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Salvemos la hospitalidad, empezando por salvar la palabra misma.

por La Redacción marzo 9, 2020
marzo 9, 2020

Por: Wooldy Edson Louidor. alai. 09/03/2020

No podemos quedar indiferentes ante las terribles consecuencias de la crisis humanitaria y de derechos humanos que está enfrentando un gran número de personas- entre ellas, mujeres y niños-, atrapadas entre una Turquía que abre sus fronteras en un acto de rebeldía (justificado o no) contra la Unión Europea y una Grecia que reacciona cerrando sus puertas para “proteger la fortaleza europea”. Debemos salvar la hospitalidad, empezando por salvar la palabra misma. Salvar esta palabra es de lo primero –además de acoger urgentemente a las personas refugiadas- que toca hacer para poder imaginar “otro mundo posible” que ella en su penumbra nombra y refleja o, al menos, para no dejar que ella se siga vaciando. Salvémonos a nosotros mismos como humanidad, salvando las palabras que a su vez nos puedan salvar de nosotros mismos. Una de estas palabras es, sin duda, la hospitalidad.

Una pregunta incómoda

Ante este estado de cosas terrible que está ocurriendo en Europa con las personas refugiadas, hagamos una pregunta pertinente, aunque incómoda:

¿Sigue teniendo, hoy día, algún sentido la palabra “hospitalidad”, más allá de servir como el residuo de una vieja gloria de una “civilización” que se ha creído y se sigue creyendo superior al resto de la humanidad por haber inventado tan bello término (junto con otros, como “derechos humanos”, “libertad”) y articulado reflexiones filosóficas, teológicas, literarias, jurídicas, antropológicas, etc., de gran envergadura, sobre tal problemática?

Lo que nos va quedando claro es que, más allá de y a pesar de estas “inflaciones” intelectuales, teóricas y discursivas, la hospitalidad como expresión concreta de nuestra solidaridad y humanidad para con el otro, el diferente, el extranjero, el extraño, el prójimo, se convierte cada vez más en una “palabra vacía”, al menos, para la mayoría de aquellos que necesitan aquí y ahora el calor humano de sus “semejantes”. Aquellos que no pertenecen a nuestro Estado nación o a nuestro bloque regional y que –además- no queremos allí. Aquellos que perdieron su humanidad en sus países de origen y a quienes negamos devolvérsela, cerrándoles la puerta en sus narices, bajo el arrogante pretexto de que aquí es “nuestra casa”, “nuestro territorio”, que “aquí mandamos nosotros”, que “acogemos a quienes nos dé la gana”, que “tenemos nuestras leyes”, que “no podemos acoger la miseria del mundo”.

¿Qué deviene esta palabra “hospitalidad”? ¿Más hotel que hospital?

Por otro lado, este producto, a saber, la palabra “hospitalidad”, se sigue vendiendo con buen marketing en el mundo académico: ha habido y sigue habiendo tantos libros, coloquios, investigaciones y tesis en torno a esta temática. Pero, al parecer, los mismos vendedores ya no creen en este producto “tan bien rankeado”; al menos, no quieren aplicarlo con todos, sino solamente entre ellos mismos y con quienes eligen.

Algo no está funcionando. Se ha estado pervirtiendo el significado de esta palabra que fue creada ante la necesidad de socorrer al vulnerable (para cuidarlo en el “hospital”); ahora sirve para señalar el privilegio reservado a unos pocos elegidos (quienes son admitidos más admitidos en el “hotel”).

Para poder salvar la palabra “hospitalidad” del uso mercantil-neoliberal y devolverle su sentido de cuidado, ¿somos capaces de apartarnos de su exitoso “marketing” y ponernos más bien a rastrear los lugares concretos donde personas e incluso comunidades enteras –a menudo, humildes y acusadas por las mismas autoridades de promover la migración “ilegal”- vienen tejiendo “trazos de hospitalidad” desde abajo, en silencio, en la penumbra, a favor de los desarraigados con necesidad de protección y asistencia?

