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«Las que siguen siendo perseguidas son las putas pobres»

por RedaccionA junio 7, 2022
junio 7, 2022
1,2K

Por: Yair Cybel. 07/06/2022

“Puta Feminista” es el título del primer libro de Georgina Orellano, secretaria general de AMMAR. La autora habla sobre la relación con los feminismos y las nuevas formas del trabajo sexual mediadas por la tecnología. “Si estás haciendo videollamadas por Telegram, eso también es trabajo sexual”, sentencia.

«Puta Feminista» es el título del primer libro de Georgina Orellano, secretaria general de AMMAR, donde cuenta en primera persona las complejidades y experiencias de ejercer el trabajo sexual en Argentina. El estigma social, la persecución policial, la maternidad puteril, las relaciones sexo afectivas y la organización en la esquina recorren las páginas de este volumen donde se entremezclan las historias de vida y de calle con la complejidad de poner en palabras el acumulado de años de experiencia sindical. En diálogo con El Grito del Sur, Orellano habla sobre las nuevas formas del trabajo sexual, los feminismos y sentencia: «El trabajo sexual es muy amplio: si vos estás vendiendo pack erótico, fotos, si estás haciendo videollamadas por Zoom o Telegram, eso también es trabajo sexual».

Las putas siempre fueron protagonistas ficcionales de los libros, pero son pocos los casos de putas escritoras. ¿Cómo nace el libro y qué implicó el tránsito de la esquina a la biblioteca?

La experiencia nace de aceptar la iniciativa de Penguin Random House, que me acercó la propuesta de escribir mi biografía y también la experiencia colectiva que tenemos las trabajadoras sexuales de AMMAR en Argentina, en las discusiones con los feminismos, en los diálogos que tenemos con el Estado. Yo había utilizado mis redes sociales para contar historias cotidianas de mi trabajo y lo hice con la idea de correr un poco los discursos punitivos y estigmatizantes que predominan en torno al trabajo sexual y que muy pocas veces nos permiten a quienes defendemos este trabajo poder contar nuestras experiencias: los conocimientos que nos dio la calle, las experiencias de organización en las esquinas escapándonos de la violencia institucional. Empecé a contar estas historias y hubo mucha gente que nos agradecía e impulsó a muchas otras compañeras a escribir sobre cómo han vivido el trabajo sexual, contando sus historias personales. Por eso decidí que lo que había escrito podía terminar en un libro.

Fotos: Virginia Robles

En el libro explicás que fuiste sindicalista antes que feminista. ¿Cómo fue el ingreso al mundo sindical y qué mejoras trajo a tu vida? ¿Qué le dirías a una trabajadora sexual que aún duda si sindicalizarse o no?

La experiencia de estar organizada y que AMMAR sea parte de una central de trabajadores y trabajadoras para nosotras es nuestra herramienta principal de lucha. La CTA nos aportó a nosotras nuestra identidad, poder nombrarnos como trabajadoras, nuestra pertenencia con la clase trabajadora y dejar de pensar que los problemas de las trabajadoras sexuales eran únicamente nuestros y entender que esos mismos problemas les pasaron a un vendedor ambulante, a un compañero de un taller textil, a una empleada de casas particulares. Que las malas condiciones laborales, pagar coimas policiales, las denuncias de los vecinos, eran nuestras malas condiciones de trabajo y nos hacía trabajar desprotegidas porque el Estado no garantiza que los derechos nuestros sean respetados sino que siempre se terminan vulnerando. La pertenencia sindical fue, es y seguirá siendo muy importante porque nos permite dejar de pensarnos como un sujeto aislado y empezar a pensarnos como trabajadoras. Y esto en los espacios feministas era todo lo contrario: a lo que nosotras llamábamos trabajo, un sector del feminismo lo llamaba violencia.

¿Cómo es ese debate en el feminismo? En el libro contás de la experiencia incómoda que resultó ir a los primeros encuentros de mujeres a llevar el debate sobre el trabajo sexual. ¿Creés que ha habido algún cambio en las ideas preconcebidas sobre ustedes en estos años?

Por supuesto que hubo una transformación. Hoy ya no se habla del feminismo, sino de los feminismos, del movimiento de mujeres pero también de lesbianas, travestis y trans. Y allí las trabajadoras sexuales nos hemos hecho nuestro lugar a través de la lucha, la resistencia y sobre todo mucha paciencia. En este último NiUnaMenos, dentro del pliegue de demandas unificas por todas las organizaciones, está presente nuestra principal revindicación: derechos laborales para las y los trabajadores sexuales. Esto hace 10 años atrás era impensado. Era impensado que tuviéramos un lugar en los feminismos, que pudiéramos tener un lugar en los Encuentros Plurinacionales o en las marchas de los feminismos. Y sobre todo que nuestras demandas estén visibles y se puedan nombrar.

