Por: Goyo Benítez. 09/12/2023
El riesgo de distorsión y de adicción a la luz azul de la pantalla y a lo que en ella se proyecta es real. Ahora bien, no creo que haciendo desaparecer el móvil de las manos de nuestros hijos erradiquemos el problema. Lo aplazaremos, lo postergaremos, pero no estaremos encontrando una solución.
Desde hace unas semanas, un movimiento social formado fundamentalmente por grupos de Whatsapp de padres y madres ha abierto un debate intenso y complejo sobre cómo los adultos interpretamos el uso que hacen nuestros hijos menores de los teléfonos móviles, de las pantallas; y del perjuicio que el uso excesivo puede provocarles. Estas familias quieren restringir el acceso de los menores de 16 años a los teléfonos móviles inteligentes, los smartphones. Y quieren hacerlo tomando la decisión de forma colectiva, implicando al mayor número de familias posible. Con el paso de los días, el movimiento surgido en el entorno metropolitano de Barcelona ha ampliado su capacidad de convocatoria y ha trascendido más allá, llegando al resto de Cataluña e incluso a otros lugares del Estado.
En este contexto, el Departamento de salud pública de la Diputación de Barcelona acaba de publicar un informe sobre los usos de Internet y las pantallas entre los adolescentes a partir de la encuesta de hábitos de salud realizada a alumnos de 4º de ESO de la provincia de Barcelona. Los resultados son contundentes: uno de cada tres alumnos utiliza el móvil más de tres horas al día. El 45% admite que, en ocasiones, pasa más tiempo navegando que con los amigos y la familia. Y, en el último año, el centro de prevención e intervención en drogodependencias de la Diputación ha atendido ya a setenta adolescentes con adicción a las pantallas, mayoritariamente chicos con una edad media de 14 años. A partir de estos datos, los expertos señalan que el uso abusivo de las pantallas puede tener un impacto negativo en la madurez y crecimiento de la gente joven.
Como padre de dos hijos adolescentes y como usuario diario de la tecnología, reconociendo el uso abusivo que hago por motivos laborales, expreso mis dudas personales sobre cómo debemos actuar quiénes tomamos decisiones que afectan a las vidas de los nuestros hijos menores, en lo que se refiere a la regulación del uso de los teléfonos móviles. ¿Soy partidario de la regulación en cuanto a las horas de uso dentro de los centros educativos? Sí. ¿Comparto que incluso se pueda prohibir la utilización de los dispositivos personales en horario escolar? Sí. ¿Creo que la mejor manera de educar a nuestros hijos en el uso responsable de los móviles y del acceso a Internet es la de prohibirles que tengan un móvil hasta que cumplan los 16 años? No.
No comparto la prohibición extrema, pero sí el uso regulado y creo que la tarea que tenemos delante los padres y madres, no solo los educadores en escuelas e institutos, es titánica y compleja. Nos hemos estrenado todos, padres e hijos, en un mundo digital que avanza a una velocidad de vértigo, ofreciéndonos infinitas posibilidades para acceder a contenidos y ampliar nuestro conocimiento de la realidad con un alcance hasta ahora desconocido. Y estas mismas herramientas, los teléfonos inteligentes y las tabletas, también pueden provocar efectos adversos en quiénes las utilizan. El riesgo de distorsión y adicción a la luz azul de la pantalla y a lo que en ella se proyecta es real. Ahora bien, no creo que haciendo desaparecer el móvil de las manos de nuestros hijos erradiquemos el problema. Lo aplazaremos, lo postergaremos, pero no estaremos encontrando una solución.
Quizás la fórmula nos exige a todos detenernos, padres y madres los primeros. Podríamos dejar de estar permanentemente conectados, nosotros los adultos también, y quizás entonces, si acompañamos a nuestros hijos adolescentes y dedicamos tiempo a analizar los riesgos de la sobreexposición a las pantallas, el consumo que hacen de Internet, el tipo de contenidos al cual acceden, la forma en que gestionan sus relaciones a través del móvil, el uso que hacen de las redes sociales; quizás entonces podamos empezar a saber a qué nos enfrentamos como sociedad. Para eso necesitamos tiempo y ganas. Lo más fácil es prohibir. Lo más laborioso, educar.
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Fotografía: El diario de la educación