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El arte de saber escuchar, según Plutarco

por RedaccionA agosto 14, 2024
agosto 14, 2024
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Por: Pilar Gómez Rodríguez. 14/08/2024

Porque tan importante (o más) que saber hablar es saber escuchar

Plutarco. A caballo entre la cultura griega y la latina, fue filósofo, historiador, biógrafo y gran recopilador de la sabiduría antigua. Entre sus obras más conocidas se encuentran Vidas paralelas y Escritos morales.

Daniel Tubau. Escritor guionista y profesor de literatura, creatividad y guion cinematográfico. Gran conocedor y divulgador de la cultura clásica.


Avance

Proliferan los libros, cursos y consejos para expresarse bien en público e impresionar a los demás con el arte de la elocuencia. Poco se habla de lo contrario, de un saber escuchar activo, inteligente y productivo. Plutarco le dedicó sus reflexiones y un texto, Cómo escuchar, que ahora recupera la editorial Rosamerón junto con un ensayo del profesor y guionista Daniel Tubau, titulado El arte de escuchar… a los demás. Tubau comenta, explica y suma aportaciones de otros autores que también trataron este mismo tema. Las de Plutarco se centran en un tipo específico de escucha: se trata de atender a quienes saben y de que su charla sea nutritiva, alimente y se reciba en beneficio propio. Se dirige a un destinatario concreto: un joven que acaba de dejar atrás la niñez y ha de comenzar a determinarse a sí mismo. Ese cambio no significa «dejar libres de sujeciones a los deseos», sino que se trata de un «cambio de mentor». El nuevo mentor es la razón y en saber escuchar y discriminar lo que es de provecho y lo que no encontrará un valiosísimo aliado.

Escuchar mucho y no hablar demasiado es uno de los primeros consejos; mantener a raya la envidia; aprovechar tanto los aciertos como los errores del orador; ser generosos con él y examinarse a uno mismo (ya que «oponerse al discurso pronunciado no es difícil, sino muy fácil, pero oponerle otro mejor es sumamente costoso»); evitar interrupciones, jaleos, alabanzas en exceso; soportar las crítica; preguntar con prudencia y pertinencia; perseverar… Las recomendaciones de Plutarco abarcan la disposición del ánimo y del cuerpo. Se fija en el ceño, la postura, la mirada y desenmascara con gracia a quienes emplean las charlas ajenas para intentar lucirse a continuación.

La conclusión principal es que la escucha no es en absoluto una inacción. Su objetivo es actuar, tener efecto sobre su receptor. Y pone un ejemplo inolvidable. Salir de una disertación se parece a salir de una peluquería porque, así como nos miramos al espejo y nos tocamos la cabeza revisando lo que allí ha pasado, después de la escucha es preciso examinar «cuidadosamente si el alma se ha vuelto más ligera y agradable tras despojarse de algo de lo inoportuno y sobrante. Porque, como dice Aristón, “ni el baño ni el discurso son de utilidad si no limpian”».


Artículo

«Yo, más que una pregunta, tengo un comentario». La frase se repite al término de cualquier conferencia o mesa redonda cuando el público se anima a participar y los ponentes, ante la irrupción de este sujeto, se echan a temblar. Todo por no leer a los clásicos, a Plutarco en este caso, que caló a esta especie comentarista y le dedicó uno de sus epígrafes en su tratado sobre la escucha: «Las preguntas al orador no deben emplearse para el lucimiento propio», se lee en la edición que acaba de presentar Rosamerón. Se titula Cómo escuchar. Sabiduría clásica en tiempos de dispersión, está cuidada por el escritor y profesor de literatura, experto en el mundo grecolatino, Daniel Tubau, y demuestra que, dejando de lado la técnica, pocas cosas se han inventado en lo humano desde aquellos siglos. A quienes van a hacer «un comentario más que una pregunta» Plutarco les diría que allí se va a escuchar, no a escucharse.

