Por: RADIOBUAP. 09/05/2018
Educar en un sentido etimológico es una palabra-verbo que deviene del latín educere “sacar” y educare “formar” y tiene una concordancia estrecha con la palabra paideía del griego “formación”. Así, educar es una actividad inherente al ser humano, el resto de las especies animales no se educan, tan solo se instruyen, y lo hacen a lo largo de la vida en función del adiestramiento que les proveen sus procreadores o sus experiencias mismas de vida. Pero el ser humano no se debería solo instruir ni mucho menos adiestrar, el ser humano se debe educar.
Ante el fenómeno de la educación, el filósofo argelino-francés Jacques Derrida acude a la deconstrucción, proponiendo la crítica y análisis de los conceptos en los que se ancla la educación pos moderna sin dejar de lado la historiografía de la educación. El filósofo deja entre ver su esperanza en la educación como camino hacia la liberación y la creatividad, la creación y recreación constante de la realidad y en particular de la realidad moral de las sociedades pos modernas.
En su conferencia “La Universidad sin condición” Derrida deja claro el papel de la educación en la búsqueda de la verdad, al principio de su disertación asegura que: “por enigmática que permanezca, la referencia a la verdad parece ser lo bastante fundamental como para encontrarse, junto con la luz, en las insignias de todas las universidades”. Señalando en las palabras verdad y luz la misma intención que se acentuó en la ilustración, en el siglo de las luces, el Aufklärung alemán, Éclairage francés o Iluminismo español. Es decir, la intención y voluntad del ser humano por el saber.
En la deconstrucción de Derrida, la escritura no representa forzosamente la realidad, sino una interpretación metaforzada, los textos ocultan un absolutismo que para el pensador argelino puede incluso ser violento. En la actualidad hacemos un uso ingenuo, instrumental e institucional de lo literario, es decir de los textos. Por ello, éstos deben ser deconstruídos para escudriñarlos hasta el fondo y encontrar en sus profundidades lo más cercano a la realidad que intentan reflejar.
Pero Derrida no se queda sólo en la forma en que leemos o abordamos un texto, acude a la parte medular del proceso educativo: la docencia. Al respecto podemos intentar sintetizar su pensamiento en tres preguntas: ¿Cómo entender la docencia? ¿Qué implicaciones tiene la formulación de preguntas? ¿Es posible generar pensamiento?
De acuerdo con María del Consuelo Chapela, investigadora de la UAM Xochimilco en su artículo Universidad-Sociedad: perspectivas de Jaques Derrida y Boaventura de Sousa Santos, la docencia actual presenta una fuerte tendencia a la repetición como forma de transmitir información, para ella el cuestionamiento que elabora Derrida a la idea de docente como repetidor sigue siendo vigente frente a las visiones docentististas de la educación que secundarizan o minimizan su cometido de generar un pensamiento propio, de producir conocimiento o nuevas interpretaciones de los fenómenos a través de la investigación.
En lo tocante a las implicaciones de la formulación de preguntas, el filósofo nacido en Argelia con tradición francesa asegura que “La escuela debería ser el lugar en el que nada está a resguardo de ser cuestionado”. “Cuando digo que planteo preguntas finjo no decir nada que sea una tesis. Finjo plantear algo que en el fondo no se plantearía. Como la pregunta no es una tesis —eso es lo que se cree— no supone nada. Esta supuesta neutralidad, es lo que construye el cuerpo docente” —continúa el filósofo—.
A fin de cuentas, Derrida parece tener claro que la mente se dispara con preguntas, no con afirmaciones, eso, preguntar, es lo que debería conducir las sesiones en los días de escuela y así, la acción de preguntar se transformaría en un hábito, en una forma de conducirse en la vida. No afirmar, preguntar.
Por último, frente a la posibilidad de generar pensamiento, Jacques Derrida sugiere a lo largo de su extensa obra, la crítica de la realidad y la toma de posturas como la única forma de generar pensamiento. Y esas posturas no tienen que ser forzosamente iguales a las de los docentes, es aquí donde encontramos otro rasgo deseable, infinitamente deseable en los profesores: la humildad o como Derrida lo llama “la humildad fundamental” esta actitud permite enfrentar la soberbia que muchos profesores manifiestan por su condición de docente y el trozo de poder que ello pueda significar.
Así que, podemos resumir el deber ser de la educación como un acto de absoluta humildad que permita deconstruir, no destruir, pues al destruir, perdemos forma y fondo, mientras que al deconstruir, ganamos nuevas formas al revisar y replantear el fondo. Hasta la próxima ¡SIGAMOS DUDANDO JUNTOS!
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Fotografía: RADIOBUAP