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Las huellas de la pérdida: Covid-19 está transformando nuestra relación con la muerte

por RedaccionA marzo 24, 2021
marzo 24, 2021
1,6K

Por: Rosa Chávez Yacila. 24/03/2021

Desde hace un año el mundo vive una época de gran mortandad por la pandemia. La forma en la que fallecen las personas y los nuevos rituales de despedida están causando un impacto en la consciencia individual y de las sociedades. A marzo de 2021, los decesos por el nuevo coronavirus suman más de 2,6 millones en todo el planeta. En Estados Unidos medio millón de personas han muerto por la infección y en Brasil hay alrededor de 2.000 víctimas por día. Para Perú, un país marcado por episodios de impunidad y violencia, las consecuencias todavía son inciertas. Esta semana se superó las 50 mil víctimas de esta enfermedad. OjoPúblico conversó con especialistas en salud e historia, para analizar los impactos sociales de estas enormes pérdidas.

Luis Antonio Brito dice que ya no le teme a Covid-19 ni a la muerte. En abril de 2020, al inicio de la cuarentena, el joven venezolano consiguió trabajo en el crematorio Piedrangel, el más activo en el país durante el estado de emergencia. Brito, que acababa de perder su puesto de ayudante de cocina en un restaurante, nunca antes había trabajado con cadáveres, pero aceptó el reto por necesidad. Su tarea, y la de otros compañeros, consistía en recoger de las casas y los hospitales los cuerpos de los fallecidos por el virus, para luego llevarlos al crematorio. 

“Más que a los muertos, yo le tenía miedo a la enfermedad -dice por teléfono-, pero pensaba en que así era mi nuevo trabajo y me armaba de valor para hacerlo”. Al inicio, le costaba lidiar con el temor al contagio y el dolor de los familiares de las víctimas. Brito ha cargado muertos y consolado deudos por todos los rincones de Lima. Como aquella vez en la que bajó en hombros un cadáver, desde uno de los cerros más altos de Pachacamac, mientras la familia lloraba sin alivio. 

Pero tras tantos meses de trajín ininterrumpido, el joven ha ganado una suerte de escudo que lo protege de la flaqueza. “Mi familia en Venezuela no sabe que trabajo en el crematorio. No quiero que se preocupen por mí, yo estoy bien. La muerte es lo más seguro que tenemos en este mundo, y ahora mismo cualquiera de nosotros puede morir”. 

Quizá no al mismo nivel del joven Brito, pero desde hace un año todos convivimos con la muerte explícita y exacerbada por la pandemia. Una mortandad, a causa de la Covid-19, que no se tenía desde hace casi un siglo. La gripe española de 1918 arrebató 50 millones de vidad en todo el mundo. Esta vez, hasta marzo de 2021, los decesos por el contagio del nuevo coronavirus suman más de 2,6 millones. Estados Unidos, por ejemplo, es el país con más fallecidos por el Sars-Cov-2: casi medio millón de personas. Brasil, que ocupa el segundo puesto, alcanza alrededor de 2.000 víctimas por día.

El Perú, que en un momento de la pandemia llegó a tener la mayor tasa de mortalidad por Covid-19, ocupa un desapercibido, pero aún peligroso puesto 15. Esta lista de países con más víctimas, elaborado por la Universidad Johns Hopkins, contempla las cifras del Ministerio de Salud (Minsa): más de 50 mil hasta la tercera semana de marzo de 2021. Sin embargo, en ese mismo rango el Sistema Nacional de Defunciones (Sinadef) registra más de 117 mil, de las cuales el 53% se concentraron en Lima y Callao.   

Estos recuentos de fallecimientos, que al inicio provocaron horror; después de un año de pandemia resuenan, para muchos, como el llamado de una voz lejana que es preferible ignorar. Como le pasó a Brito, el trabajador del crematorio, parece que hubiera llegado un punto en el que nos hemos endurecido ante la presencia de la muerte en este año de pandemia. 