Hablás de trabajadoras y trabajadores sexuales. ¿Esto fue también fruto de un debate y un cambio de paradigma al interior de AMMAR al incorporar nuevas identidades?

Este debate empezó cuando se prohibió el rubro 59 allá por el año 2011. Hasta ese entonces la organización estaba compuesta mayoritariamente por trabajadoras sexuales de la calle, mujeres cis sobre todo y a partir de la prohibición de los servicios clasificados empezaron a llegar a nuestro sindicato muchas compañeras y compañeros que trabajaban bajo este mecanismo de publicar sus servicios y precios y que se acercaron a buscar una respuesta al sindicato. También sumado a los problemas que empezaron a afrontar: no tener dinero para pagar sus alquileres, tener que publicar servicios pero en otras secciones y de manera engañosa, con un lenguaje que ocultaba el trabajo sexual. Esto generó mayor clandestinidad y esto hizo que las compañeras afectadas por este tipo de políticas se acercaran al sindicato a contarnos el retroceso, la precarización que habían tenido. Eso nos abrió la posibilidad de conocer esas otras formas del trabajo sexual, esas otras experiencias organizativas y de modificar tiempo después, en el 2014, el estatuto de la organización que hablaba solamente de mujeres y hoy por hoy integra a AMMAR a todas las personas que ejercen el trabajo sexual independientemente de su modalidad de trabajo y de su identidad de género. El único requisito es ser mayor de edad y ejercer el trabajo sexual de manera voluntaria. También logramos apartar la mirada en donde las mujeres éramos las únicas «condenadas» (como nos quieren ubicar siempre) cuando en realidad hay varones cis, varones trans, lesbianas, bisexuales, mujeres trans. Es un mercado muy amplio.

Fotos: Virginia Robles

El libro habla de tu experiencia en la calle, pero al calor de la pandemia y las nuevas tecnologías el mercado del trabajo sexual también ha cambiado mucho. ¿Hay un cambio en la pertenencia de clase de las mujeres que ejercen el trabajo sexual? ¿Cómo ves estos cambios?

Después de la pandemia hubo una reconfiguración dentro de muchos trabajos. Así como se llevaron adelante legislaciones para las nuevas maneras del mercado laboral, home office o clases virtuales, el trabajo sexual no estuvo ajeno a eso. Hubo una reconfiguración en la cuarentena, cuando no había posibilidad de salir a trabajar, y muchas compañeras buscaron nuevas formas de seguir generando ingresos imposibilitadas de salir a la calle. Pero no todas tenemos el acceso a la conectividad ni las herramientas o los conocimientos para manejar las plataformas virtuales. Ahí hay un corte de clase que deja evidenciado que lo que nos sucede día a día en el barrio de Constitución o en las 12 provincias donde está el sindicato es que las que siguen siendo perseguidas son las putas pobres. Hay una criminalización de la pobreza: las más castigadas por la pandemia fueron las trabajadoras sexuales pobres que seguimos siendo perseguidas con razzias. Y hay algunos medios de comunicación que cuando tienen que hablar del Only Fans ni siquiera hacen mención al trabajo sexual o a los derechos que necesitamos para ejercer ese trabajo en mejores condiciones laborales. Terminan siendo notas de color y no hay bajadas de lo que sucede con el resto de las trabajadoras sexuales. Además tenemos una preocupación de que muchas de estas mujeres que trabajan de manera virtual no se reconocen como trabajadoras sexuales: hay una visión de que son emprendedoras porque se piensa que el trabajo sexual es solamente la penetración o el contacto directo con el cliente o la clienta. Pero el trabajo sexual es muy amplio: si vos estás vendiendo pack erótico, fotos, si estás haciendo videollamadas por Zoom o Telegram, eso también es trabajo sexual. Ese corte de clase que genera que muchas no se consideren trabajadoras sexuales tiene que ver con el estigma: decir «yo no soy puta, yo hago otra cosa» y pensar que así se quitan el estigma de encima. Pero este corte de clase termina perjudicando a las más pobres y a las más vulnerables.

¿Qué deuda tiene la política con las putas?

Necesitamos una ley que reconozca y proteja a todas las personas que ejercemos el trabajo sexual en Argentina, donde podamos hacer aportes jubilatorios, tener obra social, políticas públicas. Que puedan permitir que las necesidades y urgencias que estamos atravesando sean acompañadas por el Estado y no terminen siendo autogestionadas y sostenidas por el sindicato. Necesitamos la presencia del Estado.

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: El grito del sur

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