Por: María Isabel Carozzo. Alainet. 03/12/2019
¿Qué pasó?
Era el 16 de noviembre de 1965, tres semanas antes de la clausura del Concilio, unos 40 obispos se reunieron discretamente, casi de manera clandestina, en la Catacumba de Santa Domitila en Roma, bajo la inspiración de Helder Cámara. Había terminado la Eucaristía.
Llevaban un pacto para firmar con 13 numerales muy pensados, muy orados… ¿a qué querían comprometerse? A vivir una vida más sencilla, sin posesiones, ni títulos, ni privilegios de poder, a no participar en agasajos, ni banquetes organizados por los poderosos y transformar la beneficencia en “obras sociales basadas en la caridad y en la justicia, teniendo en cuenta a todos, especialmente los más débiles, para impulsar el advenimiento de otro orden social, nuevo, digno de los hijos del hombre y de los hijos de Dios”, así dice el documento.
Mediante el Pacto, los firmantes se propusieron también llevar adelante una acción pastoral apoyada en cuatro principios: “que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio”; “revisar nuestra vida”; “animadores antes que jefes, humanos y acogedores” y “abiertos a todos, sea cual sea su religión”. Era un deseo sencillo pero contundente, un cambio radical que se venía gestando en el corazón de Helder Cámara y su estilo de vida.
Nota curiosa…
El 21 de marzo de 2013, apenas una semana después de ser designado Papa, Francisco recibió al Premio Nobel de la Paz el argentino Adolfo Pérez Esquivel, quien le entregó al Papa una copia del Pacto de las Catacumbas por pedido del teólogo español de la liberación Pedro Casaldáliga, con el pedido de que le diga que “trate de escuchar, reflexionar y de llegar a un acuerdo, una reconciliación con los teólogos latinoamericanos”.
Cuando recibió el documento, Francisco leyó la lista de quienes adhirieron (Hélder Câmara, Antônio Fragoso, Luigi Betazzi, Manuel Larraín, Leonidas Proaño, Vicente Faustino Zazpe y Sergio Méndez Arceo, entre otros) y exclamó “¡Uy, quiénes están aquí!”.
En un artículo publicado en julio de 2014 titulado “El pacto de las catacumbas vivido por el Papa Francisco”, el teólogo de la liberación Leonardo Boff transcribe el Pacto de 1965 y concluye su artículo preguntándose: “¿No son estos los ideales presentados por el Papa Francisco?”.
Esta misión de ser una Iglesia no solo para los pobres sino de los pobres es el centro del pacto. Pikaza en la presentación del libro conmemorativo afirma que no hay una lista oficial de los obispos que firmaron el pacto, el argumento reside en que querían tener una celebración discreta lejos de la prensa y para evitar que su gesto de sencillez y compromiso fuera interpretado como una lección para los otros obispos. La noticia, según los estudios que se han realizado del Pacto, solo aparece unas semanas más tarde en un diario francés en la que no se dan nombres, estos se conocen por los apuntes de Monseñor Charles Marie Himmer, obispo de Tournai quien había presidido la celebración.1Según anota Luigi Betazzi, un mes antes del comienzo del Concilio Vaticano fue el papa Juan XXIII, el que habló proféticamente de “la Iglesia de todos, la Iglesia de los pobres”
Los obispos latinoamericanos presentes en el trascendental acontecimiento de las Catacumbas de Domilita han legado vitalmente a la Iglesia con una de las formas de respuesta más contundentes y desafiantes: la pobreza evangélica. De ella nos habla también con su testimonio el actual pontífice Francisco, su magisterio sin duda posee la identidad latinoamericana y con él está haciendo justicia al clamor de tantos pastores que han deseado tal humildad y sencillez. La celebración de la primera jornada mundial de los pobres es una nuestra sincera mirada en las heridas de la humanidad y en hacer una opción preferencial por los que no tienen voz.
Otra curosidad…
El Papa Pablo VI en las Catacumbas de Santa Domitila ya había declarado: “Aquí el cristianismo hundió sus raíces en la pobreza, en el ostracismo de los poderes constituidos, en el sufrimiento de las persecuciones injustas y sangrientas; aquí la iglesia fue despojada de todo poder humano, fue pobre, humilde, piadosa, oprimida, heroica: aquí la primacía del espíritu, del que nos habla el Evangelio, tenía su oscura, casi misteriosa, pero invocada afirmación, su testimonio incomparable, su martirio”.
