Por: La Calle Central. 07/02/2020
Hay pueblos que no son comunes a los demás, que son distintos, diferentes, podemos decir que son raros. No hay palabras para definirlos, solo para describirlos. Son de esos lugares donde el tiempo parece detenerse, donde cada persona se convierte en un personaje, con una distinción y una existencia que lo hará memorable para la gente de su pueblo. Hay lugares así, sin un nombre famoso, desconocidos y perdidos en la geografía de un inmenso país, pero llenos de historias, de los que son de los mundos raros que si existen. Pueblos con caminos solitarios y pedregosos, llenos de polvo rojo, con arbustos secos y un cielo azul, con atardeceres naranjas y nubes de borrego. Con gente olvidada en el tiempo, en el espacio, que viven en la misma calle de siempre, ahí donde la niñez transcurrió sin darse cuenta y donde la vejez los alcanzó junto con quienes se quedaron para siempre. Son de esos lugares que no tienen nombre pero que no importa su nombre, donde las mismas personas escriben a diario su historia mágica, donde nacen los escritores, los poetas, los músicos, los cantadores. Ahí donde la filosofía tiene su origen, donde los conflictos existenciales pasan desapercibidos y donde lo importante se reduce a un café en la mañana, a un chocolate en la tarde y a todas esas historias para contar y que se seguirán contando por muchos años. Todos esos pueblos son Macondo, sí, el de los Cien años de Soledad, perdidos en la nada de esta hermosa Latinoamérica.
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Fotografía: México.