“MÁS QUE A LOS MUERTOS, YO LE TENÍA MIEDO A LA ENFERMEDAD”, DICE BRITO, UN TRABAJADOR DEL CREMATORIO.

Sin embargo, esa convivencia está provocando estragos que, si bien ya se sienten al día de hoy, tendrán alcances profundos que recién podrán entenderse con los años. OjoPúblico conversó con distintos especialistas en historia y salud para indagar sobre estas huellas sociales, culturales y emocionales que la mortandad de la pandemia nos está dejando. 

Una historia antigua que no acaba

El Perú tiene una antigua y paradójicamente vívida historia con la muerte masiva provocada por enfermedades. Algunos de estos episodios han sido, por ejemplo, las miles de muertes que se reportan en el Tahuantinsuyo, causadas por los diversos virus que llegaron con los españoles; la fiebre amarilla de 1868; la peste de inicios del siglo XX; la gripe española en 1918; o más recientemente, en 1991, el cólera. 

Si bien estos sucesos ocurrieron en épocas y contextos muy distintos, y en las que -por solo mencionar un detalle- no mediaban la hiperconectividad de las personas y las redes digitales, varios de sus impactos se repiten una y otra vez en la sociedad. Julio Nuñez, historiador de la salud y docente de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) menciona que “otras epidemias también han ocasionado esta situación de desamparo, sufrimiento y dolor ante la muerte que estamos viviendo y que generan mucho impacto en el imaginario cultural de la población”. 

Para el historiador, hechos tan inmensos y contundentes como el de esta pandemia dejan a la población resquebrajada de una forma que, como ya se ha visto antes, no es fácil de remontar.  

Covid-19 en Arequipa
VÍCTIMAS. Solo en Perú, esta semana se registró un acumulado de más de 50.000 fallecidos oficialmente por Covid-19
Foto: OjoPúblico / Diego Ramos

Camila Gianella, directora ejecutiva del Centro de Investigaciones Sociológicas, Económicas y Antropológicas (Cisepa), reconoce otro periodo de muerte exacerbada que ha marcado la historia peruana para siempre, aunque no está relacionado a una enfermedad: los años de violencia terrorista, el conflicto armado interno. En esos años, los más afectados por la muerte quedaban con heridas mentales que, luego, se han heredado de generación en generación. 

“Algo que se da ahora y también ocurrió en ese entonces es la sensación de desesperanza y la falta de reconocimiento”, explica la psicóloga experta en salud pública a OjoPúblico. Para la especialista, en aquel periodo los deudos sufrieron el maltrato y la indiferencia del Estado que los deudos actuales también están padeciendo.

Con un sistema de salud que no se da abasto y una institucionalidad débil, que no inspira confianza ni repara, la gente queda desolada y sin ninguna protección ante la tragedia. “Todo lo que está pasando, como ocurrió años atrás, puede traer consecuencias de largo tiempo, hay gente que podría quedar muy afectada en su psique. Se está generando un clima en función de la desconfianza”, añade.

Lo íntimo y lo colectivo  

La elevada mortalidad del último año está provocando consecuencias personales y colectivas que determinarán los siguientes años. Muchas de estas ya son evidentes en las íntimas dinámicas familiares y también se sienten en los ambientes públicos. 

“En una dimensión personal, cada uno guarda una historia directa o indirecta de dolor, de pérdida, de impotencia: una queja violenta, a veces silenciosa, pero que no se olvidará en mucho tiempo”, dice Marcel Velázquez docente de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y autor del libro “Hijos de la Peste”, sobre las consecuencias de la mortandad en los hogares.

“En una dimensión social, más de 120.000 muertos en un año es una catástrofe que convertirá al Perú en un país más pobre, no solo en la dimensión económica, sino en todos los órdenes”, le dijo Velázquez a OjoPúblico.

Para el autor del libro que explora las consecuencias sociales y culturales de las grandes epidemias en Perú, la muerte multiplicada por Covid-19 es un recordatorio de la vulnerabilidad de la vida, que traerá dos graves consecuencias: “el debilitamiento del vínculo social y la afectación de la salud mental”.

