Por: Guillermo Núñez Noriega. nexos. 25/02/2020
En años recientes, términos como “masculinidad tóxica”, “micromachismos”, “neomachismos”, “masculinidades equitativas” se han vuelto parte del lenguaje cotidiano, y también institucional, en nuestro país. La proliferación de estos conceptos es evidencia de que los significados y modalidades de ser hombre se debaten en algunos sectores de la sociedad mexicana actual, debate que se ha intensificado y crispado en la medida en que las mujeres se movilizan contra el feminicidio y otras violencias sexuales y de género. Esta conversación social no se puede entender plenamente sin el feminismo, pero tampoco sin el desarrollo de los estudios de género de los hombres y las masculinidades que están presentes ya en numerosas universidades públicas del país y del mundo. Vale la pena reflexionar sobre cómo contribuye este subcampo de los estudios de género a la comprensión de temas tan urgentes como la violencia contra las mujeres y la violencia social en México.
Desde la década de los 70, los movimientos feministas, de liberación homosexual y contraculturales, promovieron entre algunos hombres, sobre todo estudiantes y profesores, una reflexión sistemática sobre la adscripción social de atributos de “hombría” o “masculinidad” a los varones desde su nacimiento, y la manera en que estos mandatos impactaban diversos ámbitos de sus vidas. La reflexión teórica y conceptual acumulada por el feminismo y el movimiento homosexual sobre la opresión de las mujeres, el sistema patriarcal, la homofobia o los roles sexuales asignados a hombres y mujeres fueron insumos fundamentales en el desarrollo de estas primeras reflexiones. El formato para la reunión y el análisis fueron los grupos de autoconciencia, comunes entre la izquierda de esa década, en los que convergieron esposos, hijos, padres o compañeros de mujeres feministas, sobrevivientes de abusos sexuales, pacifistas y ecologistas, lo mismo que hombres gays y bisexuales. En poco tiempo, este proceso reflexivo se insertó en el quehacer académico y de investigación de raíz claramente feminista, así como en la organización de grupos de la sociedad civil.
La consigna raigal del feminismo: las mujeres no nacen sino que llegan a serlo, explicada por Simone de Beauvoir, orientó diversas investigaciones sobre cómo también los hombres adquirimos la condición de hombría en contextos sociales e históricos específicos que definen tanto los supuestos atributos naturales de los hombres, como las expectativas de comportamiento asignadas por la sociedad. Aunque las primeras aportaciones se hicieron desde una versión crítica de la teoría de los roles, muy pronto se realizaron investigaciones con otras aproximaciones teóricas que tuvieron una decidida influencia en las ciencias sociales. Desde la disciplina antropológica se realizaron trabajos memorables: Godelier (1986) develó los procesos ideológicos y materiales de exclusión que permiten que se reproduzca en la sociedad el control de los varones sobre de las estructuras económica, política, ideológica y militar; Herdt (1981) mostró que la hombría, lejos de ser la expresión de una supuesta naturaleza masculina, se instituye en procesos de socialización violentos que involucran rituales, pruebas de control emocional y demostración de valentía y temeridad, así como instrucción en ideas y valores misóginos y androcéntricos; Herzfeld (1985) evidenció, que la sociedad instituye en los varones proyectos ideológicos de hombría según los cuáles no es suficiente ser buen hombre (a veces ni siquiera es deseable), sino que es más importante “ser bueno como hombre”. Dicho mandato sociocultural genera una vigilancia y evaluación de uno mismo y de los demás hombres en la vida cotidiana, además de diversas formas de competencia y violencia bajo la amenaza o la promesa del reconocimiento con consecuencias simbólicas y sociales duraderas: de “ser poco hombre”, “menos hombre que” o, por el contrario, “hombre de verdad”, o “muy hombre”. Por su parte, Badinter (1994) y Kimmel (1995) mostraron el carácter relacional y reactivo de la masculinidad con respecto a la femineidad y la homosexualidad.
