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¿Cómo me convertí en hombre? Reflexiones sobre la masculinidad y el patriarcado (II)

por RedaccionA septiembre 23, 2021
septiembre 23, 2021
2,2K

Por: Revista crisis. 23/09/2021

En esta segunda entrega acerca de las aproximarciones al fenómeno de la(s) masculinidad(es) tanto en un ámbito general, como también cuestionando mi propia biografía y socialización, se topan aspectos centrales de la socialización masculina, como la sexualidad, el deseo, el falocentrismo y la penetración. Espero que este segundo texto pueda ser una contribución para el debate sobre la masculinidad y el patriarcado, -por supuesto para la lucha contra los mismos-.

Cabezazos contra la pared

Durante la pubertad, el deseo sexual se vuelve cada vez más importante. [1] Tanto en la familia como en la escuela se suele descuidar la educación sexual, y las producciones de la industria cultural se convierten en el principal punto de orientación para muchos adolescentes. En ellas, la apropiación del cuerpo de la mujer por parte del hombre es presentado como algo completamente normal e incluso como un derecho del hombre. No solamente en el porno mainstream, sino de forma más sutil en las telenovelas, el cine, la literatura, la música. En “la vida real”, sin embargo, los varones heterosexuales se enfrentan al hecho de que la satisfacción de su deseo sexual depende de mujeres independientes y con criterio propio. Esto crea una discrepancia en la psique masculina: la independencia exigida por el ideal masculino mediado socialmente se ve limitado por la dependencia del deseo sexual de la mujer, lo cual es percibido por muchos hombres como un agravio personal. Es sobre todo en esta etapa del desarrollo de la personalidad masculina cuando se refuerza la predisposición a la violencia sexual.

El supuesto derecho al cuerpo femenino es parte del subconsciente patriarcal, y una renuncia al mismo, conduce a un sentimiento de carencia en las personas socializadas como hombres, porque esto cuestiona la independencia y la propia virilidad. La tendencia masculina a desarrollar patrones de comportamiento que muchas veces terminan en abuso sexual, es causado, entre otras cosas, por el supuesto derecho sobre el cuerpo de la mujer, interiorizado en el subconsciente, el cual puede presentarse de varias maneras. Desde comentarios sexistas, a menudo camuflados de ironía, la atención no deseada con la excusa de ser “romántico”, pasando por el acoso, tendencias celosas y controladoras, la manipulación psicológica, hasta la agresión y violencia sexual. Sería equivocado individualizar la violencia sexual y el comportamiento violento en general. Al contrario, hay que hablar claramente: la socialización patriarcal masculina convierte a todo hombre en un potencial abusador y agresor.

El carácter fetichista de la masculinidad

Muchas veces los patrones de comportamiento y pensamiento masculinos son considerados meramente un déficit de carácter personal, sin reflexionar sobre los procesos sociales que conducen a estos patrones. El deseo o lo que se entiende por amor o sexualidad nunca es de naturaleza meramente individual, sino que siempre está mediado histórica y socialmente. Por otro lado, existe una tendencia de explicar todo el comportamiento masculino por la composición biológica-hormonal, como si el hombre fuera un mero cuerpo de estímulo-reacción, sin voluntad ni conciencia. Recordemos de nuevo el ideal de heterosexualidad mediado por la cultura de masas y el “derecho al cuerpo femenino” vinculado a él: la industria cultural transmite una imagen de la mujer que la reduce a su apariencia. [2] Las mujeres son presentadas en este sentido como objetos que tienen que despertar y satisfacer el deseo sexual de los hombres.

Recuerdo, por ejemplo, los anuncios publicitarios de bebidas alcohólicas en Sudamérica, en los que se elogiaba el alcohol como un medio para desinhibirse e irse de fiesta con mujeres atractivas -acorde al ideal estereotipado de belleza-, semidesnudas y con senos enormes. “Se un hombre de verdad, emborráchate y agárrate una mujer atractiva -y borracha-” era el mensaje implícito. En la televisión, las presentadoras llevaban vestidos ajustados que resaltaban su figura y las cantantes  mostraban mucha piel para conseguir un mayor índice de audiencia masculina.

Los hombres, que supuestamente solo actúan guiados por sus instintos, y que solo piensan en sexo, tienen que ser estimulados por la industria cultural con el cuerpo femenino. ¿La cima de la heterosexualidad masculina? ¡La penetración! En el marco de la masculinidad hegemónica, la sexualidad es reducida a la penetración, la cual refuerza la dominación masculina.

El sexo en la sociedad del rendimiento

En mi juventud, cuando hablaba de sexo con mis amigos, a menudo se oían expresiones como “me la he follado”, mientras que mis amigas eran más propensas a hablar de “hemos follado”. “Ser follado” es una expresión con connotación negativa en el contexto de la masculinidad, porque ser penetrado es, dentro de la lógica masculina y heteronormativa, sinónimo de ser sometido. Por lo tanto, cuando los hombres patriarcales alardean de sus experiencias sexuales para levantar su ego, están expresando un deseo de dominación: sometí a una mujer a mí y a mi pene. La sexualidad reducida a la penetración y centrada en el falo se convierte en el eje central de la identidad masculina y simboliza fortaleza, soberanía y dominio. La potencia sexual es lo que hace que el hombre patriarcal se sienta hombre.

