Por: Sergio Serrichio. infobae Económico. 30/07/2020
Francesco Boldizzoni repasa en un reciente libro, publicado por la Universidad de Harvard, las “desventuras intelectuales desde Karl Marx” de los ensayos y predicciones sobre la declinación o el colapso del sistema capitalista. Francesco Boldizzoni, profesor de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Noruega y autor de “Foretelling the End of Capitalism”.
En octubre de 2018 la Casa Blanca publicó “El costo de oportunidad del Socialismo”, un informe del Consejo de Asesores Económicos de Donald Trump, encabezado por Lawrence Kudlow, que advertía en tono alarmista el “juicio” al capitalismo y el interés de los jóvenes de EEUU por ideas socialistas. Si bien generó la reacción de columnistas como Paul Krugman, premio Nobel de Economía 2007, el estudio fue luego olvidado, pero es la primera cita de “Foretelling the end of Capitalism (Intellectual Misadventures since Karl Marx)” (Prediciendo el fin del Capitalismo, desventuras intelectuales desde Karl Marx), libro publicado en mayo por Harvard University Press, de Francesco Boldizzoni, un repaso de predicciones fallidas acerca de un sistema que se ha probado robusto y de gran capacidad de adaptación.
Según Boldizzoni, resume una crítica del “Boston Review”, una publicación cercana a Harvard, hay cuatro tipos de predicciones sobre el fin del capitalismo, las de “implosión”, como la original de Karl Marx, las de “exhausción” o agotamiento (de John Stuart Mill, un contemporáneo muy diferente de Marx), las de “convergencia”, en que las diferencias entre sistemas se hacen imperceptibles, y las de “involución cultural”, en las que el desarrollo capitalista mata los valores en que se funda.
Boldizzoni es desde 2019 profesor de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Noruega, después de haber pasado por la Universidades de Helsinky (Finlandia) y sido académico visitante en Dartmouth College (EEUU), la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales (París), la London School of Economics y el Instituto Max Planck. Su primera posición fue como profesor de historia económica en la Universidad de Turín, en su Italia natal. En viaje de Noruega a Grecia, el también autor de “La pobreza de Clío”, respondió al requerimiento de Infobae.
– Su libro marca diferentes etapas predictivas sobre el fin del capitalismo, todas fallidas. ¿Podemos empezar desde el inicio, con Marx y John Stuart Mill?
– Tanto John Stuart Mill como Karl Marx escribieron a mediados del siglo XIX, cuando el capitalismo aún era joven. No tenían nada en común, salvo estar de acuerdo en que el sistema era insostenible. En cierto sentido, sus ideas son dos arquetipos que retornan cada tanto. Mill creía que la dependencia del crecimiento era el punto débil del capitalismo, ya que según él el crecimiento no podía sostenerse de modo permanente. Marx no entendió los efectos de la tecnología y tampoco supo anticipar que el capitalismo, a pesar de sus miserias morales, mejoraría las condiciones de vida de las clases trabajadoras y las llevaría a comportarse y pensar como las clases medias. El creía que las contradicciones sociales harían explotar el sistema.
– Pero no sucedió ni una cosa ni la otra. A pesar de la revolución rusa y de la crisis de los años ’30.
– Cuando sucedió la gran depresión, el marxismo ya se había dividido en dos corrientes. La primera, ortodoxa y ligada a la Unión Soviética, pensaba que tarde o temprano la revolución arribaría a Occidente, por una ley del desarrollo histórico universal. La segunda corriente, socialdemócrata, sostenía en cambio que había que trabajar “desde adentro” para cambiar al capitalismo. La crisis de los años 30 fue leída de modo muy diverso por estas corrientes. Los reformistas no vieron nada de irreparable: la inestabilidad del mercado se podía remediar con regulaciones, de hecho, eran las políticas que se estaban siguiendo con el “New Deal” en EEUU y con la planificación nazi-fascista. Pero estos cambios, según otros, borraban la diferencia entre capitalismo y socialismo. Una perspectiva así era bienvenida por la izquierda, pero inquietaba a conservadores como Joseph Schumpeter y Friedrich Hayek.
