Por: Adriana Varillas y Alejandra Galicia | News Day Caribe. 13/04/2024
Es día de marcha, de protesta, de reclamo social. De indignación. Jóvenes vestidas de negro, con el rostro cubierto o no, portando pañuelos de colores verdes o morados, se han montado sobre el Monumento de las Estrellas y los Caracoles –El Ceviche– un símbolo esencialmente cancunense.
Con aerosoles, escriben consignas sobre la estructura, denuncian a sus agresores o a los de sus amigas; acusan, señalan, se expresan, tiñen de rojo con pintura las aguas de la fuente, “porque el paraíso huele a sangre” –exclaman– y sacuden conciencias, confrontan a conservadores, dividen opiniones y son la foto más buscada por la prensa.
Lo mismo ocurre en Plaza de la Reforma, al pie del Palacio municipal, cuya fachada es tapizada por mensajes, al igual que el piso.
La escultura de Benito Juárez a unos metros lo ve todo en ese silencio inmóvil de las instituciones, mientras le llenan las manos y la cara con pintura roja, le colocan paliacates, falda o le pintan los labios, mientras la batucada toca y las autoridades observan, generalmente escandalizadas.

Habrá quienes a un costado de la plazoleta monten un tendedero con fichas de búsqueda de personas desaparecidas o escriban el nombre de sus agresores, mientras otras queman papeles para armar una fogata alrededor de la cual bailar, bajo premisas como “somos malas, podemos ser peores” o “nuestra venganza es ser felices”.
Entre esa multitud, que los 25 de noviembre o los 8 de marzo reúnen a las “ancestras”, con los relevos generacionales del feminismo, la mayoría tendrá ganas de “quemarlo todo” al escuchar cifras de víctimas o los dolorosos testimonios de los distintos tipos de violencia que les evoquen la propia historia o ajena, que duele y les moviliza o que les hace pensar en las nuevas generaciones, en sus hijas e hijos, en sus madres, en sus parejas, en sus hermanas o en sus nietas.
El derecho a la libre manifestación y reunión
Todos esos actos y más, de corte pacífico, se enmarcan en la protesta social, considerada un derecho ciudadano reconocido por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y la legislación mexicana.
En distintos tonos, del más suave al más estridente, la gente sale a clamar justicia, esa que buscó –sin respuesta– a través de mesas de diálogo, mediante escritos oficiales, denuncias legales; dentro de las instituciones, haciendo contacto directo con alguna autoridad, siguiendo los cauces pacíficos, institucionales y políticamente correctos. No siempre ha sido suficiente.

Históricamente, el desdén de las autoridades y gobiernos, sus dilaciones, sus omisiones, sus negligencias, motivan a la ciudadanía a hacerse escuchar de todas las formas posibles, incluso, provocan las ganas de “romperlo o quemarlo todo”, una metáfora surgida del movimiento feminista para llamar la atención de la autoridad y expresar la impotencia, el dolor, la frustración y la rabia que provocan los constantes agravios que quedan impunes.
La última entrega de este trabajo periodístico entre NewsDay Caribe y Periodismo Objetivo, cierra con una pieza dedicada a intentar explicar ese acto simbólico y político, condenado y poco entendido desde la individualidad o la colectividad, que muchas personas aún confunden con vandalismo, sin serlo, pues encierra un sentido mucho más profundo al ser una herramienta polémica de la protesta social, que divide opiniones: La iconoclasia.
La iconoclasia, vía legítima de protesta, denuncia y exigencia de justicia
Las pintas hechas por las feministas sobre mobiliario público o privado, es decir, muros, fachadas de edificios públicos o monumentos, que todavía escandalizan a parte de la sociedad no son vandalismo, sino iconoclasia, palabra que proviene del griego eikonoklasia, compuesta por las raíces etimológicas eikón –imagen o ícono– y klásis –rompimiento– y que significa “ruptura de imágenes”, con un sentido más amplio que implica el desafío de tradiciones, normas o creencias establecidas.
Esta vía de expresión es una forma de protesta con un trasfondo de denuncia social y una postura política que, aunque no es exclusivo de los movimientos feministas, ha sido utilizada por colectivas en México como una herramienta para exigir justicia ante la violencia que enfrentan las mujeres en estados como Quintana Roo.
Un antiguo origen con raíces cristianas
La antropóloga y docente de la Escuela Feminista Cancún, Silvia Chuc Aburto, explicó que la iconoclasia tiene como antecedente la Época Romana, durante la transición del Cristianismo, cuando las posturas ideológicas y políticas comenzaron a formarse en la sociedad.
«La iconoclasia la hacían los grupos cristianos a los monumentos, a las representaciones de los dioses anteriores, entonces implicaba una apuesta política a decir que esos monumentos ya no tenían sentido dentro de la cultura, es como un cambio transicional de valores y es una denuncia pública”, explicó la académica.
La diferencia fundamental entre iconoclasia y vandalismo consiste en que la primera es una vía de denuncia social y una postura política que exige justicia contra la violencia de género, mientras que el vandalismo busca la destrucción sin consciencia ni fondo, en muchos casos por aburrimiento, aclaró.
«Todo tipo de iconoclasia está contemplado dentro del derecho a la protesta, y en el caso particular de la protesta feminista, básicamente la denuncia a todos los tipos de violencia que vivimos, la violencia estructural, la falta de justicia y por supuesto lleva de fondo la indignación profunda”, señaló Chuc.
La iconoclasia no es destrucción, abarca diversas formas de protesta
Desde el sur del estado, Yunitzilim Rodríguez Pedraza, abogada y representante de la Red Feminista Quintanarroense (RFQ), coincide en que la iconoclasia va más allá del graffiti y la destrucción.

