Por: Mariano Féliz, Melina Deledicque. 03/02/2025
Parte I
Vengo de un tiempo de plagas y sequías.
Pero a sangre y sudor se hizo cosecha.
Más lo que se pudo que lo que se quería.
Y heme aquí, latiendo aún esta fecha.
No me sé el camino, sólo tiran de mí
los anhelos, de posibles maravillas.
Buena Fe y Silvio Rodríguez, La Tempestad, Disco “Sobreviviente”, 2017
El triunfo del autodenominado anarco-capitalista Javier Gerardo Milei (y su coalición política La Libertad Avanza -LLA-) en las elecciones presidenciales de fines de 2023 en Argentina fueron una sorpresa y un llamado de atención para todos y en especial para la izquierda. Que en el marco de una crisis brutal y prolongada la salida elegida por la población haya sido “por (extrema) derecha” debe llamarnos a la reflexión colectiva y profunda. ¿Qué sucedió? ¿Por qué? ¿Qué tareas tiene la izquierda para contribuir a construir una salida colectiva del infierno anarco-capitalista?
Crisis y transformación del capitalismo en Argentina
Este giro político se construyó sobre una crisis profunda del capitalismo argentino. A la salida de la crisis del neoliberalismo en el país (1998-2002), los sectores dominantes encontraron en la estrategia neodesarrollista un camino para intentar reencauzar el crecimiento económico y contener la conflictividad social. Luego de una sostenida recuperación de la economía entre 2002 y 2011 (con la intermitencia de 2008/2009), los desequilibrios macroeconómicos se acentuaron y la economía entró en un proceso de inestabilidad y estancamiento duradero. En efecto, pocos años después de la crisis global de 2007/2008, la economía argentina emprendió un rumbo desde la consolidación de un proyecto neodesarrollista a su crisis transicional (Féliz, 2014). Si bien todos los países de la región enfrentaron una caída en sus tasas de acumulación de capital a partir de la crisis global, en el caso argentino el deterioro fue brutal: el producto bruto por habitante cayó un 8,9% entre 2011 y 2022, la economía estuvo en recesión en 7 años en ese período y la inflación se aceleró hasta llegar a casi 300% anuales en 2023. La crisis prolongada desordena la vida de las mayorías trabajadoras y constituye la construcción poco a poco de una demanda de orden que la ultraderecha sabe capitalizar (Piva, 2024).
En simultáneo, observamos un proceso de acelerada precarización y transformación del mercado de trabajo y la estructura socio laboral. En este período de crisis, el empleo privado formal casi no creció, mientras aumentó el empleo en el sector público y asalariado precarizado pero, sobre todo, se multiplicó exponencialmente el empleo no asalariado. Esto llevó a considerar la transformación del sujeto del cambio social. El histórico movimiento obrero organizado, apoyado en el empleo asalariado formal en la industria manufacturera, abrió paso al precariado (usamos este término por falta de otro más preciso). Este nuevo sujeto trabajador colectivo se presenta precarizado y fragmentado, feminizado, racializado y enjuvenecido, no remunerado o pésimamente pago, y flexible. Una parte sustancial de ese nuevo proletariado hiperprecarizado (el precariado) se forjó como fuerza de trabajo en relaciones laborales configuradas en torno a las nuevas tecnologías del llamado capitalismo 4.0. Esas tecnologías (basadas en las plataformas digitales, redes sociales, teléfonos celulares y sus apps y, crecientemente, algoritmos, inteligencia artificial y robotización) contribuyen a conformar una fuerza de trabajo flexible y altamente fragmentada, fluida pero individualizada y precaria.
Nueva morfología del sujeto del cambio social
Dentro de esta nueva morfología de la clase obrera se construyó una nueva ideología del trabajo. Históricamente el trabajo se percibía como algo que la sociedad proveía, a través de las empresas y las políticas estatales. El desempleo se presentaba como un problema de orden macroeconómico, que el Estado debía abordar desde ese lugar. La respuesta al desempleo de masas sería el “capitalismo con inclusión social”.