– ¿Cuál fue la influencia de John Maynard Keynes en ese momento histórico?
-Ante los dilemas de los años 30, Keynes, que era un liberal, tuvo una actitud pragmática; entendió que la intervención del Estado en la economía salvaría al capitalismo de sí mismo. La historia le dio la razón, al menos hasta fin de los años 60, cuando se rompió el equilibrio económico y social de posguerra.
– En esos años de gran efervescencia, ¿cómo se procesó la discusión entre capitalismo y socialismo y las predicciones sobre el “fin del capitalismo”?
– Los autores que criticaban al capitalismo en los 60 y 70 no se ilusionaban de que el sistema soviético fuese mejor, pero eso no les impedía ver los males del capitalismo. Incluso conservadores inteligentes como Daniel Bell lo hicieron. En esos años creció el malestar asociado a la opulencia. Los sectores más críticos y los jóvenes más instruidos de las nuevas generaciones estaban descontentos con la sociedad de consumo, que según ellos producía un nuevo tipo de alienación. No lamentaban sólo el materialismo, sino también que sus vidas fuesen controladas por las corporaciones mediante la manipulación de las opciones cotidianas. Y repudiaban las políticas imperialistas y colonialistas de los gobiernos occidentales en el Sur. A estos sentimientos difusos dio voz, por ejemplo, la “teoría crítica” de Herbert Marcuse. Otros pensadores europeos estaban preocupados por las consecuencias de la desaceleración del crecimiento y la vuelta del conflicto distributivo. El Estado del Bienestar empezaba a vacilar y esto causaba una “crisis de legitimación” del capitalismo regulado, como sostuvo Jürgen Habermas.
El “momento triunfal” del capitalismo
– Pero ese ambiente no derivó en una caída, sino en un momento triunfal del capitalismo: la caída del Muro y la implosión del modelo soviético a fines de los 80…
– El ascenso del neoliberalismo a partir de los 80 y la caída de la URSS crearon, por 20 o 30 años, la ilusión de que bastaba la caída de una alternativa al capitalismo para que sus problemas internos desaparecieran como por arte de magia. La crisis del 2008, que en realidad fue solo la punta del iceberg, probó que no era así. Como era de esperarse, la crisis financiera reencendió las predicciones y hasta algún cientista social, como Randall Collins, le puso fecha al fin del capitalismo: hacia el año 2040. Al cabo de dos siglos, parece que volvimos al punto de partida, a las profecías apocalípticas de estilo victoriano. Pero la crisis trajo también algunas lecciones constructivas. Llamó la atención por ejemplo sobre el hecho de que todas las interpretaciones sobre la “sociedad post-industrial” desde los años 90 del siglo pasado estaban equivocadas. El fin del sistema fabril no borró las desigualdades sociales sino que las multiplicó y el nuevo proletariado -que se gana la vida repartiendo pizza en bicicleta- es incluso más pobre que el antiguo. En nuestra sociedad, en suma, el conflicto distributivo no sólo persiste sino que tiende a ser exasperado por la baja tasa de crecimiento de las economías basadas en las tecnologías digitales, en los servicios y -sobre todo- en las finanzas.
– Usted vivió en Italia y EEUU y ahora vive en Noruega. Todos países capitalistas. ¿Qué tienen en común que los hace “capitalistas” y qué los diferencia, y hasta qué punto esas diferencias importan para intentar entender el futuro del capitalismo?
– En líneas generales, estos países tienen en común el control privado de una parte significativa de los medios de producción, un sistema de mercado que asigna los recursos y distribuye el producto y una cierta cultura burguesa. Dicho esto, EEUU y Noruega representan extremos opuestos dentro de una amplia variedad de modelos de capitalismo. En Noruega, la mitad de la economía es de propiedad estatal y el sector público regula –con bastante eficiencia, debo decir- el mercado laboral, además de proveer servicios de bienestar y educación gratuita a toda la población. Nada de eso sucede en EEUU. Italia y el resto de Europa continental están en un punto medio entre estos extremos. Noruega es tal vez un modelo límite entre capitalismo y socialismo, pero por la libertad de empresa está en el primer campo. Juicios de valor aparte, no hay modelos de capitalismo intrínsecamente más estables que otros. Cada uno es, de algún modo, una imagen de la sociedad que lo produjo.