Las polifonías de la hospitalidad

El cantante de reggae marfileño Tiken Jah Fakoly ya nos había hecho un guiño hacia los trazos de la hospitalidad cuando, en su canción titulada “Viens voir”, nos invita a “venir a África” para visitar a “las familias y los pueblos de este continente” y, así, “para saber qué es la hospitalidad”, al ver concretamente cómo estas personas “saben acoger” “con el calor, la sonrisa y la generosidad”1. La pregunta que él nos hace es ésta: ¿sabemos acoger?

Sin querer para nada romantizar a África, buscamos simplemente señalar una crítica de fondo que sugiere este cantante africano: al hablar de los “valores”, como la hospitalidad, por ejemplo, tendemos a mirar sólo por un lado (una mirada unilateral) y desde allí “universalizar”, “generalizar”, como si la realidad a la que dichos “valores” apuntan tuviera un único punto de referencia absoluto. Es justamente lo que Santiago Castro-Gómez llama la hybris del punto cero: la arrogancia y la desmesura de quien cree que está prácticamente en el lugar escondido de Dios y desde allí puede adquirir e imponer su punto de vista que él considera “universal”.

Tomando en cuenta este mencionado aporte, podemos decir que, para salvar la palabra “hospitalidad”, la primera tarea –digamos- filológica no consistiría para nada en buscar unos significados supuestamente universales desde un pretendido “punto cero” absoluto, sino en acoger las polifonías de la hospitalidad con todas sus resonancias, estruendos, silencios y susurros. Polifonías que vienen de todos los lugares del mundo.

Pero, ¿cómo y dónde ver y escuchar estas polifonías?

Los trazos de la hospitalidad como contraejemplo

Otra crítica de fondo que se puede hacer es contra la supuesta homología o correspondencia entre palabra y cosa en torno a la hospitalidad: el cantante Tiken Jah Fakoly nos invita en su mencionada canción a venir a África para saber qué es la hospitalidad.

Efectivamente, la palabra hospitalidad y la cosa o realidad que ésta representa ya no se corresponden -en concreto, en Europa y Estados Unidos-, donde dominan las políticas de la hostilidad2 hacia los migrantes y refugiados originarios de países pobres y en guerra.

De allí la necesidad de descentrar nuestra mirada de Occidente, para dirigirla también hacia las comunidades, incluso las que son pobres, aisladas, excluidas y que a veces no tienen ni siquiera una palabra -o no saben que ésta existe- para nombrar sus acciones de acogida desinteresada a favor de los extranjeros y de los extraños que necesitan asistencia, ayuda y protección.

El objetivo de este re-centramiento de nuestras miradas no es ni más ni menos que para rastrear los trazos de la hospitalidad, es decir, las huellas de la presencia a menudo silenciosa e invisibilizada de esta gran ausente en nuestro mundo globalizado.

Sobra decir que estos trazos de la hospitalidad son difíciles de ver. Esto es así, sea porque no podemos llegar a dichos lugares recónditos donde se tejen y donde dominan también las mencionadas políticas de la hostilidad. Sea porque no estamos atentos a estos trazos. Sea porque los medios hegemónicos no nos informan acerca de ellos.

Sin embargo, necesitamos urgentemente conocer y promover en esta “geografía global” hostil y mercantil estos “trazos” humildes, invisibilizados y silenciosos para escuchar las polifonías de la hospitalidad y así poder salvar la misma palabra y, al mismo tiempo, poder imaginar y hacer realidad “otro mundo posible” (más humano, menos hostil) que ella nombra y susurra.

Cada vez que hay una crisis de hospitalidad –como la que se vive en este momento en Europa o en las fronteras de México con Guatemala y Estados Unidos de América-, deberíamos poner en contraejemplo aquellas invisibilizadas texturas de los “trazos de hospitalidad” y sus suaves polifonías que, sin embargo, son capaces de devolvernos la fe en la humanidad de nosotros mismos, quienes somos “humanos, demasiado humanos”. Tratar de poner el contraejemplo como ejemplo. Intentar resignificar la palabra “hospitalidad” desde el ejemplo contra-ejemplar. Buscar devolverle a ella su significado y su sentido con lo aparentemente “insignificante”.

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: alai.

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