Por: Tomás Di Pietro. 12/01/2025
Juan Soto Ivars es escritor y columnista. Ha publicado novelas y ensayos y participa regularmente como panelista en programas de radio y televisión en España. Forjado en su juventud como socialdemócrata, se ha destacado en la última década como un crítico incisivo de las contradicciones del progresismo, el feminismo y la llamada cultura woke. Este año ha publicado La trinchera de letras: La batalla cultural contra la libertad y el conocimiento, un ensayo en el que analiza el fenómeno de la lucha por la hegemonía de las ideas, que, según describe, “amenaza la libertad misma del conocimiento”.
Hablamos con Juan Soto Ivars.
Escuchá la entrevista completa:
¿La batalla cultural es un problema de tono?
No, es un problema darle demasiada importancia a lo simbólico. El esfuerzo que han dedicado los regímenes totalitarios a la batalla cultural ha sido enorme. En la Unión Soviética estuvieron 80 años dando la batalla en la educación, los medios, el cine, el teatro, las exposiciones de arte…todo estaba pensado desde una hegemonía que utilizaba la censura contra lo disidente. ¿Y qué pasó en 1991 en la URSS? A tomar por culo. ¿Y qué va a pasar mañana en Corea del Norte? A tomar por culo. ¿Qué pasó en España en el ‘75? Liberación de tetas. El esfuerzo que se dedica a las batallas culturales es inversamente proporcional a sus resultados. No vale para nada. Los chavales que están a tope con Milei están ahí gracias a que los otros daban mucho asco.
¿Y todo el trabajo que hizo Milei en TV, o Agustín Laje en redes, por ejemplo, no influenció al menos un poco? ¿o solamente se trata de que los de enfrente se fueron al carajo?
Lo único que pueden conseguir Milei o Laje con su batalla cultural es hartar al personal. Y cuanto peor lo hagan, antes ocurrirá. La batalla cultural es una pesadilla. Y quienes la dan, como piensan todo en hegemonía o disidencia, no se dan cuenta que en las sociedades de hoy, al no existir una medida coactiva del Estado como existía antes en los estados totalitarios, siempre habrá algún público. La izquierda ha perdido la batalla cultural en este momento, pero La revuelta [el programa de Televisión Española conducido por David Broncano] es un éxito de audiencia. Y muchas feministas hacen shows y llenan teatros, viven de eso. La batalla cultural está pervertida desde el momento en que se llama batalla, porque en las guerras, hay un desgaste, hay muertos, hay conquista. En la cultura no pasa eso, hay sitio para todo, cabe todo. Laje ha dejado de ser un friki y se ha convertido en una de las personas más influyentes del planeta en español. Pero esto no ha ocurrido porque Laje lo haya hecho muy bien, aun siendo un tío con mucho talento. Lo que ha pasado es que el viento ha soplado a su favor, igual que me ha pasado a mí. El antifeminismo español le debe mucho más a Irene Montero que a Un Tío Blanco Hetero.
Tú dices que en la batalla cultural, todos esos mensajes intensos acaban por llegar solamente a los convencidos, pero es un “espanta convencibles”.
A veces es así, a veces no. Hay movimientos que se hacen muy bien, pero siempre son moderados, o extemporáneos. El caso de Broncano es un buen ejemplo. Él antes hacía La vida moderna, un programa heterodoxo que podíamos ver los fachas y los rojos. Pero en cuanto se convirtió en una herramienta, dejó de funcionar. Lo mismo ha pasado con Jordi Évole, quien se dirigía a un público heterogéneo.
El esfuerzo que se dedica a las batallas culturales es inversamente proporcional a sus resultados. No vale para nada. Los chavales que están a tope con Milei están ahí gracias a que los otros daban mucho asco
Vos advertiste que cuando te abrís a las ideas antiprogres, cuando empezás a entusiasmarte con la crítica al wokismo, corres el riesgo de insensibilizarte. Dijiste “por el afán de explicar las contradicciones del feminismo denunciando al machismo, o las del progresismo denunciando racismo, quedé un poco impedido de verlos cuando sí ocurrían”.
