Por José Eduardo Celis Ochoa Cordero. Insurgencia Magisterial. 4 de junio de 2019
Aquel día en que haciendo escala en Tokio con rumbo hacia México, luego de nuestro viaje por Tailandia y Vietnam, Mys y yo compramos yenes como una forma de hacer un compromiso para retornar a Japón en la primera oportunidad que tuviéramos, una ciudad japonesa estaba en mi mente: Osaka.
Osaka significa “colina grande” es la tercera ciudad más grande de Japón, luego de Tokio y Yokohama, su población fluctúa en alrededor de 3 millones de habitantes. Comercial y financieramente hablando es una de las ciudades más importantes del mundo.
Ya te comenté previamente, que también en algún momento de la historia de Japón, Osaka ha sido la capital del país.
Al igual que muchas ciudades de Japón, Osaka también fue devastada en la Segunda Guerra Mundial, pero como a diferencia de México, Japón sí tiene un proyecto de país, se levantaron de los escombros de esa gran guerra y hoy en día es una ciudad muy interesante.
Para variar, la llegada a la ciudad fue a temprana hora y aquí me sucedió algo inesperado, era tal la cantidad de gente en la estación del JR de Osaka, que en un momento determinado la “mancha” de japoneses me absorbió y cuando me di cuenta, ya me había perdido de mi esposa y de mi hijo. Afortunadamente llevábamos chip japonés y gracias a los datos no me fue difícil encontrarnos. Al llegar al hotel, ya sabíamos que solo debíamos hacer un pre registro para después regresar al check in. Este lugar en donde se encuentra la estación de Osaka del JR es un sitio muy moderno, muy grande en el cual te encuentras muchísimas tiendas, restaurantes y toda una serie de pasillos que no me debe sorprender que en un momento determinado te suceda lo mismo que a mí, o sea que te pierdas, pero bueno, es parte de la experiencia.
Nuestro recorrido se inició yendo hacia el castillo de Osaka u Osaka-jō, se trata de, como su nombre lo indica, un castillo milenario que se encuentra en lo alto de una colina. Data del siglo XVI, pero la historia nos dice que ha sido reconstruido cuando menos en tres ocasiones debido a varios fenómenos, como guerras e incendios. Lo asombroso del castillo es que por una parte, milagrosamente no fue avasallado por las bombas de la segunda guerra mundial y por otra parte, hoy en día te asombras de la forma en la que los japoneses construyeron en su parte interior, un museo moderno, con elevadores para subir al mirador el cual por cierto te permite ver una muy buena parte de la ciudad.
En la parte baja, puedes pasear por los jardines Nishinomaru en donde hallarás además un centro comercial y puestos de comida rápida, entre ellos uno en el que puedes comprar una copa de champagne hecho a base de flores de cerezo.
Luego de un buen recorrido por la zona, nos dirigimos hacia el barrio de Kita-ku, me sorprendió ver en lo urbano, el magnífico e envidiable servicio de la limpia pública, un camión moderno ¡y limpio! Nada que ver con los nuestros.
Llegamos a un centro comercial de lo más moderno que puede haber, con un pero, los restaurantes de ese centro comercial, para nada nos convencieron, así que tuvimos que salir a buscar dónde de cenar, para de ahí retornar al hotel a descansar y recuperar fuerzas.
Al día siguiente nuestra primera actividad consistió en ir al templo Shitenno ji, se trata de un lugar por demás esplendoroso, el cual fue construido hace más de 1400 años.
En dicho sitio, tuvimos la fortuna de que cuando llegamos, presenciamos un servicio fúnebre religioso budista japonés, no me atreví a sacar fotos de dicho servicio, por temor a ofender a la cultura japonesa. Pero después vaya que saqué un buen número de fotos no solo de los demás templos que están ahí, sino también de la pagoda de 5 pisos a la que por cierto ¡sí puedes subir!, pero además del módico pago, te tienes que quitar el calzado, ya sabes, las costumbres que se deben respetar.
