Por: Contra información. 20/06/2022
La invasión de Ucrania por parte del presidente ruso Vladimir Putin supone un absoluto desastre para Ucrania, y la guerra no marcha bien para las fuerzas rusas, que están sufriendo grandes pérdidas y puede que se estén quedando sin suministros y sin moral. Quizás por ello, el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, animado también por el apoyo que Ucrania ha recibido de los países occidentales, afirmó hace unos días en la emisora estatal griega ERT que «la guerra terminará cuando gane Ucrania».
En esta entrevista con C. J. Polychroniou para la revista Truthout, Noam Chomsky, personalidad académica de renombre mundial y destacado disidente, considera las implicaciones de la heroica postura de Ucrania consistente en luchar contra los invasores rusos hasta el final, y las razones por las cuales los Estados Unidos no están deseosos de ver el final del conflicto.
C.J. Después de meses de combates, resulta evidente
que la invasión no marcha de acuerdo con los planes, las esperanzas y las
expectativas del Kremlin. De las cifras de la OTAN se desprende que las fuerzas
rusas ya han sufrido tantos muertos como los registrados a lo largo de toda la
guerra de Afganistán, y la postura del gobierno de Zelenski parece ser ahora la
de «paz con victoria». Evidentemente, el apoyo de Occidente a Ucrania
resulta clave para lo que está ocurriendo sobre el terreno, tanto militarmente
como en términos de soluciones diplomáticas. De hecho, no hay un camino claro
hacia la paz, y el Kremlin ha declarado que no pretende terminar la guerra para
el 9 de mayo (conocido como Día de la Victoria, y que conmemora el papel de los
soviéticos en la derrota de la Alemania nazi). ¿No tienen derecho los
ucranianos a luchar hasta la muerte antes que entregar cualquier territorio a
Rusia, si esa es su decisión?
Que yo sepa, nadie ha sugerido que los ucranianos no
tengan ese derecho. La Yijad Islámica también tiene el derecho en abstracto de
luchar hasta la muerte antes que rendir territorio alguno a Israel. Yo no lo
recomendaría, pero están en su derecho.
¿Es eso lo que quieren los ucranianos? Ahora quizás
sí, en medio de una guerra devastadora, pero no en un pasado reciente.
El presidente Zelenski resultó elegido en 2019 con un
mandato abrumador en favor de la paz. Se movilizó de inmediato para conseguirla,
demostrando gran valor. Tuvo que enfrentarse a violentas milicias de derecha
que amenazaban con matarle si intentaba alcanzar un acuerdo pacífico siguiendo
la fórmula de Minsk II. Stephen Cohen, historiador de Rusia, señala que, de
haber contado Zelenski con el apoyo de los EE.UU., podría haber perseverado en
ello, y haber resuelto tal vez el problema sin una horrenda invasión. Los
Estados Unidos se negaron, optando por su política de integración de Ucrania en
la OTAN. Washington siguió ignorando lo que para Rusia son líneas rojas, así
como las advertencias de toda una serie de diplomáticos y asesores
gubernamentales norteamericanos de alto nivel, como han venido haciendo desde
que Clinton eliminó la promesa firme e inequívoca de Bush a Gorbachov de que, a
cambio de la reunificación alemana dentro de la OTAN, ésta no se expandiría ni
un centímetro más allá de Alemania.
Zelenski propuso también con sensatez dejar en un
segundo plano la cuestión de Crimea, de cariz muy diferente, para abordarla más
adelante, cuando termine la guerra.
Minsk II habría supuesto algún tipo de acuerdo
federal, con una autonomía considerable para la región del Donbás, de manera
óptima, algo que se determinaría mediante un referéndum supervisado
internacionalmente. Por supuesto, esas perspectivas se han reducido tras la
invasión rusa. No sabemos en qué medida. Sólo hay una manera de averiguarlo:
avenirse a facilitar la diplomacia, en lugar de socavarla, como siguen haciendo
los Estados Unidos.
Es cierto que «el apoyo de Occidente a Ucrania
resulta clave para lo que está ocurriendo sobre el terreno, tanto militarmente
como en lo que respecta a soluciones diplomáticas», aunque yo sugeriría
una ligera reformulación: el apoyo de Occidente a Ucrania resulta clave para lo
que está sucediendo sobre el terreno, tanto militarmente como en lo que
respecta a socavar, en lugar de facilitar, soluciones diplomáticas
que podrían poner fin al horror.
El Congreso, incluidos los congresistas demócratas,
está actuando como si prefirieran la exhortación del presidente demócrata del
Comité Selecto Permanente de Inteligencia de la Cámara de Representantes, Adam
Schiff, de que tenemos que ayudar a Ucrania «para que podamos luchar
contra Rusia allá, y no tengamos que luchar aquí contra Rusia».
La advertencia de Schiff no tiene nada de nueva.
Recuerda a la llamada de emergencia nacional de Reagan porque el ejército
nicaragüense se encontraba a solo dos días de marcha de Harlingen, estado de
Tejas, y a punto de arrollarnos. O la súplica lastimera de LBJ [el presidente
Lyndon Johnson] de que tenemos que detenerlos en Vietnam o “arrasarán con
los Estados Unidos y nos quitarán lo que tenemos”.
