Por: Renán Vega Cantor. 24/04/2025
La deseducación [miseducatión en inglés] es un vocablo que usó Noam Chomsky en un libro que publicó hace casi veinte años. Con esta noción se da a entender que una persona o un grupo humano en lugar de ser educado, de aprender sobre la vida y de afrontar los problemas del mundo con un acervo de perspectivas críticas se le instruye con lecciones de ignorancia, odio, violencia, miedo, sed de venganza y rechazo a los valores de solidaridad, igualdad, sentido de justicia, fraternidad, bien común, ayuda mutua… La deseducación implica el abandono de cualquier atisbo de pensamiento crítico y la consolidación de una mentalidad clasista y racista. Dicho, en una palabra, deseducar es sinónimo de embrutecer.
Hace tiempo en Estados Unidos se vive un proceso de deseducación (de embrutecimiento) impulsado paralelamente por el neoliberalismo y el neoconservadurismo que ha llevado a que ese país tenga uno de los sistemas de educación más malos del mundo, si nos referimos a la instrucción general que llega al grueso de la población.
Si la deseducación había avanzado ‒frase esta que parece un oxímoron, porque es un paso hacia atrás, hacia un tipo de educación excluyente y opresiva, propia de regímenes esclavistas, por ejemplo‒ ahora, en tiempos de Donald Trump, alcanza su máxima realización, para desgracia de los habitantes de Estados Unidos.
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Donald Trump es un capitalista inmobiliario que ve a la sociedad como una gran corporación empresarial, cuya único objetivo es la rentabilidad, y debe ser dirigida por los amos del dinero. Esa lógica, individualista, competitiva y egoísta, se traslada a la educación.
Esta se concibe como una empresa ‒ese es el planteamiento central del neoliberalismo‒ en la cual los magnates de la tecnología deciden el tipo de educación que se considera adecuado para los ciudadanos de Estados Unidos. Estos multimillonarios son enemigos de todo aquello que huela a justicia social y a derechos colectivos y en su agenda está destruir las instancias estatales que tengan algún papel mínimamente redistributivo.
Trump está desmantelando el Departamento de Educación Federal, del que ha expulsado al 80% de su personal, con el argumento de que debe eliminarse porque la controlan “radicales, fanáticos y marxistas”. Este disparate ideológico no puede ocultar objetivos propios del neoliberalismo: reducción del aparato estatal, privatización y despido de gran número de trabajadores, con la mira en reducir costos y aumentar las ganancias de los empresarios.
Con el desmantelamiento de la Secretaria de Educación Pública se elimina el apoyo financiero a los estudiantes más pobres y de aquellos que padecen alguna limitación física o mental. Igualmente, se suprimen fondos para las universidades públicas con el prejuicio de que las universidades privadas lo pueden hacer mejor y se restringe el derecho a la libre expresión y a la difusión de ideas críticas sobre la sociedad estadounidense.
Se generalizan los bonos educativos destinados a que los padres matriculen “libremente” a sus hijos en las escuelas privada que les apetezcan. Otro componente neoliberal radica en preparar a los jóvenes para el trabajo y por ello los planes de estudio deben centrarse en la difusión de “conocimientos útiles”, promoviendo la enseñanza de STEM (Ciencia, ingeniería, tecnología y matemáticas), junto a un currículo “patriótico”, porque “en lugar de adoctrinar a los jóvenes con contenido racial, sexual y político inapropiado, que es lo que estamos haciendo ahora, nuestras escuelas deben ser totalmente reorientadas para preparar a nuestros niños a tener éxito en el mundo del trabajo”, ha dicho Donald Trump.
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La “filosofía” deseducativa de Trump se basa en la lógica Maga (Hacer grande a Estados Unidos otra vez), en la que descuella la imposición de valores patrióticos y religiosos. Se inculcará en todas las escuelas de Estados Unidos el amor a los héroes, a la grandeza de Estados Unidos como “la nación más libre, prospera y virtuosa en la historia del mundo”. Debe regresarse a la época en que se rezaba en todas las escuelas porque, dice Trump, “tenemos la necesidad de enseñar a nuestros niños a rezar (en las escuelas) y no odiar a su país”.
