Por: Jaume Carbonell. El Diario de la Educación. 03/11/2017
En este decálogo se expresan deseos y retos de diversa índole por parte del profesorado de los diversos niveles educativos.
Hablamos con diversos maestros y maestras de distintos niveles educativos para que expresaran sus deseos y sueños, sus pequeñas utopías para este curso. En este decálogo, sin ninguna pretensión estadística, se recoge a vuela pluma un estado de opinión en torno a cuestiones de muy variado calado. Pero, evidentemente, se queda corto, muy corto. De ahí este interrogante: para que cada cual se lo pregunte a modo de reflexión.
- Reconocimiento social del profesorado. Sin obviar las carencias del profesorado -sobre todo en el ámbito formativo-, ni algunas actitudes poco pedagógicas y democráticas, se pide un mayor reconocimiento social de ésta u otras profesiones que se ocupan del cuidado, el bienestar y el desarrollo integral de la infancia y la juventud. Y, asimismo, se exige una sustancial mejora de sus condiciones salariales y de trabajo en los países donde la docencia tiene que cubrir un doble o triple turno o realizar tareas complementarias para poder subsistir. Por otro lado, se ve comprende que los medios de comunicación se ocupen de las “malas noticias” -que tienen que ver con la creciente desigualdad social, con el fracaso y con el abandono escolar-, pero también se agradecería que se difundan “las buenas noticias” sobre las prácticas pedagógicas que, día a día y con grandes esfuerzos, tratan de combatir estas situaciones y transformar la educación.
- El aprendizaje del trabajo en red. Son muchos los docentes que, en los últimos tiempos, se han apuntado a redes temáticas, territoriales o de otro tipo para salir de su aislamiento profesional y compartir saberes y experiencias. Una maestra me cuenta que, para este curso, su prioridad es seguir con un grupo de proyectos de trabajo que aprenden de las visitas a centros con cierto recorrido en la experimentación de esta propuesta y de su posterior reflexión colectiva. No obstante, en este como en otros casos, demandan más facilidades a la administración educativa para que las redes se enriquezcan y consoliden, y no todo quede a merced del mero voluntarismo, como ocurre demasiado a menudo.
- Inclusión y éxito escolar. Otras personas ponen el foco en este cometido: que todo el alumnado, por diversos caminos y estrategias, pueda lograr la adquisición de los conocimientos básicos. Sí, claro, piensan en cómo armonizar estos dos principios que hay que atender: equidad y diversidad, porque todos los alumnos son iguales y diferentes. A este encomiable propósito le ponen nombres y rostros: ¿qué hacer para que Raúl se concentre más?: ¿Qué refuerza específico requiere Irene? ¿Por dónde hay que empezar con María? ¿Qué estímulos precisa David en estos momentos? ¿Qué puedo hacer para que la familia de Lucas colabore un poquito más? ¿Con qué grupo trabajaría mejor Susana? Hay recetas universales -observación minuciosa de lo que ocurre dentro del aula, buen ambiente de aprendizaje, relaciones más cercanas, grupos cooperativos,…-, pero cada aula es un mundo.
- Los pequeños cambios y gestos son poderosos. Hay quienes sin menospreciar la importancia de las grandes transformaciones estructurales que exige la educación, le atribuyen una enorme relevancia a los pequeños cambios -a veces revolucionarios- en las rutinas de la cotidianidad. Una cosa no quita la otra. Se refieren a ensanchar la mirada en el horizonte escolar para explorar otras posibilidades; a escuchar al alumnado más atentamente y a mirarlo de otra manera; a abrir puertas y ventanas para que penetre la realidad del entorno; a empezar y terminar las clases con algún ritual especial que rompa la monotonía; o a cuidar los detalles. Son conscientes que los procesos de cambio, que ayudan a abrir las mentes y a hacerse preguntas, son lentos y tienen altibajos pero, como muy bien decía el poeta: “se hace camino al andar”.
- ¡Uff, la burocracia! Hay docentes, y más aún si forman parte de los equipos directivos, que suspiran para que el próximo curso remita -o al menos no aumente- el papeleo. Parecía que con la introducción de las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) iba a menguar, pero no ha sido así, al contrario. ¿Qué tiempo se dedica a las tareas administrativas y burocráticas? ¿Y cuánto queda para otras funciones más propiamente educativas? Bien está que los centros escolares rindan cuentas y estén sometidos a un control democrático -no sólo del Estado sino también de la comunidad- pero no al creciente imperio burocrático. Algunos me señalan las tareas inútiles y prescindibles, y son un montón.
