Por: Stéfanie Prezioso. KAOSENLARED. 23/09/2020
El capitalismo desafía la supervivencia de la humanidad en la tierra, sobre todo la de las poblaciones más pobres. Reduce el precio del trabajo de reproducción de la fuerza de trabajo cuando las mujeres no pueden llevarlo gratis dentro de la familia. ¿Cómo acabar con ello poniendo la defensa de la vida en el centro?
Desde hace varios meses, con la aparición de la Covid-19, la imperiosa necesidad de romper con un sistema mortífero, coreado en los últimos años en manifestaciones por la justicia climática, se ha plasmado muy concretamente en la vida de cientos de millones de personas. La pandemia, ligada a las consecuencias de la globalización capitalista, que amenaza el clima, la biodiversidad y, por ende, la salud de los seres humanos, ha encendido la pólvora. De forma brutal, ha dado cuerpo a esta aterradora imagen propuesta por el economista marxista Jean-Marie Harribey según la cual el capitalismo mundial es un “agujero negro” camino de “tragarse” las actividades humanas, la naturaleza, los seres vivos, el conocimiento, etc. “Tragar, es decir someter todo a la ley de la rentabilidad, el lucro y la acumulación de capital” (Le trou noir du capitalisme. Pour ne pas y être aspiré, réhabiliter le travail, instituer les communs et socialiser la monnaie, 2020).
La vida en el centro de nuestras preocupaciones
En los últimos meses, las razones por las que las mujeres de muchos países se declararon en huelga y salieron a las calles masivamente estos últimos tres años, y también las razones por las que millones de jóvenes se han manifestado a favor del clima, se han hecho totalmente evidentes para amplios sectores de la población. De hecho, estos dos movimientos muestran ciertas preocupaciones comunes al situar la vida en el centro de su lucha: una tierra nutritiva, comida, agua, pero también “los nutrientes sociales necesarios para una vida plena” (Tithi Bhattacharya). ¿De qué se trata? De los cuidados diarios, y más en caso de enfermedad, especialmente para los ancianos, así como del cuidado y la educación de los niños, en parte proporcionados dentro de la familia; de los ingresos monetarios (sueldos, pensiones, seguros y diversas ayudas sociales) que permiten la adquisición de bienes de primera necesidad en el mercado; servicios públicos que hagan que la educación, la salud, el transporte y la vivienda sean accesibles para todos y todas; tiempo libre para hablar, participar, implicarse, crear… Poner la vida en el centro permite también así reapropiarse de las cuestiones esenciales planteadas por las ecofeministas del Sur global, de este tercer Estado del mundo que fue el epicentro de la revolución en las décadas de la posguerra; un feminismo anclado en un “territorio de vida” popular, y por eso basado en la experiencias de vida comunitaria y las luchas antiimperialistas contra las multinacionales (agua, minas, petróleo o agricultura ).
Es sobre la base de estas consideraciones que las compañeras pudieron escribir en nuestro bimensual [revista Solidarités], en vísperas de la huelga de mujeres / feministas de junio de 2020, que en adelante “las feministas marxistas revolucionarias habían […] encontrado más relevante analizar el sistema de acuerdo con la contradicción capital / vida, que abarca tanto la preservación de los seres humanos como del medio ambiente, en lugar de la tradicional contradicción capital / trabajo”. En parte, tenían razón. Sí, el capital se opone a la vida porque agota las dos fuentes de toda riqueza: el trabajo humano y la naturaleza. En este sentido, la contradicción continúa agudizándose entre el capital y las condiciones mismas de existencia de la especie humana en la tierra. Y de esta manera, el capitalismo podría socavar las bases objetivas de su propia sustentabilidad para dar lugar a una forma de barbarie sin precedentes. De hecho, este modo de producción, como señaló Marx, tiende inexorablemente a sembrar la muerte. Debido a que “tiene tan buenas razones para negar los sufrimientos de la legión de obreros que lo rodea”, ya no se desvía de sus objetivos “por la perspectiva de una futura degradación de la humanidad -y en último término por su despoblación incontenible- como por la posible caída de la Tierra sobre el Sol. (…) Después de mí, el diluvio ! es la divisa de todo capitalista y de toda nación de capitalistas. El capital, por consiguiente, no tiene en cuenta la salud y la duración de la vida del obrero, salvo cuando la sociedad le obliga a tomarlas en consideración” (El Capital, Tomo I, vol. 1, p. 325). Y el orden neoliberal ha acelerado estas tendencias destructivas. Sin embargo, la vieja contradicción capital/trabajo permanece en el corazón de la lucha por derrocar al capitalismo y establecer una sociedad de productores asociados, reconciliados con la naturaleza.
Trabajar en el corazón de la creación y de la reproducción de la sociedad
Las tareas del cuidado diario y la educación representan un ámbito esencial de la actividad humana. En el mundo capitalista, cubren actividades remuneradas o no remuneradas, dentro o fuera del marco familiar, que son esenciales para la reproducción de la fuerza de trabajo y su explotación a largo plazo. Con la Covid-19 y el confinamiento de esta primavera, la centralidad de este trabajo de reproducción social se ha impuesto de pronto sobre todos. Tanto es así que ya no parecía necesario explicar su carácter indispensable para la economía: el papel esencial de quienes más se exponían les valió un fuerte aplauso. En el apogeo de la crisis, hizo falta esfuerzo y coraje para mantener a flote los sistemas de salud pública severamente debilitados por los recortes presupuestarios, así como los sistemas educativos también puestos a prueba, del mismo modo que la distribución de alimentos y los servicios de limpieza tan expuestos como mal pagados, realizados en gran parte por trabajadores y trabajadoras precaria, de los cuales las mujeres y las personas de color constituyen la gran mayoría. Por no hablar de quienes, trabajando ilegalmente, perdieron su trabajo sin compensación al inicio del confinamiento, o todas las demás mujeres cuyas tareas domésticas se han disparado dentro de la familia.
