Por: Ignacio Budano. 09/11/2021
En la vorágine de lecturas fotográficas de Twitter leí en algún momento del año pasado que si el trabajo docente se eternizaba en el formato virtual, el autor -o probablemente la autora-, prefería cambiar de trabajo. Cito de manera tan poco noble esta idea para remarcar algo que para ciertos desprevenidos debe advertirse: somos las y los docentes quienes más anhelamos la presencialidad.
En el tiempo de clases transcurridos a lo largo de este año confirmamos lo que el año pasado advertíamos: nada iguala a la escuela que conocemos. Esa escuela es deseada por chicas y chicos, familias y docentes. A esa añoranza se suma la de autoridades y comunicadores que le atribuyeron en todo este tiempo funciones que ya tiene: espacio de aprendizaje, de socialización, de contención, de construcción de identidad, de prevención de abusos y maltrato y, por sobre todas las cosas, ser ordenadora de rutinas familiares. Siendo esto último una necesidad básica de muchos que no es garantizada con la nueva anormalidad: los horarios reducidos o distintos según la edad (algo que se intentó atenuar desde los equipos escolares pero que no resulta nada fácil) y las burbujas que se cierran por casos sospechosos o confirmados no logran garantizar eso que para las familias resulta una necesidad imperiosa.
Todo esto forma parte de un debate serio que se parece poco al de la inmediatez: ¿cuál es el rol de la escuela? Y, en todo caso, ¿qué debe priorizarse? Más allá de ese debate existen dos realidades difíciles de contrastar: la mayor cantidad de demandas no va acompañada de mayor cantidad de recursos y mayores atribuciones implican tiempos y espacios que van en detrimento de otros.
los sectores medios que se incorporaron a la vida política lo hicieron a partir del ideario de la movilidad social ascendente que prometía la escolaridad, el desarrollo de los planes quinquenales iba necesariamente acompañado del desarrollo de las escuelas técnicas Compartir:
Pero esta nueva anormalidad escolar que trascurre entre advertencias de distanciamiento -tan antinatural para chicas y chicos-, el uso adecuado del barbijo y la obligación de sentarse en filas de a uno, permitió realizar una observación de campo que no estaría mal que se tenga en cuenta: los grupos reducidos permiten, como lo sospechábamos, más espacio de apropiación de contenidos así como una atención más adecuada a la amplia diversidad que se presenta como desafío cotidiano.
La Argentina se construyó y se reinventa desde la escuela: la formación del Estado-Nación que delimita el territorio que habitamos coincide con el desarrollo del dispositivo escolar, los sectores medios que se incorporaron a la vida política lo hicieron a partir del ideario de la movilidad social ascendente que prometía la escolaridad, el desarrollo de los planes quinquenales iba necesariamente acompañado del desarrollo de las escuelas técnicas. La crisis estructural -producto de décadas de políticas neoliberales que produjo el estallido social del 2001- impactó antes, durante y muchos años después en la escuela que fue, junto a otros actores sociales y estatales, la que intentó que el tejido social no se desmembrara del todo.
En el tiempo de clases transcurridos a lo largo de este año confirmamos lo que el año pasado advertíamos: nada iguala a la escuela que conocemos. Esa escuela es deseada por chicas y chicos, familias y docentes Compartir:
Cerrar escuelas resulta entonces una idea insoportable en nuestra subjetividad. ¿Qué pasaría si las evidencias científicas demostraran que resulta lo mejor para el cuidado de toda la población? Doy fe que la preocupación del colectivo docente pasa más por el desborde sanitario que por los contagios propios: en jurisdicciones como CABA, la vacunación a las trabajadoras y trabajadores de la educación no llega al 20%, pero nuestra preocupación central no está ahí. Realizamos una tarea de cuidado y tenemos una responsabilidad social. Trabajamos en las escuelas y observamos que las aulas de ventilación cruzada muchas veces existen solo en la imaginación de los funcionarios, que los baños se comparten, que las chicas y los chicos se acercan todo el tiempo y que el porcentaje de familias y docentes que viaja en transporte público es alto.
Porque parece ser que hay evidencias y evidencias, especialistas y especialistas. A principio de año se dijo hasta el cansancio que estaba comprobado que los chicos no se contagian, o no contagian, o algo así. Contra lo que se decía para esta fecha el año pasado. Parece que el virus más contagioso del que tengamos memoria es menos contagioso en escuelas que el resto de los virus y las bacterias. Como en 2020 nos volvimos todos infectólogos, yo solo intervengo para recordar algo: la cantidad enfermedades nuevas se contagian las chicas y los chicos que comienzan su trayectoria escolar en el nivel inicial. Por más que existan voces claras como las del doctor Oscar Atienza que sugieren que la presencialidad escolar es el detonante de los aumentos de casos vamos a negarlo por todo lo que implica la escuela. Sinceramente no puedo tener claro si la vuelta a clases es la causante del aumento exponencial de los contagios, pero no tengo dudas que si se demostrara algunos de los que dijeron otra cosa no lo van a admitir. No lo harán los comunicadores que solamente se forman leyendo las noticias del día como así tampoco las autoridades que en su vida estuvieron a cargo de una sala, grado o curso y están asesorados por especialistas que en su vida estuvieron a cargo de una sala, grado o curso. Pasaron un año sin hacer otra cosa que diseñar protocolos inviables y contradictorios. Ante otro posible cierre, siguen ahí los problemas de infraestructura, falta de conectividad y dispositivos. Forzar a la escuela hasta donde se pueda y como sea para que algunas incapacidades no queden expuestas. Esa escuela que funciona como estructura de nuestro país debe garantizar el cuidado de la población y debe ser cuidada. Un cierre temporal y la toma de medidas para el retorno a la presencialidad -como pueden ser la contratación de micros escolares para el traslado de la comunidad educativa en el AMBA y la vacunación del personal docente sobre todo en el caso de los que tienen más de una burbuja a cargo- son medidas necesarias para garantizar esa escuela que es deseada por todos y no la que pretende ser forzada por unos pocos.

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Fotografía: Panamá revista