– Usted destaca en su libro que las profecías sobre su fin subestimaron dos factores culturales arraigados en el capitalismo: jerarquías e individualismo. ¿Por qué son tan importantes?
– Todas las sociedades complejas son en algunas medida jerárquicas, pero las sociedades capitalistas occidentales heredaron de las sociedades feudales sobre las cuales fueron edificadas relaciones de poder altamente asimétricas. La misma dependencia creada de la necesidad que antes ligaba a los siervos de la gleba con sus señores, en el capitalismo ligó a los proletarios con los capitalistas. El capitalismo reemplazó las viejas con nuevas jerarquías. Y trajo una nueva categoría, la de “clase”, que aún es central.
Mientras las distinciones sociales en el viejo sistema reflejaban el status al nacer, en el nuevo reflejan la capacidad de hacer dinero. El capital llevó a una reconfiguración de los estratos sociales. El elemento novedoso que acompañó el nacimiento del capitalismo fue el individualismo. Las personas hoy se sienten motivadas por sus preferencias, sus necesidades, sus derechos, ya no por las normas y deberes que derivan de la pertenencia a una comunidad. Tienen relaciones contractuales y recurren al mercado para satisfacer sus necesidades.
Con el tiempo, esta lógica de mercado se extendió a esferas muy sensibles de la actividad humana como el trabajo y en ciertos países, como EEUU, incluso a la salud. Estas estructuras sociales jerárquicas y estos valores individualistas tomaron forma a lo largo de los últimos siglos y no pueden desaparecer de improviso.
– ¿Hasta qué punto la jerarquía no es una parte aún más importante de sistemas que se han propuesto como alternativa al capitalismo, en especial, el “socialismo real”? Y el individualismo, ¿no es parte de la “naturaleza humana”, algo muy difícil de moldear o cambiar?
– En las sociedades no capitalistas faltan en general o la jerarquías o el individualismo, más a menudo esto último. Por ejemplo, el socialismo soviético se afirmó en una sociedad ciertamente jerárquica, salida del feudalismo del siglo XIX, pero no era individualista. Lo mismo puede decirse del sistema chino, que además es muy distintos del ruso. El individualismo no tiene nada que ver con la naturaleza humana, lo encontramos en ciertas sociedades y no en otras. Es más bien una construcción histórica. Su nacimiento estuvo estrechamente ligado a la modernización europea a partir del siglo XVII. Pero el hecho de que el individualismo sea relativamente reciente no significa que sea sencillo librarse de él. Al contrario, está muy arraigado en la cultura occidental, donde representa el precio a pagar para liberarse de formas opresivas de control social.
– ¿Cómo catalogaría el régimen chino? ¿Hasta qué punto, además de su poderío y el rol creciente en la política y la economía mundiales, es o no un “modelo” alternativo?
– Está de moda decir que el régimen chino es capitalista de hecho, aunque no en el nombre, pero yo no estoy de acuerdo. No sabría definir si es socialista, pero en el fondo no me importa. Es posible que un sistema no sea capitalista y que tampoco sea socialista, la complejidad del mundo no es reductible a simples oposiciones.
El sistema chino se basa en el control político más que en la iniciativa privada. El Partido Comunista usa el mercado como mecanismo para asignar los factores productivos y fijar los precios y salarios, pero los objetivos de fondo dependen de la planificación, que es un acto político. Los medios de producción pueden ser de los privados, pero el Estado controla el sistema bancario. Es como que a un auto puede manejarlo cualquiera, pero una sola persona tiene las llaves. En un sistema colectivista como el chino, no veo espacio para que crezca el individualismo burgués.
– En su libro usted dice que Marx ha sido en parte reivindicado, pues predicciones como la desaparición de las clases medias y el estancamiento de los salarios reales se están verificando y que “o la izquierda encuentra herramientas efectivas para lidiar con estos fenómenos o su lugar será ocupado por la derecha populista” ¿Hacia qué lado cree que se está inclinando la partida?
