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Por: Cecilia Zamudio. Cecilia-zamudio.blogspot. 22/02/2019
El gran capital transnacional hace sus elecciones entre los candidatos a la presidencia de los países: se trata siempre de elegir el candidato que mejor gestione el Estado en favor de sus intereses, que gestione la continuidad del saqueo capitalista. En función del momento histórico, elige a gestores más abiertamente declarados fascistas o a gestores socialdemócratas; lo que es imprescindible para la burguesía es que el canditato/a priorice los intereses del gran capital, en vez de los de la clase explotada. Las “elecciones” en la Dictadura del Capital, pretenden dar una apariencia “democrática” cuando no son otra cosa que la imposición de los candidatos de la burguesía: ésta los impone mediante millonarias campañas y todos los medios de alienación de los que dispone. La línea política del imperialismo se impone indefectiblemente. En el caso, muy improbable, de que falle este mecanismo de imposición de las decisiones de la burguesía transnacional, esta recurre al golpe de Estado y la desestabilización, como lo hemos visto en varias ocasiones (como por ejemplo en el Golpe contra Salvador Allende en Chile, el Golpe en Honduras más recientemente, o la usura económica contra el gobierno venezolano). El fascismo es una herramienta de la clase explotadora, al igual que lo es la socialdemocracia. La burguesía implementa el fascismo cuando incrementa exponencialmente la tasa de explotación y saqueo, ya que necesita mayor represión para contener el descontento social que el incremento de explotación genera; y usa a la socialdemocracia para apuntalar la estafa de la “alternancia democrática”. Los gobiernos de la socialdemocracia también toman medidas económicas que van en el sentido de los intereses capitalistas, aunque algunos de estos gobiernos socialdemócratas instauren a veces medidas de corte asistencialista, a la par que siguen entregando los territorios y las poblaciones al saqueo capitalista.
Las elecciones burguesas plantean “elegir” con qué salsa van a ser devorados los pueblos y los recursos naturales los siguientes años… En este momento histórico, la burguesía se decanta claramente por el fascismo, por todo el orbe. Los gobiernos socialdemócratas no están actualmente en la agenda de la burguesía, ya los utilizó durante un período para la pantomima de la “democracia”, y ya éstos le hicieron todos los favores que les correspondía hacer. En América Latina vemos la subida y apuntalamiento de regímenes incondicionales del gran capital, declaradamente dispuestos a incrementar la represión y violencia contra la clase explotada, como es el caso en Colombia, Argentina, Chile, Brasil, etc. La burguesía hace ganar a la salsa más amarga, pues en este momento histórico de incremento exponencial del saqueo capitalista, requiere una “mano dura”, abiertamente asumida como tal, para gestionar al Estado Burgués. El ritual electorero funge de apuntalamiento del régimen del Terror en países que llevan décadas padeciendo Terrorismo de Estado, como es el caso de Colombia (en este país una combinación de presiones socialdemócratas regionales, injerencia imperialista, bombardeos y exterminio político, logró recientemente la desarticulación de la mayor guerrilla del continente, lo que le abre paso a mayor saqueo multinacional, a mayor Terrorismo de Estado contra la población colombiana, y a mayor guerrerismo regional por parte del régimen colombiano, aliado incondicional del imperialismo estadounidense). Los recientes resultados en las “elecciones” brasileras del 2018 [1], confirman esa tendencia a apuntalar regímenes de corte fascista. Y no es que “los pueblos son brutos y eligen mal”, es que la maquinaria de alienación y propaganda dispuesta por la burguesía para propulsar sus candidatos es descomunal, no hay “elección” real en medio del condicionamiento y la coacción. Es el poder económico y mediático que define los resultados. Lo importante, más allá del juego electorero burgués en el que la oligarquía y el gran capital transnacional ya marcan las cartas desde el inicio, es que la clase explotada tome consciencia de que la clase explotadora le hace una guerra permanente (una guerra económica, mediática, ideológica, de exterminio incluso), y que como clase explotada dejemos de adoptar como nuestro el discurso falaz de la misma burguesía, dejemos de creer en las mil estafas que esta despliega mientras prosigue el saqueo, y cuestionemos la raíz del problema: el sistema capitalista.