A la par de este tipo de investigaciones realizadas en el marco de la etnografía clásica, muchas otras con influjo de la psicología, la sociología y la historia, por ejemplo, empezaron a explorar las implicaciones de las concepciones, valores, actitudes, identidades, prácticas y relaciones de género de los hombres y la masculinidad en diversos aspectos de sus vidas y en la vida entre las mujeres y los hombres, más allá de los ámbitos identificados tradicionalmente con el género. Por ejemplo: las dinámicas de clase, de raza/etnia, de identidad nacional o regional, el deterioro ambiental, la cultura organizacional y empresarial, el sostenimiento de proyectos imperialistas y militaristas, la modernidad, la cultura global o la criminalidad. De este movimiento intelectual y académico no quedaron al margen teóricos sociales como Pierre Bourdieu quien realizó una relectura en clave de género y masculinidad de sus investigaciones anteriores y escribió un texto de gran importancia para entender las relaciones de poder basadas en el género: La Domination masculine (1998).
El estudio de la masculinidad en México
El origen y el desarrollo de este tipo de reflexiones en México no es producto de una simple importación de ideas. Diversos autores señalan que hay tres fuentes que alimentan la reflexión sobre los hombres como sujetos genéricos en México. La primera es la tradición literaria, filosófica y antropológica sobre el “hombre mexicano”, con autores emblemáticos como Samuel Ramos u Octavio Paz (con la que la investigación empírica tuvo que saldar cuentas). La segunda es la conversación que se produjo a partir de las transformaciones sociales, económicas, políticas y culturales acumuladas a lo largo de varias décadas, que impactaron la vida de las mujeres y la estructura familiar y la investigación y el movimiento feminista. La tercera fuente fue la liberación de las costumbres sexuales de los años sesenta y setenta, la emergencia del movimiento lésbico gay, y la investigación sobre la sexualidad (y los placeres ocultos) de los varones impulsados tanto por la antropología, como por el activismo en torno a la epidemia del sida. Esto derivó en la creación paulatina de agrupaciones para trabajar temas como la masculinidad, la violencia y la salud y, posteriormente, en el desarrollo de iniciativas de formación y diálogo académico liderados por feministas en puestos académicos importantes.
Desde un principio estos estudios documentaron que los varones somos diversos en México, no sólo en términos de clase, etnia, orientación sexual, edad, religión, ocupación, estado civil, sino que los mandatos sociales de la hombría también difieren, lo mismo que nuestra forma de relacionarnos con ellos.1 Esto sucede incluso entre los hombres que parecen reproducir elementos del viejo estereotipo del “macho mexicano”.2 Es en virtud de esa diversidad documentada que se prefiere designar a este campo “estudios de género de los hombres y las masculinidades” y no “del hombre y la masculinidad”, así como plantear que el objeto de estudio no son los hombres definidos de antemano por una supuesta masculinidad natural, un proceso histórico traumático, o un arquetipo inmemorial inserto en la mente de los varones,3 sino los significados de género y en particular los significados de ser hombre y de masculinidad constitutivos y constituyentes de la dinámica sociocultural.
