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Sobre la caracterización del enemigo en la era del neofascismo

por RedaccionA abril 5, 2025
abril 5, 2025
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Por: Gilbert Achcar. 05/04/2025

Francisco Louça ha escrito un breve texto en el que plantea la pregunta “Quién es el enemigo?”, que evoca la conocida definición de la política formulada por el reaccionario teórico alemán Carl Schmitt en 1932, el año anterior a su adhesión al partido nazi. Según Schmitt, la distinción específica en la que se basa la política es la que existe entre amigo y enemigo. De ahí la pregunta que Francisco plantea en el título, al situar su texto bajo el epígrafe “estrategia”.

Eso está muy bien: tiene el mérito de situar claramente el debate y de aportar una contribución estimulante al mismo. Entonces, ¿quién es el enemigo? Francisco señala tres respuestas como las “más extendidas” (lo cual es una exageración, por no decir otra cosa, en lo que respecta a la tercera, o bien “extendida” se refiere aquí a un microcosmos muy específico): “En el debate político reciente”, escribe “ha habido varias formulaciones que utilizan diferentes metáforas y  responden que el enemigo es el neofascismo, el tecnofeudalismo (YannisVaroufakis) o el capitalismo político (Robert Brenner)”. Francisco descarta a los dos primeros, no sin cierta condescendencia: “Las dos primeras tienen en común recurrir al pasado para designar el presente. Es comprensible: la analogía nos traslada al terreno de lo conocido para analizar lo desconocido o, al menos, lo nuevo. Pero ese es precisamente el problema: la metáfora nos atrapa en su significado y en su lectura […]”.

Francisco no parece darse cuenta de que la respuesta que da a la pregunta que ha planteado, a saber, “superoligarquía”, se remonta incluso más atrás que el neofascismo y el tecnofeudalismo, ya que el concepto de oligarquía se remonta a la antigüedad griega. Y es, por desgracia, la menos convincente de todas las formulaciones: la oligarquía se refiere, por definición, al poder de unos pocos, y no tiene mucho sentido añadir “súper” a tal término. La propia naturaleza de la concentración económica característica del capitalismo tiende a una reducción del número de detentadores del poder económico, que la mayoría de las veces va acompañada de una mayor centralización del poder político, con lo que ambos poderes tienden a fusionarse. Decir que esto es característico de nuestra época no es en realidad nada nuevo para comprender su especificidad.

La noción de tecnofeudalismo—que Francisco atribuye únicamente a Varoufakis, pero que también está en el centro del pensamiento de Cédric Durand, y es similar a la noción anterior de“feudalismo digital” de Marianna Mazzucato y Shoshana Zuboff— tiene el mérito de hacer hincapié en el control de las cumbres de la economía digital por una pequeña camarilla de capitalistas muy grandes. Utiliza la analogía del feudalismo para describir la relación específica de dependencia, o “vasallaje”, que esta oligarquía de la economía digital, gracias a su control de los datos y las infraestructuras, mantiene con los usuarios y las pequeñas empresas. Como toda analogía, ésta tiene sus límites, pero es evidentemente útil.

La noción de “capitalismo político” puede parecer más reciente, pero en realidad no lo es. Es un término erróneo porque no existe el “capitalismo apolítico”: en otras palabras, porque el capitalismo está, por su propia naturaleza, directamente afectado por la naturaleza del poder político que condiciona su funcionamiento. Lo que yace en el corazón de la noción expuesta por Dylan Riley y Robert Brenner es lo que ellos denominan “un nuevo régimen de acumulación: llamémoslo capitalismo político”. En el capitalismo político, es el poder político en bruto, y no la inversión productiva, el principal determinante de la tasa de rendimiento”. (“SevenTheses on American Politics”, NLR, 138, nov-dic 2022, p. 6).

Esto puede parecer algo nuevo, pero en realidad no lo es. Desde los albores del capitalismo, han coexistido formas que tienden a ajustarse al tipo ideal de capitalismo determinado por la libre competencia en el mercado, con otras que Max Weber denominó de forma mucho más acertada “capitalismo políticamente determinado” (politisch bedingter Kapitalismus). Según la definición de Weber, la “orientación política” de este tipo de capitalismo depende, entre otras cosas, de “las posibilidades de ganancias permanentes resultantes de una posición de dominio garantizada por el poder político”.

Por supuesto, siempre ha habido elementos de capitalismo políticamente determinado dentro del sistema capitalista estadounidense, pero de lo que estamos hablando aquí es del “régimen de acumulación” dominante. Es comprensible que los autores estadounidenses perciban este régimen como algo nuevo. Sin embargo, desde el punto de vista de la historia económica o del estudio de las economías del Sur global, dicho régimen es de hecho mucho más antiguo que el capitalismo típico ideal, y ha permanecido vigente en muchas economías no occidentales. Por tanto, es fundamental para mi propio análisis de las modalidades particulares del capitalismo en la región árabe, desarrollado en mi libro The People Want: A Radical Exploration of the Arab Uprising [https://vientosur.info/el-pueblo-quiere-una-exploracion-radical-de-la-sublevacion-arabe]. La novedad es, por supuesto, que este régimen ha llegado a imponerse en la mayor potencia capitalista del mundo, y eso en el contexto de una evolución tecnológica del capitalismo que ha desembocado en el “tecnofeudalismo”.