Es algo que pasa bastante, algunos chavales de la generación zeta se están volviendo muy misóginos. Yo lo llamo “efecto Boadella”, en referencia al gran artista español, a quien en Cataluña, de donde es oriundo, lo atacaban sistemáticamente los nacionalistas. Tanto fue así que acabó yéndose de Cataluña. Se refugió en brazos de la derecha madrileña y entonces se tornó incapaz de ver los defectos de esa derecha madrileña, porque lo habían acogido. Algo análogo ocurrió con muchos intelectuales vascos cuando ETA estaba activa. Amenazados de muerte, tenían que irse, pero una vez eran recibidos por un abrazo de bienvenida perdían el sentido crítico. Y sé que a mi me pasa. Tengo la tentación de refugiarme también en unos brazos de vez en cuando. Ahora me he mudado de Cataluña a Madrid y estoy haciendo esfuerzos por detestar a Isabel Díaz Ayuso, es lo que me toca. Desde fuera puedo incluso defenderla, pero desde aquí me toca ir a por ella, ese es mi papel. El poder cambia de manos muy rápido, hay que estar atentos. Por ejemplo, las feministas en España no se dieron cuenta o no quisieron ver el poder que tenían en los años 2016, 2017, 2018. Los hombres, en particular los de izquierdas, vivían acojonados por las feministas. Pero el discurso feminista era el discurso del empoderamiento, como si no tuvieran poder. Pues eso pasa constantemente. Entonces, luego de haber estado en la disidencia de pronto puedes estar en el lado de los fuertes. Por ejemplo, hoy los antiwoke estamos en el lado de los fuertes. Tenemos que empezar a tener cuidado con nosotros mismos, porque nos vamos a pasar un huevo. Algunos ya están empezando a abusar. El gran reto es permanecer atento al poder, a dónde se coloca.
Podés no estar cerca del poder, pero puede que tus convicciones, ideas o ideología sean ahora el poder.
Exacto. La posición antiwoke hace unos años era paria, underground. Ahora no. Hoy el riesgo está en que el antiwokismo se pase tres pueblos.
¿Ves riesgos en la radicalización de la batalla cultural? Hablabas de jóvenes contestatarios…quizás alguno no se de cuenta, y a eso que empezó como parodia, “estábamos bromeando”, acabe tomándoselo en serio.
Yo me preocuparía más por los adultos, por los que empezaron el asunto. Muchas cosas empiezan como parodia y acaban en serio. En España el falangismo empezó así. Por ejemplo con los ultraístas, un movimiento parecido a los surrealistas. En Rusia pasó igual con los bolcheviques. Había gente que entraba con un ánimo heterodoxo en algo que era rupturista. Hay un punto en el que no nos damos cuenta de que lo que pensamos de broma también lo pensamos en serio. A mí me encanta el humor negro, lo veo desde un punto de vista psicoanalítico. Creo que hay malas pasiones en nosotros. La diferencia entre un woke y yo sería que yo abrazo mis malas pasiones, no quiero liberarme de ellas. No tengo ningún interés en dejar de ser misógino, por ejemplo. Sé que tengo un punto de misoginia, y también un punto de racismo, pero a diferencia de ellos no creo que tenga que limpiarme.
¿No tenés que deconstruirte para volver a construirte?
No, simplemente lo abrazo. Hay fobias de las que hablamos con naturalidad. Si digo “soy un misántropo”, entonces me puedo hacer el guay porque odio a todo el mundo. Bueno, pues hay cosas de las mujeres que me revientan. Y a veces desconfío de la gente de otras razas en un callejón oscuro. Sé que todo eso existe en mi. Lo describe bien Louis C.K. en un monólogo en el que habla del racismo leve. Dice que cuando él va a un hospital y le atiende un médico indio, él exagera un “MUY BIEN, TODO BIEN, TODO PERFECTO”, sobreactuando naturalidad. El humor me sirve para naturalizar los aspectos oscuros en mi. Prefiero encapsularlos en el humor y reírme de las cosas que me dan miedo o de las cosas que me producen desconfianza, pero no me quiero liberar de ellas. Prefiero jugar con esto. Conectando con lo anterior, hay gente que, precisamente porque puede reírse con estas cosas acaba pensando que no son oscuras.
