Por: Cuenca Alternativa Opinión. 27/04/2018
Es el proletariado el que debe derrocar al absolutismo en Rusia. Pero el proletariado tiene necesidad para eso de un alto grado de educación política, de conciencia de clase y de organización. No puede aprender todo esto en los folletos o en los panfletos, sino que esta educación debe ser adquirida en la escuela política viva, en la lucha y por la lucha, en el curso de la revolución en marcha…
Por otra parte, comprobamos que en Rusia, esta revolución que hace tan difícil a la socialdemocracia conquistar la dirección de la huelga y que tan pronto se la arranca, como tan pronto le ofrece la batuta de director de orquesta, resuelve por el contrario precisamente todas las dificultades de la huelga, esas dificultades que el esquema teórico, tal como es discutido en Alemania, considera como la preocupación principal de la dirección: el problema del «aprovisionamiento», de los «gastos», de los «sacrificios materiales». Indudablemente no los resuelve de la misma forma en que se solucionan, lápiz en mano, en el curso de una apacible conferencia secreta, mantenida por las instancias superiores del movimiento obrero. El «arreglo» de todos esos problemas se resumen en lo siguiente: la revolución hace entrar en escena masas populares tan inmensas que toda tentativa de regular por adelantado o estimar los gastos del movimiento –tal como se hace la estimación de los gastos de un proceso civil– aparece como una empresa desesperada. Es verdad que en la propia Rusia los organismos directivos tratan de sostener, con sus mejores medios, a las víctimas del combate. De este modo, por ejemplo, el Partido ayudó durante semanas a las valerosas víctimas del gigantesco lock-out que tuvo lugar en San Petersburgo, después de la campaña por la jornada de ocho horas. Pero en el inmenso balance de la revolución esto equivale a una gota de agua en el mar. En el momento en que comienza un periodo de huelgas de masas de gran envergadura, todas las previsiones y cálculos de gastos son tan vanos como la pretensión de vaciar el océano con un vaso. En efecto, el precio que paga la masa proletaria por toda revolución es un océano de privaciones y de sufrimientos terribles. Un periodo revolucionario resuelve esta dificultad, en apariencia insoluble, desencadenando en la masa una suma tal de idealismo que la vuelve insensible a los sufrimientos más agudos. No se puede hacer ni la revolución ni la huelga de masas con la psicología de un sindicalista que sólo consentiría en detener el trabajo el 1 de mayo con la condición de poder contar con precisión con un subsidio determinado por adelantado en caso de ser despedido. Pero en la tempestad revolucionaria el proletariado, el padre de familia prudente, se transforma en un «revolucionario romántico» para el cual el bien supremo mismo –la vida– y con mayor razón el bienestar material tienen poco valor en comparación con el ideal de lucha. En consecuencia, si es verdad que el periodo revolucionario se encarga de la dirección de la huelga, en el sentido de la iniciativa de su desencadenamiento y de la carga de los gastos, no es menos cierto que, en un sentido completamente diferente, la dirección de la huelga de masas corresponde a la socialdemocracia y a sus organismos directivos. En lugar de plantearse el problema de la técnica y del mecanismo de la huelga de masas en un periodo revolucionario, la socialdemocracia está llamada a asumir la dirección política. La tarea de «dirección» más importante en el periodo de la huelga de masas consiste en dar la consigna de la lucha, en orientar, en regular la táctica de la lucha política de manera tal, que en cada fase y en cada instante del combate, sea realizada y movilizada la totalidad del poder del proletariado ya comprometido y lanzado a la batalla, y que este poder se exprese por la posición del Partido en la lucha; es necesario que la táctica de la socialdemocracia nunca se encuentre, en lo que respecta a la energía y a la precisión, por debajo del nivel de la relación de las fuerzas en acción, sino que por el contrario sobrepase ese nivel; en tal caso dicha dirección política se transformará automáticamente, en cierta medida, en dirección técnica. Una táctica socialista consecuente, resuelta, avanzada, provoca en las masas un sentimiento de seguridad, de confianza, de combatividad; una táctica vacilante, débil, fundada en una sobreestimación de las fuerzas del proletariado, paraliza y desorienta a las masas. En el primer caso, las huelgas estallan «espontáneamente» y siempre «en el momento oportuno»; en el segundo caso, será inútil que el partido llame directamente a la huelga. Todo será en vano. La revolución rusa nos ofrece ejemplos que hablan de uno y del otro caso…
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Fotografía: teleSUR