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El aporte del activismo gorde a la educación física «La normalidad del cuerpo es una fantasía».

por La Redacción agosto 29, 2020
agosto 29, 2020
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Por: Camila Alfie. El Grito del Sur. 29/08/2020

La filósofa, abogada y activista gorda Laura Contrera habla de la vivencia de no tener el cuerpo «ideal» y querer hacer deporte, y propone una nueva mirada para la educación física vinculada con la ESI. «La estigmatización vulnera derechos al impedir a las personas que se relacionen con su cuerpo y el deporte», señala.

Laura Contrera es licenciada en Filosofía, abogada y agitadora punk power femme bisexual por el activismo gordo. También es fanática de hacer pilates, una actividad que descubrió hace no tanto tiempo. Ahí corrige su postura, trabaja su fuerza y su elasticidad. Los médicos a veces no creen que ella haga gimnasia: como es un animal de oficina, dan por sentado que es sedentaria. Pero Laura camina mucho y también hace esta actividad, un goce que pudo destrabar después de haberse alejado durante muchos años de la práctica gimnástica. “Yo era una gorda que subía a un cerro casi diariamente, (el deporte) no estaba lejos de mi vida, sino que todo un dispositivo muy cruel me hizo olvidar esa relación que yo tenía con mi cuerpo”. Laura vivió parte de su infancia en el sur del país, en un pueblo de mil habitantes en medio de la estepa árida. En su escuela no había tantos maestros y maestras, y la educación física era un espacio lúdico de juegos, como el cerro que estaba a los pies de su casa y que ella escalaba todos los días, sola y acompañada.

A los 12 años, su familia se instaló en el conurbano bonaerense, donde la niña comenzó séptimo grado y también su padecimiento por la educación física, un escenario de miedos, exposición y vergüenza. Estos sentimientos que aún hoy acompañan a chiques y adultes relacionan a esta materia con la ansiedad de no alcanzar el desempeño físico esperado, la presión por ser competitivo en un deporte que uno no elige hacer y la humillación de ser el último elegido para integrar un equipo. “Yo la pasé mal, me daba vergüenza mi cuerpo, sentir que no podía llegar a los estándares físicos que exigía la profesora que, además, nunca se tomó el trabajo de venir a decirme: “¿qué te pasa? ¿te da miedo?”.

-¿Cómo influyó esta experiencia en tu personalidad y la percepción de tu corporalidad?

-Por el trauma tan grande que tengo a partir de los 12 años, que se sucede por distintas instancias educativas, crecí creyendo que era torpe, tonta, que me asustaban las pelotas que venían hacia mí en el voley, que no podía seguir una coreo, que no sabía bailar, todas cosas muy ligadas a la experiencia corporal de la gordura y la vergüenza.

-¿Cómo fue que empezaste a recuperar estos recuerdos?

-Hace muy poco, haciendo una rehabilitación con una kinesióloga con la que hago pilates, me di cuenta de toda la fuerza que tiene mi cuerpo y todas sus posibilidades. Cuando pasó eso me quedé hablando bocha con esa niña que jugaba y que subía a un cerro, a pesar de ser gorda. Había habido ahí un sello y un estigma tan grande, que había reprogramado mi propia percepción del cuerpo. Es tan grande la palabra de un otro con autoridad, en este caso de un profesor de educación física, que te estigmatiza, no te ayuda, no te da un lugar para expresarte y te da miedo.

-¿Cómo se vincula esta vivencia con el ser gordo y querer hacer deporte?

-Esta es una experiencia muy tremenda para las personas gordas, porque nos pasa también cuando intentás hacer algún deporte como gimnasia, o lo que sea, siempre sos mal visto en esos espacios. Es tremendo, porque te corren por el lado de la salud, pero cuando querés hacer una actividad que va contra esa idea de que lo único que querés es tirarte a ver series y comer donas, el clima es tan hostil que se torna expulsivo. Yo me acuerdo una vez que una compañera que era muy buena en voley, cuando tenía 14 o 15 años en la famosa evaluación, se puso conmigo a hacer pases para que yo practique, y me los tiraba a la mano de un modo que era inevitable que no los pudiera devolver, y la profesora le dice: “no la ayudes más, que lo haga con otra persona”.

-¿Había alguien con quien podías hablar de estas cosas?

-No, ¡olvidate!

-¿Había algo en lo que te sentías más cómoda?

-Yo tenía mucha resistencia para hacer abdominales, eso una virtud, pero nunca era ensalzado como algo bueno. Que yo supiera hacer abdominales no importaba; y además cuando nos hacían hacer coreografías era el momento de la burla total y me sigue pasando ahora. Creo que había algo ahí, como una bronca, un ensañamiento. Como que nunca podían ni siquiera ver lo bueno o la voluntad que ponía. Y también la profesora tenía eso de: “no puedo estar marcándote minuto a minuto”.

-El ser “malo” en educación física puede ser muy estigmatizante para les chiques. ¿De qué forma pensás que esto impactó en tu sociabilidad o en tu personalidad?

