que fue vinculado con efectos desastrosos sobre la clase trabajadora estadounidense, que experimentó elevadas tasas de desempleo, disminución y estancamiento de sus salarios, procesos de de-sindicalización, profundización en las condiciones de precarización laboral, aumento de la tasa de explotación, procesos que terminaron por empujar la inclinación electoral de buena parte de los trabajadores de los estados “industriales” del llamado “cinturón del óxido” a favor del trumpismo en la elección de noviembre de 2016.
Superexplotación del trabajo e integración subordinada de “América del Norte”
Con la apertura comercial y la liberalización de la inversión extranjera que el TLCAN estableció, México pasó a desempeñar hasta nuestros días uno de los papeles principales en el proceso de desterritorialización de la industria automotriz y manufacturera de Estados Unidos, al mismo tiempo que se experimentó una desarticulación estructural del aparato productivo en México. Sólo reducidas actividades productivas especializadas establecidas en unos cuantos estados del país destacan por su integración concentrada en las cadenas de valor mundial (ver Mapa), no obstante, lograron subordinar la economía hacia los cauces de una economía exportadora de manufacturas de bajo valor agregado.
Ha sido el régimen de superexplotación del trabajo constituido históricamente en México el que ha posibilitado y facilitado el proceso de desterritorialización industrial de EEUU hacia México, y hasta hoy, este régimen desempeña un papel geo-económico clave en el corazón manufacturero industrial de “América del Norte” (Estados Unidos, Canadá, México).2
Las consecuencias para la clase trabajadora mexicana son funestas.
Antes de la firma del TLCAN el salario en México estaba entre los más elevados de América Latina, mientras que veinticinco años después es el más bajo de la región, incluyendo Centroamérica. La brecha salarial EEUU/México se profundizó (ver Gráfico).
En el periodo de 1983 a 2018, los salarios mínimos bajaron 68.31%; los salarios contractuales 64.08%; los salarios de la construcción en 61.73%; y los salarios manufactureros bajaron 38.91%.3 Es por esta razón que, en 1981 el PIB per cápitamexicano (4 mil142 dólares) estaba en 48 por ciento por arriba del promedio mundial (2 mil 799 millones de dólares), mientras que en el año 2001 se redujo en un 29 por ciento, y en 2017 se situó 13 por ciento por abajo del promedio mundial.4 En síntesis, en más de dos décadas de integración dependiente a la economía estadounidense, ha dominado un régimen de remuneración de la fuerza de trabajo por debajo de su valor, que es lo que en gran medida explica la caída de la calidad de vida del grueso de los mexicanos.En una economía que subordina su aparato productivo a las condiciones de reproducción de un patrón exportador, las fracciones predominantes de la oligarquía –que hoy exigen al unísono la reanudación de las actividades productivas–han sido beneficiadas. Junto con las transnacionales estadounidenses, se han beneficiado enormemente con el incremento en el valor de las exportaciones dominado por las manufacturas (ver Cuadro 1).
Otro problema no menor es que el impulso de las plataformas de especialización productiva volcadas a la exportación repercute en el desmantelamiento del aparato productivo, pues además de exigir elevados niveles de importación, la propiedad de la gran empresa exportadora es transnacional, fundamentalmente estadounidense (ver Cuadro 2).
El capital tiene sobradas razones para exigir la reapertura de la manufactura exportadora y su maquinaria de valorización. De ahí la negativa de las empresas a paralizar actividades, por ejemplo, en las maquiladoras de Ciudad Juárez (Chihuahua). A pesar del decreto presidencial sobre el cierre de actividades “no esenciales” y de la Jornada Nacional de Sana Distancia, en estos establecimientos continúan laborando más de 120 mil trabajadores, con consecuencias, hasta el momento, de brotes de infectados en las maquilas y la muerte de 104 trabajadores (La Jornada 8/5/2020, p.25), lo que ha empujado a manifestaciones espontáneas y denuncias de los trabajadoresque llaman a trabajar desde casa, que no se recorte sus salario y no se les despida. Los mismos problemas se han repetido en los estados fronterizos y maquiladores como Baja California y Tamaulipas.
