Por: TLACHINOLLAN. 16/08/2022
La defensa del territorio ganada en los tribunales
y en las calles, por parte del CECOP,
ha costado sangre,
encarcelamientos y desapariciones.
La justicia para los campesinos, los indígenas y afromexicanos,
es una falacia.
La desaparición de Vicente Suástegui,
demuestra la colusión de las autoridades
con el crimen organizado.
Nuestro reconocimiento al CECOP,
por sus 19 años de lucha incansable.
Eduwiges asumió el rol de mamá cuando su hija Dominga decidió irse a trabajar a Chihuahua como jornalera agrícola. Dejó Avelina de 6 años y a Kenia de 6 meses. Desde pequeñas entablaron una amistad que se afianzó cuando las dos hermanas enfrentaron la violencia con sus parejas. Avelina enseñó a caminar a Kenia y, como toda mamá de la Montaña, aprendió a cargarla sobre sus espaldas con su reboso terciado. Se criaron junto al fogón de su abuela, que siempre las procuró dándoles atole de masa para que agarrara fuerza su cuerpo y las tortillas recién salidas del comal para que crecieran sanas. A pesar de las dificultades económicas, doña Eduwiges se sacrificó para que sus dos nietas estudiaran la primaria en Tlalquetzalapa y caminaran dos horas para asistir a la secundaria en la cabecera municipal de Copanatoyac.
Para doña Eduwiges Avelina y Kenia fueron una bendición de Dios porque con su cariño se olvidaba de las penurias y de los problemas que enfrentaba al asumir la responsabilidad como padre y madre de una familia. Al terminar la secundaria, Avelina trabajó como empleada doméstica en la Ciudad de México, donde conoció a su primera pareja. Procrearon dos hijos y ella optó por regresar al pueblo. Su situación económica se complicó por la falta de trabajo y porque la abuela Eduwiges le era imposible sostener a otros dos pequeños.
Con el apoyo de un compadre que vivía en una comunidad vecina se aventuró para cruzar la frontera. Después de una semana de permanecer en Altar Sonora, una camioneta los trasladó hasta Sásabe para cruzar el desierto. La suerte estaba de su lado porque solo caminó un día logrando que una camioneta trasladara a 13 personas a la Ciudad de Tucson, Arizona. Se las ingenió para llegar a Nueva York, donde muy pronto encontró trabajo en el norte de Carolina, en un restaurante de Waves Market. Empezó como empleada de limpieza y muy pronto su patrón le pidió que trabajara en la cocina. Para Avelina fue una gran oportunidad porque pudo desarrollar todas sus habilidades, además de liderazgo que ejerció entre sus compañeras y compañeros. Al poco tiempo le ofrecieron doble turno y también un lugar para que pudiera vivir junto al restaurante. Fueron jornadas muy pesadas porque llegaba a trabajar 15 horas diarias. Su juventud y su ímpetu para salir adelante la motivaron, sobre todo porque a la semana lograba cobrar mil 500 dólares.
Cada vez que hablaba por teléfono, su hermana Kenia le informaba cómo estaban sus hijos y cómo iba la construcción de su casa. Era el único momento que disfrutaba al saber que sus pequeños tesoros estaban seguros con el cuidado que les tenían su tía Kenia y su abuela Eduwiges. Fueron más de 5 años de trabajo intenso y a pesar de que económicamente estaba bien, su corazón se achicopalaba porque suspiraba por Tlalquetzalapa. Añoraba su familia y la vida misma del campo. Cumplió con la meta de terminar su casa y de tener sus ahorros para retornar en el 2018.
En ese mismo año los principales del pueblo la nombraron como presidenta de la junta católica, que es un cargo religioso que requiere mucha dedicación para coordinar a las hermandades y las mayordomías que se encargan de organizar las fiestas y realizar las visitas de los peregrinos a otras comunidades. Avelina llegó con muchas ganas de servir a su comunidad. De inmediato se dedicó a visitar a los pueblos vecinos para que asistieran a la fiesta grande de Tlalquetzalapa. La gente recuerda que en el 2019 llegaron 33 peregrinaciones de diferentes comunidades a la fiesta de los reyes magos. Nadie había logrado convocar a tanta gente y, sobre todo, demostrar que son buenos anfitriones. El compromiso que asume la junta católica es asegurar que todos los visitantes coman con las familias y tengan una estancia confortable. Avelina tuvo que gastar de su bolsillo porque fue insuficiente la comida que prepararon las familias. En esos días todo fue una gran algarabía porque hubo suficiente comida y bebida, un gran castillo y el baile de rigor. La junta católica con Avelina al frente se las ingeniaron para que la fiesta luciera en todo su esplendor.
Con esa gran contribución Avelina se ganó el respeto de la comunidad y pudo demostrar que las mujeres son capaces de organizar mejor la fiesta que los hombres. Ella misma ayudó a varios paisanos para pudieran conseguir trabajo con su patrón. Su recomendación les daba la seguridad de que serían contratados. Con la pandemia del Covid-19 la situación familiar y comunitaria se complicó. Varios se enfermaron, pero afortunadamente lograron salir adelante.