Del varón como factor de riesgo al estudio del crimen organizado y la narcocultura
La violencia de los varones contra las mujeres en contextos de pareja fue un tema pionero en el activismo y los estudios de género de los hombres y las masculinidades en México. Desde entonces, este tema sigue aportando evidencias y reflexiones sobre la manera en que la sociedad promueve, normaliza y produce formas de ser hombre que se definen por su autoridad, control y privilegios sobre las mujeres, los niños y las niñas, e incluso, otros hombres. Se trata de una forma de hombría, de supremacía de género, que cuando es cuestionada en las relaciones de pareja o en la vida cotidiana a menudo conduce a acciones violentas para restaurar su posición de poder y privilegio.4
La morbilidad y mortalidad de los varones se ha vuelto un tema importante en los estudios de las masculinidades. Hoy proliferan las investigaciones sobre la manera en que las expectativas y prácticas en las que los hombres son socializados para “ser hombres” —tales como mostrar a otros y a sí mismos temeridad, arrojo, valentía, fortaleza, competencia, o tomar riesgos, exponer la vida, beber alcohol o consumir drogas, desconocer y reprimir las emociones, y resolver con violencia los conflictos— impactan en los perfiles de morbilidad y mortalidad de los varones, o en su conducta criminal.5 Diversos estudios sobre masculinidad, feminicidio, crimen organizado, narcotráfico y narcocultura han ido mostrando el subtexto de género del crimen organizado, en particular en el narcotráfico.6 Este se sostiene y desarrolla a partir de ideologías, identidades, prácticas y relaciones de género que no son meras anécdotas o elementos secundarios en su constitución y dinámica, por el contrario, son un elemento fundamental que las define y permite su reproducción, particularmente a través del reclutamiento de sujetos, casi siempre desde la pubertad y la adolescencia. Son sujetos que han sido socializados previamente en determinados proyectos ideológicos de masculinidad, que ofrecen una promesa de hombría construida con capital bélico (armas de alto poder y una organización que confiere una autoridad a toda prueba, capaz de decidir sobre la vida y la muerte de los adversarios, que produce temor y sumisión), con capital económico (mansiones, joyas, aviones privados, autos de lujo, ropa de marca, vacaciones en lugares paradisíacos, banquetes y borracheras con bebidas alcohólicas costosas), capital simbólico (una heterosexualidad a toda prueba, disponibilidad de mujeres esculturales, respeto de los pares, amigos e influencia social), pero también con una historia de demostración de la hombría a través de anécdotas de arrojo, valentía, temeridad, control emocional o indiferencia ante el peligro o el dolor propio y ajeno, fuerza, resistencia.
Lo que los estudios de género de los hombres y las masculinidades están mostrando, es que la narcocultura, con sus canciones, videoclips, moda, narco series, canales en YouTube y en redes sociales, pero también con su arraigo en la sociedad mexicana (si bien diferenciado en las regiones, barrios, ciudades, pueblos y sectores sociales), es el brazo ideológico que produce sujetos disponibles para el crimen organizado en la medida en que los configura con determinados proyectos ideológicos de masculinidad poderosa.
En un contexto de violencia, estas investigaciones son un insumo importante y novedoso que debería informar la política pública. Sin embargo, esto no se ve fácil. Las ideologías de género dominantes tienen un componente fundamental: naturalizan los comportamientos de los varones, los remiten a su cuerpo o simplemente se viven desde una lógica de sentido común que vuelve invisible su factura social ( “así son los hombres ¿no?”), por lo que la masculinidad no suele entrar en la explicación del comportamiento social, ni siquiera el violento, como sí se considera la pobreza, por ejemplo, a pesar de lo que señalan los propios jóvenes sicarios, quienes desestiman el papel de la pobreza en la explicación de su trayectoria criminal.7
Alentar el análisis de las masculinidades, desde la academia, pero también entre los varones, es fundamental para reconfigurar no sólo nuestras vidas personales de pareja, familiares, laborales o de amistad (a menudo insatisfactorias), sino también para detener esta dinámica de violencia y muerte que nos agobia como sociedad. El análisis crítico y la conversación pública sobre las formas dominantes de masculinidades en las que hemos sido socializados nos puede conducir hacia formas de ser hombre y a relaciones sociales diferentes, más felices y satisfactorias, basadas en la empatía, el afecto, la igualdad, la solidaridad, el entendimiento y el compromiso con la vida. Un compromiso que nos urge como país.
Guillermo Núñez Noriega
Doctor en Antropología cultural por la Universidad de Arizona. Investigador titular en la línea de Género, Diversidad sexual y Etnicidad, del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo, A.C. en Hermosillo, Sonora. Investigador Nacional, SNI II. Autor de siete libros y numerosos artículos de investigación. Fue fundador y presidente de la asociación científica Academia Mexicana de Estudios de Género de los Hombres, A.C.
Bibliografía
Badinter, Elizabeth. 1993. XY: La identidad masculina. Madrid, Alianza Editorial.
Barragán Bórquez, Antonio de Jesús. 2015. “Por el recorrido de la vida y la muerte: identidad y aprendizaje social en Jóvenes Sicarios en Sonora”, México, El Colegio de Sonora, tesis de maestría en ciencias sociales.