Abarca no solo las pintas con aerosoles, sino la colocación de fichas de búsqueda que dispersan las madres de personas desaparecidas, la intervención de espacios públicos mediante la instalación de antimonumentas –actualmente seis en igual número de municipios– la colocación de pañuelos morados y verdes en las protestas, y hasta los performances en las calles.
Todo ello forma parte de la gama de la iconoclasia como forma legítima de lucha para visibilizar la impunidad y demandar respuestas de las autoridades.
“La iconoclasia como tal es un acto político, pero también es un acto simbólico. Buscamos a través de la iconoclasia cuestionar los símbolos, monumentos, las estructuras de poder que mantiene al patriarcado, que es omiso.
“No es una destrucción sin propósito. La iconoclasia busca resignificar, desafía narrativas que socialmente son dominantes: la opresión y la desigualdad en la cual las mujeres están siendo asesinadas, desaparecidas y violentadas”, dijo.
¿Por qué se toman los espacios públicos o los edificios?
La abogada subraya que en las marchas se toman los espacios públicos como dependencias y monumentos porque son representantes del sistema de poder u opresión, y las acciones de iconoclasia como rayar las paredes, colocar fichas de búsqueda o hasta colocar velas en memoria de las víctimas de desaparición, tienen como propósito principal cuestionar la narrativa oficial del gobierno por sus actos de omisión en materia de impartición de justicia.
Yunitzilim Rodríguez sostuvo que, en la actualidad, tanto el gobierno federal como el estatal intentan despolitizar la protesta, reduciéndose a un acto visto socialmente como vandalismo, lo que no contribuye a mejorar la respuesta gubernamental.
“Todo lo que tenga que ver con intervención, el estado lo puede interpretar como destrucción, modificación o afectación de un bien inmueble, pero al final significa intervenir. Intervenimos cuando hacemos, por ejemplo, un performance afuera de la FGE; intervenimos cuando rayamos, cuando pegamos nombres en las calles y cuando ponemos antimonumentas.
“Estamos interviniendo los espacios públicos donde normalmente se desarrolla la vida pública y que son los espacios donde se replican las violencias”, dijo la representante de la RFQ.