Hoy los antiwoke estamos en el lado de los fuertes. Tenemos que empezar a tener cuidado con nosotros mismos, porque nos vamos a pasar un huevo. Algunos ya están empezando a abusar. El gran reto es permanecer atento al poder, a dónde se coloca
¿Esa gente cree que es lo mismo reconocer que tienen un punto de misoginia con acabar convenciéndose de que está bien ser misógino?
No, yo mismo creo que está bien, es decir, creo que es natural que las mujeres sean un punto misándricas y los hombres seamos un poco misóginos, esto ocurre porque nos deseamos. Pero también creo que está bien saber que es una oscuridad de tu personalidad, que éticamente es inválido. El riesgo es que a través de la parodia uno puede acabar creyendo que la oscuridad no está ahí, que la oscuridad está en los que no se ríen con tu broma. Y eso es un poco peligroso porque eso sí que te desliza a autoafirmarte. Si dices “no os reís de mi broma nazi, pues heil Hitler en vuestra cara”. Ahí tú no te has dado cuenta de que tu parte oscura se acaba de exacerbar porque el otro no te entiende. Es un problema de comunicación. Si yo hago la broma y tú te ríes, ninguno de los dos nos consideramos misóginos. Hemos hecho un chiste machista y ya está. Pero si yo hago la broma y tú te ofendes, yo empiezo a pensar que tú eres gilipollas y me siento incomprendido. Es algo de una sutileza de la hostia. Tengo la impresión de que aquí, en esta sutileza, hay algo que está pasando de manera masiva. Creo que es el problema de la ironía. La ironía te dice que A es B, y sirve como puente para que dos personas que piensan diferente se rían de lo mismo. Pero también sirve como túnel cuando esa comunicación no se produce.
Hablemos del mito del progreso y su fracaso. Europa, Occidente, en buena medida todo el globo, pero puntualmente Europa, la tierra de las oportunidades y la prosperidad, está atravesada por una clima de fin del progreso, una crisis de expectativas. Europa no nos da a los europeos lo que los europeos esperamos de Europa.
No es Europa, es el progreso. En China está pasando lo mismo. Tenían un problema de exceso demográfico y ahora tienen uno de carencia. Los humanos, en cuanto llegamos a ser clase media, queremos Netflix, porros, cocaína y MDMA. Cambiamos totalmente el centro del deseo. Y cuando tenemos hijos empieza a importarnos la pasta. Lo dice bien el escritor Juan Manuel de Prada: “tú solo luchas por un mundo mejor cuando tienes hijos, porque si no los tienes, con un cuchitril, un patinete y dinero para tus farras, ya tienes suficiente”. Una persona sin hijos puede vivir muy bien en el precariado. Sin hijos tampoco tienes motivos para luchar. No es que te vuelves de derecha cuando tienes hijos, es que te importa más el pasado, y te importa más el presente. Cuando no tienes hijos, solo te importa el futuro. Pero cuando tienes hijos, el futuro son ellos, ya está encarnado, entonces lo que te importa es el presente. En Europa, este vivir medio bien, la opción del hedonismo, ya no requiere hijos. La sociedad ya no te empuja a tenerlos. Antes los hijos eran mano de obra. Cuando llega el desarrollo, los hijos se convierten en una cosa prescindible. Luego, si los tienes, Europa te empieza a parecer un sitio en decadencia.
Dios ha muerto, no hay hijos…¿somos una generación arrojada a la nada?, ¿la falta de sentido atraviesa nuestra existencia y nos invade la angustia?
Le ha pasado a casi todas las generaciones. Mis amigos del pueblo en el que me crié no tienen las mismas percepciones.