Por lo tanto, no existe contradicción entre estos conceptos, sino más bien una complementariedad. Lo mismo ocurre con la aplicación del concepto de neofascismo a la versión de la extrema derecha que ha surgido con fuerza en los últimos años a escala mundial y que se ha visto impulsada con mucha fuerza por el advenimiento de la administración neofascista de Trump 2. Contrariamente a lo que piensa Francisco, el neofascismo no “sugiere” una “repetición del fascismo”; más bien, el concepto destaca la originalidad del fascismo del sigloXXI en comparación con el del siglo anterior, al tiempo que tiene en cuenta sus rasgos comunes, como intenté hacer en mi artículo “La era del neofascismo y sus rasgos distintivos”.

Esta originalidad viene determinada en parte por la era digital en la que vivimos —no sólo por la connivencia entre los neofascistas de Estados Unidos y del mundo y el propietario de la mayor fortuna capitalista de nuestro tiempo, figura central del tecnofeudalismo y otros sectores de alta tecnología, que ha adquirido la principal plataforma de redes sociales del mundo—, sino también por el hecho de que las modernas redes sociales se han convertido en los principales vehículos de propaganda y desinformación neofascistas.

En cuanto a la estrategia, referirse al enemigo como una “superoligarquía” no ayuda en nada a comprender lo que hay que hacer. Y cuando esta “superoligarquía” se presenta como cuasi divina —“Por encima de ti, puedes estar seguro de que tienes a tu enemigo, el superoligarca” es la conclusión del artículo de Francisco— el riesgo es más bien el de la resignación ante el todopoderoso o el del repliegue ascético ante la tecnología. El concepto de neofascismo, por otra parte, nos remite al debate estratégico sobre la oposición al fascismo en el siglo pasado, que sigue siendo muy importante y pertinente hoy en día.

El primer paso es identificar el contenido ideológico del neofascismo, que combina elementos de lo antiguo con rasgos modernos. Los he resumido de la siguiente manera: “fanatismo nacionalista y étnico, xenofobia, racismo explícito, masculinidad asertiva y hostilidad extrema hacia los logros de la Ilustración y los valores emancipadores”; un programa que “no conduce a la expansión del aparato estatal y su papel económico, sino que se inspira más bien en el pensamiento neoliberal en su fomento de la reducción del papel económico del Estado en favor del capital privado” (excepto cuando la necesidad dicta lo contrario, como ocurre en tiempos de guerra); este neofascismo “ha florecido sobre el estiércol del resentimiento racista y xenófobo contra las crecientes oleadas de inmigración que han acompañado a la globalización neoliberal o han sido resultado de las guerras que ésta ha alimentado, paralelamente al colapso de las reglas del sistema internacional”; “está empujando al mundo hacia el abismo con la flagrante hostilidad de la mayoría de sus facciones a las medidas ecológicas esenciales, exacerbando así el peligro medioambiental”.

Desde un punto de vista estratégico, hoy como ayer, los dos peligros más graves que amenazan a la izquierda antifascista son diametralmente opuestos: 1) la minimización del peligro que representa el neofascismo, con la tentación ultraizquierdista de descontar por igual a neofascistas y liberales (en el sentido político del término); 2) la renuncia, a veces presentada como temporal, a la lucha de clases en nombre del frente democrático contra los neofascistas.

Frente a este neofascismo, que tiene el viento a favor tanto en el Norte global como en el Sur, hay que combinar la mayor flexibilidad posible en términos de alianzas en defensa de las conquistas democráticas, con la construcción de un polo de clase anticapitalista. Esto es lo que decía al final de mi artículo:

“Es vital y urgente hacer frente al auge global del neofascismo reuniendo a las más amplias alianzas ad hoc en defensa de la democracia, el medio ambiente, la igualdad de género y los derechos de los inmigrantes, con la variedad de fuerzas que abrazan estos objetivos, al tiempo que se trabaja para reconstruir una corriente global que se oponga al neoliberalismo y defienda el interés público frente al dominio de los intereses privados.”

Por todas estas razones, me parece que, desde un punto de vista estratégico, la designación del enemigo principal como neofascista es la más útil, además de ser totalmente pertinente.

Traducido por César Ayala de la versión en francés suministrada por el autor.

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: Viento sur. Steve Bannon jugando a reproducir el saludo nazi (febrero 2025). Imagen, Univision

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