- Mejorar nuestra comunicación. Hay maestros y maestras que te dicen: en el centro hay mucha actividad, llevamos a cabo un montón de proyectos innovadores y circula gran cantidad de información, pero hay poca comunicación. ¿Se debe a la falta de tiempo, de confianza, de complicidades? Parece que un poco de todo. A veces se explicita abiertamente, aunque otras se muestra sólo subterráneamente. En ambos casos genera malestar. Les preocupa porque saben que la forma de mirarse, de comunicarse y de vincularse les fortalece o les debilita. Y saben, además, que las saludables diferencias dentro del equipo docente pueden acercarles o alejarles según como las gestionen.
- Aprender a vivir en la incertidumbre. Hay profesionales que cada vez hacen más suyo el dicho de Edgar Morin de que hay que aprender a navegar en un océano de incertidumbres entre archipiélagos de certeza. Una maestra me lo resumía de esta manera: “En septiembre me pongo las pilas y preparo el curso minuciosamente: objetivos, contenidos, actividades y demás, pero soy consciente que la programación demasiado rígida no funciona, porque sobre la marcha tienes que ir modificándola continuamente. Este curso quiero limitarme a programar aquello que considero básico -esas certezas y verdades inalterables que cada vez son menos- y a tener las antenas más abiertas para captar en cada momento, según sean las circunstancias, qué es más conveniente enseñar”. Una sabia manera de conciliar programación e improvisación.
- El tiempo, ese bien tan escaso. He aquí una demanda crónica, casi generalizada, que aparece con más fuerza a principio de curso. Parece que sólo hay tiempo para la organización y gestión de lo más urgente; y, con frecuencia, lo urgente no suele ser lo más importante. Así, quedan aparcados, o relegados a la mínima expresión, el debate pedagógico, la reflexión sobre la práctica, o la formación en el centro y en sus diversas modalidades. Hay que hacer mil piruetas para que esto encaje dentro del horario; o dedicarle unas cuantas horas extra fuera de él. La jornada escolar, en la mayoría de los sistemas educativos, contempla con precisión lo relativo a la jornada del alumnado pero no regula con suficiente claridad y amplitud las tareas que deben incluirse obligatoriamente dentro de la jornada docente.
- Hacer lo mismo pero mejor. Este es el deseo que expresa un sector del profesorado que está harto de sentirse presionado cada año por la ingente cantidad de ofertas y demandas de todo tipo que aterrizan en los centros -proyectos, actividades, cursos, planes de innovación, experimentaciones,…-. Piensan que no siempre han de estar introduciendo algo novedoso, y quieren protegerse del activismo permanente y desenfrenado. Sostienen que ahora toca una pausa para continuar perfeccionando aquello que iniciaron en cursos anteriores, apuntalándolo con mayor conocimiento, experiencia y serenidad. Aprendiendo de los errores y haciéndose nuevas preguntas. A veces, la innovación requiere una catarsis o una profunda transformación; en otras, un alto en el camino. Ambos procesos tienen sus momentos y operan de forma complementaria.
- Espacios más agradables y menos calurosos. Se percibe una creciente sensibilidad para lograr que la arquitectura escolar de aulas, patios, y pasillos se adapte a las necesidades de la innovación educativa y no al revés. Por eso se propone romper la estructura tradicional del aula, con nuevos rincones y ambientes de aprendizaje, para facilitar el trabajo cooperativo, la investigación, la creatividad y la experimentación: de forma individual, en pequeños grupos o con el conjunto de la clase. Se apuesta por una escuela que dialogue con el entorno, donde la naturaleza se haga presente en el patio y en otros rincones: más bella, saludable y ecológica, y que garantice el bienestar en épocas de frío y calor. Por eso son muchos los profesores y profesoras no quieran que se repita lo del final curso pasado, cuando la canícula se hizo insoportable.
Hasta ahí los diez deseos. ¿Con cuáles te identificas y que otros añadirías? Que el nuevo curso os sea grato, y un poco mejor que el anterior. Y, sobre todo, que avancemos hacia una paz real, sin guerras ni violencia alguna, para que no tengamos que decir otra vez “Madrid o Barcelona somos todos”. Nunca más: ni en estas ni en otras ciudades.
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Fotografía: Theo Rivierenlaan / Pixabay