Por: Alfredo López Casanova. Polemón. 21/09/2017
Detrás de cada grito, detrás de cada botella de agua, de cada piedra levantada, de cada bote que pasa de mano en mano, detrás de cada pala y cada pico, detrás de cada silencio: está la gente.
Es la pura gente de los barrios, los estudiantes, las mujeres, los hombres que provienen de muchos lugares y que dejaron todo para responder a la urgencia, para rescatar a las personas atrapadas en este sismo que, desde ayer, cambió la vida, la cotidianidad y el ritmo de la Ciudad de México.
A más de 30 horas del terremoto, las ganas de ayudar no menguan, no disminuyen, no se encogen. Al contrario, ahí están, fuertes, presentes, pululando en las calles, en la Condesa, en la Roma, en Lindavista, en la zona norte de la ciudad…
Ellas, haciendo ejemplo
Hay mujeres que, por no dormir, se les han formado unas ojeras enormes que se ven a simple vista. Mujeres que llevan horas y horas trabajando en los improvisados campamentos que se montaron media hora después del temblor. De verdad, no paran: hacen bolsas de despensa, arreglan pequeños botiquines, separan ropa, escriben largas cartulinas con lista de personas fallecidas y desaparecidas, dirigen brigadas, cargan escombros: son luz, son esperanza. Hay veces que piden silencio con los brazos levantados: todos les hacemos caso.
Están las mujeres adultas a las cuales les tocó el temblor de 1985. Ellas saben de este tipo de tragedias, tienen experiencia, tienen recuerdos: conocen lo que sigue. También están las jóvenes de ahora, las que se escaparon del trabajo y del patrón porque las labores de siempre no importan, porque ayudar es más urgente. Y no podían faltar las mujeres que estudian en la Universidad Nacional Autónoma de México, en el Instituto Nacional Politécnico, en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Ellas saben que su futura profesión sirve para mucho y allí están las psicólogas, las trabajadoras sociales, las futuras ingenieras, las arquitectas, las enfermeras y las estudiantes de medicinas.
Ellas, junto a muchos hombres, se movilizan, se mueven: inciden. Caminan, cargan, van en trocas o en autos para trasladarse a zonas que los requieren: ayudan en Lindavista, en División del Norte, o hasta en Jojutla, en Morelos. Levantan la mano sin reservas. Ellas y ellos quieren ayudar. Lo importante hoy es ayudar.
El tiempo es clave
“Quitar un pedazo de escombro es un peso menos para la gente que se encuentra atrapada”, me dice un hombre que tiene desde las 8 de la mañana esperando entrar a los restos que dejó un edificio derribado en la calle Álvaro Obregón. Se desespera, y es que percibe un completo desorden. La policía de la ciudad da una orden y los militares otra muy distinta y a ratos se traba la comunicación. “¡Urge efectividad, los minutos y las horas cuentan mucho! Está impaciente: les grita a quienes tienen “el mando” mientras golpea la pala contra el piso. Se mueve de un lado a otro para ver si se cuela, pero los policías se lo impiden. Otros, que como él quieren ayudar, de plano se fueron a buscar otro lugar donde hacerlo.
En el Parque México se ha montado otro gran centro de acopio de ropa, víveres y medicinas: ahí todo fluye, todo camina muy bien. Hay buena coordinación entre los brigadistas.
En la explanada de Bellas Artes, desde las 10 de la mañana, se instaló un campamento para recibir víveres, alimentos, medicamentos y se tomó la decisión de mandarlo a Jojutla, en Morelos, un lugar muy castigado y poco atendido. En unas pocas horas se espera que llegue una camioneta para llevar lo reunido. Varios brigadistas ya se apuntaron para trasladarse a ese lugar: hay ingenieros civiles, médicos y psicólogos.
Ríos de gente se mueve de un lado a otro con picos y palas…, pero nada, no pueden entrar. Hacen largas filas que duran horas. Se desesperan. Unos minutos pueden ser la diferencia entre encontrar a una persona con vida y a una persona muerta.
Estrategia desmovilizadora
La radio desde ayer por la tarde repitió y sigue repitiendo hasta el cansancio que la mejor ayuda es no ir a los sitios de derrumbes, que la situación, aunque es de emergencia, ya no es caótica, y que el “glorioso ejército nacional” y la Marina tienen todo bajo control. Sin embargo, esos mensajes no coinciden con la realidad. Con lo que pasa. Con lo que hay y se vive. Las imágenes contradicen esos mensajes de la radio. Es muy contrastante, por ejemplo, ver camionetas llenas de gente moviéndose con urgencia mientras los militares pasean muy plácidamente en grandes convoyes, como si no pasara nada, como si en esta ciudad no hubiera caos, tragedia y dolor.
Un profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, que coordina una brigada de estudiantes en La Cibeles, adelanta la hipótesis de una estrategia desmovilizadora. Dice que la sociedad civil en 1985 rebasó al gobierno en efectividad tanto en las labores de rescate como en la parte logística, desnudando con ello la incapacidad y la corrupción de los gobernantes.
Ahora, las estrategias gubernamentales (tanto la federal como la local) se plantearon como objetivo desplazar a la gente de las zonas siniestradas para mostrar una imagen de control en las labores de rescate. Lo que les importa a los gobernantes es que haya imágenes de efectivos del ejército salvando vidas, apropiándose del rescate de la ciudad. Con ese material, entrarán en la producción y postproducción de un discurso que se difundirá tanto dentro como fuera país. En ese discurso, la gente será solamente escenografía. Los actores principales estarán protagonizados por los gobernantes, el ejército, las policías, los órganos de gobierno.
Mientras esto ocurre, la gente sigue llegando, dejando víveres, haciendo botiquines, pegando carteles, llevando café, agua, construyendo redes. Son las manos de la gente que viene sin que nadie se lo haya pedido las que cargan, las que recolectan: las que salvan. Son hombres, mujeres y niñas y niños que se mueven y hacen posible que la ciudad se levante a pesar, muy a pesar de sus políticos y gobernantes.
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Fotografía: polemon