Por: Roberto González Villarreal, Lucía Rivera Ferreiro, Marcelino Guerra Mendoza. 11/07/2018
El triunfo de AMLO en las elecciones presidenciales es histórico. Las victorias de MORENA y la coalición “Juntos haremos historia” en gubernaturas, senadurías, diputaciones federales, locales y ayuntamientos han sido mucho mayores a las esperadas.
Las repercusiones de esto en la composición del Congreso de la Unión, en las legislaturas de los estados, en la geografía, el régimen político y el de partidos son de tal magnitud que todavía no alcanzamos a percibirlas. Se irá formando en las acciones cotidianas, en las decisiones y los logros que se consigan o no se realicen.
Por lo pronto, lo que ocurrió el 1 de julio bien puede considerarse un acontecimiento: una interrupción en el fluir de nuestra cotidianidad, un nuevo régimen de lo posible, un campo virtual de oportunidades muy diversas.
Esto no ocurrió en el vacío. No surgió de la nada. Ya se estudiará a detalle lo sucedido, pero en una aproximación inicial pueden identificarse algunos de los ensambles que lo produjeron:
- El nuevo ciclo de movimientos sociales, que irrumpen con fuerza en el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, continúan con el #YoSoy132, las resistencias magisteriales y populares a la reforma educativa, por la presentación con vida de los normalistas de Ayotzinapa y de los desaparecidos de todo el país, contra el gasolinazo, además de los movimientos locales contra las diversas formas de extractivismo, los de ecología política, del agua, los feminicidios y de derechos humanos.
- Las novedades de este ciclo son muchas, pero pueden destacarse las siguientes: la multiplicidad de agentes sociales, la cobertura nacional, la articulación socio-digital, la transversalidad de las luchas y la rápida elaboración cognitiva que lleva de un problema particular a la recusación del régimen político y partidario.
- La evolución conceptual fue desarrollándose hasta que en los movimientos del gasolinazo y Ayotzinapa se engarzaron consignas económicas y políticas, la responsabilidad gubernamental, las reformas estructurales, la corrupción, la impunidad, las conexiones de las industrias criminales, los partidos políticos y los diferentes niveles de gobierno de todos los colores e ideologías.
- La gran virtud de AMLO, MORENA y la Coalición “Juntos haremos historia”, fue articular la heterogeneidad ideológica, socioeconómica, etaria, geográfica y cultural de las resistencias, en una opción electoral viable, pacífica y en desarrollo. Esto se observa tanto en el crecimiento sostenido de las intenciones de voto, hasta la composición de los resultados finales. La transversalidad bien podía considerarse una de las principales características de la votación.
- El gran derrotado fue el Pacto por México, en todos sus niveles: político, partidario e institucional. Sus partidos, el PRI, el PAN y el PRD, sus satélites, el MC, el PANAL y el PVEM; un descrédito de tal magnitud que no pudo salvar ni al PES, a pesar de haberse cambiado de bando a la última hora.
Ahora bien, una cosa es la configuración de una fuerza electoral y otra la de una fuerza gubernamental. Sociológica, conceptual y subjetivamente son distintas. La primera ya se logró, con una extraordinaria capacidad de movilización de los y las diferentes, articuladas por el un único objetivo del triunfo; la segunda todavía no, no está clara, su signo es la diferencia y el agonismo. Se sintetiza en una duda. Muy bien, ganamos ¿y ahora?
Curiosamente, tiene que ver más con una cuestión conceptual que instrumental; está ligada a una valoración de la fuerza electoral construida. Mientras que para la gran mayoría la victoria se obtuvo por la organización del descontento en una candidatura factible, la misma definición del descontento no es tan clara como pareciera. Para decirlo en una frase: el hartazgo era palpable, pero su profundidad, extensión y significación son imprecisas.
Lo siguen siendo. Esto cruza las fuerzas ganadoras, desde AMLO hasta los operadores territoriales, desde los miembros del gabinete hasta los apoyadores cibernéticos. Se puede ejemplificar con nombres y apellidos: las razones no eran las mismas, por tanto los propósitos no son iguales en Alfonso Romo que en Paco Ignacio Taibo II; tampoco en Esteban Moctezuma y Gerardo Fernández Noroña; ni mucho menos en Marcelo Ebrard y el Fisgón. Todos están en la Coalición. Todos son significativos, aunque unos en el lado del gobierno, otros en los de la representación y la comunicación.
En otras palabras, la convivencia de los contrarios en la Coalición estuvo mas articulada por el desafío del triunfo que por el proyecto en común. Sólo hay que ver las apreciaciones de Alfonso Romo (México tendrá que ser un paraíso de inversión ) y las de Rafael Barajas hablando de un levantamiento popular (AMLO está cabrón, esto es una insurrección ).
