Por: Iñaki Urdanibia. 17/06/2021
Norman Ajari (Toulouse, 1987) es en la actualidad profesor en la universidad Vilanova de Filadelfia; se doctoró en la universidad de su ciudad natal, en donde posteriormente ejerció como profesor. Pertenece al Partido Indígena de la República y forma parte de la junta ejecutiva de la Fundación Frantz-Fanon.
Pues bien, no cabe duda de que este pensador no se anda por las ramas y los eufemismos no le van para nada: al pan, pan y al vino, vino…y negro es negro y blanco es blanco; y lo que no es de recibo es andarse con paños calientes, ni con falsos pudores a la hora de llamar a las cosas por su nombre, lo que por lo general supone escamotean cuestiones fundamentales bajo el manto de la universalidad, los valores de la República y otras zarandajas, tendencias unificadoras que ignora las diferencias imponiendo de hecho unas claras tendencias a la uniformidad y asimilación que toman como base recetas que se pretenden las mejores, cuando no las únicas.
De todo esto, como digo sin pelos en la lengua, nos habla el autor y activista en su «Dignidad o muerte. Ética y política de la raza», recién publicado por Txalaparta. Ajari deja las cosas claras desde el principio al subrayar que todos los negros proceden de África, y hunden sus raíces en una historia de opresión explotación y deshumanización. Así pues, para él, en la onda del psiquiatra martiniqués y militante por la revolución argelina y africana, Frantz Fanon, el reivindicar la condición negra es una cuestión fundamental que por lo general, por no decir siempre, queda fuera del enfoque que realiza la filosofía occidental, y más en concreto la filosofía posestructuralista francesa en la que se ha formado y a la que, a pesar del desmarque, trata con respeto. En el caso del Hexagomo, del mismo modo que en los EE.UU, los negros se ven sobreexpuestos a la violencia estructural social y policial, a la discriminación y, en consecuencia, a verse conducidos a buscar modos de supervivencia. Su desmarque, y sus cantos del fin de la validez de los discursos post y/o deconstrucionistas de los Gilles Deleuze, Jacques Derrida y Michel Foucault, viene por el lado de poner en pie una ontología postconstructivista que tome como centro los aspectos desatendidos por el pensamiento señalado.
Hay un aspecto – y que se me perdone el inciso- que recorre las páginas de su obra que, con todos los respetos, a servidor le incomodan por no decir lisa y llanamente que no está de acuerdo con él: la cuestión de la utilización del término raza, reivindicación que se opone a quienes niegan la pertinencia de tal noción, del mismo modo que rechaza la costumbre por parte de algunos de evitar la palabra negro; con respecto a lo segundo nada he de decir, ya que salta a la vista y resulta de una puerilidad idealista negar la existencia de los negros como si negando la evidencia se evitase al problema, como hacen algunos teóricos que el autor nombra. El problema surge a mi modo de ver en la aceptación de la distinción de los humanos en razas, base del racismo, ya que sin extenderme en ello, en algunas otras ocasiones lo he hecho y de manera machacona (a modo de ejemplo y de resumen de mi concepción al respecto envío a: ¿ Una o varias razas ? – Kaos en la red), no parece de recibo usar dicho criterio discriminatorio, y a lo más el significador, y simplificación del término, puede deslizarse a considerar raza el distinto color de la piel. Es claro, que la intención de Norman Ajari es usar la palabra como arma de combate contra el racismo latente con respecto a los negros, y los árabes y musulmanes en el caso francés, oponiendo así un antirracismo que a veces se antoja más cercano al contrarracismo o racismo invertido. Dicho esto, sigo; pero es que ni no lo digo exploto, además de que mentiría y no es la actitud proba: amicus Plato, sed magis amica veritas.
