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LO CRÍTICO Y LO DISTÓPICO

por RedaccionA noviembre 9, 2021
noviembre 9, 2021
1,K

Por: Dante Sabatto. 08/11/2021

“Bajo esta luz, a veces es difícil distinguir entre lo crítico y lo distópico. A veces, además, el ambiente nihilista del orden neoliberal parece redoblado más que desafiado.”

 Hal Foster, What comes after farce?

Repeticiones

Entre las frases más repetidas, tal vez el podio lo ocupe esa que sostiene que la historia se repite dos veces, primero como tragedia, luego como farsa. En un giro casi borgiano, Marx se la hace decir a Hegel, si bien esta autoría nunca fue demostrada. Más allá de lo trillado, la frase expresa en pocas palabras una filosofía del tiempo histórico, y en el siglo XXI la preocupación no ha perdido su importancia. Los debates en torno al fin de la historia y el fin del mundo, desde terrenos políticos, ecológicos y sociales, reactivan la cuestión, en el contexto de un neoliberalismo que no muere pero tampoco vive sus años de esplendor.

Esta nota intenta reflexionar sobre el estado de la ideología a partir de algunas manifestaciones en el pensamiento y la cultura. ¿Por qué se hacen presentes, cada vez más, tropos apocalípticos o distópicos para describir el mundo contemporáneo? ¿Por qué se habla todo el tiempo de un después: posverdad, postcapitalismo, postapocalipsis? ¿Por qué el actual sistema de ordenamiento social y económico parece a la vez más allá de toda crítica y completamente indefendible?

El crítico e historiador del arte Hal Foster recupera la frase de Marx/Hegel en What comes after farce? (¿Qué viene después de la farsa?), un libro de ensayos publicado en 2020 donde busca analizar los vaivenes de la cultura y el arte contemporáneo a partir de los atentados del 11 de septiembre de 2001, con un foco especial en la era Trump.

Foster tiene muchas preguntas sobre Trump: ¿cómo enfrentar a un presidente que parece estar más allá no solo de la verdad sino también de la vergüenza? ¿Cómo cuestionar a un político que ha hecho del absurdo su arma principal? El libro ensaya algunas respuestas: es necesario romper la “estética ética”, la idea de que las instituciones culturales deben preservar las formas, los códigos de conducta apropiada, en un mundo crecientemente violento. El autor cuestiona este posicionamiento del ámbito cultural como esfera aislada y reclama que se retorne a la disputa política: “esta es la oportunidad en el período actual de caos político: convertir la emergencia disruptiva en cambio estructural.”

La idea es loable, y bastante más cauta que los profetas que vieron hasta en la pandemia el retorno del comunismo. Sin embargo, Foster no puede responder qué viene después de la farsa. No debemos culparlo: los textos fueron escritos cuando el republicano aún ejercía la presidencia. Pero desde 2021 podemos dar una contestación más precisa, y bastante deprimente: ¿qué viene después de la farsa? Joe Biden.

Ante el retorno del Partido Demócrata, nos sentimos un poco estafados. Es casi como si los desplantes patéticos de Trump no hubieran sido más que una distracción mientras se cambiaba de vestuario, detrás de escena, el protagonista de esta obra: el capital.

Foster analiza con maestría los cambios culturales de las últimas dos décadas: los monumentos y antimonumentos del 9/11, el resurgimiento del kitsch bajo Bush, el correlato arquitectónico del neoliberalismo progresista. Pero nos deja solos con este después: ¿se acaban las mentiras de Estado bajo Biden? ¿Podemos avergonzar a este presidente?

Como si no nos encontráramos después de una farsa, sino en medio de ella.

“¿Por qué se habla todo el tiempo de un después: posverdad, postcapitalismo, postapocalipsis? ¿Por qué el actual sistema de ordenamiento social y económico parece a la vez más allá de toda crítica y completamente indefendible?”Compartir:

El Fin

Estamos abrumados de distopías. Podríamos ensayar pastiches de las frases más grafiteadas de la izquierda contemporánea: es más fácil imaginar el fin de la tragedia que el fin de la farsa. Las miradas apocalípticas actuales coinciden en la inmanencia. En las configuraciones sociales, políticas y económicas actuales está contenido, en estado prenatal, el futuro poscapitalista (del mismo modo que se escondía, en la era feudal, la semilla del capitalismo). No hay un más allá o un afuera trascendental. Pero estas miradas, como cuestiona Foster, pueden quedar atrapadas entre una celebración psicótica del derrumbe y un romanticismo kitsch que solo encuentra resguardo en la imposibilidad de matar una esencia de humanidad.

