Por Fernando Illescas
Luego de toda una generación bajo el influjo de las perversidades de C. Salinas, tanto como paladín neoliberal como actor de la mafia, la idiosincrasia de la mayor parte de la sociedad (especialmente aquella que no quiso profundizar un poco en los qués y los porqués) respecto de la educación es una mala copia de la visión yanqui, donde la educación es una mercancía que a su vez genera otra mercancía, ésta última productos vivos listos para servir a las empresas en sumisión, individualmente (sin sindicatos), sin derechos laborales y sin protestar. La legislatura pasada, ya de la 4ª T, incluso se atrevió a criminalizar la toma de vías de comunicación y a dar presupuesto público para becas en pseudoescuelas privadas.
Ante el reciente cambio, que por suerte va mucho más allá de lo curricular, hay los que dicen que se está ideologizando a la educación, cuando nunca vieron toda la ideología (por cierto, muy perniciosa) inserta en la educación neoliberal y las pruebas estandarizadas.
Resulta un verdadero oasis en el desierto de la pedagogía de control, que haya al fin un movimiento amplio apoyando un cambio hacia la pedagogía de acompañamiento. La mayoría de maestros, padres y autoridades educativas no entiende cómo puede haber educación sin darle el lugar protagónico a las calificaciones, sin un rígido marco curricular (o sea, la predefinición de todo lo que se imparta en las escuelas), ni entiende cómo puede ser sin un marco autoritario, antidemocrático, dictado desde arriba, mientras que preferirían sólo seguir repitiendo
Lo que está sucediendo debe ser abrazado por toda la sociedad mexicana como una oportunidad magnífica para transformar el proceso educativo, de ser una aplanadora de las individualidades que a la vez disgrega a la sociedad en individuos vulnerables, a ser una concertación entre padres, facilitadores y aprendientes que enfrentan juntos el reto del entorno.
Si hay algo alienante en la educación es ‘siéntate, cállate y aprende lo que digo’. Si hay algo liberador es asumir la propia responsabilidad del proceso educativo en los propios hombros, sin culpar a nadie más, y donde la escuela se convierte en acompañante de mi proceso en lugar de la autoridad tiránica que me extiende calificaciones para que yo compre afecto o más adelante, puestos de trabajo más remunerados, donde eso último es lo que más importa, desconsiderando la identidad comunitaria y el hecho de que la educación es para mejorar la manera en que uno se inserta en el grupo social, siendo uno más útil por saber más cómo enfrentar al entorno.
La competitividad, narrativa neoliberal por excelencia, es el principio de la guerra, su opuesto, la colaboración es la narrativa que necesitamos para apropiarnos de la educación.
La nueva propuesta instala la visión colaborativa, versus la versión mercantil individualista. Las universidades públicas en muchos de sus ámbitos se convirtieron en cuevas de ambiciosos ladrones buscando patentar para beneficio personal lo generado con recursos públicos. Ante el estancamiento de los salarios base, el sistema nacional de investigadores se convirtió en el operador de la zanahoria, expoliador de aquellos dedicados a esa labor, al grado de ‘dar cáncer’. Las privadas ni siquiera debieran llamarse universidades, sino centros de adoctrinamiento procapitalistas, proyanquis y algunas confesionales, orientadas todas a penetrar al gobierno para privatizarlo y convertirse en exitosos saqueadores del erario.
Desde que empezó este sexenio, publiqué en un periódico de circulación estatal esta crítica en el 2019 (y desde siempre) al modelo educativo sostenido por el alchichincle de salinas plieg (Esteban Moctezuma), y la falta de un cambio fundamental, porque como dijo Evo y se vió con Lula, mejorar las condiciones de vida de la población, sin apoderarse del discurso (dejarlo neoliberal), lleva automáticamente a que quien sale de la línea de la pobreza se afilie ideológicamente a la derecha, pues es la narrativa dominante. Así que este paso es fundamental para sostener un proyecto educativo del pueblo y para el pueblo, en lugar de hacer engranitos acríticos para las industrias, o como en la película ‘La pared’ se presentó, carne para molino de la industria o para los ladrillos del cementerio, pues como decía Freinet “es curioso ver cómo abren el mismo libro en la misma página al unísono, para luego entregar sus vidas a los brazos de la explotación y la guerra”.
Esta pedagogía, nueva para México, lleva 100 o más años de haber sido postulada, Freinet, Montessori, Freire, Piaget, Gramsci, Aníbal Ponce, y muchos otros, podrán ser por fin reivindicados en este país, mientras que en Finlandia llevan tal vez una década siendo el marco teórico para toda la educación que en aquel país, de manera estatal y gratuita se imparte. No se basan en calificaciones, no encargan tareas, sino que los aprendientes se las autoencargan, se autoevalúan, trabajan colaborativamente y los maestros son facilitadores de sus procesos. A pesar de lo que los detractores de la pedagogía moderna pudieran vociferar, los finlandeses son el número uno en las pruebas estandarizadas tipo pisa, porque el motor del aprendizaje no es quedar bien con los maestros, los padres o el dinero que voy a cobrar, no es un chantaje externo, sino que el motor es entender el entorno y proponer formas de ir creciendo como persona para enfrentar ese entorno de la mejor forma posible, es la autoresponsabilidad en ese proceso, por el cual pasa alguien socialmente de infante a adulto. Sólo con estímulos (pavlov) y sin motivos (autogenerados) no es posible la ética ni la ‘economía moral’, ni el llamado a ser “buenitos”, pues el análisis del valor queda externo.
Así que, a pesar del enorme retraso respecto al sexenio, felicidades por haber dado el paso hacia una pedagogía de la democracia, contra una rancia tradición de la pedagogía del autoritarismo y el control. Abracemos como país la mejor reforma posible, la de hacer nuestra la educación contra quienes sólo quieren productos sumisos para el mercado laboral. Es la única posibilidad de adueñarse de la narrativa para beneficio del pueblo, es la única forma de ser congruentes con la izquierda, de asentar los cimientos de una verdadera transformación.