Por: Antonella Morello. 06/09/2024
¿Cómo reacciona una señora que vivió tiempos de mayores imposiciones patriarcales a la tendencia viral? Desde Estados Unidos y España, mujeres jóvenes, influencers y coquetas comparten rutinas de recetas y manualidades que realizan para novios y maridos, y que remiten a la distopía de Margaret Atwood, quien a su vez se basó en Argentina.
Lo primero que mostró mi algoritmo fue el video de una chica que se ponía a imprimir y diseñar la portada de un libro, desde cero, porque no le convencían ninguno de los modelos de las librerías para regalarle a su novio. De El Príncipe, de Maquiavelo, debe haber millones de copias y decenas de ediciones que van de las usadas que podés conseguir en las ferias y parques, hasta la más comercial y de tapa dura. “Pablo y yo leemos todas las noches antes de dormir y él lleva meses diciendo que quiere leerse uno en concreto”, introduce una joven de vestido rojo, manguitas princesa, uñas alargadas, prolijas, y voz suave, al tiempo que agrega que se lo quería regalar por su cumpleaños. A priori, el paso a paso parecía uno más del extenso océano de las redes sociales donde las cosas parecen sencillas y replicables. Por otra parte, no dejaba de ser atractivo ver el método de las editoriales pero trasladado a lo que pareciera ser el escritorio que podríamos tener.
Roro Bueno es española, tiene 22 años y más de 4,8 millones de seguidores en TikTok y encabeza la mayor parte de sus videos hablando de Pablo. “Mi novio y yo nos vamos a Grecia, y como él nunca ha probado la comida griega he decidido hacerle un gyros de pollo”; “Nos hemos ido a Portugal con la familia de Pablo y como me gusta demostrar mi amor con comida, les dije que me hacía ilusión cocinar para todos”. Primero fue a recoger unas frutillas y unos limones para hacer sólo la mermelada de las galletitas caseras que recién significaron el desayuno. Para el almuerzo familiar: pan Brioche, mermelada de bacon, mayonesa de bacon, hamburguesas que ella se ocupó de sazonar y poner al fuego. Pablo y su primo sólo encendieron la parrilla. “Hoy no me quería complicar demasiado en la cocina, entonces le he dicho a mi novio que íbamos a cenar empanadas de atún”, inicia otro video donde estira la masa y prepara salsa de tomate, caseras claro, y hasta decorar la tapa con un trenzado y corazones. Si eso no es complicarse, ¿entonces qué?
Resulta que el caso de Roro forma parte de una tendencia aparentemente nativa en Estados Unidos, según recupera la comunicadora española Yolanda Domínguez (autora de Maldito estereotipo), a raíz del auge de Donald Trump y de las ultraderechas. Una tendencia conocida como tradwife (esposas tradicionales, en inglés, que buscan recuperar los valores conservadores de un hogar). Cuna de instagrammers y tiktokers como Nara Smith (9 millones de seguidores, y un video donde prepara la bebida Cola casera, sí), Estee Williams (196,9 miles de seguidores, autodenominada tradicional wife, una rubia que parece teletransportada de los ‘50), y tantas más como la bailarina Hannah Neeleman (más de 9,5 millones de seguidores, alias Ballerina Farm), quien tomó aún más repercusión esta semana luego de una entrevista para The Times. Allí se revelaban algunos aspectos desconocidos de su historia, que acercaron la lupa: estudiaba en la prestigiosa Julliard cuando conoció a su actual marido, Daniel Neeleman, un empresario millonario dueño de JetBlue a quien primero rechazó. Luego, en un viaje, él movió sus contactos para sentarse al lado; más tarde comenzaron a salir y a los meses se casaron. Tuvo ocho hijos con parto natural, y sólo uno en el hospital; dejó la carrera de danza y se dedica a la crianza y tareas domésticas en la granja donde viven. En uno de sus videos, la Ballerina abre un paquete que su esposo le obsequió por su cumpleaños. Mientras espera en voz alta que sean pasajes a Grecia para vacacionar, pronto se encuentra con un delantal que posee bolsillos para recolectar huevos.
“Pensamos que la entrevista salió muy bien, muy similar a las docenas que hicimos”, reprochó en un video de descargo donde –además de hablar en plural– trata de desligarse del impacto que causó. “Sin embargo, nos sorprendió ver el artículo impreso, por ser un ataque a nuestra familia y a mi matrimonio, en el que me presentaban como una persona oprimida y mi marido como el culpable”, manifestó. Si difícil es salir de la Casa de Muñecas, también lo es afrontar cierta revictimización.
Para ser efectiva, la hegemonía tiende a naturalizarse, a incorporarse. Como los cuentos tradicionales con los que crecimos. El novelista e historiador británico Raymond Williams postuló -citando a Gramsci– que para aplicarse, por un lado comienza a estar presente en “la forma en que las personas configuran sus vidas”, es decir en su cultura, y en su ideología, esto es en el conjunto de significados y valores que constituyen la “expresión o proyección de un interés de clase”.