En Inside, un especial de Netflix del comediante y músico Bo Burnham, esta confusión de lo crítico y lo distópico aparece con toda claridad. La película fue escrita, dirigida, interpretada y producida íntegramente por Burnham, durante la pandemia, en su pequeño departamento. Él mismo mueve las luces y opera las cámaras mientras canta sobre Jeff Bezos, el CEO de Amazon, o parodia la cultura instagrammer. El resultado es sencillamente brillante (y el hecho de que no haya referencias explícitas al COVID contribuye al éxito). Pero, sobre todo, se trata del modo en que Inside explora el hiato entre la crítica del neoliberalismo y la experiencia fenoménica del apocalipsis climático. En palabras de Burnham, se trata de the quiet comprehending of the ending of it all (“la silenciosa comprensión del fin de todo”).

El filósofo Nick Land lo describió como “miserabilismo trascendental”. Es un silogismo: no podemos cambiar el mundo, entonces el mundo no puede ser cambiado.  “El tiempo está del lado del capitalismo, el capitalismo es todo lo que me hace sentir mal, así que el tiempo debe ser malvado”. Pero no debemos aceptar demasiado rápidamente esta crítica, porque sabemos a dónde lleva: hoy Land es un intelectual de la Neo-Reacción, un movimiento ultraderechista. Su posición acepta tanto el silogismo miserabilista como la izquierda que él critica: Land también cree que el tiempo está del lado del capitalismo, solo que opina que eso es algo bueno.

El rechazo del distopismo no tiene que hacernos perder la crítica, y hay críticas posibles. Pero es necesario dejar de adivinar el fin del mundo, o del capitalismo, en cada señal. Para distinguir entre lo crítico y lo distópico, hay que mirar con mayor detalle las configuraciones actuales del capitalismo, y los puntos en los que su cuestionamiento parece fundirse con su celebración.

El Rey Desnudo

En 2017, viajamos con unos amigos a Sochi, Rusia, donde se desarrollaba el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, organizado por la poscomunista Federación Mundial de Juventudes Democráticas y, en el centenario de la Revolución de Octubre, auspiciada por el gobierno de Putin. Cuando llegamos, un representante de la organización nos explicó en claro inglés que el gobierno ruso quería que nos fuéramos con una buena imagen de Rusia y le contáramos al mundo las bondades del país. “Se llama soft power”, nos dijo. En ese momento sentíamos que la falta de tapujos no reducía sino que aumentaba el efecto ideológico.

Al leer a Foster hablar de una sociedad posvergüenza recordé esa anécdota. No es solo en el mundo anticapitalista que lo crítico y lo distópico se funden: los mismos centros del poder parecen estar atravesando una inmensa transformación en su hegemonía. Hay un quiebre de los sentidos, un desborde de literalidad, un corrimiento de velos (de hecho, esta última imagen es el sentido etimológico original de apocalipsis).

No hace falta viajar a Rusia. Estados Unidos, todavía el hegemón global, puede ser la fuente de la confusión ideológica contemporánea. El problema sigue siendo el mismo: ¿Trump es un síntoma de un quiebre trascendental o una distracción mientras el capitalismo encuentra una posición más cómoda? ¿Llega la farsa a su fin?

Biden expresa estas contradicciones, atravesadas además por la pandemia. Quien fuera en 2008 el candidato moderado capaz de dotar a un Obama esperanzador, joven y progre de los votos de sectores más conservadores, hoy se convierte en el profeta del Estado de Bienestar y el intervencionismo keynesiano. Tal vez, pensando en el sentido de la reterritorialización de un capitalismo financiero esquizofrénico, las continuidades con el trumpismo empiecen a aparecer.