Sin embargo, de manera creciente comenzó a consolidarse la idea de que frente a la ausencia de empleo y la incapacidad del Estado de generar las condiciones para “crearlo”, la principal alternativa para sobrevivir era constituirse en emprendedor (Nunes, 2024a, 2024b). Para quienes no pudieran ser incluidos en el crecimiento macroeconómico, en general mujeres jóvenes racializadas, se crearía un abanico de programas sociales y transferencia condicionada de ingresos. Con ese fin en mente, a finales de los noventa y con apoyo del Banco Mundial y otros organismos similares, comenzó a vislumbrarse la idea de que a partir de la promoción estatal, trabajadores en pequeños emprendimientos productivos podrían convertirse en sus propios jefes y construir un destino para sí mismos y sus familias. Numerosos programas estatales de “inclusión social” tenían un contenido emprendedor. Muchos de estos programas se convirtieron a la vez en instrumento político para neutralizar la conflictividad social nacida de las entrañas del neoliberalismo, conflictividad materializada en la multiplicación de nuevos movimientos sociales piqueteros, con fuerte anclaje territorial en barrios populares precarios de todo el país.
El sujeto emprendedor y la pandemia
A partir de la profundización de la crisis, el espíritu emprendedor empezó a permear la subjetividad popular. La figura del emprendedor y el colaborador del capital avanza en el corazón de la fuerza laboral precarizada. Este desplazamiento opera la sustitución del patrón como personificación de la explotación capitalista por el mercado como abstracción real, naturalizada. El mercado aparece como una presencia dit divina, más allá del control social colectivo, digamos como fuerza natural (o “fuerzas del cielo”, a las cuales remite permanentemente el presidente Milei). La explotación se presenta como un hecho totalmente velado y lo único que cada quien enfrenta es su propio esfuerzo, destreza y sobre todo, astucia, para destacarse y triunfar. Este “optimismo cruel” (Berlant, 2020; Berlant & Golubov, 2012; Haber, 2020) carga sobre cada quién los méritos del éxito individual y, sobre todo, los costos del fracaso. La conexión con la retórica religiosa, en especial la propagada por las iglesias evangélicas en América Latina, es clara: cualquier tropezón será una prueba en el camino de los elegidos, quienes serán, ni más ni menos, aquellos que puedan eventualmente triunfar.
En simultáneo, la pandemia de COVID-19 entre 2020 y 2021 abonó el sustrato de un creciente rechazo visceral al Estado neodesarrollista. Mientras las políticas de aislamiento social y reducción de la circulación de personas forzaba a millones de trabajadores precarizados a perder buena parte de sus ingresos y, al mismo tiempo, obligarlos a trabajar más precariamente aun a riesgo de contagiarse o ser sancionados por el Estado, cientos de miles de trabajadores estatales continuaron recibiendo sus ingresos plenos mientras realizaban tareas desde la seguridad de su casa o simplemente se mantenían en aislamiento. La contradicción entre el discurso y políticas sanitaristas de aislamiento obligatorio y la necesidad material de la reproducción de la vida de millones de trabajadores precarios, operó como catalizador de un estado de resentimiento contra lo estatal, macerando poco a poco el ideario libertario. En ese contexto, Milei adquirió centralidad mediática, liderando y acompañando movilizaciones callejeras contra el control estatal.
Milei, el paleolibertario
La elección de Milei en 2023 se montó de alguna forma en estas transformaciones. El avance paleo-libertario se constituye como parte de un ciclo global de crisis de las democracias formales, la ampliación de formaciones políticas de ultra-derecha y la configuración de nuevas formas de gobierno (i)liberal que sólo formalmente respetan las normas del Estado liberal burgués. Ese tsunami de mutaciones políticas incluye formaciones más o menos nacionalistas (Trump en EE.UU., Orban en Hungría, Bukele en Salvador) o liberales (Truss en UK, o Milei), pero siempre conservadoras, racistas, anti-feministas y reactivas a los derechos conquistados e instituidos en el Estado social de finales del siglo XX.
El discurso paleolibertario del anarco-capitalista Milei ataca el corazón del neodesarrollismo. Si el precariado asume la forma de emprendedor o colaborador del capital, lo hace rechazando al Estado como medio para la solución de los problemas que el capitalismo produce. Como dijimos, la pandemia de COVID-19 alimentó aún más ese ideario. El Estado aparece como la causa de tales problemas o al menos, como un estorbo para que la meritocracia popular opere sin restricciones. Podríamos asumir que este es un fenómeno político reciente o nacido en el vacío, pero sabemos que no es así. Parafraseando a Semán y sus coautores, las bases del apoyo de masas a la destrucción del Estado social “está entre nosotros” desde hace tiempo (Iuliano, 2024; Semán & Welschinger, 2023; Vázquez, 2023). Desde el inicio de la crisis transicional se aprecia una valoración más consciente “del valor de la libertad, la afinidad con el libre mercado a ultranza, la crítica de las instituciones igualitarias y públicas, con el repudio creciente al legado kirchnerista” (Semán & Welschinger, 2023), que se expresa en la consolidación de un espacio de centro derecha novedoso en el campo electoral. El triunfo de Mauricio Macri en 2007 como Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), y luego como presidente (entre 2015 y 2019) confirmaron ese camino. Aún luego de la profundización de la crisis entre 2017 y 2019, el presidente Macri obtuvo casi el 41% de los votos en su fallido intento reeleccionista. En algún momento especulamos con la posibilidad de que ese espacio efectivamente pudiera canalizar la representación política del precariado (Féliz, 2019) pero en los hechos no ocurrió. El PRO no pudo penetrar la base social tradicionalmente anclada en el campo del peronismo, y sólo consolidó el centro de la representación política del anti-peronismo histórico.
