Por: Engracia Martín Valdunciel. 17/09/2024
En las teorías críticas que plantean un análisis de la realidad dirigido al cambio social, como ocurre con el feminismo, conceptualizar es básico para no perder pie ante el palabrerío y los velos de colores con los que se difuminan las relaciones de poder.
El concepto de patriarcado, acuñado por las feministas radicales, es clave para identificar un sistema de opresión ancestral —un conjunto de discursos, prácticas, instituciones, dispositivos, etc., de carácter metaestable— que implica que el colectivo de hombres pueda subordinar, explotar, humillar a las mujeres como colectivo. Un sistema que se confunde con lo que conocemos como historia. Quedémonos con su carácter histórico y su capacidad de adaptación. Contamos con más categorías analíticas. La filósofa Alicia Puleo ha diferenciado entre patriarcados de coacción y de consentimiento. Otros dos conceptos importantes, útiles intelectual y políticamente. Los primeros se refieren a aquellos sistema de poder que asumen la desigualdad entre hombres y mujeres en los principios reguladores de la organización social. Por ejemplo —aunque parezca increíble a las generaciones jóvenes— hace apenas unas décadas la dictadura franquista fue un ejemplo de ese tipo de patriarcados. El régimen fascista privó de derechos básicos al conjunto social pero acentuó, especialmente, la subordinación de las mujeres respecto al colectivo masculino. La normativa del Estado nacional-católico incluyó la obligatoriedad de obediencia de las mujeres a sus maridos (o padres, en su caso), la imposición del modelo de madre-esposa, la dificultad de estudiar o de ejercer una profesión, etc., etc. En definitiva, las mujeres fueron declaradas menores de edad a todos los efectos.
Podemos comprobar que este tipo de patriarcados no ha pasado a la historia. Subsisten en buena parte del mundo. El abominable Ministerio de Propagación de la virtud y prevención del vicio en Afganistán es un buen ejemplo: revela la vitalidad de un patriarcado especialmente feroz basado en interpretaciones de credos religiosos que desprecia a las mujeres. En pleno siglo XXI, según la orwelliana institución, las mujeres y niñas tienen que cumplir un conjunto de virtudes para no ser sancionadas, humilladas… ¿Y en qué consiste esa virtud ? De acuerdo con la información de Amnistía Internacional, las mujeres afganas preservan su virtud negando sus derechos humanos (educación, salud, desarrollo y autonomía profesional, libertad de movimiento, decisiones sobre su situación civil o sobre su sexualidad, libertad de expresión… ni hablar en público pueden). En una vuelta de tuerca acorde con los nuevos vientos, los derechos humanos, según dicho Ministerio, son re-definidos como vicios a evitar… por niñas y mujeres. En este país los talibanes no se confunden, tienen meridianamente claro quienes han de ser virtuosas. Quizá la anterior ministra de igualdad —incluso la actual—podría darse una vueltecita para aprender cómo allí parecen diferenciar de modo cabal entre hombres y mujeres.
Pero no todo lo que brilla es oro. Porque en los regímenes democráticos que cuentan con normas y leyes que declaran la igualdad de mujeres y hombres también se produce y reproduce la desigualdad entre los dos sexos. Son los patriarcados de consentimiento. Bien es verdad que gracias a la lucha feminista las mujeres cuentan, contamos, con una serie de derechos importantes… aunque sabemos y constatamos que aún no se ha desterrado la violencia sobre niñas y mujeres. Cierto que los patriarcados de países democráticos no exhiben formas abiertamente crueles de forma sistemática, pero persiste la jerarquía y la desigualdad. En los regímenes democráticos no hay ministerios de la virtud, en cambio, existen los de igualdad; el pequeño problema es que no diferencian entre hombres y mujeres, entre opresores y oprimidas. En los países democráticos no se impide a las niñas ir a la escuela pero, obnubilados por posmodernas doctrinas trans, se las educa en creencias y mistificaciones que velan la realidad jerárquica entre los sexos y ofuscan su capacidad de discernimiento… Por supuesto, este tipo de patriarcados blandos, esa nueva cara de la opresión masculina, no es casual: surge tras la lucha feminista y la conquista de derechos que ha permitido caminar hacia sociedades más justas en algunos países. Se trata de un patriarcado más sofisticado que sigue vivito como pone de manifiesto la persistencia del horror de los feminicidios, el aggiornamento de instituciones como el sistema prostitucional, la explotación reproductiva de mujeres, la embestida del transactivismo, el sadismo de la pornografía… En los países occidentales el patriarcado se ha reinventado, se ha adaptado, y tampoco se equivoca porque identifica muy bien a quien explota, subordina e intenta sancionar o hacer callar cuando levanta la voz.