El presidente yankee ha revertido una parte importante del realismo capitalista que las gestiones Obama desplegaron. Esta es, sobre todo, la imagen que ha construido hacia el exterior (la lectura de CFK es tributaria de ello) y, menos efectivamente, para contener el movimiento juvenil hacia la izquierda. Hay no pocas señales de que Biden está siguiendo, en forma invertida, el consejo de Foster: emplear la emergencia disruptiva como excusa para un cambio estructural moderado, para detenerlo (o incluso revertirlo) cuando pase la emergencia.

Toda crítica a Biden parece sumirnos en el dilema aceleracionista: ¿defendemos las pocas conquistas que pueden lograr los sectores populares en alianza con el poder de turno, con el riesgo de integrarnos a él? ¿o ponderamos una radicalización de la situación, bajo el lema de “cuanto peor, mejor” con la esperanza de que surja un quiebre radical? Esta es la trampa simbólica en la que nos atrapa el capitalismo tardío: si no hay afuera, todo acto que, internamente, trabaje contra el ordenamiento presente corre el riesgo de hacer caer todo el sistema, arriba de nosotros.

El discurso ambientalista pone, en este contexto, una urgencia sobre el dilema entre acelerar el capitalismo hacia su fin o intentar clavar los frenos. Pero esa urgencia puede ser tanto movilizadora como deprimente. El motivo por el que funciona Inside (pero también podríamos usar de ejemplo I Know The End de Phoebe Bridgers, o hasta Melancholia de Lars Von Trier), por el que su lectura apocalíptica no se hace tediosa, es precisamente que se posiciona desde el hiato entre lo crítico y lo distópico.

¿Preferimos un Estados Unidos hegemónico y con rostro humano? ¿O una decadencia liderada por el inhumano Trump? Pero sobre todo ¿por qué ambos convencen tan poco?

“Cuando llegamos, un representante de la organización nos explicó en claro inglés que el gobierno ruso quería que nos fuéramos con una buena imagen de Rusia y le contáramos al mundo las bondades del país. “Se llama soft power”, nos dijo.”Compartir:

Farsas

En 2015, Hamilton llegó a Broadway. Es un musical de hip hop que cuenta la historia de ese padre fundador de los Estados Unidos, interpretada por actores negros y latinos. Era el pico del neoliberalismo progresista, y las élites neoyorkinas veían a los Clinton como Hegel a Napoleón. Hamilton no quería mostrar el fin de la historia, sino su renacimiento, pero ya domesticada por el consenso de Washington: el fin de las luchas sociales dejaba lugar para que un actor negro representara a un esclavista.

En 2019, Joker llegó a los cines. Es una película alejada de la propaganda bélica en la que se han convertido Marvel y DC, con un Joaquin Phoenix representando a un guasón que, dejado de lado por el quebrado sistema de salud mental estadounidense, termina dando pie a una revuelta pseudoanarquista que prende fuego la ciudad. Si Hamilton quería mostrar el idílico mundo obamista, Joker quiso ser la encarnación del caos reptante de la Era Trump. Pero unos meses después, también esta predicción fallaba.

Más que una politización de las producciones culturales, estos dos ejemplos representan la estetización de la política. Hal Foster cuestiona una estetización del trauma de los atentados del 11 de septiembre: en lugar de buscar la relevancia de la estética contemporánea o el debate político, las obras post-9/11 solo buscan el pathos, una conexión individual, contingente con el espectador. Estamos viendo, tal vez, la evolución de este proceso, que no puede separarse de la inmensa compenetración de la máquina de producción cultural hollywoodense con el sistema militar norteamericano.

La confusión entre lo crítico y lo distópico es sintomática de esta confusión ideológica. Es conveniente rechazar, entonces, las certezas sobre si Trump representa el fin de la farsa o solo un acto más. En su lugar, podríamos retornar a una crítica desde la farsa, que asuma la posición que ocupamos en una geopolítica en proceso de reordenamiento, y que sea capaz de ofrecer certezas que no sean solo el mantra mesiánico del fin del mundo o del capitalismo.

LEER EL ARTICULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: Panamá revista

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