Por: Adolfo del Ángel Rodríguez. Maestro de Educación Primaria en el estado de Veracruz. 29/08/2019
Habían escuchado historias que parecían remotas, que parecían salidas de las páginas de libros de ficción olvidados en algún rincón. Vivían con ellas pegadas como rémoras, pues se hacían cada vez más grandes cada que pasaban de boca en boca, constituyéndose en mitos, pasando a formar parte de su cultura. La democracia era una temática recurrente, la que (según quienes relataban) consistía en una forma de vida en la que todos participaban para decidir el bien común, lo que les resultaba complicado de comprender, puesto que la forma de vida que llevaban les era cómoda, puesto que sólo tenían que esperar órdenes para realizar sus cosas mientras se les daba lo necesario para sobrevivir.
Vivían en un estado de comodidad que les gustaba, pues no tenían que esforzarse mucho, ni pensar qué debía hacerse ni organizar nada, puesto que todo tenía ya un orden y no había que cuestionar nada, pensaban que la democracia era sólo un invento para hacerlos trabajar, para ponerlos a pensar cuando en realidad no querían hacerlo, sin saber siquiera si lo necesitaban. Sin embargo, se seguía hablando de ello y de otras cosas que pasaban de generación en generación, sin generar inquietud, sin generar necesidad de explorar otras formas de vida, hasta que un día se acabó, hasta que un día quienes les ordenaban la vida, quienes organizaban en mundo se fueron, dejando un vacío tremendo que trataron de llenar con idolatrías que al paso de los siglos convirtieron en religiones, designando a algunos como “enviados divinos”, quienes trataron de suplantar a los que habían partido, pero sin éxito, así que comenzaron a recordar algunas formas de vida, de cómo organizar a la sociedad.
En el recuento de lo que había en su cultura, hubo quienes se decían más informados y decían tener la verdad con respecto a lo que era mejor para los demás, tratando de imponer por la fuerza su ideología, tratando de que se respetara su forma de ver el mundo, pero acostumbrados a que obedecían, algunos querían convertirse en aquello en lo que vivían antes, por lo que al despertar de su letargo quisieron imponer una forma de vida que les encumbrara, aunque al resto de la población no le interesara.
En la forma de vivir anterior, aunque se les decía qué hacer, lo que había en el lugar era para todos, es decir, para subsistir sin problemas mayores, pero ahora, algunos sabían que podían acumular, que podían tener un poco de privilegios que el resto, por lo que intentaban imponer una forma de vida que les diera cierta ventaja. Los jaloneos de un bando a otro y a los demás, causaron estragos porque nadie quería perder, porque a nadie le importaba un carajo la población y, aun así, a sabiendas que no hay una forma que sea perfecta para vivir organizados, siguen en la discusión acerca de cuál es la mejor manera de manejar un mundo en que, olvidados, siguen pensando que hay formas de vivir en las que se puede sacar provecho, cuando en realidad lo que hay se puede compartir porque, como lo dice una frase que circula en su mundo “¿quién les dio la cuchara cuando no habían nacido?