La trágica situación de las mujeres en países como Afganistan no ha concitado por parte de instituciones y países democráticos —de los que, por coherencia, al menos, cabría esperar una condena contundente o actuaciones políticas y diplomáticas— el rechazo y el cuestionamiento del execrable régimen talibán en general y de la situación de las mujeres en particular. Como han denunciado otras voces, como Soledad Granero o Soledad Gallego[1], no sabemos a qué esperan “altas instancias” —Alto Tribunal Internacional, Naciones Unidas, altos representantes de la UE de política exterior….— que deberían estar presionando, hace tiempo, para invalidar las leyes que anulan la libertad de mujeres y niñas y que constituyen un verdadero apartheid en ese país… Indigna y encoge al mismo tiempo comprobar la futilidad y la falta de eficacia de tantos “altos organismos” de tantas “altas instituciones” de tantos “altos representantes” de “relatores especiales”, etc., etc., a la hora de clamar por la defensa de derechos básicos e iniciar procesos indispensables que lleven a restituir una situación de dignidad a más de la mitad de la sociedad… No parece sino que las pautas de decencia sean ajenas a tantas altas instancias que desvelan en circunstancia trágicas —como el infame caso palestino— su inanidad y dejan a la ciudadania de a pie desconfiada de su capacidad de acción frente a la barbarie, sea la que reviste tintes ancestrales o la que se deriva del salvaje patriarcal_capitalismo. El retroceso de la vida de muchas mujeres que conocieron otro mundo en los años 70 nos trae a la memoria, como decía antes, la vitalidad del patriarcado, su prodigiosa y peligrosa capacidad de adaptación a diferentes contextos y la rapidez con que pueden producirse mudanzas que implican una vuelta atrás para la mitad de la sociedad. Nos recuerda a todas y todos la necesidad de estar alerta, de seguir en la lucha desde todos los frentes posibles.
Por otra parte, lo sabemos, la infame situación de las mujeres en patriarcados coactivos es muy útil en otros países. En un mundo globalizado la falta de derechos y recursos de muchas mujeres, que las dejan en la indefensión, es aprovechada para hacer caja, tanto en los países de origen como de destino cuando emigran. Porque la situación desesperada de mujeres y niñas en enfrentamientos bélicos en el mundo o la imposibilidad de sobrevivir en situaciones de privaciones básicas en sus países aboca al exilio y la emigración, a buscar espacios de libertad en otros desconocidos… situaciones todas que son utilizadas por proxenetas y explotadores de toda laya para extorsionar y abusar de su desprotección. Además, las crueles circunstancias que viven miles de mujeres en Africa, en Asia, en América del Sur… se nos pone de ejemplo en los patriarcados blandos, sirve de coartada a muchos intereses en occidente para intentar acallar la crítica feminista, la justa reclamación de una vida digna y libre de coacciones.
Lo exasperante es que en los patriarcados de consentimiento tenemos que asistir al hecho de que nos pongan como espejo la espantosa realidad de las mujeres en países como el mencionado para advertirnos, para pontificar que de qué nos quejamos… para intentar callarnos. Aquí también.
Pero el feminismo, las feministas no se han callado a lo largo de la historia; como pensamiento crítico que es, y como movimiento que anhela y lucha por otro mundo, pone nombre a las cambiantes formas de la opresión; analiza y denuncia cómo se produce, como se adapta y se camufla la explotación y subordinación de las mujeres, ocurra en cotos patriarcales que las deshumanizan en nombre de virtudes odiosas o aquellos otros travestidos de igualdad que cosifican a las mujeres, que es otra forma de deshumanizarlas. Por eso, los partidos, instituciones, representantes políticos….que acusan, a menudo de forma timorata y oportunista, la aparatosidad de los patriarcados coactivos pero obvian —incluso son cómplices por acto u omisión— la barbarie del coto patriarcal del solar patrio (sea negando la violencia machista sea justificando la esclavitud sexual o el delirio trans) se quedan a medias, no merecen confianza ni credibilidad.
- (Abolicionistas Aragón)
[1]La escritora apunta el contacto de la UE de cara a presionar al régimen talibán para que se cumplan los DDHH de las mujeres en Afganistan.
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Fotografía: Tribuna feminista