La vuelta a cierto modelo tradicionalista fue algo que advirtió (como muchas) Margaret Atwood en 1985 en su novela distópica El Cuento de la Criada (que inspiró la serie): donde plasma una república totalitaria, Gilead, que divide a las mujeres entre señoras y criadas, las pocas que aún conservan la capacidad de gestar y son disciplinadas para llevar el bebé en su vientre y luego entregárselo. La autora canadiense llegó a contar que se basó en la última dictadura militar argentina para componer este relato. Mientras que hoy, desde Norteamérica, pareciera volver a extenderse –ahora por redes sociales– la trama que escribió: mejor dicho, el retorno de idealización hacia estructuras que retraen a mujeres (ni hablar de diversidades) de su entorno laboral, y nos enfrentan entre nosotras.
Frente a esto, ¿cómo impacta esta tendencia en Argentina? ¿Cómo reacciona una señora que vivió tiempos de mayores imposiciones patriarcales a la tendencia viral?
“Somos de la época de la obediencia debida, el ‘deber ser’; estos videos me desagradan completamente”, opina Marta Cortese en diálogo con El Grito del Sur. «Obediencia debida en cuanto a esposa, a hija, después a madre y ama de casa. Si estabas destruida, igual tenías que hacer comida casera. Si tus padres o suegros venían los domingos, aunque te haya dolido hasta el pelo porque tu nene no durmió en toda la noche. Para las Navidades y los cumpleaños, cocinar para 25, más lavar platos, cacerolas y fuentes, porque no teníamos -ni siquiera yo- el permiso para quejarme, ni decirle a alguien: ‘¡Levantate y ayudá!’”, añade.
Docente y preceptora jubilada, Marta recuerda que recién a sus más de 30 años pudo presentarse para aspirar a tomar el cargo. “Tenía la oportunidad de entrar a la escuela a trabajar, y estaba todavía con mi marido y él dijo ‘No, no hace falta’. Sino yo hubiese entrado 10 años antes a la escuela. Y yo quería. Por eso, después hice el profesorado de gimnasia y me puse un gimnasio porque, aparte de ama de casa, aparte de madre, aparte de hija, aparte de esposa, deseaba tener mi profesión y poder dedicarme a eso”, expresa.
En ese momento, su padre trabajaba en una escuela. “Me dice: ‘Por qué no te presentás que abrieron el listado, vos tenés puntaje (ahora es por concurso)’. Yo tenía a mis dos hijos, chicos y ya era mamá y full time porque el papá se iba a las 8 y venía a las 22 horas. Era todo el día mamá para todo. Entonces no fui. Y después me arrepentí. Me reproché: ¿Por qué no tuve la valentía y la capacidad de hacer valer lo mío porque mi marido dijo ‘No’? Él mandó sobre mí”, recuerda. Darse cuenta de ello le permitió reescribir su historia.
“En cambio ahora noto que es distinto. Lo veo en mi hija, en mi nuera, en chicas, que salen a estudiar lo que quieren: el terciario, el doctorado, o trabajar y estudiar, y volver a la casa y comprar comida hecha para el marido y para ella, y punto. A mí me encanta ver esos matrimonios o parejas, que crezcan a la par. Desde que comenzó a trabajar la mujer afuera de su casa, y si por ahí llega a ganar más que el hombre, se ocasionan muchos roces porque el machismo todavía está presente. Yo lo recuerdo. Cuando en una escuela de cuatro turnos (mañana, tarde, vespertino y nocturno) por puntaje asumía una regente, le hacían la vida imposible: le escondían papeles, no le firmaban, si ella proponía algo se lo negaban aunque fuera mejor para la escuela. Por ser mujer. La forma en que escalonó y creció la mujer supera muchísimo a lo que evolucionó el hombre: de madre y sierva de la casa, a poder estudiar un secundario, a recibirse de médica, abogada, o ejercer y crecer personalmente, sin dejar de ser una buena madre y mantener una casa. Sin embargo, vas a una clínica y ves el listado del personal de salud (a veces me pongo a comparar qué cantidad de mujeres y de hombres hay) y siempre el director es un hombre”, puntualiza.
En este punto, la Doctora en Antropología Social, María Bargo, amplía en charla con este medio que en diversos ámbitos continúa habiendo una reproducción de la maternidad, y lo doméstico y trabajos de cuidado por parte de las mujeres. “Hay una diferencia con respecto a otras épocas, sobre las posibilidades, oportunidades y opciones que tienen las mujeres, que igualmente no las termina de librar de otras obligaciones que tienen que tener, e incluso también les siguen pesando: las cuestiones hogareñas siguen siendo un requisito, aunque con menor peso de cumplirlas idealmente como sucedía antes”, afirma. De este modo, se producen algunas cuestiones: en la mayoría de casos o se contratan niñeras y trabajadoras domésticas, pronunciando aún más la diferenciación social; o esa mujer cubre tanto lo profesional como lo doméstico; en el menor de los casos se reparte con otro varón una división igualitaria de tareas. “Sí, obviamente cuando ves o sentís que no cumplís con lo que deberías lograr como madre, o como esposa, se resquebraja un poco el discurso de las libertades que supuestamente nos daba esta nueva era”, añade la especialista.
