Por: Francisca Fernández Droguett. 09/08/2021
Francisca Fernández Droguett.
Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Santiago, Chile.
[email protected]
Chile actualmente se encuentra inmerso en torno a tres dinámicas: revuelta, pandemia y proceso constituyente, las cuales, de una u otra forma, nos sitúan ante una crisis estructural del neoliberalismo.
La revuelta, que se inicia con las movilizaciones de estudiantes secundarios por la subida del precio del metro a 30 pesos en la ciudad de Santiago, se extendió rápidamente en diversos territorios y pueblos, mostrando un profundo descontento por más de tres décadas de intensificación de medidas privatizadoras, de violencia político-estatal contra las comunidades movilizadas y de precarización de nuestras vidas en el orden de todas las cosas.
Es así que Chile será uno de los pocos países del mundo, que luego de vivir una dictadura cívico-militar, no cambió su constitución, elaborada en los años ochenta y que consolidará la figura de un Estado subsidiario, quedando en manos privadas la gestión de todos los bienes comunes sociales y naturales.
Los gobiernos de la post-dictadura, tanto en manos de la ex – Concertación (conglomerado de partidos políticos de centro-izquierda) como de la derecha, sólo profundizaron la neoliberalización y la criminalización de la protesta social, además de establecer una militarización permanente del territorio mapuche, que se extiende hasta nuestros días.
Fueron décadas en que el malestar se hizo cotidiano, entrelanzándose con las demandas y reivindicaciones históricas de pueblos y movimientos sociales, correspondiendo a los cursos de acción que encarnaron una revuelta social, un proceso de insurrección, bajo la consigna “en Chile nace y muere el neoliberalismo”, y aún persistimos en ello.
Si bien la revuelta del 18 de octubre del 2019 se inicia días previos, desde esa fecha toma fuerza y se visibiliza como dinámica transversal a todos los territorios, con mayor potencia en las ciudades, aunque en los campos acontecieron hechos a destacar, como el corte de rutas y la toma de pozos de agua, en un país en que las aguas son privatizadas.
Además de las protestas callejeras, que fueron forjando las llamadas primeras líneas, colectividades organizadas para resistir la violencia policial durante las movilizaciones, serán las asambleas territoriales las principales protagonistas del proceso, en que vecinos y vecinas, que en muchos casos no se conocían, al alero de la revuelta reconstruyen lazos comunitarios. Otra colectividad a destacar son las brigadas de salud, compuesta por voluntarias y voluntarios para poder tratar a las personas heridas o dañadas por la represión policial.
Poco a poco, pero con gran potencia, emerge el llamado a una asamblea constituyente, para dar fin a la Constitución de Augusto Pinochet y al Estado subsidiario, agentes perpetuadores del modelo neoliberal en Chile.
Desde lo constituyente emerge también el relato de lo destituyente, exigiéndose desde los sectores movilizados la salida de Piñera de la presidencia, la disolución de la Carabineros de Chile, destacando un proceso de desmonumentalización, la destrucción de monumentos emblemáticos de personajes coloniales, republicanos y patriarcales, que representan un relato hegemónico de invisibilización y violencia hacia los pueblos.
En algunos casos los espacios quedaron vacíos, en otro fueron reemplazados por figuras populares hechas a mano, convirtiéndose en lugares de disputa permanente. Por otro lado se renombraron algunos espacios públicos, como es el caso de Plaza Baquedano hoy Plaza Dignidad en Santiago, y Plaza Sotomayor, actualmente Plaza de la Revolución.
No quisiera dejar de lado algo tan importante como son las diversas bandas de música, las colectividades de banda que se hicieron y siguen presentes en las movilizaciones, pero sobre todo personajes como: la tía Pikachu, quien disfrazada de una criatura Pokemón, es hoy electa constituyente; el matapacos, perro negro emblemático de las protestas universitarias, ya fallecido, presente como personaje e ícono de la revuelta; el estúpido y sensual spiderman, dinosaurios, entre otros.
Son meses complejos, la violencia por parte de agentes del Estado, se intensifica dejando como saldo miles de detenciones, más de una treintena de personas asesinadas, casi medio millar de personas víctimas de trauma ocular, tortura y
violencia político-sexual, que en la mayoría de los casos siguen impunes y donde casi no existen políticas de reparación por parte del gobierno actual de Sebastián Piñera.
En noviembre del mismo año, se lleva a cabo un acuerdo de paz desde partidos políticos de la derecha hasta partidos de la izquierda institucional, para llamar a elecciones con el propósito de aprobar o rechazar una nueva constitución, pero a su vez imponiendo la ley 21.200, que condicionó el proceso constituyente demandado por los pueblos a una convención constitucional, en que las y los candidatos constituyentes debían postular al igual que el sistema de diputación, por distrito, y que para el caso de los independientes, juntando firmas, en que además sólo tendrían un segundo en la franja televisiva para la difusión de su campaña, entre otras medidas.
La Convención claramente no era lo que se había posicionado desde la revuelta como asamblea constituyente, pero de igual manera los movimientos sociales y pueblos deciden disputar el espacio.
Y de manera simultánea, llega la pandemia en marzo del 2020 a Chile, a través del retorno de veraneantes de sectores acomodados desde Europa, recordándonos que llevamos décadas viviendo en una profunda crisis social y ecológica producto de un capitalismo que reproduce políticas de muerte a través del arrase de cuerpos y territorios.
La elección para aprobar o rechazar una nueva constitución se lleva a cabo en octubre del 2020, plena pandemia, posicionándose el apruebo con más del 78% de la votación, ganando a su vez la opción a la Convención Constitucional, y que en el proceso de candidaturas destacarán dos elementos: la paridad de género para la conformación de listas para constituyentes, y el reconocimiento de escaños reservados para pueblos originarios, no así para el pueblo afrodescendiente.
De manera inesperada, o más bien intencionalmente posicionado como un hecho inesperado por la prensa hegemónica, personas de movimientos sociales y de diversos territorios son electos constituyentes en la elección de mayo del 2021, conformando alrededor de cuarenta personas una vocería de los pueblos para desbordar el espacio.
La movilización social sigue, sobre todo por la liberación de presos y presas por luchar, para exigir justicia y reparación ante la impunidad que han quedado los crímenes de Estado de ayer y de hoy, coexistiendo diversos procesos en curso, uno constituyente desde los territorios, otro constitucional desde la participación en la Convención, que dialoga en algunas dimensiones con lo institucional, y también construcciones populares fuera de la dinámica constitucional.
Ahora nos queda el gran desafío, desde distintas aristas y cursos de acción, derrocar el poder instituido, rompiendo con décadas de instalación de una subjetividad neoliberal que emerge, a ratos, como compra masiva en los malls, y en permanente disputa con la subjetividad comunitaria de los pueblos, para la construcción y conformación instituyente de esos otros horizontes de vida desde los buenos vivires, recordando que “la normalidad era el problema”.
LEER EL ARTICULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ
Fotografía: Iberoamérica social