Por José Eduardo Celis Ochoa Cordero. Insurgencia Magisterial. 25 de julio de 2020
Mami cómo recuerdo ese primero de enero de este 2020 cuando por el rol con mis hermanos a mí me tocó estar contigo en esas vacaciones de fin de año.
Ese día el sol invernal estaba esplendoroso, así que cuando te llegué a ver lo primero que quise hacer fue que nos sacáramos una foto tú y yo, en ese momento te dije “sonríe porque hoy que se inicia este nuevo año vas a cumplir cien años de edad”, sonreímos ante la cámara y “click” el momento quedó capturado.
Yo, pese a tus dolencias y cuidados propios de tu edad y tus condiciones te veía tan fuerte que no me cabía la menor duda que este 25 de julio en familia y junto con muchas de las personas que te quieren, estaríamos celebrando ese acontecimiento.
Los días siguieron su curso, todo parecía ir bien, llegó febrero y en las conversaciones con mis hermanos estábamos considerando planear lo que haríamos para el 25 de julio día esperado para festejar tu centenario.
No sé si tu tenías otros planes, lo cierto es que cuando febrero estaba casi por terminar sucedieron algunos acontecimientos, quizá de manera un tanto cuanto fuera de agenda, tu hija llegó a verte el 22 de febrero. El domingo 23 fue un día muy bello, soleado, te fui a ver y te vi bien, quizá un poco taciturna, curiosamente varias de las personas que también te quieren mucho no solo te hablaron por teléfono, sino que también te fueron a saludar a la casa. Es más, te comiste un pedazo del turrón que te enviaron tus nietos y bisnieta de España.
Todo parecía ir bien, así que para cuando ya nos disponíamos a descansar porque ese bello domingo el día aparentemente terminaba en calma, jamás imaginé que Ivonka me dijera “José ven que mamá acaba de morir”, solo alcancé a decir ¿qué? y salí a la carrera para tu casa.
En el momento en que te vi, sentada en tu silla de ruedas y tu blanca cabellera, blanca como la nieva estaba de lado, te abracé y te dije “mamá estás muy fría” y es que en ese momento mi vida se congeló, quedó fría de la impresión de ver que ya no estarías físicamente con nosotros.
La verdad de las cosas es que yo había pensado escribirte unas líneas con motivo de tu centenario, porque como te digo yo estaba plenamente seguro de que estarías con vida este 25 de julio; algo en que tú eras muy enfática era que es mejor decir las cosas positivas en vida, mejor de que cuando alguien ya ha fallecido.
Así que esa frialdad fue el síntoma de que ya esa parte de tu vida con tus hijos, tu familia, tus amistades y con quienes te conocían, había llegado al final.
Dicen que cuando uno está por morir, en un segundo toda tu vida pasa en ráfaga, posiblemente ese haya sido tu caso y por eso es que una de las últimas cosas que hiciste fue obsequiarle una sonrisa a Ivonka.
Posiblemente por eso también, ese momento en el que estuvimos a solas y nos despedimos, muchos recuerdos y enseñanzas que me diste vinieron hacia mí en ráfaga.
Desde cuando yo era pequeño y me cobijabas en tus brazos, hasta que fui creciendo y me llevaste al Estado Xalapeño a ver aquella caravana de estrellas en donde vi a un rockero que marcó mi vida para siempre.
Desde aquel momento en que te ausentaste unos días porque Humberto, mi padre, estaba muy grave y se lo llevaron al DF a morir y cuando regresaste sola y te pregunté ¿y mi papá? tu mirada triste me lo dijo todo ¡ya no vendrá!
Desde aquel momento en que la angustia por su partida te ponía ante un mundo cruel, sola, con tres hijos y que decidiste enfrentarte a quienes habían abusado económicamente de don Humberto y pensaste en que, si ganabas la batalla, el futuro incierto se aclararía ¡y así fue!
Desde aquellos momentos, que por cierto fueron pocos, en que te vi llorando porque tu hija había enfermado gravemente y temías lo peor o cuando a Alfredo se le ocurrió echarse un brinco de las escaleras y se rompió la frente o cuando me atropelló un coche.
Desde aquel momento en que nos viste crecer y nos diste a Alfredo, Ivonka y a mí, todo lo que una madre y a la vez un padre le puede dar a sus hijos: educación, valores, estabilidad, comida, sustento, poniendo de lado tus propias necesidades y llegaste a construir una bella casa y nos dejaste un patrimonio a cada uno de nosotros, tus amados hijos. Casa que por cierto siempre estaba llena de los amigos de todos nosotros.
Desde aquel momento en que ya estando en la facultad mis amigos venían a la casa a estudiar y como las clases era vespertinas, de repente aparecías con una gran cacerola de arroz con pollo y nos decías coman antes de irse. Tu magia hizo que esos amigos míos se convirtieran en tus amigos y pasado el tiempo ya no acudían a mí sino a ti porque te llegaron a querer mucho, no solo ellos sino otros muchos que fueron primero amigos de Alfredo y de Ivonka.
Desde aquel momento en que seguimos creciendo y llegó el día en que me casé y que cuando me abrazaste y me dijiste ¡mi hijo adorado! esas tres palabras quedaron grabadas en mi corazón para siempre.
Desde aquel momento en que nació tu nieto José Eduardo y apoyaste en su cuidado, en su crianza y en su formación ¡y mira hasta dónde ha llegado!
Desde aquel momento en que uno de tus estandartes en tu vida fueron tus flores, tus orquídeas y la asociación a la que pertenecías te hizo un homenaje en vida, fue una gran exposición de esas bellas flores con tu nombre y como esas bellas flores yo las compartía en redes sociales hizo que la Escuela Normal Veracruzana también te rindiera un homenaje al cual lamentablemente no pudiste acudir físicamente.
Desde aquel momento en que ya tu cuerpo comenzaba a sentir los estragos de la edad y tu salud se estaba mermando y me dijiste, te tienes que hacer cargo de varias cosas que ya no podré hacer.
Pero también, desde aquel momento en que no obstante tus limitaciones, te podíamos ver aparentemente fuerte, en los que tus diálogos se hicieron repetitivos, pero que cuando tu mente se conectaba, nos dabas una lección de memoria.
Y desde aquel momento en el que estar a tu lado, aunque no me dijeras nada era en verdad estar a tu lado, porque esos silencios también valían mucho.
Posiblemente en el momento en que en ese último segundo tuyo vinieron a tu mente tus hijos, nietos y bisnietos fue motivo para sonreír también y mira lo que son las cosas, dicen que cuando una vida se va, llega una nueva, fíjate que estamos gustosos esperando que llegue otro bisnieto tuyo.
Así que madre mía, tú me diste la luz y me diste la vida, partiste, pero sigues presente, tu luz me seguirá guiando hasta que llegue el día en que mi vida se acabe, entonces te volveré a abrazar y te diré ¡mamá estás tibiecita!