Por: Jorge Ivan Peña Rodríguez. Licenciado en Ciencia Política y Administración Pública, UNAM. 12/06/2020
En México existe el interés de revertir el triunfo popular del 1º de julio de 2018, encabezado por la derecha empresarial nacional e internacional, por lo que ello debe de ser contrarrestado con la movilización social de los que habían sido condenados a la miseria, al despojo, al sáquelo y la desesperanza. Se requiere también de la lectura acertada de quienes con nuestro voto elegimos a como representantes populares, respecto a quien es quien en la calle.
Aquel primero de julio se ganó la elección, pero no cualquier elección, sino quizá la elección más importante en la historia del México contemporáneo. Si bien se llegó a muchos espacios de elección popular, no se conquistó el poder político ni mucho menos el económico; continúan permaneciendo los bloques de profundos intereses de cúpulas, camarillas y carteles.
Se ganó una elección presidencial, pero recordemos que no se luchaba solo para ganar la elección, esta era solamente el medio para emprender un proyecto de nación nuevo. Pensar y esperar que sea un solo hombre quien concrete esa trasformación es un profundo error, como lo escribió atinadamente el politólogo español Juan Carlos Monedero, “relajarse es dar entrada a los viejos demonios”.
¡Las calles son nuestras! Fuimos nosotros quienes estuvimos ahí durante años, las conocemos a detalle, en ellas mantuvimos una lucha continua por defender la democracia, al petróleo, la educación pública, la sanidad, el territorio; en ellas exigimos paz, justicia, derechos, que nos devolvieran con vida a nuestras compañeras y compañeros.
Las calles no son aquellos que con automóviles de lujo piden la salida de un presidente, no son de aquellos que ni siquiera puedan cargar una manta, y mucho menos son de los que exigen mantener sus privilegios en un país de profundas desigualdades. He ahí la responsabilidad de todas y todos, los que lucharon durante décadas y después confundieron los escaños y los escritorios con el proceso de trasformación. Ya lo había anunciado Salvador Allende mucho tiempo atrás, “la historia es nuestra y la hacen los pueblos”.
Es urgente volver a las calles: si se tiene que protestar por una causa justa, que se haga. Si se tiene que poner en evidencia la insensibilidad de gobernantes ante un hecho que causa indignación popular, que se haga. Pero que se tenga en consideración que recuperar las calles también significa salir a informar sobre los avances de los programas de gobierno, que son una herramienta que sustenta el proceso de cambio. Salir a las calles para escuchar y sentir lo que la población está percibiendo, para que con ello se hagan los ajustes que se tengan que hacer en la representación política.
Recuperar las calles también es ayudar a construir pueblo sin esperar que todo llegue de arriba, que el militante que tiene estudios de medicina ayude con brigadas de salud en barrios y colonias populares; que se adentre a los pueblos y comunidades indígenas, que la militante que tuvo el privilegio de estudiar derecho arme su buffet de defensoría del pueblo frente a los abusos de los caciques locales, que los que estudiaron pedagogía en la universidad o en las normales armen sus equipos de alfabetizadores, que los militantes obreros con cierta formación organicen y defiendan los derechos de sus compañeros en la fábrica, que los que tengan un oficio y puedan enseñar a otros sobre su área lo hagan; manos y buena voluntad nunca sobran. Recuperar las calles implica que cada uno de los militantes del movimiento ponga al servicio de los demás sus conocimientos, habilidades y experiencias sin esperar algo a cambio.
Recuperar las calles es tener presente que “las luchas de ayer son los derechos de hoy, la falta de acción colectiva de hoy es el retroceso de mañana”. Como se comentó al inicio, todo esto se complementa con el reconocimiento de los representantes populares, para que estos últimos no confundan a un movimiento legitimo con los creados o inanimados y entonces desde el discurso se deslegitime la organización popular. Existe una formula sencilla para evitar que ello ocurra, y no me refiero a la clasificación metodológica, la clave está en que es indispensable que el representante popular se encuentre contacto permanente con la población y con los militantes del movimiento en actividades comunitarias, de esa manera tendrá una idea más clara de lo que significa su encargo, no se acostumbrará a privilegios y educará con el ejemplo a los futuros representantes. Se romperá aquella falacia de que los representantes están en un nivel arriba, pero también aquella de que todos los representantes populares son iguales; se dignificará la política, que buena falta hace.
Fotografía: democracia Siglo XXI.