Por: Luchino Sívori. 12/02/2021
Que no surja el efecto deseado.
Comunicar mal para impedir, cortocircuiteando, el flujo del sentido que ya no transmite nada, excepto orden, “armonía”, reproducción.
Se estudia que el Lenguaje lo determina todo, y que nada hay fuera de él. Sin embargo, se estudia también que es a partir de ese mismo sistema de codificación misterioso basado en antagonismos y jerarquías el único medio con el que contamos para nombrar -con toda la violencia que esto implica: violencia formal, de su ausencia, del efecto, de su infinito jugar a las escondidas, de su autonomía- aquello que necesitamos (en primera instancia) y deseamos (luego) desenmascarar para reformular de otro modo, dentro pero fuera, como en un trance.
La sensación, sin embargo, es que ni en el uso del lenguaje deconstruido se desafina un poco: se está más cerca del naming corporativo que del des-montaje. Sus escrituras, voces registradas de un mainstream específico, cayeron en un acting repetitivo, con sus referencias lejanas y poco, muy poco, interactivas. No hay mucha diferencia con el evangelista que se disfraza de religioso en los reconvertidos cines del microcentro porteño, ni con el amante que interpreta su rol de amoroso empedernido siguiendo el manual deontológico de Disney: la rítmica es la misma; su compás es el de darse a entender, comunicable, borrando al emisor.
No hay fuera del nuevo algoritmo comunicacional. Si invado la casa de gobierno, lo describo. Si voy a una manifestación, la analizo. Si escribo, lo publico.
(Imagen: Algoritmos que desvelan sus prácticas ofrecen “recuperar el poder” de autonomía monetizándolas. Todo queda en la Red -semántica, hermenéutica, ideológica, cultural).
¡Cuál sería la “pifia” en todo esto? Cualquier zigzagueo se anulará, no prescriptivamente: naturalmente. No se entiende la no respuesta: el silencio (caminar, no escribir, observar sin moverse) será, necesariamente, evidenciado en un registro. El camino trazado -cartográfico, físico, informacional- buscará testigos. De nuevo, el pensamiento de la Ilustración: sin demostración, no hay creencia.
Comunicar mal es la propuesta desesperada de alguien o algo cansado. Cuando se corta o interrumpe un proceso es porque algo no quiere participar del juego. La interacción desaparece. Es un abandono.
Pero comunicar mal también es, si se mira bien, una apuesta, un intento. Es algo así como devolverle al arte su función disruptiva antes de que existan los gestores culturales.
LA ESCRITURA
¿Lo único que queda es escribir, dejar una huella registrada -la voz capturada-?
Se sabe que hay, al menos, tres formas conocidas para hacerlo. La formal, que categoriza (taxonomías, patrones, estructuras…); la ficción, que ralentiza el sentido (y el entendimiento); la cartesiana, que, prolija, informa, explica, describe.
De las tres, la segunda es la más interesante. Y la más difícil. En lugar de explicitar una idea, diseña un camino para que el lector, afectado, arribe a algo más o menos afín -pero propio, o mejor dicho, re-apropiado-. El concepto, así, emerge del lector. Es la escritura que con dimensión estética, conmociona.
Se dice de esta escritura que busca quebrar la asociación mecanizada que solemos tener con el lenguaje cotidiano (informativo, por ejemplo). Pretende “encontrarse con el lector al final del viaje”, o en el camino, tomándolo y abandonándolo en un juego interaccional sin fin -y descontrolado-. Una suerte de “comunión de/en la sensibilidad”.
En el mundo performance no hay archi-escritura (todos los signos, la cultura) que no haya pasado, consciente o no, por la medición su impacto. Todos somos showrunners y la información de nuestras audiencias no se solicita, se da diariamente (participamos activamente de esa oferta y demanda de contenido psicográfico).
(Imagen: Ralph Lauren vende uniforme de obrero en su sitio web por 500 Euros; el commoditie se da en ambos lados: allí, con la venta; acá, con la estetización de la identidad/diáspora).
Es necesario, pues, seguir escribiendo? ¿No es, acaso, un manotazo de ahogado, un grito desesperado, e, incluso, una mueca algo patética representar transparencia mediante el grito, el vocabulario austero o la crudeza? Si la escritura ya no sirve, y sólo es música de estudio cuyo empeño es querer mostrar siempre Sentido, un querer-decir que, además, lo demuestra, ¿para qué escribir?
Se trata, pues, de descoordinar, desafinar. Una escritura estética a la inversa, porque la sincronización ya no es la de Baudelaire, sino la del propio storytelling del algoritmo, que se reescribe a sí mismo desde nosotros, borrando en su historial las huellas (“cookies”) pero dejándolas inscriptas en nuestros cuerpos significantes.
Continuará.
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Fotografia: Lobo suelto