Helder Cámara sonríe desde el cielo (y pronto desde su peana de santo en la tierra), porque la propuesta de una Iglesia pobre y servidora ha sido asumida por Francisco.
Los firmantes del nuevo Pacto, más de 150, ya no fueron sólo los obispos, sino que estuvieron acompañados por miembros de todo el pueblo santo de Dios.
El nuevo Pacto demuestra que, cuando las bases se conectan con la cúpula, el cambio deseado por el pueblo y fomentado por el Papa es imparable.
Una Iglesia-círculo y pueblo. Un gesto profético. Un acontecimiento que pasará a la historia de la Iglesia. Un símbolo que conecta la primavera del Vaticano II con la del Papa Francisco. Tras la del Concilio, vino la involución. El nuevo pacto de las catacumbas pretende, precisamente asentar las reformas en la Iglesia, para que no pueda haber marcha atrás. Para que, por fin, 54 años después, cuaje a fondo el espíritu conciliar en una Iglesia-pueblo de Dios.
Los reunidos procedían de todos los continentes, con predominio del Sur: Asia (China, Corea del Sur, India, Israel), África (Zambia, Argelia, Togo, Congo, Chad, Congo-Brazaville, Egipto, Djibouti, Seychelles), América Latina (Brasil, Argentina, Ecuador, Caribe), América del Norte (Canadá) y Europa (Francia, Bélgica, Grecia, España, Italia, Alemania, Yugoslavia).
Entre los firmantes estaban Enrique Angelelli, asesinado en 1976 por los militares durante la dictadura argentina y beatificado por Francisco, el brasileño Antônio Fragoso, defensor de la teología de la liberación y el ecuatoriano Leonidas Proaño, obispo de los indios. Y el español, Rafael González Moralejo, entonces auxiliar de Valencia y, después, obispo de Huelva.
Este nuevo Pacto ya no se firmó en el semiclandestinidad, sino en una eucaristía abierta a todos.
Este nuevo pacto se llamó así:
Pacto de las Catacumbas por la Casa Común
Por una Iglesia con rostro amazónico, pobre y servidora, profética y samaritana
Y comienza de esta manera:
Nosotros, los participantes del Sínodo Pan-Amazónico, compartimos la alegría de vivir entre numerosos pueblos indígenas, quilombolas, ribereños, migrantes, comunidades en la periferia de las ciudades de este inmenso territorio del Planeta. Con ellos hemos experimentado la fuerza del Evangelio que actúa en los pequeños. El encuentro con estos pueblos nos desafía y nos invita a una vida más simple de compartir y gratuidad. Influidos por la escucha de sus gritos y lágrimas, acogemos de corazón las palabras del Papa Francisco:
“Muchos hermanos y hermanas en la Amazonía cargan cruces pesadas y esperan el consuelo liberador del Evangelio, la caricia amorosa de la Iglesia. Por ellos, con ellos, caminemos juntos”.
Recordamos con gratitud a los obispos que, en las Catacumbas de Santa Domitila, al final del Concilio Vaticano II, firmaron el Pacto por una Iglesia servidora y pobre. Recordamos con reverencia a todos los mártires miembros de las comunidades eclesiales de base, de las pastorales y movimientos populares; líderes indígenas, misioneras y misioneros, laicos, sacerdotes y obispos, que derramaron su sangre debido a esta opción por los pobres, por defender la vida y luchar por la salvaguardia de nuestra Casa Común. Al agradecimiento por su heroísmo, unimos nuestra decisión de continuar su lucha con firmeza y valentía. Es un sentimiento de urgencia que se impone ante las agresiones que hoy devastan el territorio amazónico, amenazado por la violencia de un sistema económico depredador y consumista.
