Por: Victoria Freire. 08/09/2024
En las vísperas del día de San Cayetano, y de una movilización que hace años recorre kilómetros reclamando tierra, techo y trabajo, la noticia de la denuncia de Fabiola Yañez contra Alberto Fernandez por violencia de género fue un baldazo de agua fría en medio de la tormenta. Una denuncia acicateada por operaciones mediáticas pero que, de confirmarse en la Justicia, demostraría algo que ya sabíamos: la violencia es lastimosamente transversal a todos los ámbitos y espacios políticos. No hay chance de que un sector pueda decir que se encuentra exento de estas prácticas. Esta certeza, no obstante, no debe diluir responsabilidades. Hablamos del mismo tipo que anunció el fin del patriarcado y desplegó una serie de discursos que hoy hacen aún más ofensiva la noticia que rebota por todos los medios y sacude la conversación pública. Es mucho mayor la responsabilidad y deber ético cuando se pretende representar luchas y principios de justicia social e igualdad. Si vas a embanderarte tenés que ser intachable, porque el costo que tiene el error sobre las espaldas de quienes se comprometen todos los días es enorme y desmoviliza. Pretendo que estas líneas nos ayuden a pensar antídotos frente a la angustia que no merecemos, y canales útiles para la bronca que sentimos, porque lo necesitamos.
En primer lugar, pararnos desde la convicción y la búsqueda sincera por la justicia social (retomando a Evita que invocaba un feminismo que asuma esta bandera) tiene que ser un ejercicio concreto de denuncia ante las desigualdades y las violencias, vengan de donde vengan, sin especulaciones. Esto vale tanto para quienes se indignan con los casos que les convienen, como para quienes eligen no hacerse cargo de los que suceden en su propio entorno. Asimismo se trata de ejercitar el acompañamiento hacia quienes las sufren, en términos humanos, individuales y colectivos. Esto supone actuar ante las situaciones que están a nuestro alcance como también la elaboración de herramientas que nos permitan llegar más allá de lo inmediato. Esas son las políticas públicas, y también la organización comunitaria que vence al tiempo. En su relación y articulación está la posibilidad más virtuosa de fortalecer derechos. Cuando un organismo solo gestiona administrativamente sin trabajar con la comunidad pierde capacidad, así como la organización popular tiene un límite si no construye y ejecuta un proyecto político en torno a lo que es de todxs y para todxs.En segundo lugar (aunque podría ser lo primero), hay cosas muy terribles que están pasando en nuestro país. No se trata de comparar hechos de gravedad, sino de ponerlos en perspectiva. Los niveles de pobreza, de entrega de nuestra soberanía y especialmente la crueldad que logra desplegar este gobierno ante quienes menos tienen es superior a lo que podíamos imaginar. Esta batalla de fondo convive con la disputa simbólica y práctica contra el individualismo, la indiferencia y, peor aún, la promoción del odio por parte de un espacio político que despide, recorta políticas públicas vitales, y que construye como enemigos internos los derechos humanos, la diversidad, los feminismos, y las personas que se manifiestan. Un espacio político cuyos representantes visitan a represores en la cárcel. Este es el contexto donde nos ubicamos, las violencias que tenemos que confrontar, y los intereses que sabemos que tenemos que defender, siempre.Por último, es en este panorama incierto, difícil y desesperanzador donde más esfuerzo habrá que poner para construir una alternativa. Aunque parezca ilusorio, es real y es urgente. Pero además, si queremos que sea efectivo, implicará necesariamente lidiar (y combatir) con las contradicciones, los sapos y las miserias del campo nacional y popular. ¿Por qué? No hay posibilidad alguna de escindirse de la realidad en la que nos inscribimos, y sus vicios. Y porque ningún purismo puede lograr la fuerza de mayorías que necesitamos para derrotar el plan de miseria que nos quieren imponer. Las mayorías son la única fuente de poder real para los proyectos populares, que se potencian únicamente con dirigentes que no transen ni defrauden. Dirigentes que nos inspiren, incluyan y propongan. En esta tarea persistiremos porque, entre otras cosas, tenemos en nuestra historia a las mejores maestras. Las que nos enseñaron que no hay que bajar los brazos nunca, mucho menos en las malas.Que la crisis política que estos hechos siguen exponiendo, sea la oportunidad para reclamar y ejercitar más solidaridad, más capacidad crítica, más vocación de transformación con la frente en alto. No vamos a pedir perdón por los actos de mierda que tienen sus responsables. Los feminismos tienen más motivos que nunca para aportar a las luchas presentes y por venir. Seamos fuertes y conscientes en la necesidad de ensayar políticas y prácticas que nos permitan recuperar la irreverencia de nuestro feminismo popular y construir una esperanza colectiva, un haz de luz y vitalidad, lo único que nos puede salvar de la oscuridad.
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Fotografía: El grito del sur