En ese marco, la combinación de un discurso anti-estatista y favorable a la iniciativa individual (es decir, en el campo de sentidos construido por el emprendedurismo) abrió el camino a formar el núcleo duro de un nuevo espacio político de ultradecha. Ese nuevo espacio puso en crisis las bases de los acuerdos construidos en Argentina a la salida de la última dictadura cívico-militar-eclesial (1976-1983). La crisis económica de largo aliento opera como una guerra de desgaste contra las clases populares (Féliz, 2024a) que progresivamente pone en crisis la democracia como sistema de representación política y el Estado social como forma de promoción de la “justicia social” (Borovinsky et al., 2024).
Con un discurso violento, de odio hacia la democracia y el Estado social (encarnado en una mítica “casta política”), Milei supo atraer a una fracción significativa del precariado y las tradicionales fuerzas conservadoras (anti-peronistas, anti-comunistas). Entre los primeros, el núcleo duro parece estar entre sectores juveniles y masculinos, mientras que entre los últimos abreva sobre todo en adultos mayores de tradición conservadora y la “baja alta clase media” (Nunes, 2024), cuya posición relativamente acomodada se encuentra “constantemente acechada por el fantasma de la movilidad social negativa”. El miedo a caer ‘cuesta abajo en la rodada’ y volverse un nuevo pobre (Minujín, 1995), se convierte en un poderoso motor de una suerte de fascismo popular o desde abajo.
Parte II
Absurdo suponer que el paraíso
Es solo la igualdad las buenas leyes
El sueño se hace a mano y sin permiso
Arando el porvenir con viejos bueyes
Silvio Rodríguez, Llover sobre mojado, Disco “Tríptico (Vol. 2)”, 1996
El avance de las ultraderechas en todo el mundo y en particular en Argentina en su versión anarco-capitalista, abre la pregunta sobre el rol de las izquierdas, sus limitaciones y posibilidades.
La austeridad y la represión avanzan
Cabe enmarcar la reflexión en una revisión de los principales ejes articuladores de las políticas llevadas adelante por el gobierno de Milei en su primer año. Ese marco general nos permitirá comprender el cambio radical en el campo político abierto dentro de las transformaciones reseñadas previamente.
Por un lado, el gobierno de Milei viene desarrollando una política de austeridad brutal en el Estado nacional y promoviendo ajustes sustantivos en los estados subnacionales (provincias y municipios). La austeridad se expresa formalmente en la búsqueda de un superávit fiscal suficiente para financiar el pago de la deuda pública. Ello se ha organizado en torno a dos políticas generales denominadas ilustrativamente como la “motosierra” y la “licuadora”. La motosierra remite a la reducción y eliminación despiadada de instituciones, programas y oficinas estatales, forzando el despido masivo de los trabajadores más precarizados dentro del Estado. En 2024, la planta de trabajadores estatales a nivel nacional se redujo casi un 10%. Si bien los despidos fueron generalizados, la motosierra se concentró especialmente en la desarticulación de espacios y políticas orientadas a proteger a minorías y sectores vulnerables: eliminación del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad creado en 2019, la supresión del INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo) creado en 1995, o el cierre de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI), creada para ayudar en la búsqueda de niños apropiados ilegalmente durante la última dictadura militar (1976-1983). Comenzando el 2025, el gobierno aceleró la motosierra, produciendo despidos masivos en los Espacios de Memoria y en áreas sensibles en el Ministerio de Salud, como el Hospital Nacional en Red “Lic. Laura Bonaparte” (único hospital nacional de salud mental) y los programas de VIH, ITS, y Tuberculosis, entre otros. En paralelo, el ajuste en el gasto público se ha concentrado en la “licuadora”, que remite básicamente a congelar o aumentar por debajo de la inflación el gasto en determinados rubros relevantes, de manera de reducirlos progresivamente en términos reales. En tal sentido, el gasto del Estado nacional se ha achicado en casi 30% respecto de la inflación durante 2024, con caídas concentradas en el gasto en seguridad social (pensiones y jubilaciones, y programas sociales canalizados a través de organizaciones sociales y comunitarias), en educación y ciencia (principalmente, universidades públicas nacionales y organismos de ciencia y técnica), en salud (hospitales públicos nacionales), subsidios al precio de servicios públicos (como agua, electricidad, transporte), y obras de infraestructura (desde reparación de edificios públicos a obras de agua potable o construcción y reparación de carreteras). El superávit fiscal se ha conseguido sobre la base de la destrucción del capital social colectivo acumulado en décadas y la precarización aún mayor de la vida colectiva.