¿Y cómo se refuerzan modelos y posturas? Con las redes sociales. Hay una cuestión indisociable al uso de la tecnología. El contenido de las tradwife sucede al ser grabado, comunican desde sus cabellos impecables, sus cocinas amplias, y una armonía constante.
“Puede ser más una estrategia casi de supervivencia”, aporta Bargo percibiendo influencia de ciertas religiones como el catolicismo tradicionalista (del que también se nutre El cuento de la criada) o que “surgen en contraposición al Concilio Vaticano II y promocionan unas figuras muy modelo mujer-madre”. “Encuentran ciertas acciones que pegan, es decir que generan apoyo, seguidores, que despiertan interés, o hasta burla. En definitiva: muchos comentarios y visitas, que por sobre todo, es lo que necesitan”, señala.
En estos días, el casamiento de la artista Oriana Sabatini y el campeón del mundo Paulo Dybala, tuvo por supuesto una cobertura mediática dado que se trata de un campeón del mundo y de dos personalidades famosas pero, al mismo tiempo, trajo a colación desde su repercusión en redes sociales una serie de comentarios como No fue un casamiento, fue un cuento de Hadas; Ahora sí vuelvo a creer en el amor. “Pienso que hay un solapamiento de aspiracionales”, retoma la antropóloga. “Por un lado, el aspiracional del casamiento, de la familia, del amor para siempre, como muy de cuento. Algo que fue el modelo para muchas mujeres desde hace muchísimos años, recién en los últimos se empezaron a proponer otras alternativas posibles. ¿Por qué digo solapamiento de aspiracionales? Porque además está el económico. Son gente como si fueran de la aristocracia. Como cuando se casa, no sé, Lady Di o Kate Middleton, personas que no sólo logran alcanzar ese sueño del amor como de cuento de Disney, sino que tienen lo monetario muy saldado”, completa.
“Respecto al impacto local frente a las tradwifes, lo que sí veo que puede tener que ver es que es un modelo de mujer más cercano a uno que respeta el rol masculino como algunos grupos acá lo quieren”, retoma, en un vínculo con la política. “Por ejemplo: gran parte de chicos jóvenes que siguen a Milei, se construyeron en reacción al feminismo local y posturas como el «mirá cómo nos ponemos», que hicieron que ellos se sientan inseguros. Esto para mí es un modelo que se acerca más a una mujer que no los incomoda, ni los condena, es decir, una figura más cómoda de mujer”, sostiene.
“¿Hay, por ejemplo, videos de algún varón diciendo ‘cociné esto para mi novia’?”, pregunta Marta. Entre los últimos videos de Roro, ahora figura uno que dice “Pablo a veces hace cosas”, donde ironiza la pregunta en cuestión que tantos le hacen (pero se trata de que la invita al Lollapalooza en un palco vip, a ver a su banda favorita); y otro donde Pablo quiere prepararle algo para cocinar pero recurre básicamente a alguien que lo haga por él.
“Todo se vincula con la política. Todo es política. Hay una sensación aspiracional con Estados Unidos, y creo que por las redes ganó este ser que tenemos de presidente, y a gran parte de la juventud es como que les vendieron espejitos de colores. Las redes tuvieron muchísima influencia. Hay un exhibicionismo, cierto ego; es peligroso y es imparable. Este tipo de videos con una chica peinada, maquillada, uñas largas. 10 puntos. Falta que vaya a ordeñar una vaca porque Pablo quiere las galletitas caseras. Mientras que en nuestra época una para bañarse tenía que esperar a que los chicos se durmieran. Mi nieta está por cumplir 14 años, vive en una localidad de la provincia de San Luis, donde con su familia tienen su propia huerta, y si se los muestro, que se los voy a mostrar, no lo va a poder creer”, sostiene Cortese al contar que su hijo se mudó con su familia desde Buenos Aires buscando cambiar su estilo de vida, persiguiendo una alternativa a la vorágine de la capital para su nieto menor, que tiene autismo.
“No me preocupan mucho los videos, porque las mujeres ahora ocupan mayores lugares. Nosotras tuvimos que agachar la cabeza, en mi caso sin violencia física de por medio, pero íbamos a veranear donde mi marido quería, no te preguntaba, ¿querés ir a la costa? Ya reservaba y te decía ‘En enero nos vamos a Mar del Plata’ y yo por ahí quería ir a Córdoba. No creo que se vuelva atrás con eso. Por más likes que tengan. Hay que hacer algo para que el hombre avance, no para que la mujer retroceda”, concluye.
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Fotografía: El grito del sur