Esa ha sido la situación permanente de los Estados
Unidos, constantemente amenazado de aniquilación: que es mejor detenerlos
allá.
C.J. Lo Estados Unidos llevan siendo uno de los
principales proveedores de ayuda en seguridad a Ucrania desde 2014. Y la semana
pasada, el presidente Biden pidió al Congreso que aprobara 33.000 millones de
dólares para Ucrania, lo que supone más del doble de lo que Washington ya ha
comprometido desde el inicio de la guerra. Por lo tanto, ¿no resulta seguro
concluir que Washington tiene mucho en juego en el modo en que termine la
guerra en Ucrania?
Dado que los hechos relevantes son prácticamente
inmencionables por aquí, vale la pena repasarlos.
Desde el levantamiento del Maidán en 2014, la OTAN (es
decir, básicamente los Estados Unidos) han “proporcionado un apoyo
significativo con equipos, con entrenamiento, se ha provisto de entrenamiento a
decenas de miles de soldados ucranianos, y luego, cuando vimos los datos de
inteligencia que indicaban una invasión muy probable, los aliados lo
intensificaron el otoño pasado y este invierno”, antes de la invasión, de acuerdo con el
secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg.
Ya he mencionado la negativa de Washington a respaldar
al presidente Zelenski recién elegido cuando su valiente esfuerzo por llevar a
la práctica su mandato de buscar la paz quedó bloqueado por las milicias
derechistas, y los Estados Unidos se negaron a respaldarlo, prefiriendo
continuar con su política de integración de Ucrania en la OTAN, desestimando
las líneas rojas de Rusia.
Como ya hemos comentado anteriormente, ese compromiso
se intensificó con la declaración oficial de la política de los Estados Unidos
de septiembre de 2021, en la que se pedía el envío de más equipos militares
avanzados a Ucrania, al tiempo que se continuaba con “nuestro sólido programa
de adiestramiento y ejercicios en consonancia con el estatus de Ucrania como
Socio de Oportunidades Mejoradas de la OTAN”. Esta política adquirió un
carácter más formal en la Carta de Asociación Estratégica entre los Estados
Unidos y Ucrania firmada el 10 de noviembre por el Secretario de Estado, Antony
Blinken.
El Departamento de Estado ha reconocido que
“antes de la invasión rusa de Ucrania, los Estados Unidos no realizaron
esfuerzo alguno por abordar una de las principales preocupaciones de seguridad
más a menudo formuladas por Vladimir Putin: la posibilidad de que Ucrania
ingresara en la OTAN”.
De manera que el asunto continuó después de la
criminal agresión de Putin. Una vez más, lo ocurrido lo analiza con precisión
Anatol Lieven:
“La estrategia norteamericana de utilizar la guerra en Ucrania para debilitar a Rusia resulta también, por supuesto, completamente incompatible con la búsqueda de un alto el fuego e incluso de un acuerdo de paz provisional. Requeriría que Washington se opusiera a cualquier acuerdo de este tipo y mantuviera la guerra. Y de hecho, cuando a finales de marzo el gobierno ucraniano presentó una serie de propuestas de paz muy razonables, la falta de apoyo público de los Estados Unidos a las mismas resultó extremadamente sorprendente”.
“Aparte de todo lo demás, un tratado de neutralidad ucraniano (como el propuesto por el presidente Zelenski) forma parte absolutamente ineludible de cualquier acuerdo, pero debilitar a Rusia implica mantener a Ucrania como aliado de facto de los Estados Unidos. La estrategia norteamericana indicada por [el secretario de Defensa] Lloyd Austin entrañaría el riesgo de que Washington se viera implicado en el apoyo a los nacionalistas ucranianos de línea dura en contra del propio presidente Zelenski”.
Teniendo esto presente, podemos pasar a la pregunta.
La respuesta parece clara: a juzgar por las acciones y los pronunciamientos
formales de Estados Unidos, es “seguro concluir que Washington tiene mucho en
juego en el modo en que termine la guerra en Ucrania”. Más concretamente, es
justo concluir que para “debilitar a Rusia”, los Estados Unidos se dedican al
grotesco experimento que hemos comentado antes; evitar cualquier forma de
acabar con el conflicto por medio de la diplomacia y ver si Putin se escabulle
tranquilamente derrotado o utiliza la capacidad, que por supuesto tiene, de
destruir Ucrania y preparar el escenario para una guerra terminal.
Se aprende mucho sobre la cultura imperante partiendo
del hecho de que se considera enormemente loable este grotesco experimento, y
de que cualquier esfuerzo por cuestionarlo queda relegado a los márgenes o se
ve amargamente fustigado con un impresionante caudal de mentiras y engaños.
Noam Chomsky,
profesor laureado de la Universidad de Arizona y catedrático emérito de
Lingüística del Massachusetts Institute of Technology, es uno de los activistas
sociales más reconocidos internacionalmente por su magisterio y compromiso
político. Su libro más reciente es “Climate Crisis and the Global Green New Deal: The
Political Economy of Saving the Planet”.
Texto original: Truthout, 4 de mayo de
2022
Traducción: Lucas Antón
LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ
Fotografía: Contrainformación