Este trabajo, imprescindible para el mantenimiento de la vida, se alabó, pero no sin contribuir de paso a la consolidación de la imagen tradicional de la mujer salvadora, esposa y madre, como en tiempos de guerra, en el siglo pasado: la valoración de un sacrificio supuestamente aceptado, en vez de un análisis concreto de las condiciones de vida y de trabajo, que debe cuestionarse radicalmente. De hecho, ¿a qué se refiere la noción de reproducción social? En primer lugar, en la perspectiva del Capital, a la necesidad de reproducir y reconstituir día tras día la fuerza de trabajo de la que deriva sus beneficios (la famosa plusvalía). Ya en la década de 1960, las feministas marxistas desarrollaron un análisis concreto de lo que debe considerarse como la cara oculta de la explotación capitalista, en parte subcontratada en forma de trabajo remunerado mal pagado, incluso informal, realizado de forma gratuita, principalmente por mujeres, dentro de la familia. No es posible desarrollar aquí en toda su complejidad los ricos debates liderados por autores como Johanna Brenner, Susan Ferguson o Lise Vogel… Allanaron el camino para una nueva generación de feministas marxistas. Así, en un libro reciente, Social Reproduction Theory. Remapping Class, Recentering Oppression (2017), Tithi Bhattacharya apunta a un tema decisivo: en realidad, el trabajo productivo y reproductivo van juntos. Después de haber definido la reproducción social como el conjunto de actividades necesarias para “producir la vida, mantenerla y garantizar la sucesión de generaciones”, continúa: “el trabajo humano está en el corazón de la creación o reproducción de la sociedad en su conjunto”.
El trabajo vivo en el corazón del cambio social
El movimiento feminista, así como el del clima, se apoderó del término huelga, palabra cargada de historia de las luchas del trabajo vivo, único productor de riqueza, a veces para arrancar exiguas victorias a los poseedores del capital, del trabajo muerto, resultado de la explotación de generaciones anteriores. Al hacerlo, siempre buscaron, aunque confusamente, el camino hacia la emancipación a través de la acción colectiva. El uso de este término es de particular importancia para el movimiento feminista, porque sugiere que la producción y la reproducción social son parte de la “misma unidad capitalista” y que, en consecuencia, la lucha de clases no puede en ningún caso ignorar el ámbito de la reproducción social en toda su complejidad. Una idea recogida en el Proyecto de resolución sobre el nuevo auge del movimiento de mujeres de la Comisión de Mujeres de la IV Internacional: “El uso de la huelga, la centralidad de las luchas por la reproducción social, la aspiración por comprender los procesos de producción y reproducción como un todo integrado, y su funcionamiento como vector de politización y radicalización de las masas, hacen de este nuevo movimiento feminista un proceso de subjetivación de clase en sí mismo. […] ”.
Las feministas marxistas sitúan así el trabajo humano en el centro de su pensamiento, entendido en su diversidad y su carácter global, que siempre se basa en la contradicción entre capital y trabajo. En efecto, es para rebajar el precio de la fuerza de trabajo que compra y para aumentar la plusvalía que de ello se deriva, por lo que el capital busca constantemente reducir el costo de su reproducción, soportado principalmente por mujeres mal pagadas o que trabajan gratis para producir los servicios esenciales para la reconstitución y sostenibilidad del trabajo vivo. Cierto, en Occidente, en particular, muchas familias, siempre que tengan los medios, dependen del trabajo doméstico asalariado, a menudo mal pagado e informal, que involucra principalmente a mujeres inmigrantes, racializados, a menudo sin estatus legal, para cuidar de sus hijos, de sus mayores, así como de las tareas del hogar de todo tipo. Estos servicios también pueden ser prestados por plataformas, como UberEats, Deliveroo. que contratan falsos autónomos y así se evitan todas las cargas sociales e incluso fiscales derivadas de ello, etc. En las familias de clase trabajadora, que lo usan menos, los hombres asumen una mayor proporción de las tareas del hogar, aunque las mujeres siempre hacen más.
Comprender el papel que juega el trabajo productivo y reproductivo (asalariado y no asalariado) para asegurar la acumulación capitalista es también entender que solo el trabajo vivo, porque es la condición misma de las ganancias de una pequeña minoría de explotadores, es capaz de derrocar el yugo del capital, mediante la lucha colectiva por su emancipación. Sobre todo, solo su inmenso número y su posición estratégica en el corazón de las relaciones de producción capitalistas pueden dar a los trabajadores y trabajadoras la fuerza para derrocar este modo de producción mortal y fundar un orden social ecosocialista basado en la libre asociación de productores, en la igualdad de género y el respeto del metabolismo esencial entre las actividades humanas y el medio natural.
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Fotografía: Viento Sur.