La clase explotadora transnacional y brasilera aúpa al fascismo para intensificar la explotación y el saqueo: tras el golpe de Estado institucional del 2016, encumbra en 2018 a Bolsonaro mediante una campaña multimillonaria de manipulación, racismo, misoginia, anticomunismo y fanatismo religioso. El odio promocionado ha impulsado decenas de ataques fascistas: palizas y amenazas de muerte contra comunistas, adversarios políticos, periodistas, e incluso el asesinato del artista afrodescendiente Moa Do Katende, pilar de la cultura bahiana. Marcello Pablito, de la agrupación Quilombo Vermelho de Brasil, expresa: «Moa do Katendê era uno de los más importantes maestros de Capoeira del país, fundador del histórico bloque afro Afoxé Badauê en Salvador, activista de la cultura negra. Las 12 puñaladas que penetraron el cuerpo de Maestro Moa vinieron directamente de la boca de Bolsonaro, su partido y sus aliados, que estimulan el discurso de odio a los negros, nordestinos e inmigrantes. Durante sus 28 años en la Cámara de Diputados, hizo carrera en apología a la dictadura, a la tortura, al recorte de derechos a los trabajadores, con posiciones machistas y el más profundo odio contra los negros. Bolsonaro es la representación de los señores esclavistas. Ese racismo que expresa está al servicio de profundizar un proyecto de país esclavista y completamente entregado al imperialismo, donde los negros, que ocupan los peores puestos de trabajo y reciben los peores salarios, sean aun más explotados para las ganancias de los grandes capitalistas» [2].
El proyecto de profundización del saqueo capitalista se apoya en todos los pilares de odio fascista. El fascismo no es un “espontáneo miedo al otro”; al contrario, es fomentado a consciencia por la clase explotadora y sus medios. El aparato cultural y mediático del capitalismo intensifica su promoción del racismo, del machismo, del anticomunismo, y de todo paradigma de discriminación, con la finalidad de dividir a la clase explotada. La clase explotadora suple, a través de sus medios de alienación masiva, exhutorios de rabia: de la rabia que genera la explotación y empobrecimiento. El aparato cultural crea las figuras de “chivos expiatorios” sobre los que dirigir la rabia; fomenta la visceralidad desprovista de análisis y el fanatismo religioso; explota todo suceso para hacerle propaganda a las fuerzas y estructuras represivas. La clase explotadora sabe del descontento social y la rabia que genera su explotación: por ello encauza esa rabia de los expoliados hacia direcciones equivocadas. Otro de los pilares de odio de Bolsonaro, es la misoginia: las hordas fascistas, enardecidas por su discurso y la hiel que difunden los medios, han agredido a varias mujeres, grabando incluso esvásticas sobre el cuerpo de una joven. En Brasil cada diez minutos violan a una mujer. Cada media hora una de ellas sufre una violación colectiva. Cada dos días muere una mujer por un aborto inseguro, por causa de la prohibición del aborto. Hay en promedio ocho víctimas de feminicidio diarias. En ese contexto ya profundamente machista, Jair Messias Bolsonaro encarna la misoginia más exacerbada: llegó a increpar a la exministra María Do Rosario, con la frase de “no mereces ni que te viole”[3], le dedicó su voto a favor del “impeachment” contra Dilma Rousseff al coronel Ustra, conocido en la dictadura brasileña por usar técnicas de tortura como introducir ratas en las vaginas de las guerrilleras. Bolsonaro definió el nacimiento de su propia hija como un momento de debilidad: “Tuve tres varones, y con la cuarta di un bajonazo”[ibidem]. Expresa su apoyo rotundo a la desigualdad salarial, metodología de acumulación capitalista que consiste en perpetrar un mayor robo de la plusvalía contra las mujeres (por un trabajo igual, las mujeres reciben un salario inferior que los hombres. En Brasil los hombres cobran un 52% de media más que la mujeres): “No es papel del Estado sino de los empresarios. Para mí es lógico que ganen menos porque se quedan embarazadas y faltan al trabajo”, expresó en un debate televisivo [ibidem]. Las mujeres representan el 52,5% del electorado brasileño, pero lamentablemente, como todo el conjunto de la clase explotada (trabajadores y trabajadoras), la mayoría llega a votar contra sus propios intereses, condicionada por el fanatismo religioso y la alienación mediática.