-Creo que hay una suerte de personaje que se crea del que no se anima, no sabe, no puede, que no está bueno. Una cosa es ser tímida para ciertas cosas, otra es sentirse condicionada y sentir que no valés, que no sabés, que no podés, que restás. También hay fantasías, porque nadie encarna el cuerpo del ideal gimnástico, salvo que seas un atleta de alto rendimiento, pero lo cierto es que algunas personas se acercan más a esos ideales que otras. Pero crear una distancia tan grande entre quienes se acercan y quienes no es tremendo, y más en una edad en la que estás intentando incursionar en las vinculaciones sexoafectivas. Aparte, está ese estigma que, si por distintas cosas no sos buena en educación física, también sos vaga, floja, que no te sabés integrar. Siempre la falla estaba en vos, nunca está puesta en revisar el dispositivo pedagógico y lo que ahí no sirve. La falla siempre está en el “anormal”. En el pibe que “¿¡cómo puede ser que no le gusta jugar al hockey, si a todo el mundo le gusta!?”.

-¿En qué medida creés que la educación física se basa en una mirada biologicista o algo milicoide y estandarizado sobre los cuerpos y sus posibilidades?

-La educación física pone estándares iguales para todos los cuerpos sin tener en cuenta la diversidad. Hay estándares que van variando, esa cosa cientificista de que todes pueden poder correr tantas vueltas en tantos minutos. Eso varía a partir de los cuerpos que tengas y los modelos que a partir de eso se generan. Si yo voy sobre sillas de ruedas, no puedo correr sobre las piernas. Eso era lo único ostensible que no podían exigir (los profesores de EF), sino era todo igual. No solo el cuerpo, sino en posibilidad de entrenamiento y distintas variaciones. Una cosa muy homogeneizante y homogeneizadora, plantada sobre una fantasía muy grande que es la normalidad del cuerpo.

-Además, da pautas acerca de cómo deben ser ciertos cuerpos, como “los cuerpos femeninos”; además de reforzar cierta idea competitiva, sobre todo entre los varones.

-La idea de la feminidad como el cuerpo grácil, leve, manipulable, manejable; esos son atributos instalados desde el siglo XX. Los tenemos naturalizados y los dispositivos nunca son naturales. Lo que está validado científicamente, esos estereotipos, ahora podemos decir que son eso: estereotipos. Pero para para mi profesora de gimnasia, eso estaba instalado: el cuerpo femenino tiene que tener determinadas características. Si tu cuerpo no tiene esas notas de la levedad, de lo frágil, lo grácil, lo elegante, no sos lo suficientemente femenina: algo que se supone que tu cuerpo debe tener porque te viene asignado con el género.

-¿Qué puede decir el activismo gordo de la educación física? ¿Qué mirada podría proponer?

-Primero, tendría que ser una educación física que se piense promoviendo la diversidad corporal. Las personas no somos iguales, nuestros cuerpos pueden diferentes cosas. Eso está muy vinculado con la ESI. Lo que importa es tener un cuerpo y de qué hablamos cuando hablamos del cuidado del cuerpo. Esa idea no está en quienes siguen proponiendo una mirada de la educación física tan restrictiva. La estigmatización vulnera los derechos de las personas al impedirles realmente que se relacionen con su cuerpo y con el deporte. Debería haber una forma que no sea patologizante ni violenta ni discriminatoria. Segundo, queremos proponerles a las personas que están en formación que se relacionen con su cuerpo y que puedan vincularse con ese cuerpo y con el de otres de un modo en que lo lúdico no quede afuera de lo pedagógico, eso es fundamental.

-¿Cómo está trabajando la ESI este tema?

Estamos pensando materiales de ESI porque es tan importante que empiece a cambiar esa mirada de lo que es un cuerpo normal y lo que debería poder hacer un cuerpo normal; y empezar a hacer otros ejes que tengan que ver con el goce, el placer, la diversión y el cuidado del cuerpo en un sentido más amplio.

-¿Cómo pensás que debería estar dada esta materia?

Para mí no debería estar dirigida como una competencia, eso debería ser para quienes quieran ser excelsos. Pero si vos pones una materia y los objetivos tienen que ver con el cuerpo y con un desarrollo, la competencia exacerbada es una ridiculez absurda. La cosa es que nos caguemos de risa, como cuando te juntás con tus amigas a jugar al fútbol y si sos mala no pasa nada. Hay un problema de objetivos, no está mal la competencia porque funciona así el mundo del deporte, pero pensada como materia debería enfatizar otras cosas.

-¿Qué lectura podés hacer de esta experiencia? ¿Cómo la pudiste elaborar?

-La marca la tengo. No me gusta mi cuerpo todo el tiempo, no me acepto todo el tiempo, lloro por mi cuerpo. No es que una resuelve todo, pero el paso del tiempo hace que una encuentre lugares más amables y personas con las que te gusta estar, pero ni siquiera el paso del tiempo te asegura que llegues a un momento de aceptación absoluta. Lo bueno es que en algún momento podés encontrar algún espacio, como me pasó a mi en el activismo gordo y el ambiente LGBT. Hay que darse tiempo. Y revisarlo teóricamente no es malo, es pensarlo, interiorizarlo y trabajar con esas marcas.

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Fotografía: El Grito del Sur.

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