Continua su travesía indicando que hay algunas posturas que, en paralelo a las consideraciones de Jean-Paul Sartre sobre los judíos, consideran que el negro es creado por la mirada del otro, del negrofobo; y ahí es en donde no se le puede quitar la razón al subrayar que al negro le crea no la mirada, sino la «violencia del estado y la desigualdad internacional estructural», y ahí es donde sitúa su obra como «un enfoque filosófico de la existencia negra», con la pretensión de que sirva de machete en pos de un pensamiento decolonial y el recurso a la filosofía africana, un enfoque afrodecolonial.
Busca la genealogía del término decolonial, hurgando en las fuentes latinoamericanas (prestando fino oído a MCD, ¡cuidado! nada que ver con grupo rockero de Bilbao: Mundialidad/ Culturalidad/ Decolonialidad) y en las francesas, mostrando que las cavilaciones al respecto se han movido, avanzando con dos pies, habitualmente en los pagos académicos y en el seno de algunas organizaciones sociales. Tiende con tal objetivo hacia la construcción de un sujeto político no blanco, aspecto que generalmente queda excluido en los postulados del izquierdismo, al adoptar este aires social-chovinistas que consideran el tema racial como algo colateral. A lo dicho se ha de sumar el carácter predictivo, marcha hacia adelante, que ha recorrido la filosofía de la historia occidental, dejado de lado a los pueblos oprimidos que no son considerados, de uno u otro modo, como desechos sobrantes [me vienen a la cabeza las afirmaciones de Hegel, en su reflexiones sobre la filosofía de la historia, acerca de que había dos zonas que habían quedado fuera de la Historia: Siberia y África]. Este palpable etnocentrismo exige una revisión de la filosofía de la historia desde una óptica que centre la mirada en el Otro, y para ello pone fecha de nacimiento de la cuestión en 1492 y se permite unas atinadas consideraciones sobre la controversia de Valladolid de 1550 que enfrentó a Juan Ginés de Sepulveda y a Bartolomé de las Casas, concluyendo que, con sus más y sus menso, ambos pecaban de una confianza absoluta en unos criterios marcados, de manera inamovible, por un supuesto tribunal de la racionalidad, que tenía el centro en el Yo europeo frente al Otro primitivo [ eso sí lo del bon sauvage lo dejamos más que en boca de Denis Diderot en la de Jean-Jacques Rousseau, como luego se señala en la página 365]. Su rastreo le hace señalar que si bien la modernidad tiene aspectos indudablemente positivos, también tiene su lado oscuro, que entre otros aspectos queda descaradamente claro en la controversia nombrada y en las consideraciones de los intelectuales europeos modernos que no pusieron ningún pero a que los negros fueran dedicados a las tareas de esclavos.
Con el fin de tomar otro punto de observación y análisis recurre a la filosofía africana, no solo en el ámbito francés sino también en otros diaspóricos, señalando que se ha de otorga importancia a la antropología filosófica, como segmento de la filosofía occidental, a la hora de hurgar en los aspectos de la deshumanización y el racismo; rechazando las críticas a la filosofía africana por su supuesto particularismo ya que ésta se ve obligada a visitar el pensamiento europeo, al tiempo que, contra lo que hace el pensamiento europeo, el africano toma en consideración lo que otros pensamientos han dicho acerca del suyo. Revisando el caso francés indica los habituales ataques al comunitarismo, y el privilegio que se otorga al individuo, siempre que este sea ciudadano francés. También señala las tendencias a considerar como universales los valores franceses, mostrando la necesidad de hallar una ética africana que ha de tener como eje la piedad, deteniéndose igualmente en los aspectos relacionados con la dignidad, distinguiendo entre dignidad clara y dignidad negra; concepto, el de dignidad, que no puede sino tener en cuenta las delimitaciones entre lo humano y lo inhumano, y el activismo que supone una puesta en práctica de la ética negra. Todo ello ha de estar guiado por una reapropiación del pasado que en su profundidad, y sus códigos discriminatorios, ha marcado a los sujetos. No hace falta ni decir que la huella de Fanon se muestra en el paso de las páginas.