Bourdieu, Pierre. 1998. La Domination masculine. Paris, Sage.
De Keijzer, Benno. 1997. “El Varón como factor de riesgo. Masculinidad, salud mental y salud reproductiva”, en Esperanza Tuñón (coord.), Género y salud en el Sureste de México. México, ECOSUR-UJAD, pp. 199-219.
Godelier, Maurice. 1981. La producción de los grandes hombres. Poder y dominación masculina entre los Baruya de Nueva Guinea. España: Akal.
Gutmann, Mathew. 2000. Ser hombre de verdad en la ciudad de México: ni macho ni mandilón. México: Colegio de México.
Herdt, Gilbert. 1981. Guardians of the Flutes: Idioms of Masculinity. New York: McGraw-Hill.
Herzfeld, Michael. 1985. The Poetics of Manhood: contest and identity in a Cretan mountain village. Estados Unidos de América: Princeton University Press.
Kauffman, Michael. 1989. Hombres: Placer, Poder y Cambio. República Dominicana: CIPAF.
Kimmel, Michael S. 1994. “Masculinity as Homophobia. Fear, Shame, and Silence in the Construction of Gender Identity”, en Harry Brod and Michel Kaufman (edit.). Theorizing Masculinities. Estados Unidos de América: Thousand Oaks Sage Publication.
Núñez Noriega, Guillermo. 2017a. Abriendo brecha. 25 años de estudios de género de los hombres y las masculinidades en México. México, CIAD, A.C. y AMEGH, A.C.
Núñez Noriega, Guillermo y Espinoza Cid, Claudia Esthela. 2017. “El narcotráfico como dispositivo de poder sexo-genérico: crimen organizado, masculinidad y teoría queer”, en Revista interdisciplinaria de estudios de género de El Colegio de México, Vol. 3, Núm. 5.
Núñez Noriega, Guillermo. (2017b). “El mal ejemplo”: masculinidad, homofobia y narcocultura en México. El Cotidiano, (202), 45-58.
Núñez-González, Marco Alejandro, Núñez Noriega, Guillermo. 2019. “Masculinidades en la narcocultura de México: “los viejones” y el honor”, en Región y Sociedad, Vol. 31.
1 Para 2014 se habían publicado 575 productos académicos, entre artículos de investigación, tesis, capítulos y libros. Esta vitalidad se debe en gran medida a una asociación pionera en Iberoamérica, la Academia Mexicana de Estudios de Género de los Hombres A.C. Ver: Guillermo Núñez Noriega, Abriendo brecha. 25 años de estudios de género de los hombres y las masculinidades en México, México, CIAD A.C. y AMEGH A.C., 2017.
2 Mathew Gutmann, Ser hombre de verdad en la ciudad de México: ni macho ni mandilón, México, Colegio de México, 2000.
3 Como una corriente ensayística (conservadora, especulativa), “masculinista” plantea.
4 Roberto Garda y Fernando Huerta (coords.), Estudios sobre la violencia masculina, México, Indesol y Hombres por la Equidad, A.C., 2007.
5 Benno De Keijzer, “El Varón como factor de riesgo. Masculinidad, salud mental y salud reproductiva”, en Esperanza Tuñón (coord.), Género y salud en el Sureste de México, México, ECOSUR-UJAD, 1997, pp. 199-219.
6 Para una relación de esos trabajos ver: Guillermo Núñez Noriega, Guillermo y Claudia Esthela Espinoza Cid, Claudia Esthela, “El narcotráfico como dispositivo de poder sexo-genérico: crimen organizado, masculinidad y teoría queer”, Revista interdisciplinaria de estudios de género, El Colegio de México, Vol. 3, Núm. 5, 2017.
7 Antonio de Jesús Barragán Bórquez, “Por el recorrido de la vida y la muerte: identidad y aprendizaje social en Jóvenes Sicarios en Sonora”, México, El Colegio de Sonora, tesis de maestría en ciencias sociales.
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Fotografía: nexos.