Bolsonaro es un ferviente defensor de la dictadura brasilera, que se instauró tras el Golpe de Estado militar de 1964, llegando incluso a expresar que no asesinó lo suficiente: “El error de la dictadura fue torturar y no matar”[4]. “En el período de la dictadura, hubieran tenido que fusilar a unos 30.000 (…)hubiese sido una gran ganancia para la nación”[5]. Espetar estos despropósitos es posible en una sociedad en la que jamás han sido castigados los torturadores de la dictadura, ni los posteriores torturadores, una sociedad marcada por la Ley de Amnistía y una educación destinada a la desmemoria; una educación destinada a que la población no comprenda que la dictadura fue implementada por la burguesía nacional y transnacional, en aras de profundizar el saqueo capitalista. El Golpe de 1964 contra Joao Goulart contó con la injerencia estadounidense y se produjo después de que Goulart anunciara reformas benéficas para Brasil, que limitaban el saqueo capitalista, tales como la nacionalización de las refinerías de petróleo, la expropiación de tierras para la aplicación de la reforma agraria, la disminución de la participación de empresas extranjeras en ciertos sectores estratégicos de la economía [6]. El Golpe de Estado militar fue aplaudido por los grandes medios nacionales e internacionales, que por supuesto no se hicieron eco de los gritos de los miles de torturados, del dolor de un pueblo frenado en su emancipación histórica. “La censura ocultaba la violencia. Y la propaganda vendía una idea de milagro, la imagen de un país donde todo el mundo era feliz(…) En 1979 se había firmado una ley de amnistía que exculpaba a los agentes del Estado de cualquier delito contra los derechos humanos. Esa ley fue la cláusula principal de la transición. Y ahora una parcela de la población tiene un recuerdo que no es traumático de la dictadura; de que no fue para tanto(…)”[7]. En el 2010, la Orden de Abogados de Brasil intentó revisar la Ley de Amnistía de 1979, para poder juzgar a los torturadores que desgarraron miles de vidas durante la dictadura; pero lamentablemente la derogación que pedían víctimas y defensores de DDHH fue rechazada, hasta con el apoyo de la socialdemocracia [8]. La transición en 1985 y las décadas siguientes, fueron el reino de la impunidad y la continuidad capitalista. La burguesía había logrado, mediante la dictadura, mediante el exterminio de los hombres y mujeres más comprometidos con la justicia social, mediante el Terrorismo de Estado aplicado contra todo intento organizativo de la clase explotada, mediante la entrega del país al capital transnacional, frenar el desarrollo histórico emancipador de Brasil… y podía dedicarse a cosechar los frutos de la barbarie, amargos para el pueblo, pero jugosos para el gran capital local y transnacional.
En 2018 la burguesía impone nuevamente un régimen abiertamente fascista, asegurándose de que sea su elegido el que gane la “farsa electoral”: «Las elecciones estuvieron marcadas por la continuidad del golpe institucional, tuteladas por las fuerzas armadas, manipuladas por el poder judicial, con la prisión arbitraria de Lula para impedir su participación (…)marcadas por la proscripción de casi un millón y medio de electores en la región Nordeste, además del apoyo a Bolsonaro por parte de la gran prensa, el agronegocio, empresarios y políticos golpistas(…) Es más que simbólico que el fortalecimiento de esa extremaderecha ultraliberal, racista, homofóbica, machista y esclavista se haya materializado en el asesinato de uno de los más reconocidos maestros de Capoeira, uno de los más fuertes símbolos de la cultura y heroica lucha negra en Brasil, y en Bahía, uno de los estados con mayor concentración de negros (…) En nuestro país hay una profunda y rica historia de negros que se rebelaron contra la esclavitud, que en la lucha por su libertad organizaron revueltas, rebeliones y pusieron en pie miles de Quilombos, haciendo temblar a las élites colonial e imperial, tradición que confluye con la formación de la clase obrera en Brasil»[9]. El asesinato de Moa Katende representa un claro mensaje de exterminio contra la organización de la clase explotada, además de representar una gran pérdida para la cultura (sus obras fueron grabadas por artistas como Caetano Veloso y Clara Nunes, y su aporte a la cultura baihana es sustancial). Este asesinato se suma a los centenares de asesinatos políticos perpetrados por las fuerzas militares y paramilitares, en su labor de represión contra la reivindicación social y política. Este asesinato: «no fue obra de “un loco suelto”. Es un predecible subproducto de la campaña que el ex-capitán del Ejército llevó adelante de cara a las presidenciales. Los propósitos racistas plagaron sus discursos(…) [Además] Bolsonaro incitó al asesinato de los simpatizantes de la izquierda, proclamó “vamos a fusilar a la petralada”; “la petralada” en Brasil es algo similar a decir “los zurdos”»[10].