– Hacia la derecha populista, desafortunadamente. Con excepción de pocos países, el espacio político del reformismo lo ocupan actualmente partidos que todavía no hicieron un balance del fracaso de la “Tercera Vía” que inauguraron Bill Clinton y Tony Blair hace unos 25 años. Son todavía prisioneros de la creencia anacrónica que las elecciones se ganan conquistando el centro. Se concentran en los derechos civiles y se desinteresan de los derechos sociales. Se comprometen con la defensa del ambiente, pero no del trabajo, y son fieles al dogma del globalismo. Por eso solamente los votan en los centros más ricos. Si no recuperan alguna conexión con los estratos sociales más vulnerables y vuelven a hablar en su idioma, estos partidos que se definen indignamente como de izquierda no tienen futuro.
– También dice que la sociedad sabrá limitar el poder del capital y que mejor que sembrar falsas esperanzas de “tirar el sistema” es “reafirmar el rol del Estado en la economía mediante el control de los sectores estratégicos y el monopolio de los servicios públicos”. En un país como la Argentina eso significaría darle a los gobiernos y a un Estado altamente ineficiente un poder abrumador sobre la sociedad. ¿No hay alternativas mejores, más allá de cuál sea el futuro del capitalismo?
– Los problemas y los vínculos de los países centrales no son los mismos de aquellos en la periferia del sistema capitalista. Conozco bastante bien América Latina y su historia como para saber que ha estado demasiado a menudo prisionera de clases dirigentes que sacaron ventaja de perpetuar el subdesarrollo. Esto vale tanto para los populistas como para los servidores locales de los intereses de EEUU. Pienso por eso que en muchos países del Cono Sur la emancipación política de la ciudadanía sea el prerrequisito de cualquier reforma económica. Soy un socialdemócrata y no puedo sino augurar a cada país un futuro de justicia social, pero soy también consciente de que para que para que una social-democracia florezca se requieren autodeterminación, soberanía y transparencia. Argentina y México son los países latinoamericanos con el número más alto de lectores de libros. Donde se lee mucho se desarrollan actitudes críticas de la gestión de la cosa pública. Y en efectos estos países muestran una vivacidad intelectual que es la envidia de una Europa perezosa y estancada. Esto me da esperanza que el día en que “se abrirán las grandes alamedas por donde pasa el hombre libre”, del que habló Salvador Allende en aquel trágico septiembre de 1973 esté más cercano de lo que se cree.
– Con la crisis económica mundial derivada de la actual pandemia del COVID-19 hay cierto revival de “fin del capitalismo”. ¿Qué opina de esta nueva ola de análisis y qué enseñanzas les recordaría a raíz de su estudio de los fracasos predictivos de los últimos (casi) 200 años?
– Pienso que el sensacionalismo no ayuda en estas circunstancias. La idea de que el capitalismo pueda colapsar es producto de un mal análisis: confunde coyuntura y estructura. Las crisis cíclicas y los shocks exógenos, como ahora la la pandemia de coronavirus, pueden desestabilizar el sistema por un tiempo, pero no tienen el poder de darlo vuelta. Superar el capitalismo requiere una transformación estructural que ninguna crisis puede cumplir por sí misma.
– Una observación bastante común es que la pandemia, al cuestionar la movilidad de bienes y personas es un golpe muy fuerte al capitalismo globalizado. ¿Qué tendrían en común ésta y otras predicciones fallidas sobre el “fin del capitalismo”?
– En las situaciones de emergencia todo parece posible. El error de los nuevos profetas es pensar que las emergencias duran por siempre. En cuanto a las culpas del capitalismo, seguramente es responsable del modo en que la epidemia fue gestionada en ciertos países, donde los intereses económicos han impedido practicar un confinamiento serio. Pero los virus son fenómenos de la naturaleza, no del hombre. La historia milenaria de los contactos entre los pueblos no es reducible a la globalización. No olvidemos que también la peste negra del siglo XIV llegó de Asia, así como los cítricos y los algoritmos indo-arábigos.
LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ
Fotografía: infobae Económico.