Afirmó que las acciones de iconoclasia y la protesta deben ser incómodas para que las autoridades reaccionen, y en Quintana Roo no van a reducirse hasta que los grupos vulnerables como las niñas, adolescentes y mujeres que sufren violencia, así como las madres buscadoras en la entidad, tengan acceso a la justicia y sus demandas sean atendidas con políticas públicas y avances en investigaciones en delitos graves como los feminicidios, delitos sexuales y la desaparición forzada.
“La iconoclasia surge frente a estas instituciones que nos fallan en su deber de protegernos, de dar respuesta, otorgarnos justicia y la reparación de daños. Si las víctimas de feminicidio y desaparición fueran prioridad, estas expresiones no serían necesarias, por lo tanto son importantes, porque además es la forma en la que llamamos la atención.
“La iconoclasia ha sido la causa por la cual se han desarrollado políticas públicas y modificaciones legislativas. Si no existiera la protesta, el estado estaría muy cómodo”, concluyó la abogada feminista.
¿Y tú, lo has querido quemar todo?
Vanessa González-Rizzo, psicoanalista con más de 25 años en experiencia clínica, feminista y activista social, responde que sí, para ver si al quemarlo todo, reacciona el mundo; para ver si la gente demuestra la misma rabia cuando se violenta a una persona, que cuando se interviene un monumento.
“Claro que queremos quemarlo todo cuando en México, 11 mujeres al día son asesinadas por el simple hecho de ser mujeres; queremos quemarlo todo si el odio estructural se posa sobre nuestros cuerpos y sobre nuestras vidas. Queremos quemarlo todo ante las injusticias, y con la rabia que significa ver a nuestras hermanas, a nuestras hijas, a nuestras madres, desaparecidas, violadas, quemadas, asesinadas, expuestas en la vía pública.
“Quemarlo significa un cambio estructural, un cambio de raíz. Quemarlo todo es una metáfora para transformar el mundo y que hombres y mujeres podamos vivir sin odio, en igualdad de condiciones. Quemarlo todo es nuestro grito desesperado, ante las condiciones que vivimos las mujeres en el mundo actual, así es que…vamos a quemarlo todo”, dice.

Romana Rivera, madre de la joven Diana García, ilegalmente privada de la libertad el 22 de febrero de 2020 en un bar de Cancún y fundadora del primer colectivo de personas desaparecidas en Quintana Roo, “Verdad, Memoria y Justicia”, ha querido romperlo todo, “como me ha tocado romper esas piedras humanas que son los servidores públicos a cargo de las investigaciones en el área forense”.
“Ante la inacción, ante la invisibilización de las víctimas de desaparición, hemos tenido que luchar contra un sistema decadente (…) Ante esa impotencia que nos causan estas graves violaciones de derechos humanos, aún cuando hemos trabajado como víctimas de la desaparición en forma agrupada para exigir a las autoridades que realicen su trabajo (…) hemos tenido casos recientes en que las víctimas que buscamos están en el Semefo sin ser identificados,
“He tenido la necesidad de explotar; ese sentimiento de frustración, de romperlo todo, de mancharlo todo para sacar ese coraje, justamente porque soy una mamá buscando a su hija (…) Es por ello que ese sentimiento de romperlo todo es para desquitarme de tanto dolor, de tanta angustia, de tanta incertidumbre (…) al no tener respuestas y soluciones de la FGE nos quedamos con esa impotencia y es cuando nace ese sentimiento de romperlo todo, porque es mínimo, comparado con lo que mi alma está hecha pedazos”, expresa.

Wendy Galarza fue alcanzada por balas reales la noche del 9 de noviembre del 2020, en el Palacio municipal, cuando la policía abrió fuego para disipar una manifestación ciudadana, pacífica, pero que escalaba en intensidad, ante el feminicidio de una joven de 20 años conocida como “Alexis”, cuyo cuerpo había sido encontrado días antes.
Como víctima sobreviviente, ha sido revictimizada por las instituciones, inicialmente por la policía que le disparó y por la Fiscalía General del estado (FGE) que integró mal su denuncia, con delitos menores a los reales. En el hospital público en que se atendió, no se dieron cuenta que llevaba dos heridas de bala y le atendieron solo una y desde entonces ha tenido que lidiar con omisiones y dilaciones para acceder a la justicia y la reparación del daño.
“He querido quemar todo después de que la fiscalía judicializó una carpeta sin las pruebas necesarias y suficientes para que los delitos de intento de feminicidio, tortura y tratos crueles e inhumanos pudieran ser juzgados en el Poder Judicial. He querido quemar todo cuando la juez otorgó suspensión condicional del proceso, a los únicos policías que pudimos llevar a juicio, después de la represión policial.
“He querido quemarlo todo cuando el magistrado le dio la ventaja a los policías, al negar dicha apelación, a pesar de que nosotras como víctimas solicitábamos que se desechara esa decisión de la juez (…) He querido quemar todo después de que cada una de las instituciones y comisiones nos ha revictimizado hasta el cansancio, para lograr que desistiéramos de la lucha”, señaló.