Bolsonaro expresa, acerca de los asesinatos perpetrados por la policía militar en Brasil durante los últimos años, que:“Tendría que matar más”[11]. El elegido de la burguesía criticó con saña el trabajo de reivindicación de justicia social y de denuncia contra la policía militar, realizado por la concejal Marielle Franco en las comunidades más empobrecidas de Río de Janeiro. Marielle fue asesinada para callar su voz. Tras su éxito en la primera vuelta, Bolsonaro expresó que iba a “poner el punto y final a todos los activismos de Brasil” [ibidem]. Las calles de Brasil están militarizadas desde hace meses, y lo son reiteradamente por extensos períodos desde hace años: la labor militar es reprimir el descontento social frente al saqueo capitalista que empobrece a la población, mientras enriquece a un puñado de multimillonarios. Cuando la clase explotadora incrementa la explotación y el saqueo, y que en contraparte las poblaciones ya no aguantan más y se fragua la rebelión, la clase explotadora echa mano de la represión más bárbara: deteniendo hasta niños pequeños en las calles para registrarlos, amedrentando los barrios más empobrecidos. La militarización se ha cobrado decenas de vidas: “El empleo de las Fuerzas Armadas en la ciudad de Rio de Janeiro se ha convertido en una constante (…) Esta conducta ha ocasionado un festival de violaciones de derechos humanos, sobretodo en contra de la población negra, mestiza y pobre” [12].
El saqueo capitalista causa éxodos rurales que engrosan las barriadas urbanas más empobrecidas; pero la burguesía no pretende frenar el saqueo, sino golpear doblemente a los despojados, desplazados y empobrecidos. Para forzar las comunidades campesinas a abandonar sus tierras, el gran capital recurre al terror paramilitar. Las calles y campos militarizados impusieron al régimen de derecha que urdió el golpe institucional del 2016, y ahora apuntalan a Bolsonaro, que viabiliza al máximo el saqueo de los riquísimos recursos naturales de Brasil. La dirigente nacional del MST, Kelli Mafort , expresó: “La cuestión agraria brasileña está en el centro de la economía y en la disputa de ese proyecto, tanto el golpe como el programa de Bolsonaro van en el mismo camino de que el campo brasileño sea del agronegocio, de la minería, de los monocultivos y del veneno”[13].
Millones de desposeídos son empujados a los caminos del hambre. La desesperanza que causa el empobrecimiento es encausada en alienación religiosa, se trata de impedir que las y los explotados se rebelen. La alienación religiosa, implantada a sangre y fuego en Brasil desde la época colonial, fue mantenida por las clases dominantes durante siglos de educación religiosa y de productos culturales destinados a la alienación. La religión católica preconiza la sumisión, las nuevas iglesias evangélicas preconizan lo mismo: son una verdadera cadena contra la emancipación de los pueblos. Bolsonaro es por supuesto un fanático religioso, y ya expresa claramente sus intenciones de acabar con la laicidad y de embestir contra las creencias de los pueblos indígenas y afrodescendientes que no se hayan todavía plegado al “dios” que impuso la colonia portuguesa: “Dios encima de todos. No existe esa historita de Estado laico, no. El Estado es cristiano y quien esté en contra, que se mude. Las minorías tienen que plegarse a las mayorías” (mitin en Paraíba, febrero del 2017) [14].
El capitalismo se ha perpetuado siempre a punta de exterminio, alienación, fascismo. Frente a la continua guerra que la clase explotadora perpetra contra la clase explotada, la única opción de un futuro de libertad consiste en la toma de consciencia de clase, y la consiguiente lucha emancipadora que se articula a la consciencia. La burguesía lo sabe, por eso trabaja la alienación para impedir la toma de consciencia, y la represión contra la parte más consciente de la clase explotada. La clase explotadora brasilera y transnacional pretende exterminar la reivindicación social usando la barbarie represiva, pero el pueblo no se detiene cuando lo que reclama es Justicia Social. Marcello Pablito expresa: «Sabemos que para derrotar a la extrema derecha no podemos confiar en la salida electoral y en las alianzas que el PT hizo, que abrieron camino al golpe y al fortalecimiento de la derecha. La resistencia y osadía del pueblo negro estuvo en la línea de frente de la lucha de clases, y en esas experiencias nos referenciamos. Mientras haya capitalismo, habrá resistencia negra, para la furia de Bolsonaro y compañía. El Maestro Moa fue asesinado porque cargaba en sus venas esa historia, esa fuerza. Es por esa tradición de lucha, resistencia y osadía de los negros que Bolsonaro nos odia.(…) Tienen miedo de lo que puedan hacer los negros cuando se ponen en movimiento contra la opresión y la explotación. Miedo de que nuestro ánimo de lucha despierte al conjunto de los trabajadores. Por eso, es en la lucha de clases donde derrotaremos a Bolsonaro y a sus aliados (…)No olvidamos a Marielle, no olvidaremos a Maestro Moa”
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Fotografía: Cecilia-zamudio.blogspot