Por: Ezequiel Espinosa. 13/05/2021
“Naturalmente, las cabezas burguesas, con su contextura policíaca, se representan a la Asociación Internacional de los Trabajadores como una especie de conspiración secreta con un organismo central que ordena de vez en cuando explosiones en diferentes países”
Karl Marx
Y es que la derecha subcontinental, aterrorizada ante la empírica comprobación de que sus regímenes económico-políticos (no me refiero al capitalismo en general, sino, simplemente, a los regímenes de acumulación neoliberal-conservadores que aún subsisten en esta parte del mundo), se ha dado a la orate fabricación de una nueva fantasmagoría político-policial, el de “la revolución molecular (disipada)”. Que en los países sudamericanos se desarrollen procesos de luchas populares, de carácter multiforme y polifacético, les produce perplejidad. Y si tales luchas, por la propia dinámica histórico-político que, lógico, aparece mediada por la respuesta estatal a las mismas. Si tales luchas, decíamos, adquiere, a partir de tales dinámicas, visos de una insurrección cívico-popular clásica, la perplejidad se transforma un terror. No lo entienden, cómo es posible que la ciudadanía se manifieste y hasta se rebele contra los que ellos mismos tienden a representarse como “el mejor de los mundos posibles”. La negación deviene paranoica, y la paranoia deviene en una proyección entre perversa y delirante. Y es que ha de haber “orquestaciones”, “digitaciones”, “infiltraciones”, que maquiavélicamente azuzan, maquinan, u orientan tales levantamientos. Cuba, Venezuela, el progresismo, la izquierda castro-chavista, las guerrillas, el feminismo, el indigenismo, el situacionismo, el izquierdismo postmoderno, el postmarxismo, todo eso junto, y más aun.
La movilización y las luchas populares, de tal manera, se ven rebajadas al nivel de multitudinarias manifestaciones de “idiotas útiles” más o menos espontáneos, pero casi completamente manipulados por una trama secreta de prestidigitadores a la sombra. De tal manera, se reintroduce la vieja figura de “la subversión internacional y apátrida”, la cual, habiendo sido derrotada política y militarmente entre las décadas de los 70 y 80 del pasado siglo (aunque aún no plenamente en Colombia), se habría tomado un par de décadas más para reelaborar sus tácticas y estrategias, aggiornarlas a las nuevas condiciones socio-históricas, reemerger bajo nuevas formas, y lanzarse una vez más, condiciones objetivas mediante, a la intentona de “tomar el cielo por asalto”.
Así, con este prisma, lo que se intenta no es tanto deslegitimar a lo que puedan tener de atendible, genuino y aceptable de las protestas y movilizaciones sociales, sino, simplemente, criminalizar sus posibles devenires políticos. Se trata, una vez más, de “separar la paja del trigo”, estigmatizando/criminalizando los vínculos posibles y realmente existentes entre las organizaciones político-populares, y la movilización espontánea de “las masas”, para hablar en marxismo antiguo, o, si se prefiere, a “las multitudes” cívico-sociales. De eso es de lo que va la nueva retórica policiaca respecto de la presunta estrategia anarco-insurreccional de la “revolución molecular disipada”. De abrir el paraguas antes que llueva, o de armar contrafuegos que contribuyan a extinguir las protestas sociales, tratando de evitar, ante todo, que la misma llegue a tomar, efectivamente, un carácter de protesta e impugnación política de todo el régimen económico-político de acumulación. “Las masas”, “el pueblo”, “la multitud”, no pueden ni deben hacer política e intentar tomar la rienda de los asuntos económico-políticos de las naciones, no deben ni pueden articularse, y organizar sus propias formas políticas democrático-populares, y contraponerlas a las instituciones oficiales del régimen. No, eso es un atentado de lesa república, maquinado maquiavélicamente por organizaciones políticas que “desde afuera” -es decir, externas “al pueblo”, a “las masas”, etc.- instigan, azuzan y se sirven de “la multitud” cívica, como carne de cañón para sus espurios e inefables fines, que en nada pueden resultar afines y coincidentes con los del “pueblo” mismo.
A eso se reduce todo el maniqueo esquematismo policiaco de “los pensadores” y/o “intelectuales orgánicos” de nuestra derecha. Nada nuevo bajo el sol, más allá de la conspiranoica interpretación que realizan, ahora, de las proposiciones teóricas de Deleuze y Guattari. En tal sentido, y sólo para calmarles un poco en su desasosiego policial, advirtamos que, en sí misma, la idea guattariano-deleuziana de la “revolución molecular”, poco y nada tiene que ver con el muñeco de paja que sobre ella ha montado su intelligentsia. Así, mientras la presunta teoría de “la revolución molecular disipada” tiende a presentarla como una apuesta estratégica propia de una suerte trotsko-bakuninismo postmoderno, que se lanza a anarquizar violentamente la sociedad (más allá de que lo haga montándose sobre demandas y/o reclamos genuinos y atendibles), con la oscura intención de corroer la legitimidad moral del régimen económico-político sobre la que se organiza, para luego, en cualquier caso, reformarlo o subvertirlo constitucionalmente (ojalá fuera esto).