María Dolores Flores Patrón, fundadora de “Madres Buscadoras Quintana Roo” y madre de Francisca Mariner, asesinada en junio de 2020, no duda al responder.
“Al enterarme que mi hija estuvo 4 años y medio en el Semefo sin que su cuerpo fuera reconocido, sí me dieron muchas ganas de quemar el Palacio, la Fiscalía (…) por este coraje, por esa rabia que sentía como madre de Francisca al enterarme de toda la negligencia que se cometió en nosotras como víctimas y con el cuerpo cuando fue encontrado, me dio más coraje, dolor, por la injusticia que se ha cometido”.
Nacida en Colombia y migrante en México, radicada en Cancún en donde es activista por los derechos humanos, “La negra”, como desea ser identificada, dice que quiere quemarlo todo porque está harta de la impunidad y de la corrupción en el Aeropuerto Internacional de la ciudad, en donde connacionales suyos no encuentran un trato justo.
«Quiero quemarlo todo porque he visto cómo mis hermanas colombianas son desaparecidas sin que nadie mueva un dedo para buscarlas. Mujeres que un día salieron de sus casas con la esperanza de un mejor futuro y que hoy solo existen en el eco de nuestras voces clamando justicia. Mujeres a quienes Migración les cerró la puerta, les negó su derecho a transitar libres, les criminalizó por ser colombianas«
«Quiero quemarlo todo porque el sistema de justicia está roto y quienes tiene la obligación de garantizar nuestros derechos se ensañan con nosotras, nos revictimizan, nos obligan a probar nuestra inocencia mientras los culpables caminan libres y protegidos por un entramado corrupto y cruel”, manifiesta.
Agrega, que la violencia de género no solo se vive en la casa o en las calles, sino en las instituciones que deberían protegernos.
”Quiero quemarlo todo porque a diario me encuentro con mujeres migrantes que son violentadas y olvidadas por un sistema que prefiere ocultar bajo la alfombra lo que nos hace arder de rabia. Quiero quemarlo todo porque la impotencia de ver cómo la corrupción sigue adelante sin castigo y sin consecuencia mientras nosotras luchamos por seguir”, añade.

La activista y ex directora del primer Observatorio de la Violencia de Género en Cancún, Celina Izquerdo, señala que la última vez que quiso quemarlo todo fue al ver cómo el sistema patriarcal salvó al diputado Cuauhtemoc Blanco del desafuero.
“Claro que sí. Me dieron ganas de entrar al recinto donde se votó exculpar a Cuauhtémoc Blanco. Me dieron ganas no solo de quemarle los pies, sino de quemar a todos y todas las que se pusieron a sus pies y el lugar que les sirvió de escenario para gritarle al patriarcado ‘no estás solo’. Claro que no, el patriarcado nunca ha estado solo, si ha sufrido y sobrevive es porque usa la más letal de sus armas: la complicidad.
“Ganas de quemarlo todo para no dejar más que las cenizas de quienes usan el poder, las leyes y las instituciones para retorcer la vida de las mujeres y, en este caso concreto, de nuestra historia (…) ganas de quemarlo todo cuando una funcionaria del estado, en este sexenio, frente a las madres buscadoras les dice: ‘en este estado el problema de la desaparición no es grave, yo las comprendo, yo también estoy triste, yo les pido que cuiden a sus hijas porque los valores se han perdido, yo creo que los valores están en la familia… yo, yo, yo’. Yo saco un cerillo y lo quemo todo”, expuso.

Mariana Escalante, con 28 años de residir en Cancún, co-creadora con su hija del Museo de la Impunidad, un performance ciudadano colectivo frente al Palacio municipal, dice que no ha querido quemarlo todo, una vez, sino muchas. Todas las que ha sido víctima de la violencia patriarcal y de otro tipo, desde la infancia y la adolescencia. Su agresor quedó impune “y nunca nadie me creyó”.
“Me identifico con la iconoclasia y con el quemar todo, primero porque estoy completamente convencida que es una forma de sacar el enojo y la impotencia que llevas dentro y qué mejor que hacerlo con una pared y una lata de spray y no dañando a una persona. Al final la pared la volverás a pintar, pero el alma destruida de una persona, no tendrás forma de hacerlo.
“También porque viví en carne propia el cambio tan radical que hubo en el movimiento, a partir de que empezamos a hacerlo. Antes de hacer iconoclasia llevaba flores a las marchas y las repartía a los policías. Nadie hacía ningún caso y les importaba poco, pero a partir de entonces los ojos de México voltearon a vernos (…) he llegado a la conclusión de que este es el único camino que nos están dejando para lograr un avance. Así que, sí, la iconoclasia es una forma de ver y lograr un cambio”, afirmó.
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Fotografía: Cimacnoticias. Paola Chiomante / Periodismo Objetivo