Por: Javier Hernández Alpízar. 04/09/2024
A la comunidad otomí, en digna resistencia,
por su y nuestro derecho a la ciudad.
En el documento “300”, un diagnóstico del EZLN a principios de este sexenio que está terminando, los zapatistas señalaron un fenómeno: una especie de antiglobalización que resulta del miedo o la fobia a procesos como las migraciones masivas del sur al norte; además del agotamiento de reservas de energía fósil, y de otras, cambio climático o calentamiento global con sus excesos, sus desastres socioambientales, sus escaseces de recursos como el agua y otros muy necesarios para la vida: como el territorio mismo.
Las mismas potencias capitalistas mundiales que décadas atrás festejaban la globalización, el libre mercado (el totalitarismo del libre mercado dicen algunos, como Franz Hinkelammert) y la apertura de fronteras para el dinero, el capital y las mercancías, ahora se cierran espantadas ante las oleadas de refugiados climáticos, refugiados por el hambre y sobre todo por la violencia, desplazados de guerra que en su mayoría van de sur a norte, aunque algunos pocos tomen el camino inverso, como los indígenas chiapanecos que hoy se refugian en Guatemala huyendo de la violencia y la esclavitud o la muerte.
Algunos le llaman “colapso” (Carlos Taibo, entre ellos), los zapatistas en un cierto momento le llamaron “la tormenta” (casi como antes había hecho Karel Kosík: “el diluvio”), un desastre ambiental y civilizatorio provocado por un capitalismo a escala monstruo, con muchas cabezas, como la Hidra de la mitología griega.
En Enlace Zapatista, el documento “300” está fechado el 20 de agosto de 2018. Hace ya seis años, y hoy los zapatistas, quienes ya han tomado medidas como radicalizar sus autonomías, es decir, enraizarlas más en el colectivo de las comunidades y pueblos, en sus bases, que son, en su caso, los gobernantes. Los zapatistas hacen cosas que la mirada verticalista no entiende, como “bajar y no subir”: hoy Marcos ha “descendido” a capitán, porque los zapatistas bajan en lugar de subir, para estar más cerca de la comunidad y, tal vez, porque le gusta la imaginería de los barcos piratas de las novelas.
Y a contracorriente de los nacionalismos y chauvinismos que se cierran y encierran pensando que solo así sobrevivirán a tiempos convulsos, los zapatistas abren su mente, su corazón, su palabra y su paso a un internacionalismo de abajo: no una mirada geopolítica que ve y juzga desde los Estados, los gobiernos, los grandes capitales y sus intereses, sino desde abajo, desde los pueblos, comunidades y colectivos que abajo resisten y que se solidarizan con los migrantes, defienden el territorio y la Madre Naturaleza (porque ellos y ellas y elloas sí tienen), pero no desde un localismo y parroquianismo cerril, sino abiertos a otras lenguas, culturas, saberes, experiencias, historias.
Los más recientes comunicados, todavía en proceso de publicación, han puesto diversos ejemplos de puentes, hechos de palabras, experiencias, imágenes, fotos, cartas, libros en idiomas que no sabemos leer, y miradas y rostros y corazones de personas y de pueblos que se organizan y se autogobiernan, con recursos propios, como la minga en Colombia y los Andes.
Mientras los populismos de derechas se parapetan en supremacismos racistas agresivos, que somatizan el miedo a ser desplazados por los migrantes de colores no “locales”, y los nacionalismos de izquierda se refugian en patriotismos, nacionalismos y estatismos que se parecen mucho al fascismo; los zapatistas ponen lo civil y lo humano por encima de lo militar; lo mundial, lo universal de lo humano, por encima de los chauvinismos y nacionalismos; y lo común por encima del egoísmo individualista expropiador de los otros.
Pero sobre todo, al igual que muchos pueblos originarios del mundo, como los sami, criadores de renos en la península Escandinava, o los nasa de Colombia en Nuestra América o Abya Yala, defienden la Madre Tierra, esa que los griegos antiguos llamaron physis, fuerza generadora que al brotar permanece y que germina mundo: flores, nubes, aves, soles, lagos, montañas, personas, sueños historias, comienzos, memoria.
Lejos de la mezquindad que quiere todo para sí, lo privado que priva a los demás de lo necesario, para acumular en unas pocas manos lo superfluo, los zapatistas comparten su lucha, su resistencia, su autonomía, sus sueños (bordados en servilletas, por ejemplo, o elaborados como barcos en madera): su poesía concreta, escrita con todo el cuerpo, que se llama vida.
Su viaje, la Montaña navegando en camino inverso al de hace 500 años, no solamente regresa a la geografía invirtiendo la historia: quiero decir, invirtiendo no sólo el sentido físico del viaje, sino su sentido político y espiritual o civilizatorio: Yo creo que desanda el camino del cruce por el puente del Estrecho de Bering.
Quizás el puente necesario es regresar a Babel y descubrir que podemos construir sin hablar la misma lengua, dialogando con señas, miradas, gestos y voluntad de cooperar y ayudarse mutuamente.
Toda esta protonostalgia (lo contrario de las retrotopías que nos quieren regresar al siglo XIX o antes), esta nostalgia del camino que queda por recorrer, me vino a mientes (de venir a la mente, no de mentir), porque pude ver de nuevo, el 31 de agosto, La Montaña, de Diego Enrique Osorno y su equipo de producción Detective, en la Casa de los Pueblos Samir Flores Soberanes, gracias a la generosidad de los realizadores y de los anfitriones, la comunidad otomí originaria de Mexquititlán y residente (resistente también) en la Ciudad de México.
Es un privilegio poder asistir a escuchar la palabra zapatista (de lo mejor que tienen: su bases), la palabra otomí, tanto la anfitriona Anselma, como Isabel Valencia, una de las que acompañaron la Travesía por la Vida en su primera parte, Capítulo Europa, al compañero Raúl Romero, y sobre todo: ver de nuevo en cine ese pequeño hecho histórico que quiere ser la gota que, en el caos y la bifurcación, pueda ayudar a girar el timón hacia el rumbo de la vida, y no hacia donde nos lleva el capital: a la extinción.
La Montaña, la película, va estar de gira. Si la ven en cartelera cerca de ustedes, no se la pierdan. Y Diego Enrique Osorno está por estrenar su libro, también hay que esperarlo atentos.
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Fotografía: UNAM Global