Y de una manera muy significativa se encomiendan…
Ante la Santísima Trinidad, nuestras Iglesias particulares, las Iglesias de América Latina y el Caribe y de aquellas que son solidarias en África, Asia, Oceanía, Europa y el norte del continente americano, a los pies de los apóstoles Pedro y Pablo y de la multitud de mártires de Roma, América Latina y especialmente de nuestra Amazonía, en profunda comunión con el sucesor de Pedro, invocamos al Espíritu Santo y nos comprometemos personal y comunitariamente a lo siguiente:
Y en 15 numerales los Obispos se comprometen
-a defender los territorios de la Amazonía, reconociendo que todos somos huéspedes y peregrinos,
-llamados a ser sus celosos cuidadores, preservando su cultura, su lengua, historia, identidad y espiritualidad;
-abandonando, desde sus parroquias toda postura colonialista,
-denunciando toda forma de violencia y anunciando el Evangelio de Jesucristo como la mejor forma de acogida al hermano diferente,
– caminando ecuménicamente,
– instaurando en nuestras iglesias particulares una forma de vida sinodal donde todos tengan voz y voto,
-propiciando el reconocimiento urgente de ministerios eclesiales ya existentes, para poder pasar de una pastoral de visita a una pastoral de presencia,
-asegurando la Mesa de la Palabra y la de la Eucaristía en cada comunidad
– darle un total reconocimiento de diaconía a todas las mujeres que están liderando comunidades en la Amazonía.
Y así, el 20 de octubre de 2019, en las catacumbas de Santa Domitila, ellos terminan diciendo:
“La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra toda la creación. El mundo salido de las manos de Dios regresa a Él en feliz y plena adoración: en el Pan Eucarístico “la creación tiende a la divinización, a las santas nupcias, a la unificación con el mismo Creador”. “Por esta razón, la Eucaristía es también fuente de luz y motivación para nuestras preocupaciones por el medio ambiente, y nos lleva a ser guardianes de toda la creación”.
Sustentados en el primer pacto, confirmando plenamente todo lo expuesto en él, la mirada se amplia y el compromiso se hace cósmico, una dimensión no soñada hace 54 años pero totalmente lógica en este siglo y bajo la mirada de este nuevo Papa.
Es de esperar que cada uno de los Obispos presentes transmita, con el mismo fervor y emoción, estos compromisos para que no queden en el olvido sino que puedan marcar nuevos rumbos a esta Iglesia que tanto lo necesita.
Las Catacumbas fueron lugares donde los primeros cristianos derramaron su sangre, por lo que el gesto realizado al inicio de la celebración de sellar con el pulgar esa sangre en un paño se puede considerar un compromiso de una Iglesia que quiere ser semilla de vida en la Amazonía, siguiendo lo realizado hace más de 50 años en el mismo lugar, un momento cuyo sentido era explicado a los más 200 participantes de la celebración por el teólogo brasileño José Oscar Beozzo. Ese recuerdo del primer pacto también se hizo presente en la estola tantas veces usada por Don Helder Cámara, uno de sus grandes inspiradores, con la que celebró el Cardenal Hummes, lo que señaló que le emocionaba, y su alba, con la que se revistió Monseñor Adriano Ciocca, obispo de São Felix do Araguaia, donde fue obispo uno de los que llevaron más al extremo ese pacto, Pedro Casaldáliga.
En su homilía, el Cardenal Hummes, definía el momento como conmovedor y significativo, en un lugar que fue refugio de los cristianos perseguidos, de martirio, en “una tierra santa que nos inspira”. Como sucedió con los primeros cristianos, el cardenal pedía que Dios de fortaleza a la Iglesia, que siempre que se reforma, y el Sínodo para la Amazonía es una tentativa de buscar nuevos caminos, debe volver a sus raíces, purificar y redescubrir el gran contenido del mensaje de Jesús y conseguir reencarnarlo en nuestro tiempo. Siguiendo las palabras de Pablo en la liturgia de la Palabra, Hummes hacía una llamada a anunciar la Palabra en la Amazonía, también a aquellos que se oponen al proyecto de Dios, sirviendo exclusivamente al dinero, para que así se conviertan.
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Fotografía: Alainet
María Isabel Carozzo
Catequista argentina, profesora de Ciencias Morales y Religiosas, Mg en Doctrina Social de la Iglesia por la Universidad de Salamanca, Animadora de la Laudato Sí, y ferviente difusora de los temas del Sínodo de la Amazonía.
1Juan XXIII. “Ai fedeli di tutto il mondo, a un mese dal Concilio Ecumenico Vaticano II”.
Baronett, Luis Miguel (26 de junio de 2013). «El obispo Angelelli y el Pacto de Las Catacumbas». La Mañana de Córdoba. Córdoba, Argentina.