Al resultar imposible entrar en todos los vericuetos que recorre Norman Ajari, me conformaré en exponer de manera esquemática los diferentes paso que son dados por el autor, encuadrados en tres partes, Reencarnar la dignidad, Calibán, teólogo político y Formas de muerte de la Necrópolis europea a las que se ha de sumar las conclusiones. En primer lugar se dedica a descolonizar la filosofía moral, para lo que toma los casos de Pico della Mirandola, Kant y Habermas, que ignorar las cuestiones raciales, adoptando una óptica propia, vellis nollis, del conquistador. A continuación, en lo indigno, analiza la experiencia vivida de las razas y las políticas en la que toman base para lo que lee a Arendt y Foucault, y las prolongaciones biopolíticas de este último de la mano de los italianos Agamben y Esposito. En Nuestra dignidad es más antigua que nosotros, reivindica la dignidad, en pos de una vida verdaderamente humana, frente a los ataques necropolíticos a la existencia negra. Valorando los criterios de negritud y ante el antiesencialismo ambiente, reivindica cierta forma de esencialismo. Lo universal por accidente, somete a crítica profunda las doctrinas universalistas, yendo desde el tan cacareado laicismo francés a ciertos elogios de lo universal en Slavoj Zizek, AlainBadiou, y, en menor medida, en Etienne Balibar. En Una teología de la dignidad negra en Estados Unidos, da un garbeo por las posturas religiosas y emancipatorias, subrayando el importante papel que jugó la Iglesia africana a la hora de ampliar el pensamiento crítico. Siguen unas reflexiones sobre los debates acerca de la existencia, o no, de una filosofía africana, en Ubuntu,: filosofía, religión y comunidad en África negra; capítulo en la que se presenta algunos personajes destacados en este terreno. Reconocimiento y dignidad en la época del apartheid mundial, analiza la llamada crisis migratoria en Europa, para dar paso a la crítica a los postulados multiculturales, defendidos por la izquierda liberal y a su modo por Axel Honneth, último de los frankfortianos, y su teoría del reconocimiento.
No seguiré, que bastante he seguido aunque al tiempo que me quedo corto, mas sí señalaré que el libro es potente y abre diferentes vías para le reflexión y para la clarificación de posturas y conceptos…siempre en lucha contra el afropesimismo, en busca de puntos que puedan suponen confluencias, acompañadas a la vez de colusiones, derivando entre las diferencias entre esencia y existencia, y sin establecer ningún hit-parade, en el terreno de la ignominia, destacando la manos de obra negra, esclava, en la puesta en pie del capitalismo, y la defensa neta y clara, en paralelo a Hannah Arendt que respondía como judía cuando era atacada como tal, de que si se es atacado como negro se ha de responder como negro más allá de las lindas proclamas derechohumanistas…y cantidad de ejemplos de hechos y lugares concretos que sirven de constatación de algunas posturas en liza: Túnez, el Estado francés, muy en concreto Toulouse…y el sionismo y la amalgama de convertir, en un acto de tramposo abracadabra, la oposición a éste en antisemitismo, y us puntualizaciones a Guy Debord, acerca de las ocupaciones, y el mortal hastío – a modo de angustia existencial- que exponía el situacionista, que nada tiene que ver con la-vida-en-forma-de-muerte de los negros.
Obra rigurosa y perlada de cantidad de referencias y citas que deja abierta las puertas a nuevos caminos del pensamiento y la reflexión, lo cual tratándose de un libro filosófico (y que nadie se espante)no está nada mal sino todo lo contrario. Un ensayo potente que se mueve por los lares de puesta en pie de una ontología de la condición negra.
P.S.:Por cierto, la editorial de Tafalla publicó, hace un par de años, un libro de la profesora de filosofía en la universidad de Paris VIII, Elsa Dorlin. en el que muestra las relaciones entre género, raza y sistemas de dominación: «Autodefensa. Un filosofía de la violencia», que puede leerse como complementario de éste.
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Fotografía: Kaos en la red