Lo otro afortunado en Shitenno ji, fue que, previo al ingreso a la pagoda de 5 pisos de altura, primero, nos tocó ver a un grupo de chiquitines japoneses, seguramente de un jardín de niños que iban acompañados de su maestra visitando el sitio, luego vi a un monje que estaba oficiando un servicio. Al salir de la pagoda, de repente escuchamos que sonaba una campana, súbitamente el monje que había visto que sale “hecho la mocha” ¿la razón? Pues es que de esa manera estaban anunciando que un monje importante estaba por llegar al templo y ese monje salió a recibirlo, una vez que lo recibió y entraron el templo, las puertas se cerraron para no dejar entrar a nadie.
Con ese grato sabor de boca, salimos de ahí, pasando por un pequeño cementerio, muy interesante para dirigirnos hacia el Templo Isshinji, un lugar espectacular en donde eres recibido por un par de guardianes gigantescos que según parece fueron hechas de cenizas de cuerpos humanos mezcladas con algunas resinas, además las puertas de entrada son por demás espectaculares, el templo es muy interesante y el cementerio es un lugar que te sirve para tener unos minutos de meditación o de reflexión. Por cierto que en el recorrido, por una avenida pasó un camión de una escuela, supongo que secundaria, los chavitos al darse cuenta de que éramos extranjeros nos comenzaron a saludar, ¡muy padre!
Al salir de ahí nos fuimos a una de las partes modernas de Osaka, en donde se encuentra la torre Hitachi, o más bien la torre Tsutenkaku, cuya altura es de 103 metros y se considera como uno de los símbolos de la ciudad de Osaka y, sobre todo, del barrio de Shinsekai, que fue precisamente hacia donde nos dirigimos luego de salir de la torre, por cierto que en esa zona comimos, por no tuvimos suerte, algo raro, en algunos restaurantes se permite fumar, por lo que mejor nos salimos de ahí y en donde comimos pedí la Okonomiyaki, pero te soy sincero, nada que ver con la de Kioto.
Nuestro recorrido continuó ya entrando en las calles de toda la zona comercial del barrio de Shinsekai, ahí prácticamente encuentras desde tiendas pequeñas hasta grandes centros comerciales, pantallas de publicidad espectaculares, todo las callejuelas en donde hay restaurantes, tienen una ambientación muy especial, moderna, llamativa y por demás espectacular.
De repente mi hijo siguió el recorrido, no nos dijo nada, solo ¡síganme! Íbamos caminando por otras calles, luego de pasar por un gigantesco pasaje comercial, repleto de comercios y de gente, seguíamos caminando hasta que llegamos al barrio de Chuo ku, concretamente en el callejón Hozenji Yokocho cerca de Dotonbori, ahí se encuentra la estatua de la deidad budista Fudo-myo que pareciera fuera de musgo, lo cierto es que se trata de estatuas de piedra que gracias a un ritual que consiste en verterles agua encima, han hecho que con el paso de muchísimos años, se hallan cubierto de musgo, algo que te deja boquiabierto, además hay otro dato, precisamente a partir de ese lugar comenzó la reconstrucción de Osaka luego de la segunda guerra mundial.
Aunque no me lo creas, nos dio tiempo de pasar a un museo de arte que se llama Museo Sumida Hokusai el cual es nuevo, es pequeño porque está dedicado a Katsushika Hokusai, uno de los artistas más afamados del período Edo.
Prácticamente nuestro viaje estaba llegando a su fin, solo nos quedaba deambular por otros barrios modernos de Osaka, como es el de Ginza, el cual está rumbo a nuestro hotel.
Un dejo de tristeza nos acompañaba, ¿por qué? Pues porque al día siguiente teníamos que estar en Tokio, para un breve recorrido antes de retornar a nuestro México.
Así concluye esta narración de un viaje que nos dejó llenos de cultura, de conocimiento, pero sobre todo, por la oportunidad que tuvimos de convivir intensamente en familia, mi esposa, mi hijo y yo, lejos de todo, solo importábamos nosotros y eso querido lector, créeme que es una experiencia única.
Fotografías: José Eduardo Celis Ochoa Cordero