Por PETER S. GOODMAN. NYT. 23/01/ 2017
DAVOS, Suiza — Tal vez has notado que en muchos países hay una cantidad nunca antes vista de personas enojadas con la élite económica y su tendencia a acaparar el botín de la globalización. Esta ola de ira llevó a Donald Trump a la Casa Blanca, empujó al Reino Unido a votar por salir de la Unión Europea y amenaza el futuro del comercio mundial.
También lo han notado las personas que se reunieron del 17 al 20 de enero en los Alpes suizos para el Foro Económico Mundial que se celebra cada año. Coincide con que ellos son la élite: jefes de Estado, directivos de fondos de inversión multimillonarios, ejecutivos de la tecnología.
Están listos para hablar sobre cómo arreglar las cosas y calmar la furia popular al convertir a la globalización en una propuesta lucrativa para las masas. Varias mesas redondas se enfocaron en encontrar la mejor manera de “reformar el capitalismo”, hacer que la globalización funcione y revivir a la clase media.
Lo que impacta es lo que por lo general no se analizó: fortalecer el poder de los trabajadores para negociar mejores salarios y redistribuir la riqueza de arriba hacia abajo. “Esa agenda es anatema para muchos de los hombres y las mujeres en Davos”, dijo Joseph Stiglitz, economista ganador del Premio Nobel y autor de varios libros sobre globalización y desigualdad económica. “El hombre de Davos se atora en proveer más derechos de negociación para los trabajadores. La pura realidad es que la globalización ha reducido el poder negociador de los trabajadores, y las empresas se han aprovechado de ello”.
La inquietud sobre las consecuencias de la globalización consume a Davos (al menos retóricamente). Sobre las cada vez más profundas angustias de la clase media en muchas economías desarrolladas. Sobre el temor de que los robots estén a punto de generar desempleo masivo.
Es una conversación impulsada en parte por el miedo: si el mundo está en verdad viviendo una insurrección populista, podrían simplemente señalar hacia Davos.
Sin embargo, las soluciones que prevalecen en la reunión en los Alpes parecen pensadas para evitar que las empresas y los más ricos tengan que sacrificarse, como si pudieran encontrar la manera de inclinar la balanza de la desigualdad mientras quienes están en la cima siguen en posesión de todo lo que tienen.
En una cena el lunes en la noche, mientras el foro se desarrollaba, Ian Goldin, profesor de Globalización y Desarrollo de la Universidad de Oxford, celebraba la conexión de la economía global y los avances tecnológicos que han liberado a los seres humanos de la enfermedad, la pobreza y la pesada carga del trabajo manual.
“No ha habido nunca un mejor momento para estar vivos; sin embargo, nos sentimos tan abatidos”, dijo Goldin. “Tantas personas se sienten angustiadas. Tantas personas sienten que esta es una de las épocas más peligrosas”.
Condenó la temerosa retirada de la globalización, manifiesta en las amenazas de Trump de entrar en una guerra comercial con China y en el llamado brexit, la separación del Reino Unido de Europa.
“La manera de dejar de administrar un ambiente con tantas interrelaciones no es deconectándose”, dijo. “Ese es el error fundamental del brexit o de Trump y de muchos otros. No solo estamos conectados. Estamos interrelacionados. Nuestras vidas, nuestros destinos, están entrelazados. Lo que pasa en China, lo que pasa en Indonesia, lo que pasa en India, lo que pasa en toda Europa y lo que pasa en Norteamérica, por toda África y Latinoamérica nos afectará a todos de formas nuevas y drásticas. Pensar que de alguna manera podemos forjar nuestro futuro como si fuéramos una isla es una fantasía, incluso en los países más grandes, como Estados Unidos”.
Aun así, dijo Goldin, si los beneficios de la globalización no se reparten con mayor igualdad, el mundo podría revivir un momento como el del Renacimiento: un periodo extraordinario de progreso científico, crecimiento comercial y creatividad artística en Europa que eventualmente desató el resentimiento del pueblo.
Las chapas de oro en las catedrales no mejoraban las parcelas de los campesinos. Las especias que llegaban desde Asia eran demasiado costosas para la mayoría. La familia Medici, que gobernaba Florencia, fue expulsada por la multitud. Se persiguió a los intelectuales y se quemaron los libros.
“Debemos aprender estas lecciones históricas y darnos cuenta de que este es el más precioso momento de la historia de la humanidad”, aseveró Goldin. “Debemos elegir las opciones que aseguren que la globalización es sustentable, que la conectividad es sustentable, que estamos lidiando con los desafiantes problemas que preocupan a la gente”.
Los comentarios de Goldin fueron solo el preludio de una conversación en la que se suponía que se iba a discutir cómo lograr eso. Sin embargo, las respuestas de los ejecutivos de las empresas que conformaron un pánel pueden reducirse burdamente a lo siguiente: las personas que no se han beneficiado de la globalización deben esforzarse más en emular a quienes han tenido éxito.
Abidali Neemuchwala, el director general de Wipro —compañía global de consultoría y tecnología de la información que fue anfitriona del evento, junto con The Financial Times— y que el año pasado ganó cerca de 1,8 millones de dólares más acciones con un valor adicional aproximado de 2 millones de dólares, dijo que los trabajadores deberían buscar capacitación para los trabajos del futuro.
“La gente tiene que hacerse cargo de actualizarse de manera continua”, afirmó.
Nadie puede discutir de manera sensata en contra de los méritos de la capacitación (o, si a esas vamos, del emprendimiento). Los trabajos del futuro aún no se inventan. Se requerirán nuevas habilidades para conseguirlos. Pero en ninguna parte de la discusión se hizo referencia a las políticas tributarias ni se habló sobre los onerosos costos de la educación superior ni sobre el acceso a la atención médica.
Fue hasta una mesa redonda el miércoles por la mañana que Christine Lagarde, directora del Fondo Monetario Internacional, pronunció una palabra poco escuchada en la conversación sobre la crisis que viven muchos hogares de clase media: redistribución.
“Hay cosas que pueden hacerse”, declaró. “Quizá signifique más redistribución de la que hay ahora”.
Pero la conversación cambió de giro rápidamente.
Durante años, la desigualdad económica ha sido uno de los temas más discutidos en Davos, tanto en la agenda formal de conferencias como en las conversaciones en los pasillos y las fiestas o cenas privadas celebradas por toda la ciudad. Durante años, poco o nada ha cambiado.
“La gente habla de la desigualdad, de cómo es un gran problema, la mayor amenaza a la globalización y la economía global”, comentó Stiglitz. “Hay que reconocer que la forma en que hemos manejado la globalización ha contribuido de manera significativa a la desigualdad. Sin embargo, aún no he escuchado una buena discusión sobre cuáles cambios a la globalización combatirían la desigualdad”.
Eso no es accidental, juzgó. Cualquier lista sincera tendría que incluir temas que implican transferir la riqueza y el poder de todos los que vienen a Davos a los trabajadores comunes mediante una fijación de impuestos más progresista, mayores derechos de negociación para los sindicatos y más protección para el trabajo en general.
Igual que todos los años, Davos se cubre con el eslogan del Foro Económico Mundial: “Comprometidos a mejorar el estado del mundo”. Sean cuales sean las mejoras que supuestamente se harán, uno solo puede tener la certidumbre de que no entrarán en conflicto con el hecho de que los asistentes sigan disfrutando del estado del mundo actual, con canapés, Bordeaux añejado y jets privados que los esperan.
Eso significa que es poco probable que la insurrección populista global pierda impulso pronto.
Foto: girabsas.com