Esta ideológica educación confesional pretende acabar con el sesgo ideológico que se habría tomado a la educación de Estados Unidos, que habría quedado en manos de marxistas, comunistas y enemigos de la civilización judeocristiana.
Este regreso a una educación confesional libre de “prejuicios ideológicos” se apoya en contratar a los “mejores maestros y rectores” y en expulsar del sistema educativo a todos aquellos maestros que se dedican a “adoctrinar niños y jóvenes”. Quienes deben controlar las escuelas son los padres de familia. Estos se convierten en los censores pedagógicos que determinan lo que es adecuado para la formación de sus hijos y pueden vetar y expulsar profesores de los centros escolares, controlar lo que enseñan, prohibir libros y establecer el propio currículo de las escuelas. Este retroceso, presentado como una democratización en la elección de autoridades escolares, implica el fin de la libertad de catedra, de pensamiento y de considerar diversas opciones políticas y religiosas. Al punto que se anuncia la creación de un organismo de acreditación que tiene como una de sus funciones certificar a los maestros que son patriotas y creen en el Sueño Americano.
Como tal sueño (pesadilla en verdad) se sustenta en la violencia, Trump respalda a los distritos escolares que permitan a los maestros portar armas y se contratará a veteranos de guerra y oficiales de policía retirados para cuidar las escuelas del país. ¡El ratón cuidando el queso, porque los veteranos de guerra si que son generadores de masacres!
Un foco central del programa educativo de Trump es la universidad, considerada como un espacio de adoctrinamiento, de desprecio a los valores patrios, de difusión de los credos referidos a la diversidad racial y sexual. Esas universidades son dirigidas, al decir de Trump, por “lunáticos marxistas” que han impuesto un sesgo de izquierda que niega la grandeza de Estados Unidos y cuya finalidad es adoctrinar y pervertir a la juventud de los Estados Unidos. Por ello, se ha propuesto erradicar la Teoría Crítica de la Raza, para enaltecer a los héroes blancos que son los protagonistas de la historia de Estados Unidos y de su grandeza.
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Si un país se hace grande con el embrutecimiento de su población, con la expansión de la ignorancia por todos los rincones de su territorio, por el culto a la violencia y a las armas, por el racismo, el clasismo y la apología de los supermillonarios, por la discriminación de los migrantes, por la censura y quema de libros, por multiplicar a los rezanderos y dogmáticos evangélicos… está claro que Donald Trump va a hacer grande a Estados Unidos en términos educativos. Porque esos son, precisamente, los objetivos de la deseducación, que Trump y su círculo de allegados están llevando a la práctica. Y no parte de cero, porque a ese proceso de deseducación han contribuido demócratas y republicanos (todos igualmente neoliberales) desde hace medio siglo y además cuenta con una amplia base social, si recordamos los 77 millones de personas que votaron por Donald Trump.
Qué puede esperarse de un país en el cual se designa como Secretaria del Departamento Federal de Educación a una empresaria de lucha libre profesional, Linda Marie McMahon. Es una seña del darwinismo social, que concibe a la vida social como una competencia desenfrenada para que se impongan, no importan los medios que empleen, los más ricos, blancos y poderosos. Queda claro, para los deseducadores la instrucción de niños y jóvenes es un ring de lucha libre en donde los más racistas, violentos, rezanderos e ignorantes se imponen, aunque ahora, como Elon Musk, presuman de impulsar sofisticados tecnologías. Al fin y al cabo, la deseducación se aviene muy bien con el tecnofascismo.
Publicado en papel en El Colectivo (Medellín), abril de 2025.
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Fotografía: Rebelión. El Colectivo (Medellín) – Imagen: Linda MacMahon, de empresaria de la Lucha Libre Profesional a Secretaria de Educación de Estados Unidos.