El discurso de AMLO está atravesado por estas diferencias. Por una parte, propone la IV Transformación Nacional, un gobierno que inicie gestas históricas a la altura de la Independencia, la Reforma, la Revolución: ¡de ese tamaño! Por otra, la dinámica gubernamental perfilada en las declaraciones, iniciativas y propuestas de los primeros días poselectorales, mantiene los postulados estratégicos del gobierno anterior; sobre todo en lo que concierne a las reformas estructurales.
¿Cómo se pretende la reconstrucción reciclando los conceptos, las políticas y los personajes que nos trajeron hasta aquí? ¿Cómo pretender generar resultados distintos con las mismas políticas que causaron el desastre nacional? Peor aún: las políticas y los personajes, reciclados por una suerte de amnistía anticipada o bendición morena a los que saltaron antes del naufragio del Pacto por México.
La solución a la antinomia estratégica es muy simple. La IV Transformación se logrará por la lucha contra la corrupción. Así se conseguirán ahorros presupuestales que fondeen programas sociales, como los de tutorías a jóvenes y pensiones duplicadas a mayores, entre muchos otros por venir; pero también, beneficios morales y políticos, pues es bien sabido que los partidos locales se sostienen por la repartición de los recursos obtenidos por corrupción, de arriba a abajo y lateralmente. Esa es la piedra de toque de la Transformación: eliminar la corrupción hará posible todo lo demás.
Sin duda que la corrupción, ha servido para el descrédito del régimen político y la movilización popular. Los casos de la Casa Blanca, los excesos de la primera dama y de la clase política, son solo los casos paradigmáticos de la situación nacional; pero confundir la práctica de la corrupción con las nuevas reglas impuestas en el sistema educativo, energético, de telecomunicaciones, político, presupuestal, hacendario, entre tantas otras, es una equivocación que costará muy caro en términos de legitimidad gubernamental y desarrollo estratégico de los conflictos por venir. Aquí se juega el destino de la IV Transformación, del gobierno y de las resistencias por un buen rato.
Vamos a decirlo muy claro: el asunto no es sólo la corrupción, son las reformas neoliberales. La reforma energética ya entregó los recursos a los particulares, nacionales y extranjeros; los Certificados de Infraestructura Educativa Nacional (CIEN) ya formaron un mercado de bonos que minan el presupuesto educativo de los estados por 25 años; aún suponiendo que la evaluación a los maestros esté bien hecha, ya se se configuró un criterio de calidad que se reduce al máximo logro de aprendizaje, lo que implica una evaluación permanente y obligatoria.
No sólo es la corrupción, es el neoliberalismo, son las reformas las que aceleraron la crisis nacional y generaron una multiplicidad de resistencias que fueron las que votaron por el cambio. Son las reformas neoliberales, las que causaron esto, y ante las que se rebeló la población de manera mayoritaria.[1]
El mandato es muy claro: el régimen corrupto de la transición mexicana impuso a sangre, fuego y desinformación las reformas neoliberales; se formaron múltiples resistencias que en la campaña electoral se articularon en una opción viable y triunfaron estrepitosamente.
Ese es el mensaje real del triunfo de AMLO. No fue ni él, ni MORENA, ni la coalición; ellos mismos fueron posibles porque la multiplicidad de luchas los identificó con el cambio y los hizo ganar. ¡Que no lo olviden!
Si no entendemos esto, pasará lo de siempre: un gobierno electo para cambiar el estado de cosas, sucumbe ante las incapacidades cognitivas de revertir la formulación de los problemas, no ante las dificultades de implementación. Se trata de pensar de otro modo los problemas, para actuar con otros instrumentos, sobre otros objetos de intervención; no de parchar, afinar, desbloquear, solucionar las dificultades de implementación de las políticas neoliberales.
Por desgracia, en las primeras acciones delineadas por el candidato ganador y distintos miembros de su gabinete, abundan las posiciones para remendar y hacer mas eficientes las reformas neoliberales. Muy pocas intentan delinear nuevos modos de pensar el gobierno. La única, hasta la fecha, ha sido la propuesta de cuestionar el prohibicionismo y despenalizar la marihuana. Mucho que hacer ahí, pero es un ejemplo a seguir, algo que los responsables de educación, hacienda y demás no están realizando. Parecieran empeñados en volver funcionales los programas neoliberales, antes que cambiarlos de raíz.
Eso es lo que está hoy en cuestión. Esto es lo que hay que problematizar… antes de seguir con lo mismo. ¡Esto apenas empieza!
[1] No entraremos en la discusión de si el neoliberalismo es la forma privilegiada de regulación en el capitalismo cognitivo; para nosotros es evidente. Sólo hay que recordar que no es la única, que se pueden intentar diversas formas de regulación gubernamental que mas tarde o mas temprano siempre se enfrentan con los limites del sistema. Esa es otra discusión, a la que esperemos llegar pronto.
Fotografía: ruizhealiy