Porque este libro trata de una escucha específica. No del toma y daca que se establece entre amigos o en conversaciones familiares… Se trata, primero, de escuchar a los filósofos, a los que saben, y, después, de que su charla sea nutritiva, alimente y se reciba en beneficio propio. En este sentido, cabe recordar la paideia griega, una educación integral que, más allá de los conocimientos escolares, trata de formar personar solventes desde el punto de vista moral y cívico. Estaba muy presente en la literatura de Plutarco, donde, por otro lado, y como se cita en la obra, resulta evidente «la intención moralizadora, el empeño es convertir cualquier anécdota, poesía o relato en un aprendizaje».

El libro está dirigido a un destinatario concreto y en un momento crítico: el joven Nicandro acaba de dejar atrás la niñez y ha de comenzar a determinarse a sí mismo. Ese cambio no significa, como consideran otros jóvenes, «dejar libres de sujeciones a los deseos», sino que se trata más bien de un «cambio de mentor». El nuevo mentor, la guía definitiva de la vida es la razón: «[…] solo quienes la siguen merecen el nombre de libres; y es que solo viven como quieren quienes han aprendido a querer lo que deben».

Guardar los oídos

«Cómo escuchar. Sabiduría clásica en tiempos de dispersión?».
Plutarco. Edición de Daniel Tubau
«Cómo escuchar. Sabiduría clásica en tiempos de dispersión?». Plutarco. Edición de Daniel Tubau Rosamerón, 2024

En esta nueva etapa no estará solo, el oído le brindará una ayuda inestimable. Es una vía de entrada a la virtud… o todo lo contrario. Por eso es conveniente cuidarlo, guardarlo de las malas palabras y educarlo: tan importante es aprender a escuchar como aprender a hablar. Y es que en el uso de la palabra «recibirla correctamente es previo a emitirla, como concebir y gestar son previos a alumbrar un ser viable». Por ello el consejo es enseñar a los niños a «escuchar mucho y no hablar mucho». La prueba de ello la encuentra Plutarco en la naturaleza que nos ha dado «dos orejas y una sola lengua porque debemos hablar menos que escuchar». Aliado de la buena escucha es el silencio. Solo el que sabe esperar al término del discurso sin interrupciones, sin aspavientos, «guarda las palabras benéficas, pero las inútiles o falsas las distingue y reconoce con facilidad, dejando claro que es amigo de la verdad, pero no aficionado a las disputas ni apresurado ni peleón». En relación con esto, una imagen que se repite en varias ocasiones en la obra es la del necesario vaciamiento de los jóvenes, vaciamiento de «presunción y engreimiento […] si se quiere verter en ellos algo útil, pues de lo contrario, mientras estén llenos de ampulosidad y jactancia, no les cabe otra materia».

Enemiga de la escucha (y un «obstáculo para todo lo bueno»), como precisa el libro, la envidia que hace nacer «modos de ser groseros y perversos»: impide la atención, retuerce lo dicho, pone a competir al envidioso con el orador y se enfada si este encuentra la aprobación del auditorio… Plutarco recomienda cierta dosis de generosidad y benevolencia cuando se va a escuchar porque «oponerse al discurso pronunciado no es difícil, sino muy fácil, pero oponerle otro mejor es sumamente costoso». Recuerda asimismo que lo importante no es la persona ni la brillantez de la elocución sino el provecho obtenido de la sesión. ¿Ha sido transformadora? ¿Ha tenido efecto? Pone un ejemplo inolvidable: salir de una disertación se parece a salir de una peluquería porque, así como nos miramos al espejo y nos tocamos el pelo y la cabeza revisando lo que allí ha pasado, después de una disertación es preciso examinar «cuidadosamente si el alma se ha vuelto más ligera y agradable tras despojarse de algo de lo inoportuno y sobrante. Porque, como dice Aristón, “ni el baño ni el discurso son de utilidad si no limpian”».