La muerte transformada

Una de las consecuencias más graves y palpables de la pandemia es la alteración radical de los rituales en torno a la muerte. De súbito, la gente ha sido obligada a prescindir de las despedidas en el último instante, los velorios y las ceremonias fúnebres, los abrazos de pésame. 

Los funerales y las tumbas, sobre todo al inicio de la pandemia, fueron reemplazos casi por completo por la cremación y las urnas. De hecho, el crematorio Piedrangel -donde trabaja el joven venezolano Brito- pasó de cremar entre 200 a 300 cadáveres en un año a 16 mil. “Hay días en los que termino con el cuerpo adolorido de cargar tantos cadáveres”, cuenta.

ENTRE 10% Y 12% DE LOS MUERTOS POR COVID-19 HAN FALLECIDO EN SUS DOMICILIOS. 

“La muerte es una construcción social y la sociedad le da una suerte de condiciones: el velorio, el entierro, el duelo, que deben ocurrir para poder sobrellevar la pérdida lo mejor posible”, dice el historiador de la salud Julio Núñez.  

“Existen muchos casos de sufrimiento extremo por no poder despedirte de cerca de tu difunto, en vista de esa necesidad que tenemos de seguir con el familiar y no querer separarnos de este incluso después de la muerte -explica Núñez-. Esto ha generado un trauma psicológico muy profundo en nuestra sociedad”. 

Para la directora ejecutiva del Cisepa, Camilla Gianella, todas estas alteraciones dificultan la vivencia del duelo. “A veces no se entiende, pero la forma en la que nos despedimos tiene para la gente un significado: es un espacio de contención social -explica-. Con la Covid-19 esto no se está permitiendo, lo que dificulta experimentar el duelo, que es ceremonial y culturalmente muy necesario”.

La experiencia del duelo, a la luz de estas transformaciones dramáticas, está siendo estudiado por diversos especialistas. Por ejemplo, un estudio en Europa da cuenta del posible crecimiento del trastorno de duelo prolongado -en el cual la persona permanece en el luto y no puede hacer su vida- debido a las circunstancias de la pandemia. Otro artículo publicado en la revista Jama, de la Asociación Médica Americana, explora las consecuencias de la Covid-19 en la salud mental y encuentra que los deudos no solo pueden experimentar el duelo prolongado, sino también el trastorno de estrés postraumático.  

crematorio
DESPEDIDAS SOLITARIAS. Los funerales y las tumbas, sobre todo al inicio de la pandemia, fueron reemplazos casi por completo por la cremación y las urnas.
Foto: OjoPúblico/ Gustavo Callapiña

Camila Gianella identifica, además, sentimientos como la culpa, que le dan a la pérdida una nueva dimensión, más negativa. También aparecen el estigma y la vergüenza, por haber padecido los azotes de una enfermedad infecciosa, cuyo contagio muchas veces es asociado con la irresponsabilidad.

“Las familias sienten culpa por lo que no hicieron o lo que pudieron hacer mejor para salvar a sus familiares. O sienten culpa por haberle pasado la enfermedad a su ser querido -dice Gianella-. Y encima hay que sumarle esa suerte de vergüenza y el estigma, que el propio gobierno ha alentado”.

El trayecto circular

“La muerte es una construcción social y la sociedad le da una suerte de condiciones que son propias de occidente”, dice Julio Núñez. Esta concepción occidental a la que se refiere el historiador de la salud, ha sido moldeada desde más o menos el siglo XIX, como lo cuenta el historiador francés Philppe Ariès en su libro “Morir en Occidente”. 

Para Ariès, la humanidad en este lado del mundo pasó de la “muerte domesticada” en la Edad Media (las personas estaban familiarizadas con el fin de la vida, la gente moría en sus casas y la muerte era un acontecimiento público); a la “muerte salvaje” en las sociedades industrializadas (es una experiencia vergonzosa y privada, y el lugar de la muerte es el hospital). 