Por otra parte, el gobierno ha sostenido una política de represión y persecución a las organizaciones sociales, sindicales y políticas que activamente han enfrentado la austeridad (Santoro & Waldhüter, 2024). En particular, los movimientos sociales piqueteros han sido atacados con el recorte sostenido en los recursos que recibían del Estado para el desarrollo de actividades comunitarias y a partir de la judicialización y represión de la movilización callejera contestataria. Estas organizaciones se habían convertido en la etapa neodesarrollista en una suerte de correas de transmisión de un sinnúmero de políticas sociales que apuntaban a atender situaciones de emergencia en barrios y comunidades precarias pero organizadas. Las políticas sociales se configuraron como formas de integración (parcial y conflictiva) de las organizaciones sociales en el Estado ampliado, la disputa por el control de la reproducción social y el control político de la acumulación. El gobierno de Milei se propuso desde el inicio, desarticular a las organizaciones sociales, cortando los fondos públicos que recibían pero sobre todo persiguiéndolas (Féliz, 2024b). En pocos meses, las calles de la capital del país habían sido “liberadas” de la mayor parte de las movilizaciones piqueteras, y otras manifestaciones fueron reprimidas o limitadas (CELS, 2025a, 2025b). Cierto es que los movimientos populares siguieron en la disputa, con algunas movilizaciones muy masivas (por ejemplo, en defensa de la universidad pública el 23 de Abril y el 2 de Octubre de 2024, y dos paros generales convocados por las centrales sindicales el 24 de Enero y el 9 de Mayo de ese año). Sin embargo, la mayoría de las organizaciones y movimientos sociales han visto retraída su actividad y reducida su masividad, concentrándose nuevamente en la batalla cotidiana para contribuir a la reproducción de la vida en los barrios populares (Murillo, 2024). Los sectores populares organizados enfrentan un progresivo deterioro en su capacidad de sostener su resistencia al permanente asedio que sufren desde hace una década (Féliz, 2024a; Mosquera, 2024; Piva, 2024).
La izquierda entre el abismo y la utopía
En ese marco general de avance de la austeridad y la represión, podríamos afirmar que en Argentina la izquierda opera incrédula frente a las novedades de la etapa. De alguna forma continúa inmersa en una suerte de sleepwalking incapaz de soñar más allá del retorno al mito de un socialismo ideal. Volvemos de memoria a la Comuna de París y a la revolución de octubre, recordamos la revolución cubana de 1959, el mayo francés o el Cordobazo argentino de 1969; nos sabemos de memoria la historia del Caracazo o el “Que se vayan todos” de diciembre de 2001. Pero solemos hacerlo con una nostalgia utópica (Hilb, 2019; Traverso, 2016). El problema es que esa forma de abordar nuestra propia historia se presenta como una pátina que recubre el discurso y praxis de izquierdas en el país e impide soñar con nuevas utopías. La memoria no puede ser tan solo un ejercicio de construcción de mitos, fetiches de museo. Al contrario, debe permitirnos reflexionar sobre la praxis histórica del pueblo, sobre sus triunfos y derrotas, sus sueños y utopías. Debe ser un instrumento que nos sirva para aprender a luchar, nos permita salir del realismo capitalista del cual hablaba Fisher (Fisher, 2018) y nos impide enfrentar el sueño totalizante de la nueva derecha, que se presenta como la única que se atreve a proponer un futuro (Galliano, 2020a, 2020b, 2024).