Como dice Steiner en Nostalgia de lo Absoluto: a Dios se le puede matar, pero el trono no se puede destruir
¿Entonces es un problema de gente instruida y desarrollada? El ateísmo crece en Europa. Tú aseguras envidiar a quienes pueden tener fé.
Además de las iglesias están las religiones seculares. Los trans, los queer, o los veganos, comparten sistema con los cristianos. El trono se puede vaciar, pero el trono está ahí, y el trono se va llenando. Como dice Steiner en Nostalgia de lo Absoluto: a Dios se le puede matar, pero el trono no se puede destruir. Vivimos en un tiempo extraordinariamente religioso, la gente siempre busca una religión. En latín, los romanos separaban religio de superstitio. La superstitio es la creencia en el más allá, en la vida después de la muerte, en Dios como una figura todopoderosa, lo sobrenatural. La religió, es aquello que nos enlaza. Religar es como pasar una cuerda por un collar. La polarización ocurre porque la gente se religa de manera violenta en torno a un trono que está ocupado por entidades que tienen un peso específico demasiado bajo. Yo diría que siempre he sido ateo, pero desde que tengo hijos, creo en mis hijos. Desde que tengo mujer, creo en mi mujer. Estoy volcado en el egoísmo total.
Vivimos una época donde el progresismo tiene saturados hasta a los propios progresistas. Se llegó a una especie de agotamiento del modelo. Las ideas nuevas están a la derecha ¿Qué cosas interesantes tendría que decir de la izquierda o el progresismo en este momento?
Mí ideología nunca ha sido muy intensa. Siempre he sido socialdemócrata por un motivo muy básico y poco reflexivo, y es que con la socialdemocracia se han vivido los mejores años de la historia de Europa. Pero la socialdemocracia tiene muchas trampas. Para mi hoy un socialdemócrata tiene que estar a favor de bajar los impuestos radicalmente, de adelgazar el Estado, a lo Milei. Estoy esperando un Milei socialdemócrata, un Milei con motosierra, que diga “vamos a quitar toda esta grasa, pero vamos a dejar los servicios públicos”, porque yo creo que son esenciales. Soy socialdemócrata, pero con motosierra. El progresismo ha cogido del nacionalismo la identidad y ha exacerbado las batallas entre identidades. Exacerba las diferencias, cultiva victimismos y separa a los que podrían tener y tienen cosas en común. Y además tiene un tono general autoritario. Toda la cultura de cancelación ha venido de ahí. Hay gente que dice “no, es que la izquierda de verdad no es esto, es otra cosa”. No es verdad. Ni la izquierda es otra cosa, ni el feminismo es otra cosa. Esto es lo que hay. Tampoco es nuevo, porque en los años 60-70 estaban los maoístas por toda Europa. Y la izquierda en Europa tardó muchísimo en repudiar a Stalin. Albert Camus se quedó solo. Tendemos a idealizar la izquierda del pasado, pero en cada momento ha sido capaz de dar mucho asco. Creo que la izquierda de hoy merece todo el abandono que sufre porque se ha vuelto antipática, gruñona, soberbia y totalmente ineficiente. Mucha gente verdaderamente fanática. No puedes discutir dogmas.
Para mi hoy un socialdemócrata tiene que estar a favor de bajar los impuestos radicalmente, de adelgazar el Estado, a lo Milei. Estoy esperando un Milei socialdemócrata, un Milei con motosierra, que diga “vamos a quitar toda esta grasa, pero vamos a dejar los servicios públicos”
Tú dices que lo peor de la cultura woke es que mata la creatividad.
Eso es lo peor. Lo mejor de la cultura woke es que ya se ha matado a sí misma. El progresismo te dice que todo lo que tú sabes de ti es mentira. Ellos plantearon una especie de chantaje emocional: “hemos descubierto que hemos despertado al bien”. “Hemos despertado a la verdad”. Pero ya no asustan. Esta conversación sucede en los estertores de esa mierda.
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Fotografía: Panama revista