De cierto modo, en Perú, Latinoamérica y el mundo se ha retornado a las prácticas mortuorias de la época medieval. Por ejemplo, muchos han preferido o se han visto obligados a dejar que sus familiares reciban la muerte en casa, debido al colapso de los hospitales y la falta de oxígeno: según las cifras del Minsa y el Sinadef, entre 10% y 12% de los muertos por Covid-19 han fallecido en sus domicilios. 

La muerte, además, es de nuevo pública, por la mediación de Internet. En las redes sociales, todos los días cientos de personas publican mensajes de despedida a sus familiares y seres queridos fallecidos por la nueva enfermedad. También están los pedidos urgentes, en las mismas redes y medios de comunicación, para salvar a sus enfermos. Solo en Twitter, como informó OjoPúblico en un reportaje, desde el inicio de la pandemia han circulado 59.074 mensajes sobre el impacto de la Covid-19, así como pedidos de ayuda o denuncias sobre el servicio de salud del sector privado. 

“Las redes sociales no solo son un medio de expresión, sino sobre todo un medio de configuración de la experiencia de la realidad, que moldean y determinan ciertas formas de vivir la pandemia -sostiene Marcel Velazquez-, y este es un punto que no se está tomando mucho en cuenta”. 

De la negación al olvido o la reconciliación

Las crisis exigen la búsqueda de soluciones. Aunque el camino para encontrarlas presente obstáculos o retrocesos. El historiador de la salud, Néstor Núñez, reconoce en la Covid-19 un tránsito conocido en la historia de las epidemias. 

“El doctor Charles Rosenberg sostiene que las epidemias tienen un ciclo: una primera etapa de desconcierto, luego está el miedo, después la resignación y, finalmente, se llega a la etapa de olvido. Esto último está pasando aquí en Perú, no hemos tomado en cuenta las experiencias previas para afrontar mejor el problema”, explica Núñez. 

LA PESTE LLEGÓ EN 1903 Y SE QUEDÓ HASTA 1930, CON OLAS Y PICOS EN ESE PERIODO, EXPLICA NÚÑEZ.

Una mejor revisión del trayecto de la epidemiología nacional y mundial, según Núñez, habría ayudado a prevenir o contener la segunda ola de muertes en Perú. Si no se hacen cambios, insiste, el país podría afrontar una tercera ola: “La peste llegó en 1903 y se quedó hasta 1930, con olas y picos en ese periodo. Que no se aprenda de esa y otras experiencias es un error grave de las autoridades”. 

Camila Gianella, por su parte, opina que ya va siendo el momento de que el gobierno proponga maneras de reparar a las familias golpeadas por las muertes traumáticas. “Hay que hacer algún tipo de trabajo memorial que diga ‘estos fueron los que se murieron’. Se tiene que reconocer a las víctimas más allá de las cifras -propone-. Estos lugares de reconocimiento te dan una forma de conmemorar a tu muerto en ese espacio socialmente contenido. Esto es muy importante”.

Este medio también conversó con el psicoanalista Moisés Lemlij, autor de distintos estudios sobre la cultura de los Andes, acerca de las grietas que deja la muerte en pandemia y las posibilidades del futuro. “Lo primero que aquí hay es confusión, perplejidad, un sentimiento de siniestro incomprendido”, dice. 

Esa impresión lleva a muchos a querer salvar sus vidas, incluso a costa de los demás. Para explicarlo, el psicoanalista usa la figura de un bote en medio del mar, donde varios pasajeros deben trabajar en equipo para salvarse. “O todos remamos juntos o nos hundimos juntos. Pero, a pesar de saberlo, cada quien agarra su remo para sí solo -dice-. O piensa que haciéndole un hueco al bote se va a ahogar solo el vecino, y no todos”.  

Según Moisés Lemlij, los sentimientos de impotencia, desamparo y rabia que viven las personas debido a las muertes extremas son naturales y humanos. Sin embargo, “hay el momento del castigo, del juicio, pero también debe haber el momento de la reconciliación, de trabajar juntos y de colaborar con tus rivales. Eso es lo que se está jugando en Perú”.

LEER EL ARTICULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: Ojo público

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