Por: Javier Urizar Montes De Oca. openDemocracy. 06/10/2020
El 79% las personas indígenas en Guatemala vive en la pobreza – situación exacerbada por la pandemia. ¿Hemos cambiado de aquel aparato estatal de La Colonia que se aseguró de subyugar a los pueblos indígenas?
“Con perfecto derecho los españoles ejercen su dominio sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo e islas adyacentes, los cuales en prudencia, ingenio y todo género de virtudes y humanos sentimientos son tan inferiores a los españoles como los niños a los adultos, las mujeres a los varones, como gentes crueles e inhumanos a muy mansos, exageradamente intemperantes a continentes y moderados, finalmente, estoy por decir cuanto los monos a los hombres”. Así escribía en su “Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios” el Fray Juan Ginés de Sepúlveda, un famoso cronista del siglo 16.
El mundo del que habla el Tratado desapareció hace mucho. Ya han pasado cerca de 500 años desde la conquista de las Américas. Sin embargo, las palabras del Fray Ginés perduraron, marcando profundamente la historia de mi país, Guatemala. En los siglos venideros, las élites promovieron la idea de una raza superior. Ya en el siglo 19 había surgido una frase que es de uso común hoy en día: “Mejorar la raza”. Una celebración de la ascendencia europea que al mismo tiempo deja un mensaje claro: mientras menos “indio”, mejor.
Y es que el Estado guatemalteco se tomó muy en serio esta frase. Por el resto de ese siglo y la primera mitad del siguiente, una distribución extremadamente desigual de riqueza, trabajo forzado y violencia patrocinada por el Estado fueron parte de la vida diaria de los pueblos indígenas. La opresión hizo que estallara el Conflicto Armado Interno, uno de los más longevos de toda América Latina, que resultó en 1.5 millones de desplazados internos y el genocidio indígena, con cerca de 200.000 víctimas.
Apologistas empedernidos y nacionalistas desinformados no dudarán en rebatir que estas tragedias son parte del ayer, de una época ya pasada. Dirán que desde la firma de los Acuerdos de Paz en los noventas, Guatemala se volvió un país de igualdad, donde el pobre es pobre porque quiere. Por el otro lado, activistas de derechos humanos se preocupan que el sistema que dio origen a estas tragedias nunca cambió, solo se adaptó.
¿Quién está en lo correcto? Considere lo siguiente: Al 2020, hay un aproximado de 6,5 millones de personas que se autoidentifican como indígenas en Guatemala. El 79% vive en pobreza (el doble de pobres no-indígenas o “ladinos”), al menos 35% sufre de inseguridad alimentaria y, a pesar de esto, el gasto público para esta población es menos de la mitad que para las y los ladinos. De los 257.000 desplazados internos, 100.000 emigrantes anuales y aquellas madres e infantes con las tasas de mortalidad más altas de la región, la gran mayoría de las y los afectados son indígenas.
Todo esto antes de la Covid-19.
Los embarazos infantiles, la violencia intrafamiliar y contra la mujer, así como los homicidios, femicidios y asesinatos (entre otros) han incrementado durante la cuarentena.
La situación de los niños
“No puede haber una revelación más intensa del alma de una sociedad que la forma en que se trata a sus niños” – Nelson Mandela
La pandemia causada por la Covid-19 vino a exacerbar todos estos problemas, perjudicando particularmente a las niñas y niños indígenas.
El desplome económico empujó a más familias indígenas a la pobreza, dejando insatisfechas muchas necesidades básicas e incrementando el trabajo infantil. El acceso limitado a productos higiénicos, agua limpia y servicios médicos resultará en un aumento de enfermedades respiratorias y estomacales. Una situación preocupante de por sí, solo empeora por la escasez de servicios de salud pública en el interior del país, de los cuales muchos ya están sobrecargados.
La situación no es mejor para las niñas y niños migrantes, quien son en su mayoría indígenas. Norteamérica los está regresando por los cientos, en algunos casos, ya infectados con Covid-19. Su país los recibe con instalaciones precarias, con la violencia y criminalidad de la que pretendían escapar, y con sus propias comunidades rechazándoles y estigmatizándoles por ser “regresados” y por miedo a que estén contagiados.
“Quédate en casa”
El confinamiento obligatorio limitó el crecimiento de la tasa de contagios, pero a costa de la niñez guatemalteca. Niñas y niños han sufrido niveles elevados de violencia a raíz del encierro con sus agresores. Los embarazos infantiles, la violencia intrafamiliar y contra la mujer, así como los homicidios, femicidios y asesinatos (entre otros) han incrementado durante la cuarentena. Los servicios de justicia no se dan abasto.
Es una cruel ironía que las consecuencias más siniestras de esta pandemia no surgieron de una enfermedad para la que no hay cura, sino de problemas sistémicos que ya son antiguos y bien documentados.
Por otra parte, desde mediados de marzo, cerca de 3 millones de niñas, niños y adolescentes han dejado de ir a clases. Ricos o pobres, esto es grave para su futuro: La falta de socialización, educación individualizada y actividad física tendrá consecuencias severas en sus habilidades sociales y su salud física y mental.
Pero son las casi 2 millones de niñas y niños más pobres para quienes los daños durarán toda la vida: la educación, especialmente en los primeros años, es clave para lograr la movilidad social y escapar de la pobreza, por eso era fundamental seguir con la misma. Pero en un país donde menos del 30% de la población tiene acceso a internet, las clases a distancia solo harán más grande la brecha entre los que tienen (la Guatemala urbana) y los que no (la Guatemala rural).
Y ésta no ha sido la única consecuencia del cierre de escuelas, pues gracias a ello los almuerzos escolares de la semana se sustituyeron por donaciones esporádicas. En los últimos meses, la cantidad de hogares con necesidad de asistencia alimentaria incrementó en 102,8%, mientras que la desnutrición aguda en menores de 5 años incrementó en 112,1%.
Mañana será peor
Es particular que ninguna de las estadísticas aquí presentadas tienen que ver con la tasa de mortalidad de la Covid-19, esto no fue un error. La niñez indígena de Guatemala tiene más probabilidades de morir por desnutrición, desordenes neonatales o violencia que por enfermedades recién descubiertas. Así ha sido por décadas.
Es una cruel ironía que las consecuencias más siniestras de esta pandemia no surgieron de una enfermedad para la que no hay cura, sino de problemas sistémicos que ya son antiguos y bien documentados. Una eventual vacuna no resolverá esto. La niñez desnutrida y sin educación de hoy se volverá la adultez pobre y discriminada de mañana, repitiendo el ciclo.
Sea intencional o no, parece que poco ha cambiado de aquel aparato estatal de La Colonia que se aseguró de subyugar a los pueblos indígenas. Podemos promulgar mil leyes y firmar tantos acuerdos protegiendo los derechos humanos, pero sin un verdadero cambio estructural, esto será inútil. Al final de cuentas, la hipocresía también es parte del sistema: hasta las Leyes de Indias proclamaban que los españoles y los “indios” tenían iguales derechos.
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Fotografía: openDemocracy.