Cuando la oligarquía mexicana increpa al Estado para que declare como “esenciales” las actividades económicas propias del patrón exportador–que domina al aparato productivo del país–además de reflejar sus principales intereses, se muestra ella misma en su plena desnudez. Convoca a la puesta en acción de sus empresas en medio de la crisis sanitaria, hasta hoy con decenas de miles de contagios, casi tres mil muertos, y sin aun entrar en el grado más duro de la propagación del virus, que se espera a mediados del mes de mayo y con una duración que puede alcanzar al menos entre dos y tres semanas.
Para el capital, lo “esencial” es la reapertura de las actividades que permitan la producción de mercancías (y del plusvalor que encierran), y por ende, lo es también el incesante desenvolvimiento de las cadenas de abastecimiento y proveeduría integradas al mercado exterior. Para una lumpenburguesía dependiente de una economía exportadora dominada casi de modo absoluto por el comercio con Estados Unidos, lo “esencial” reside en el continuo flujo circulatorio de la “cadena de valor regional” y custodiar su aseguramiento.
Vulnerabilidades del imperio
Con la crisis sanitaria mundial y la disrupción de las cadenas de valor y de suministro, se ha evidenciado la debilidad de la economía estadounidense. La descentralización de los procesos productivos, por ejemplo hacia México –cuyo motor hemos señalado reside en la búsqueda de la mayor tasa de explotación del trabajo–ha llevado a que centros manufactureros en EEUU sean incapaces de continuar el ciclo de producción-circulación si desde países como México no les son suministrados insumos y productos intermedios o terminados.
El problema para EEUU es que no puede echar mano de “proveedores domésticos” de insumos o mercancías terminadas porque la “cadena de valor regional” reposa en relaciones de superexplotación y/o tasas de explotación del trabajo mucho más elevadas que las de la economía doméstica, las cuales se expresan en los precios de las mercancías.En la citada carta de los congresistas enviada a Mike Pompeo, al destacar que Estados Unidos realizó importaciones provenientes de México por un valor de 346 mil 100 millones de dólares en 2018 (en 2019 fueron de 358.1 mmd), los senadores argumentaron: “México cumple una función integral en Estados Unidos, la cadena de suministro es crucial para el funcionamiento de las empresas estadunidenses esenciales…”.
Es esta vulnerabilidad la que empuja al imperialismo a lanzar una nueva ofensiva contra la vilipendiada soberanía mexicana para que el gobierno mexicano se subordine a sus imperativos de “reanudación” de las actividades económicas. Pero esta vez, la ofensiva tiene una implicación distinta, ya que este nuevo ataque del imperialismo (al que se une la lumpenburguesía mexicana)y sus presiones de “reapertura” en medio de la pandemia, involucra una pulsión de muerte altamente riesgosa para los trabajadores y la sociedad mexicana en general.
Más allá de los intereses que dominan en la economía dependiente mexicana, la prioridad debe de ser la vida y la salud de la sociedad. Mientras más completo sea el bloqueo podrá detenerse con mayor éxito la propagación del virus. Una reapertura precipitada o parcial portará los riesgos de una nueva expansión del Covid-19. De ahí los señalamientos de la OMS respecto a que “si los países no consiguen gestionar con sumo cuidado la transición, el riesgo de volver al confinamiento es muy real” o lo que es lo mismo, los probables re-brotes de infección siguen latentes. Ante las omisiones de las autoridades del gobierno en curso, como la ausencia de sanciones contundentes contra las empresas que no han acatado el confinamiento, además de la política flexible y colaborativa del gobierno con las fracciones empresariales (locales y extranjeras) respecto a la “reanudación” de las actividades económicas(¡programadas para el 17 de mayo!), se requiere profundizarla organización y la lucha de los trabajadores.
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Fotografía: alai.