Por: Iberoamérica Social. 17/04/2018
Estas situaciones ocurren con más frecuencia de la que la mayoría se imagina, pero no son gravadas, no queda evidencia de ellas. Los niños que afirman que han sido insultados, golpeados y evitados con frecuencia son revictimizados.
El racismo es una de las formas de discriminación existente más complejas y perdurables de las que se tiene registro. En sociedades organizadas en torno a la desigualdad, el racismo acompaña durante toda la vida a las personas racializadas, nunca desaparece y no se deja de estar expuesto a experimentarlo porque su motivo está inscrito en la herencia, la piel, las facciones, algo de lo cual, no es posible escapar. No obstante, una de las etapas de la vida en la que el racismo se hace más fuerte, más explícito, más recurrente y más cruel es durante la infancia.
En el caso de las niñas y niños negros es en la infancia cuando a través de los otros -blancos y socializados desde las ideas de inferioridad/superioridad-, se enteran de su condición de racializados. La niña y el niño negro no perciben la diferencia como condición de desigualdad, no ven en su piel y sus facciones un problema, hasta que otro se los hace creer; de este modo, el niño es sacado de su inocencia, de su mundo de juegos, caramelos y amistad para ser arrojado sin miramientos a la dura realidad de la discriminación y la desigualdad.
Este descubrimiento de la diferencia como condición de desigualdad ocurre cuando el niño abandona la exclusividad del espacio doméstico, se da siempre en el exterior, el espacio público, la escuela, la formación extra-escolar, las actividades de ocio; y son siempre otros niños blancos quienes un determinado día en el curso de alguna interacción le harán saber no solo que es diferente, sino que enfatizarán en que es inferior. Esta interacción violenta y discriminadora puede darse en la soledad de la interacción infantil, pero también se realiza de forma muy frecuente frente a otros adultos: maestros y padres de los agresores, pero también padres de la víctima, quien la más de las veces se ven imposibilitados de actuar al enfrentarse a menores de edad, pero también ante la mirada indiferente, la incredulidad o el descrédito de los otros adultos involucrados.
Además, esta discriminación racializada dirigida a las niñas y niños negros se expresa de diversas formas, que van desde las más directas y físicas, hasta las más sutiles y simbólicas, entre estas es posible mencionar: la asignación de apodos, burlas, insultos, violencia física, la evitación del contacto y de la interacción. Estas manifestaciones de racismo según señala Rita Segato en su libro Las estructuras elementales de la violencia, se sustentan en la rutinización de procedimientos de crueldad moral, que trabajan sin descanso la vulnerabilidad de los sujetos considerados “subalternos”, impidiendo que se afirmen con seguridad frente al mundo y corroyendo cotidianamente los cimientos de su autoestima.
Así lo puso en evidencia la reconocida poeta peruana Victoria Santa Cruz, quien descubrió su condición de racializada –como la mayoría de nosotros- muy pequeña, así lo narra en su conocido poema Me gritaron negra, donde afirma: “Tenía 7 años apenas, apenas 7 años, que 7 años, no llegaba a 5 siquiera, de pronto unas voces en la calle me gritaron ¡Negra!, ¡NEGRA!, ¡Negra!, ¡NEGRA!, ¡Negra!, ¡NEGRA!, ¡Negra!, ¡NEGRAAAAAA!, ¿soy acaso negra me dije?,¿qué cosa es ser negra?, yo no sabía la triste verdad que aquello escondía, y me sentí negra, como ellos decían, y retrocedí, como ellos querían, y odié mis cabellos y mis labios gruesos y viví apenada mi carne tostada, y retrocedí, y retrocedí”.
No obstante, contrario a lo que muchos insisten en afirmar, estos no son hechos del pasado, no son formas de inferiorización y discriminación ya superados, por el contrario, estos siguen más vigentes que nunca, en la actualidad, los niños y niñas negros continúan enfrentándose cada día de su vida, en distintas partes del mundo a la discriminación por motivos raciales. Así lo ha demostrado un vídeo convertido en viral hace unos pocos días en los medios de comunicación y las redes sociales. En la ciudad de Bilbao en España, un niño negro de aproximadamente 5 años fue acosado por otros niños en un parque ante la mirada indiferente de sus padres y representantes. Niños y niñas le impidieron subir a un tobogán, trancaron su paso, lo golpearon en la cabeza; su mamá lo apartó, se lo llevó hacia otro espacio de juego donde el inocente prosiguió jugando solo, sin embargo, el racismo que no descansa, que no da tregua, se apersonó, dos niñas se le acercaron para continuar el acoso, por lo cual la madre y el niño terminaron por abandonar el parque.
Estas situaciones ocurren con más frecuencia de la que la mayoría se imagina, pero no son gravadas, no queda evidencia de ellas. Los niños que afirman que han sido insultados, golpeados y evitados con frecuencia son revictimizados; se niega y desconoce su experiencia, se les acusa de mentir o se les trata con lástima o condescendencia. Pero estos hechos no son casuales, no son “cosas de niños”, es producto de la educación racista, de la indiferencia colectiva y la impunidad que lo institucionaliza; porque en nuestras sociedades, el racismo se premia y la negritud se castiga.
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Fotografía: Iberoamérica Social