Claro que la teorización guattariano-deleuziana del asunto poco y nada tienen que ver con una perspectiva tal, al contrario. Y es que la tan mentada forma “revolucionaria” en cuestión, lejos de pretender algo así como un devenir “molar” del asunto, es una apuesta, precisamente, por la molecularización de las subversiones posibles de una tal o cual ordenamiento social. Se trata no tanto de darse a la destrucción de un régimen molar, sino, antes bien, a la producción molecular de formas de vida alternativas, o, más en su jerigonza, de agenciamientos del deseo otros. Lejos de un llamado a la insurrección popular-molar, se trata de una convocatoria a la experimentación molecular (particular, singular, microfísica) con maquinaciones otras en el arte del vivir. Dicho más foucaultianamente, se trata de una apuesta por una “revolución” -o, mejor, una heterogeneización revolucionaria- en el “uso de los placeres”, que vayan dando lugar a nuevas “estéticas de la existencia”. Ni más, ni menos. Y, “caos”, es este contexto, no refiere a una presunta estrategia para anarquizar molar-molecularmente “el cuerpo” social en su conjunto, sino, simplemente, a experimentar con la inorganicidad psicosomática de las haecceidades posibles e imposibles.
Más o menos esto es lo que la intelligentisa policiaca de las nuevas y viejas derechas ha tergiversado y transformado en una fantasmagoría conspiranoica que les permite encuadrar las protestas y levantamientos populares en su lógica policial de apreciar los hechos. Claro que las organizaciones político-militantes participan, e intentan direccionar las protestas y/o levantamientos populares. Claro que los así llamados nuevos movimientos sociales se han visto más o menos influenciados por las propuestas teórico-analíticas de intelectuales tales como Foucault, Derrida, Deleuze y Guattari. Claro que tales influencias se hacen sentir en sus orientaciones político-estratégicas y, claro, también, que tales novedades coexisten más o menos contradictoriamente con las formas clásicas de organizar y organizarse de las izquierdas en general. Claro, por fin, que las nuevas condiciones socio-históricas de las luchas de clases, han implicado, va de suyo, la elaboración de nuevas estrategias políticas de organización, articulación y orientación de las luchas. El problema no radica en ello, sino en la estigmatización/criminalización que de ello se hace. En la censura policiaca del derecho a la autoorganización político-democrática de los sectores populares. Y es a eso a lo que se reduce la lucha contra la presunta estrategia de la “revolución molecular disipada”, a una sesgada estratagema policiaca para estigmatizar, censurar, reprimir y desarticular la efectiva organización política del pueblo, aduciendo que se trata de algo “ajeno”, “externo” al mismo; algo que, imponiéndose “desde afuera”, intenta provocarlo, instrumentarlo y dirigirlo como una “masa” o una “multitud” de “idiotas útiles”. Y así se logra, presuntamente, hacer pasar gato por liebre, y la represión a la organización popular se realizaría en defensa del pueblo mismo, para que no lo tomen como “idiota útil”, ni lo utilicen como “carne de cañón” aquellos quienes nada tienen que ver con él mismo, sino que “infiltrándose” y “agazapándose” en su seno, intentan arrebatarle su buen vivir.
Y el riesgo mayor de todo esto, es que, de la lucha policial-molar en contra de las revueltas populares, se pase a la persecución policiaco-molecular de los estilos de vida, “alternativos”, “disidentes”, y demás, bajo la excusa de “la batalla cultural”. Al fin y al cabo, “el cáncer” a combatir sería “el progresismo” que acobija molarmente a todas estas “disidencias” moleculares. Insurrectas o no, ya no sólo las organizaciones político-militantes, sino también los propios estilos de vida “alternativos”, pasaran a ser tratadas como fuerzas “subversivas”, ajenas a “la idiosincrasia” y al genuino sentir nacional-popular, el cuál debería y deberá ser protegido, y resguardado de sus malas influencias. El régimen de acumulación, en su defensa, y para su mayor tranquilidad, deviene, de tal modo, cada vez más estigmatizante, censurante y represor. Corriendo el riesgo, por ello mismo, de aparecer como un modelo tan caduco, como decidida y francamente opresivo. El perro se muerde la cola, al vigilante le sale el tiro por la culata, y la seguridad se transforma en su contrario.
Claro que esto no es un derrotero necesario, ni una dinámica mecánicamente preestablecida. Es un horizonte posible, que puede dar lugar, o que puede estar dando lugar, entonces sí, a derivas insurreccionales de las revueltas, que, o salen airosas y victoriosas, o han de ser aplastadas a sangre y fuego. Dicho sea una vez más, hic rhodus hic salta.
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Fotografía: Kaos en la red