Las transformaciones que atraviesa la sociedad contemporánea, en particular en territorios dependientes, y en especial en Argentina, nos invita a registrar los cambios en el ser social y por lo tanto en la conciencia colectiva, parafraseando a Marx. ¿Es posible aún construir un mundo en que quepan muchos mundos como decía el Zapatismo en 1996? (Comité Clandestino Revolucionario Indígena – Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, 1996)
Es cierto que en Argentina no es una novedad que la izquierda enfrente dificultades para ganar voluntades en el seno del pueblo. Tener las “ideas correctas” no asegura interpelar al sujeto de la revolución, más aún si el peronismo se convirtió históricamente en el marco de interpretación política de una parte importante dentro de las clases populares. En las últimas décadas, en su versión socialdemócrata kirchnerista, el peronismo pretendió convertirse en la única izquierda posible. “A nuestra izquierda, la pared”, solían decir algunos de sus referentes (El Destape, 2023). Claro que esa “izquierda” reformista no es más que un neoliberalismo progresista, como sugiere Nancy Fraser (Alabao, 2020; Kalewche, 2024). No pretende correr los límites de lo posible sino sólo se adapta a ellos. En esa modalidad, la acción desde las izquierdas debe ir más allá de la retórica y los caminos conocidos, y fracasados. El realismo político se convierte en una trampa que impide los cambios radicales.
Salir de la modorra y politizar la rabia
Entonces, ¿qué le cabe hoy a la izquierda radical, con vocación transformadora? Primero, reconocer que no alcanza con “saber qué hacer”. Es más, mejor saber “qué no hacer”, como dice el compañero Miguel Mazzeo. La derecha, Milei en Argentina, con su discurso, ha conseguido encontrar núcleos de verdad que penetran el sentir de una fracción importante de la población. Tal vez, entonces, haya que empezar por pescar en las luchas del pueblo aquello que suma, multiplica, y, por lo tanto, funciona como catalizador de más lucha. La clave está en encontrar nuevos horizontes de resistencia que articulen la rabia y la indignación ante un mundo cruel e injusto (Lorde, 2003, 2017; Vronsky, 2024), frente al odio que, por momentos, la derecha logra condensar tan eficazmente.
Retomar la idea de que el cambio social se construye desde abajo y sin permiso, en la lucha y a través de ella. Claro está, no estamos hablando aquí de “luchismo” (o la lucha por la lucha misma). Si la lucha no es la forma de una praxis transformadora y una pedagogía, no es más que mímica. La lucha como acción práctica debe buscar en el accionar colectivo esas vetas de verdad que se encuentran ocultas -como sugería Gramsci- en el sentido común. Pues como sostenía Lukács, es desde la posición del pueblo oprimido desde dónde puede encontrarse la verdad de la opresión. No alcanza con describirla, hay que sentirla.
En este sentido, es clave salir de cierta inercia en la que las organizaciones populares han entrado producto de la desesperación por el avance de la ultraderecha, por efecto de la violencia y persecución, y por la crisis de la estrategia de integración neodesarrollista al Estado. No luchar no es opción. Hay que abandonar una frase que en 2024 ha circulado mucho, sobre todo entre el progresismo desmoralizado: “fingir demencia”. La vida no puede discurrir como si nada estuviera pasando. Hay que recuperar las utopías en el sentido propuesto por Eduardo Galeano, como horizonte que guíe nuestras prácticas en el presente.
Por último, si algo es llamativo de la actualidad es la derecha hablando del comunismo como un fantasma que recorre el mundo. En la era de la inteligencia artificial y la regulación algorítmica de la vida cotidiana, la derecha sueña (o tiene pesadillas) con obreros rojos. Al parecer, la ultra-derecha es más consciente que la izquierda misma de los límites del capitalismo y su sepulturero. Luego de la crisis global de 2008 y la crisis de la pandemia capitalista de 2020, el capital recurre sistemáticamente a la retórica de la guerra fría para intentar superar el pánico que le provoca la incertidumbre radical de la época (Piva, 2024). Este es el punto de partida para una nueva era de circulación de luchas radicales.
La izquierda debe salir de la modorra que la ata al pasado y por lo tanto a un presente sin límites. Es decir, es necesario recuperar la disposición a la lucha y la resistencia. Tal vez, como sugería el escritor anarquista Osvaldo Bayer, sea necesario recuperar la incorruptible oposición anarquista a todo lo dado, a todo lo sólido, para que por fin, se desvanezca en el aire.
Referencias
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Fotografía: Contra hegemonía web