Desde de la adolescencia, la mayoría de los hombres sienten una presión por mostrar rendimiento en el plano sexual. Si un hombre no siente deseo sexual alguno por cierto tiempo o si no tiene pareja durante un largo periodo de tiempo, esto afectará a su identidad masculina. Incluso hay casos en relaciones de pareja, en los cuales la falta de deseo sexual por parte del hombre es patologizada, presionando al hombre a adaptarse al ideal de masculinidad hegemónica. En lugar de aceptar que cada persona tiene sus propias formas de vivir el placer sexual y que este está sujeto a fluctuaciones, o de experimentar con otras formas de sexualidad y cercanía, los hombres suelen esforzarse en cumplir con el rendimiento sexual que la sociedad patriarcal. En este contexto, se concibe la penetración no solo como algo que satisface el deseo sexual del hombre, sino que también representa el deseo del hombre hacia la mujer, lo que ratifica a la mujer como un objeto sexual codiciado.  Así mismo, las propias mujeres están sometidas a la presión social, porque la falta de deseo por parte de sus parejas puede llevarlas a pensar que ellas no son lo suficientemente atractivas o “buenas en la cama”. Todo esto cimienta la heteronormatividad que exige a los hombres y a las mujeres que se adapten a los roles de género tradicionales a través de la sexualidad centrada en el falo y en la penetración.

Masculinidad y homosexualidad

La demarcación ante la homosexualidad es un componente central del ideal hegemónico de masculinidad. La homosexualidad supone una amenaza permanente. Recuerdo que a la temprana edad de nueve años me llamaron “maricón” porque llevaba un pendiente en la oreja derecha. ¿Pendiente en la oreja derecha? ¡Eso es gay! ¿Pendiente en la oreja izquierda? ¡Eso es masculino! ¿Pendientes en ambas orejas? ¡Eso es de mujeres!

En aquel entonces yo no sabía lo que significaba ser gay, al igual que la mayoría de los niños pequeños que utilizaban la palabra “maricón” para insultarme. Cuando les pregunté a lxs  profesorxs y a mi familia qué significaba maricón, me explicaron que era un insulto para referirse a los hombres que se sienten atraídos por otros hombres. El mismo día me quitaron el pendiente de la oreja derecha lo más rápido posible y me perforaron el lóbulo de la oreja izquierda, “la masculina”.

Ser o parecer maricón siempre fue el peor de los insultos durante toda mi juventud, porque denotaba una especie de traidor al ideal de masculinidad o, peor aún, una persona “mental y sexualmente perturbada”, un pervertido a la espera de abusar de otros. En una especie de autodisciplina colectiva, se cuidaba meticulosamente de que ningún hombre hiciera algo que pudiera ser asociado a un maricón o a una mujer. ¿Sentarse con las piernas cruzadas? ¡Sospechoso! ¿Llorar o mostrar miedo? ¡Realmente gay! ¿Ternura entre hombres? ¡Peligroso! ¿No ser un bocón  engreído? ¡Algo anda mal!

Resulta curioso que durante la secundaria la intimidad física entre hombres estaba permitida si se trataba de una especie de juego de roles, en el cual dos o más jóvenes se hacían pasar por gays para burlarse de los homosexuales. Esta parodia impregnada de masculinidad incluía la ya mencionada caracterización de los homosexuales como abusadores. En el juego de roles, otros hombres eran bombardeados con consignas sexistas y manoseados. También recuerdo que un compañero de clase la pasó muy mal en el colegio porque “no estaba en forma”, tenía pocos amigos varones, no jugaba al fútbol, y porque tanto su tono de voz como sus gestos no parecían “suficientemente masculinos”.

En este sentido, el enraizamiento psíquico de la masculinidad en el inconsciente, que caracteriza el habitus social de los hombres, también se anida en las expresiones corporales. La postura corporal, el tono de voz o la apariencia de autoconfianza etc., son factores importantes a través de los cuales los hombres aprenden a ser hombres. El acoso contra mi compañero de clase se volvió tan extremo que este no acudió a la escuela durante semanas y se encerró en su cuarto triste, intimidado y deprimido.

Esta violencia, ignorancia e inseguridad ante la homosexualidad es fruto del tabú que representa en las sociedades heteropatriarcales: se la considera una amenaza para la propia masculinidad. Cuanto más importante sea la masculinidad para la identidad de una persona, más amenazante le parecerá el deseo no heterosexual.

[1]Soy consciente de que el siguiento texto se centra principalmente en una perspectiva heterosexual. Por ende mis argumentos no son válidos para todos los hombres.

[2]También los hombres están cada vez más expuestos a un ideal de belleza y se ven reducidos a su apariencia. Sin embargo, la presión social de adaptarse a cierto ideal de belleza, sigue siendo mucho mayor en el caso de las mujeres.

LEER EL ARTICULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: Revista crisis

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