Por: Alejandro Saldaña Rosas. Rompeviento. 14/08/2017
A Rius
¡Muchas gracias, maestro!
La XXII Asamblea Nacional del PRI fue la ratificación de la inmutabilidad de su ADN. Fieles a su genética pragmática, oportunista y esencialmente corrupta, los asambleístas tricolores quitaron candados para sus candidatos a puestos de elección popular, con evidentes miras en la presidencial del 2018. Nada nuevo, nada sorprendente, nada fuera del guión ensayado y ejecutado durante más de setenta años, casi noventa, si nos remontamos a sus orígenes en el Partido Nacional Revolucionario de 1929.
La decisión más importante sin duda es que en las próximas elecciones cualquier ciudadano puede ser candidato o candidata del PRI. Desconozco si luego de la votación hubo manifestaciones de júbilo entre los asambleístas (militantes todos ellos, supongo) o si la algarabía trascendió más allá del Palacio de los Deportes, recinto que ha albergado toda clase de espectáculos, hasta asambleas. Comparto con usted, amable lector, una pregunta que ese acuerdo me provoca: ¿qué ciudadano quisiera ser candidato del PRI? Muchos, miles, millones nos ofendemos ante la sola sugerencia, sin embargo hay que reconocer que quizás otros tantos ya están afilando las uñas para ver si les “hace justicia” la globalización, ya que la revolución les ha fallado.
Algunos analistas apuntan que la decisión allana el camino para que José Antonio Meade Kuribreña sea el candidato presidencial del PRI; otros comentan que en realidad es una suerte de finta para desviar la atención del verdadero alfil de Peña Nieto: Aurelio Nuño Mayer. En términos de las disputas internas en el partido en el gobierno que sea Meade o que sea Nuño puede ser relevante, pero para el país es exactamente lo mismo. Que el mil usos Meade (ha sido Secretario de Hacienda, de Relaciones Exteriores, de SEDESOL, de Energía) sea el candidato o que Nuño “ler”, sea el abanderado tricolor, a México le resulta irrelevante por completo, inclusive si se diera el caso (en lo absoluto hipotético) que alguno de ellos fuera el sucesor del Peña. Da igual: Nuño, Meade, Osorio, Videgaray, Robles, Narro… es lo mismo, puesto que todos ellos (y ella) representan exactamente el mismo proyecto de país: el del PRI de los últimos noventa años.
Esto me lleva a la pregunta título de esta colaboración: el priista ¿nace o se hace? Porque hay priistas que al parecer lo eran desde el kínder, incluso desde antes, cuando mamaban de la teta propia, de la ajena, de la subrogada, de la paraestatal, de la outsorcing, de la subcontratada, de la pirata, de la maquiladora, de la virtual, de la opositora y hasta de la por venir. En el ADN del priista la teta más apetecible no es la que vio y mamó al nacer, sino la que dará a libar a sus tataranietos. Y este es un rasgo esencial del priista de rancia estirpe: es un hombre –o mujer- de futuro. Su expectativa no está colocada en el pasado (para resarcir daños, por ejemplo) sino en el futuro y en “el bienestar del país y de los mexicanos que menos tienen…blablabla”. Mexicanos que “menos tienen” pero mucho aportan a la estabilidad del sistema, esto es, a la infamia, la miseria, la explotación y la impunidad. Y que generan las condiciones para que más priístas se reproduzcan, como plaga.
Hay priistas de nacimiento, como Claudia Ruiz Massieu Salinas, la Secretaria General del Revolucionario Institucional, a la que la filiación le cae por línea paterna, materna y por constelaciones familiares con raíz en las primeras migraciones en Aztlán, por lo menos. O el mismo Peña Nieto, apadrinado por lo peor (en la hipótesis de que hay algo bueno) del Grupo Atlacomulco. O muchos más. Priistas de abolengo y peste añeja, remozados (y remozadas) gracias al discurso neoliberal de la globalización, la competitividad, la excelencia, la calidad o cualquiera otra etiqueta de moda. Priistas nacidos en cuna de oro construida mediante contratos leoninos, desviación de recursos, licitaciones amañadas, robo descarado, expropiación ilegal de tierras, asesinatos a mansalva e impunidad comprada a jueces de breve estatura judicial pero amplísima manga ancha para cobijar y apapachar a lo peor de nuestra sociedad, lo peor de México. Priistas que desde niños escucharon de brutalidad, saña y represión, discurso suavizado en la merienda con chocolate caliente y una nana que acuna con canciones y pellizcos para dormir temprano.
Por otra parte, hay que reconocer que existen priistas que no nacen, sino que se hacen. No sé por qué ni cómo, pero abundan al grado de quizás ser ya mayoría: hay más priistas artificiales (de los que no nacen, se hacen) de los que cuentan con pedigrí y orejas mochas. Pero no por hechizos –mestizos, les dicen- son menos perniciosos, al contrario. Priistas que no nacieron con el escudo tricolor tatuado en la nalga, pero que pronto aprendieron a mover la cola como el más conspicuo Presidente General del CEN del PRI: el “Clavillazo” Ochoa Reza.
Lo interesante es que muchos (y muchas) de los más connotados priistas de probeta provienen del PAN, del Verde y del PRD (y Morena enuncia la posibilidad de muchos más). El almácigo lo pusieron los partidos “de oposición” (maiceados con prerrogativas muy generosas) pero la semilla es de la más profunda raíz priista. Es más, no sólo es la raíz, sino la inspiración, la guía, el horizonte a alcanzar. Si el PRI no ha muerto, es porque vive a través de sus advocaciones.
A la manera en que ocurre en algunas religiones, el PRI logró “desdoblarse” en otras presencias que siempre lo han representado, sin ser exactamente su clon fidedigno. Si el PRI es el objeto de culto y sumisión mayor, sus capillitas llamadas PAN, PRD, Verde Ecologista o el que se sume esta semana, reproducen sus mismos rituales de obediencia, sus quijadas abiertas de ambición, sus ojos mirando para otra parte, sus garras afiladas, su gusto por los arreglos en los oscurito, sus babas escurriendo ante la inminente tajada al presupuesto.
Son priistas de probeta que siguen con disciplina religiosa las enseñanzas de su padre putativo. Por eso es que cuando el PRI “dejó el poder”, en realidad lo depositó en alguna de sus múltiples advocaciones: azul, amarilla, morada, verde, oro, negro o el color que sea. Como en el culto mariano, la devoción a la advocación (guadalupana, por ejemplo) no significa renuncia a la fe, sino cobijo al amparo de la misma divinidad, representada bajo otro manto. Así, que el gobierno sea “panista”, “perredista” o “ecologista” para la población ha significado muy poca diferencia con respecto a las administraciones encabezadas por el PRI. Misma fe, diferente capillita.
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Fotografía: libertadbajopalabra