Avelina quedó muy agradecida con su hermana Kenia, quien veló por sus hijos durante su estancia en Estados Unidos. El apoyo mutuo fue creciendo entre las dos hermanas que vivieron momentos muy difíciles por la ausencia temprana de su mamá y el abandono de su papá. Encontraron la fuerza en su abuela Eduwiges y también del abuelo Carlos quien murió muy joven. Sus tíos han sido un gran apoyo para sacar los trabajos de su casa y contar con el respaldo de la familia en momentos difíciles.
Kenia, después de que terminó la secundaria fue en busca de su mamá a Chihuahua. Fue un cambio brusco porque la situación de los jornaleros agrícolas es grave. Los trabajos son extenuantes y el pago es raquítico. Constató que su mamá sufría mucho porque no se adaptaba al clima, ni al ambiente adverso que se vive en los campos agrícolas. Kenia no tuvo otra opción que trabajar como jornalera agrícola. En estos campos conoció a su primera pareja con quien procreó un hijo. Valoraron que sería imposible ahorrar algo de dinero con todos los gastos de la renta, la comida y el mantenimiento de su pequeño bebé. Decidieron regresar a Tlalquetzalapa. Su pareja que no era de la región tuvo que contratarse como peón para asegurar un ingreso en la familia.
Con el apoyo de Avelina, la pareja de Kenia pudo cruzar la frontera y llegar a Waves Market. Al poco tiempo el destino los separó y Kenia conoció a Fernando hace 5 años. Nuevamente tuvo que alejarse de su hermana Avelina al irse a vivir a la cabecera municipal de Copanatoyac. Su relación fue muy tormentosa porque cada vez que tomaba Fernando era una golpiza segura. Ante la imposibilidad de encontrar apoyo de algún familiar, Kenia prefería encontrar refugio con su hermana cargando a sus tres pequeños hijos. La situación se resolvía relativamente cuando su pareja acudía al domicilio de Avelina para convencer a Kenia de que regresara con él. Siempre le fue muy difícil tomar la decisión de separarse. Pensaba en sus hijos pequeños, pero sobre todo tenía temor de que algo malo le pudiera pasar.
En una ocasión Kenia se armó de valor y decidió irse a la Ciudad de México, no duró mucho tiempo su estancia porque las amenazas telefónicas de Fernando eran constantes. El medio la atrapó y además pensó que a su familia le podía pasar algo, por eso decidió aguantar hasta donde dieran sus fuerzas para evitar más problemas. El límite llegó no sólo por los golpes que recibía sino porque corría riesgos de que le pasara algo estando sola con sus hijos en la casa de Fernando.
El martes 26 de julio, después de asistir a una fiesta en Potoichán, de donde es la familia de Fernando, Kenia ya no soportó más los golpes y las amenazas, y de nueva cuenta cargó con sus hijos y buscó refugio con su hermana. Ya no quiso acompañar a Fernando ni a su familia a la Ciudad de Tlapa, para asistir a otra fiesta. Avelina y Kenia estuvieron lejos de imaginar que esa misma noche llegaría Fernando a su domicilio acompañado de dos personas. Antes se había comunicado con una prima para preguntar donde se encontraba Kenia. Al no tener una respuesta precisa prefirió trasladarse a la comunidad dirigiéndose primero al domicilio de su abuela Eduwiges. Constató que ahí no se encontraba y se fue directo a la casa de Avelina. Ella estaba decidida a no abrir la puerta y a pedirle que se retirara porque ya era noche. Al asomarse por la ventana vio que estaba con otras dos personas. Avelina creyó que iban para platicar de buena manera, por eso abrió la puerta y pidió hablar con Kenia, quien se encontraba en la planta alta. Como si estuviera en su casa, subió y tomó del cabello a Kenia quien la bajó arrastrando a la planta baja. Ante esta agresión cobarde Avelina le ordenó que se fuera de su casa, en ese instante sacó su pistola y descargó 8 tiros contra Avelina. Cegado por la ira cambió el cargador y se fue contra Kenia a quien le descargó 7 tiros. Uno de sus pequeños hijos que se encontraba cerca de su mamá fue atrapado por el padre agresor para llevárselo junto con sus acompañantes.
El segundo hijo de Avelina todavía pudo rescatar a la niña más pequeña de Kenia que estaba en brazos de la tía. El hijo mayor que padece una discapacidad lo único que pudo hacer fue encerrarse en uno de los cuartos. Su hermano tuvo el valor de bajar para cerrar la puerta con seguro y de esta forma ponerse a salvo con los pequeños hermanos y primos. Desde la azotea gritaba a los vecinos de que fueran en auxilio de su mamá. El agresor regresó con las negras intenciones de entrar a la casa y atentar contra la vida de los niños y niñas.
Los feminicidios en la Montaña continúan multiplicándose ante la inacción de las autoridades que en lugar de proteger a las víctimas se coluden con los perpetradores. En los municipios de la Montaña gozan de total impunidad los personajes siniestros que se sienten intocables y además presumen que cuentan con el apoyo de las autoridades municipales y estatales. La violencia en los municipios de la Montaña es el pan de cada día y las víctimas son las mujeres más vulnerables de las comunidades indígenas. Ninguna autoridad las protege y las autoridades encargadas de investigar los delitos no actúan con presteza para implementar acciones que den con el paradero de los responsables. Las familias de las víctimas tienen fundados temores de que les suceda lo mismo, porque no hay autoridades que hagan valer la ley. En la Montaña vivimos con la ley de la selva.
Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan
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Fotografía: Tlachinollan