La compostura importa

¿Qué hacer, entonces, si hay preguntas o dudas tras la lectura? Plutarco recomienda centrar la cuestión, no reclamar al ponente posiciones que no vienen al caso, «cosas en las que ni tiene dotes naturales ni se ha ejercitado». También se debe evitar «formular muchas preguntas o formularlas muchas veces, pues también estos son modales propios del pedante». En el capítulo de los modales, ojo con los comentarios y los jaleos: «Las disertaciones filosóficas no son espectáculos». Recomienda moderación en la alabanza, puesto que si en vez de someter a juicio personal crítico lo que allí se está exponiendo se ensalza a cada paso el contenido, ese comportamiento «ni siquiera agrada a los mismos participantes en el debate y molesta siempre a los oyentes». Hay que mantener la compostura. De igual manera que el ánimo se prepara para recibir lo que de provecho pueda ofrecer la charla (y discriminar lo que no), el cuerpo también ha de prepararse para la escucha atenta: «Deben ser evitadas no solo la gravedad del ceño y el desagrado en el rostro y el desinterés en la mirada, como la postura descuidada del cuerpo y la separación inapropiada de los muslos». Toda una sorpresa, como indica Daniel Tubau en la segunda parte del libro —donde explica, comenta y amplía el texto de Plutarco— que el autor estuviera llamando la atención ya en el siglo I de nuestra era «sobre lo que hoy llamamos manspreading o despatarre».

Y es que escuchar una conferencia no es una actividad pasiva en la que el orador comparece «tras haber meditado y haberse preparado el discurso» mientras los asistentes pueden sentarse «despreocupadamente a pasarlo bien mientras otros trabajan», no. Existe un deber de escucha que pone en juego la actitud, la atención, la corporalidad… «[…] igual que al jugar a la pelota el que la recibe ha de desplazarse moviéndose de acuerdo con el que la tira, así también en el caso de los discursos hay cierta armonía entre el que habla y el que escucha, si cada uno de ellos atiende a su deber».

¿Y si la conferencia no parece muy productiva o es difícil, se ha hace larga o pesada? Plutarco recomienda perseverar, no abandonar a la primera de cambio, sino «resistir poniendo a prueba cada cosa y tomándole afición, y ansiando lo que viene después», porque lo que viene después traerá la virtud.

El discurso recibido: principio y simiente

Finalmente, el capítulo 18 es una especie de recopilatorio sobre la actitud que hay que llevar al asistir a esas sesiones donde el conocimiento entra por el oído. «Rechazando toda esa estupidez y fanfarronería» hay que ir a aprender y, sin perder de vista ese objetivo, ser consciente de que «como dice Focílides, no solo hay que “fallar muchas veces intentando destacar”, sino que además muchas otras hay que ser objeto de burla y tener mala reputación y, tras ser objeto repetidamente de chanzas y bromas, seguir adelante con toda el alma y vencer a la ignorancia». Hay que tomarse la escucha como una tarea que implica dificultad y molestias y estar dispuestos a aceptarla, digiriendo sus enseñanzas con responsabilidad y no como «pollitos que aún no vuelan, siempre con el pico abierto en busca de otra boca y pretendiendo constantemente obtenerlo todo preparado y elaborado por otros». El método no es ese ni el de las preguntas sin fin. Se trata de captar la esencia mediante el raciocinio, establecer relaciones, atar cabos y tomar el mando de la investigación hasta conseguir hacer propio el discurso ajeno y que este se a la vez «principio y simiente». La tarea será entonces alimentarlo y hacerlo crecer. Se despide Plutarco con la imagen de la vasija, que le es tan querida: «La mente no es como una vasija estrecha, que solo necesita llenarse, sino que más bien, como la madera, solo requiere una llama que prenda para crear impulsos descubridores y ansias de verdad».


Foto a partir de la imagen de cubierta del libro editada en Canva. Dicha imagen, según se indica en el libro, es una composición a partir de la fotografía de Town45 Can you hear me?, con escultura en terracota de Teddy Cobeña; y fragmento de una cabeza de mujer (Grecia, Italia, c. 440-430 a.C.), fotografiado por Dave & Margie Hill /Kleerup.

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: Nueva revista

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